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por Sandro Herrera
INTRODUCCIÓN
Hace mucho tiempo, en el año 1712 de
nuestra era, una importante batalla tuvo lugar en el Universo Paralelo.
El Universo Paralelo es un espacio ocupado por
veintisiete planetas, ciento quince lunas, un sol y millones de
estrellas.
El conjunto de elementos que componen el Universo
Paralelo tienen como función, mantener el equilibrio en nuestro
conocido Sistema Solar.
Pero la historia que nos ocupa sólo abarca
el planeta Cyllian, (un lugar dónde los defensores de la
Naturaleza descansan en paz) y el planeta Lantania, la morada de
Leivdagma y sus secuaces, los Caballeros Caóticos.
Los habitantes de Cyllian, conocidos como los
Caballeros de Dryselle, se encargaban de proteger cada una de las
ciento quince lunas que existían, ya que en ellas había
un poder mágico que podía resultar muy peligroso en
manos equívocas.
La "Guerra de las Lunas" cuenta cómo
Leivdagma y sus secuaces lucharon contra Dryselle y los suyos para
poder conquistar los satélites y asimismo sembrar el Caos
en todo el
Sistema Solar, el mundo de los mortales.
Así pues, esta es la historia de la Guerra
de las Lunas.
EL ODIO
La Dama de la Destrucción se encontraba
arrodillada en medio de un circulo de llamas. Llevaba así
cerca de cuatro días, meditando, preparándose para
una batalla que podía resultar difícil. El calor del
fuego la había empezado a molestar, y eso era una buena señal,
ya que pronto despertaría del trance convertida en una Leivdagma
más llena de odio que nunca.
El último tramo del ritual había
llegado, Leivdagma se tumbó de cara al suelo y, como si estuviera
reptando, acercó su rostro al fuego, sacó la lengua
y empezó a arrastrase en torno al círculo de fuego,
mientras lo apagaba con su boca. Parecía como si se tragara
el fuego y este hecho a la vez hacía que la semi-diosa sintiera
una extraña excitación.
Siguió reptando con los ojos cerrados
hasta que acabó de apagar las llamas, luego, una sonrisa
apareció en su arrugado rostro.
Por fin abrió los ojos después
de cuatro días y lo primero que quiso observar fue la estela
de humo que había dejado a su alrededor
Cuando se puso de pié pasó una
mano por su frente y el diamante rojo que tenía incrustado
en el entrecejo empezó a brillarle como nunca lo había
hecho. Acto seguido, sus ropas chamuscadas y sudorosas cambiaron,
para vestirla con telas de colores cálidos, que en muchas
partes dejaban al descubierto su moreno y a la vez raquítico
cuerpo.
Leivdagma, la "Diosa" del Caos y la
Destrucción, ya estaba preparada para la conquista de las
lunas, ahora sólo tenía que dejarse ver por la ciudad
en la que sus Caballeros se han estado entrenando, la Ciudadela
Oscura de Cenitz, la región más importante de todo
Lantania.
La Dama se había retirado a una cueva
del Monte Asolado para realizar su ritual. Sin duda podía
haber elegido un lugar más seguro, pero aquella cueva tenía
algo que ella no podía evitar sentir.
Por asombroso que parezca, en aquel lugar, Leivdagma,
que era considerada el mismísimo Mal, se le ablandó
el corazón una vez, por culpa de un amor llamado Reeoz, algo
impensable para una semi-diosa destructiva, pero aquel Reeoz ya
estaba olvidado y ella no sabía más de él y
de su vida. Por eso escogió la cueva para someterse al más
duro tratamiento de dolor que alguien había practicado. Leidagma
había considerado que así se superaría y se
endurecería. Quizá lo logró.
Ya se había puesto en marcha para ir
a la Ciudadela, pero cuando llegó a la entrada de la cueva,
algo la perturbó y le costó adivinar que era. Después
de unos segundos, Leivdagma miró hacia el suelo y encontró
allí lo que la molestaba. Una rebelde margarita de hojas
blancas pequeñas había crecido al pie de la pared
de la entrada de la cueva. "Que horror" pensó,
así que introdujo el puño con fuerza en la tierra
y arrancó la flor de raíz para luego hacerla añicos.
Por último, se miró el ombligo,
dónde llevaba tatuada la runa O, que en el idioma de los terrícolas
venía a ser una "o". La letra "o" era
importantísima para Leivdagma, porque era la inicial de la
palabra "odio", y en aquel momento, ella sentía
muchísimo odio.
LOS FIELES
En la orilla del Lago Spanth, una barca aguardaba
a la señora para llevarla a la Ciudadela Negra. El ser que
llevaba los remos era Law-Kel, la criatura más horrenda que
Leivdagma había tenido el lujo de contratar. Pero Law también
servía a su señora de otras muchas maneras. Lo que
más le satisfacía a él, era secuestrar a los
terrícolas de la Aldea de los Esclavos: Law-Kel se internaba
silenciosamente en las chabolas de los terrícolas y casi
nunca tenía que hacer uso de la fuerza o la magia, ya que
los esclavos se desmayaban al ver su rostro verde y viscoso, su
inmensa nariz de águila o sus incandescentes ojos rojos.
"Realmente es horrible" pensaba Leivdagma,
por eso lo obligaba a vestirse con túnicas y capuchas negras
que le cubrieran todo su cuerpo. Pero sin duda alguna, era la fealdad
de Law, lo que a la Dama le gustaba, ya que la belleza no estaba
bien vista en ningún continente ni región de Lantania.
-Mi querido y feo amigo Law, nunca me deja de
sorprender tu puntualidad -empezó a decir Leivdagma mientras
se acercaba a la barca-.
- Señorrra, sabe ustet que jamást
le faltauría a sus citchas -dijo Law-Kel con su peculiar
acento-
Ya dentro de la barca y acomodada justo de Law,
la Dama añadió:
-Tengo entendido que nunca has tratado con nadie
de tu raza, ¿me equivoco?
- Es ciertha lo que usted dice, Señorrra
-respondió la criatura escondida en sus propias ropas oscuras-.
- Pues si te hubieras criado con los tuyos deberías
saber que no juran lealtad a nadie, ni siquiera a mí y tampoco...
Ahora que lo pienso, si nunca has estado con tu gente, ¿por
qué hablas como ellos?
- Es algou que illeva conmiga en la sangre, supongou.
Leivdagma se calló, pero pensó
que si eso se llevaba en la sangre, la deslealtad propia de la raza
de Law también debería estar escondida en algún
rincón de su ser. La Dama sintió algo parecido a pena
por la criatura, ya que ahora tendría que matarla por su
seguridad, aunque de momento la podía utilizar para sus ambiciosos
planes.
-¿Has informado a la gente de la Ciudadela
Oscura sobre mi llegada? -añadió la Señora,
cambiando de tema-
- Si mi Señorrra, la notchicia ha sido
extchendida por tchodas las regiones cercanaus. Sus Caballeros estcharán
prrresentches en la Plaza de la Discordia, de hechu, creo que ya
hay una grrran multitut esperándola.
- Bien, espero que estén preparados, porque
mis planes no pueden fallar y ahora que he crecido espiritualmente,
estoy preparada para ganar.
La embarcación se alejaba por las pantanosas
aguas del lago, mientras Law-Kel sacaba fuerzas de sus raquíticos
brazos tapados.
Aquella debía ser una imagen extraña;
una barca larga con una sombra jorobada remando en la proa y una
imponente figura que emanaba una ligera luz rojiza sentada cómodamente
en la parte trasera.
Del lago, pasaron al río Spanth, que recorría
la Llanura Asolada. El contraste de las aguas verdes putrefactas
con la tierra de color naranja era impresionante, y sin embargo,
la Dama consideraba aquello un placer para la vista. Pero aunque
se fuera nativo del continente, cualquier caminante que atravesara
esa llanura corría grandes riesgos porque la polvareda que
se levantaba casi siempre, era insoportable para la vista y para
los pulmones, y en el río se generaba una capa tan grande
de gases y mal olor, que nadie aún se había atrevido
a dominar sus aguas. Nadie excepto Leivdagma, que lo aguanta todo
en su mundo, pero también la raza Tsemvec era capaz de rondar
por aquellos parajes. Law-Kel era un tsemvec.
Por fin, la barca llegó a las puertas
de la ciudadela, que se encontraba al Este del río. Al bajarse,
la Señora Leivdagma ignoró todos los comentarios de
Law para concentrase en abrir la gran puerta de piedra que guardaba
la ciudadela.
Leivdagma se plantó ante las puertas
y se arrodilló, Law-Kel, aún aparcando la barca, se
encogió sobre sí mismo al darse cuenta de lo que iba
a hacer su Señora.
La semi-diosa extendió los brazos sobre
el muro y empezó a rasgar la dura piedra con sus pezuñas
amarillentas y descuidadas provocando romperse alguna e incluso
haciéndose sangre.
En efecto, no era un acto agradable para los
sentidos, por eso Law había intentado no presenciarlo.
Seguidamente, Leivdagma empezó a entonar
un conjuro en el idioma rúnico:
-Dicc tcasse tiu dinnora, tiu diosntze, tiu
trapcnte.
Dicc te vorghne, te nvegre, te tsacnle,
rep dllear tzioz hen strosst´diu rastracnte.
Tras el conjuro unas runas de fuego aparecieron
incrustadas en la puerta: b i e n v e n i d a
Literalmente, le daba la bienvenida a su Señora,
luego, las puertas se abrieron hacia fuera, entonces, Leivdagma
pasó arrastrando a Law-Kel tras de sí.
La calle principal, toda de piedra rojiza, era
el camino que llevaba a la Plaza de la Discordia, justo al fondo.
Las cabezas de los fieles se veían desde la entrada y Leivdagma
empezó a sentir fuerzas. Entonces aligeró el paso
sin preocuparse ya si quiera de Law, al que le asustaba aquella
multitud.
La gente pareció ver a la Dama, por lo
que le hicieron un pasillo respetuosa y silenciosamente, para luego
colocarse alrededor de la tarima hecha de calaveras de esclavos
terrícolas, que aguardaba a Leivdagma.
En el pasillo, Leivdagma vio cara de todo tipo:
guerreros de todos los continentes de Lantana, bastantes tzemvecs,
incluso algún que otro terrícola que defendía
las ideas de la Dama de la Destrucción.
Pero al final encontró a quien quería ver: sus siete
caballeros, los más apreciados por ella, los más poderosos,
los llamados Caballeros Caóticos. Entre ellos había
tres humanos, una humana, dos zombis y un escuálido ( un
ser con aspecto de hombre pero que tiene la piel y los ojos blancos
y tiene una dentadura propia de un depredador).
Leivdagma ya estaba en la tarima, entonces sus
caballeros le hicieron una reverencia. Acto seguido, la Señora
comenzó a hablar en el idioma humano para que todos la entendieran:
-"Mis apreciados seguidores, muchos habréis
venido hasta aquí con razón de mi repentina desaparición.
-la mayoría de los asistentes asintieron con calma-, pero
tal acto no ha sido en vano. Me he cansado de esperar, me he cansado
de hablar sin actuar. Nuestro deber en esta nuestra existencia es
sembrar el caos más allá de nuestras fronteras, y
eso es lo que me propongo en estos momentos."
Los aplausos y alabanzas por parte de todos
los espectadores reforzaron aún más a Leivdagma y
la animaron a continuar.
-"Pero no vamos a actuar como esperan nuestros
queridos contrincantes de Cyllian, no vamos a enfrentarnos directamente
con los terrícolas y, si tenemos cautela, tampoco será
necesario un enfrentamiento directo con los Caballeros de Dryselle.
Os revelo mi plan ya, puesto que sé que estáis impacientes.
-Hizo una pausa para mirar al público y prosiguió-
El secreto está en las Lunas."
El público se alborotó mismamente
ante el asombro producido por esta idea tan polémica.
-"Sé que es una idea muy radical,
pero tenemos que avanzar, nuestra sociedad debe progresar y ser
más poderosa que esos niñatos defensores de la Naturaleza.
Conque tengamos el control de una de las Lunas seremos más
fuertes, y ese sería el comienzo de la conquista de las Lunas,
para luego dominar y asentarnos en el Sistema Solar. Así
se establecerá la hegemonía del Caos. Para ello debéis
estar preparados, ya que puede que comience la guerra de las Lunas."
La Dama levantó los puños en símbolo
de victoria y los aplausos que la acompañaron duraron bastantes
minutos. Ella, tan poderosa subida en el montón de calaveras,
guió su mirada a través de las gentes, a través
de las armas metálicas, los escudos. Su mirada salió
de la plaza mientras los aplausos y alabanzas continuaban, y recorrían
los ladrillos rojos de la calle principal para llegar a Law-Kel,
que temblaba y lloraba, apoyado contra las grandes puertas de la
Ciudadela Oscura.
Entre tanto alboroto y tanta distancia, Leivdagma
y Law se miraban, ella con una mirada de triunfo y de arrogancia,
pero él tenía una mirada asustada y cansada.
¿Dé qué temes insensato?
Pensó la Señora.
¿Por qué te crees tan segura? Pensó
el sirviente.
CONTINUARÁ...
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