Supongo que lo ideal es aunar
fidelidad y calidad cinematográfica, pero esto no siempre es posible,
y tal vez no resulte imprescindible.
El consejo de Alfred Hitchcock
para realizar una adaptación consistía en leer el material, quedarse
con lo que te interesa y olvidar el resto, es decir: ser todo
lo infiel que se quiera respecto a la obra original. Esto tal
vez suene un poco radical, pero creo que incide en el meollo de
la cuestión: que una cosa es la obra escrita y otra distinta la
película a la que da origen, por lo que el cineasta tiene derecho
a actuar con tanta libertad al rodar la película como tuvo el
escritor a la hora de crear su obra.
Por otro lado, la fidelidad no
siempre es posible. Literatura y cine tienen lenguajes distintos,
y lo que funciona en una novela no siempre funciona en una película.
Por ejemplo, a instancias de mi novia (que a su excelente gusto
en hombres une un buen criterio literario) estoy leyendo a John
Irving. Por lo que conozco, sólo se puede adaptar a este autor
mutilando sus obras, dada su complejidad y abundancia de
personajes e historias.
Otro ejemplo más conocido: El nombre
de la rosa. La célebre y densa novela de Umberto Eco
dio lugar a una interesante película que, a pesar de respetar
la ambientación del libro, se centraba en la historia detectivesca
que Eco tan sólo había utilizado como excusa para poder
describir la cultura y forma de vida de un monasterio medieval.
No había forma de que Jean Jacques Annaud, el director,
hubiera podido trasladar a la pantalla los largos pasajes en los
que Umberto Eco describía personajes, arquitecturas o demás
elementos de la época. La película, de forma muy inteligente,
se centra en la narración, consiguiendo, a mi entender, casi la
mejor adaptación posible (a pesar de su infidelidad).
Ahora, tras extenderme para intentar
explicar por qué creo que no existe la obligación de ser fiel,
señalaré lo que puede parecer una excepción: los casos en los
que se utiliza la obra original para vender la película. Buz
Lurham era libre de introducir todas las innovaciones que
quisiera en su Romeo+Julieta; no creo que el hecho de estar
basada en la obra de Shakespeare arrastrase a las masas
al cine. Pero cuando Coppola decidió titular su película
Drácula, de Bram Stoker, implícitamente prometía una fidelidad
absoluta a la novela original (promesa que incumplió al transformar
una obra de terror en una historia de amor).
Adaptación Caldhras
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Cuando se adaptan obras absolutamente
populares y se utiliza esa popularidad para vender la película
puede parecer que existe una mayor obligación de ceñirse a las
fuentes. ¿Por qué? Porque los productores cuentan con que los
aficionados a la novela o el comic fuente van a pagar por ver
la adaptación, y es evidente que éstos quieren que el filme se
ciña a lo que conocen y aman.
La producción de la trilogía de
los anillos ha supuesto 300 millones de dólares, y año y medio
de rodaje; un proyecto de enorme envergadura. Es evidente que
los productores no se lo confiaron a Peter Jackson porque
hubiera dirigido Tu madre se ha comido a mi perro, o Agárrenme
a esos fantasmas. El cineasta seguramente les presentaría
un proyecto sólido y viable, pero la clave para embarcarse en
tan colosal empresa eran los muchos millones de aficionados a
la trilogía de Tolkien ansiosos por ver una adaptación
a la altura de sus expectativas. Se daba por hecho que esos aficionados
iban a pasar por taquilla, y creo que se merecen que se les dé
lo que esperan.
Pero este argumento, que parece
sólido, en realidad no tiene un valor absoluto. Aunque la película
es, de alguna manera, de los aficionados al libro, no es únicamente
de ellos. Los demás espectadores, los que no han leído el material
original, también pagan su entrada (sería interesante conocer
qué porcentaje de espectadores conocen el original), y tienen
derecho a que se les ofrezca la mejor película posible, aunque
sea a costa de introducir cambios que puedan no gustar a los puristas.
Por otra parte, me resulta curioso
que esta demanda de fidelidad sea selectiva. Es decir, que sólo
afecte a aquellas películas que se basan en libros que hemos leído
y que, además, nos han gustado. Incluso el fanático más fanático
que ahora mismo está clavando alfileres en los ojos de una reproducción
de Peter Jackson por las licencias que se ha tomado, y
que exige fidelidad a toda costa, reconocerá que su exigencia
no se refiere al cine en general. ¿Alguna vez ha visto una película
basada en una obra que no ha leído y ha pospuesto decidir si le
ha gustado o no hasta leer el libro? Lo dudo. La mayoría de las
veces juzgamos la película en sí, porque no conocemos la fuente
original. Sólo establecemos comparaciones cuando conocemos dicha
fuente, lo cual nos hacer asistir al cine con prejuicios que “distorsionan”
nuestra valoración, ya que juzgamos la película basándonos en
lo que esperábamos ver, y no en lo que en realidad es.
Un ejemplo conocido puede ser
Los ladrones de cuerpos (obra a la que Cyberdark
dedicó recientemente un especial). Su primera adaptación, La
invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1955)
está unánimemente considerada como una obra maestra. Curiosamente,
el desenlace de la película es totalmente distinto al de la novela.
Más infiel aún es la adaptación de la novela que rodó Philip
Kauffman en 1977, La invasión de los ultracuerpos,
la cual también ganó el favor de crítica y público. Los pocos
comentarios que conozco en contra de ambas películas jamás utilizan
como argumento las licencias que se tomaron los responsables de
los filmes. ¿Por qué? En la mayoría de los casos porque la novela
no era conocida, y casi nadie la había leído antes de ver las
películas. Ni falta que hacía para poder disfrutar de ellas. Estoy
seguro que son muchos los lectores de Cyberdark que aman
cualquiera de estas dos adaptaciones, pese a sus licencias, pero
que son incapaces de aceptar que las películas de El Señor
de los Anillos puedan disfrutar del mismo derecho a ser infieles.
En todo este fenómeno tiene una
gran importancia el factor subjetivo y emocional. La literatura,
a diferencia del cine, permite que el usuario cree sus
propias imágenes a partir de lo que lee; por detallistas que resulten
las descripciones de un libro, el lector tiene cierto margen para
adaptar lo que lee a sus propios gustos. Por ello cada uno puede
tener una imagen distinta del universo que describe una novela.
Los cineastas que adaptan ese libro (quienes en su momento seguramente
fueron unos lectores más) también cuentan con su propia imagen
que, aunque no coincida con la del resto, no por ello es menos
válida.
Por otro lado supongo que gran
parte de los lectores de la obra de Tolkien la leyeron
en su juventud, época en la que todo deja una huella más profunda,
y las sensaciones son más fuertes y apasionadas. Estoy seguro
de que son precisamente esos lectores los más críticos con las
películas de la trilogía, ya que esperan que ver las películas
les proporcionen las mismas emociones que obtuvieron leyendo los
libros, lo cual es imposible. En muchos casos, ni los libros de
Tolkien les pueden proporcionar ya las mismas emociones.
Tomemos a una persona que leyó el libro por primera vez años atrás,
y que lo adora desde entonces. Imaginemos que coge un martillo
y tiene la habilidad de golpearse en la cabeza en el lugar adecuado
y con la fuerza precisa para producirse una amnesia selectiva
y olvidarse únicamente de que ha leído El Señor de los Anillos.
Seguramente no sentiría lo mismo leyéndolo ahora que cuando lo
hizo por primera vez, porque ya no es la misma persona de entonces.
¿Cómo exigir que la película transmita lo que ni el libro consigue
transmitir ya?
Adaptación Gandalf
|
No soy quien para evaluar la importancia
de las licencias que las películas de Jackson se están
tomando respecto a los libros, porque no los he leído. Pero, a
juzgar por los comentarios que aparecen en los foros de internet,
diría que, dada la magnitud de la historia, no son demasiado importantes.
Creo que la esencia de la historia y de la mayoría de los personajes
se está respetando, y que la ambientación resulta impecable. Sinceramente
creo que algunas críticas son muy poco razonables. Tengo la impresión
de que Jackson ama realmente los libros, y, en la medida
de lo posible, está siendo muy fiel a las novelas. Por eso me
sorprende la vehemencia con la que los aficionados están criticando
algunas licencias que, al parecer, el director se ha tomado. Sinceramente,
creo que se está siendo demasiado duro con él.
En general todos tenemos poco
sentido del humor cuando alguien se mete en un terreno que consideramos
nuestro, pero deberíamos no tomarnos las cosas tan a pecho. Es
muy bonito pertenecer a algo, formar parte de un grupo (en este
caso un pequeño grupo de decenas de millones de personas)
que se sabe de memoria el mapa de la Tierra Media, usar saludos
secretos, o incluso hablar élfico en la intimidad. Pero no creo
que haya que demonizar a Peter Jackson por realizar algunos
cambios, y menos aún sin conocer los motivos.
Todo esto me recuerda un experimento
se llevó a cabo una vez (no esto seguro de cuándo ni quién, así
que agradecería que algún lector más informado que yo me lo aclarase).
Alguien exhibió un cuadro en el que aparecía una pipa de fumar
con el siguiente texto: “Esto no es una pipa”. La gente se quedaba
perpleja. Por mucho que miraban el cuadro aquello les seguía pareciendo
una pipa. Finalmente el autor del acertijo dio la solución, tan
obvia que a nadie se le había ocurrido: efectivamente aquello
no era una pipa, sino el dibujo de una pipa. Existe una gran diferencia.
De igual modo, al valorar las
películas de El Señor de los Anillos no deberíamos olvidar
que estamos hablando de las adaptaciones cinematográficas de una
novela, y no de la novela en sí. Nadie ha profanado la obra de
Tolkien. Los libros siguen siendo los mismos de siempre.
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