Podría parecer que el mostrar
tres acciones distintas aseguraría un ritmo trepidante, pero no
es así. Es cierto que los personajes van de un sitio a otro sin
parar: Frodo y Sam recorren kilómetros hasta llegar a Mordor y,
una vez allí, deciden seguir a Gollum hasta una supuesta entrada
secreta, la cual no acaba de aparecer (habrá que esperar un año);
también Aragorn y sus dos colegas corren lo suyo para dar con
los orcos, pero no lo suficiente porque llegan tarde. Aunque los
personajes se mueven mucho, movimiento físico no es sinónimo de
entretenimiento, y lo cierto es que toda esta parte de la película
carece de garra. Todo parece algo así como el vídeo de una boda
y que los protagonistas te enchufan en cuanto te descuidas. En
el mejor de los casos esos vídeos son insoportables, pero entusiasman
a las familias de los novios. Las películas de El Señor de
los Anillos funcionan un poco igual, aunque en este caso las
familias de los novios (los aficionados a los libros) son millones
de personas entusiasmadas con la idea de ver a sus héroes hechos
carne, aunque estos limiten a moverse de un lado a otro y a soltar
diálogos no demasiado interesantes.
Volvamos de nuevo a la escena
inicial de la pelea entre Gandalf y Balrog. Desde el punto de
vista de la estructura del guión esa escena no pinta nada en absoluto
en ese momento. ¿Por qué aparece ahí? Narrativamente lo lógico
hubiera sido colocarla en el momento en el que reaparece Gandalf,
mientras explica cómo se salvó (de hecho, ahí vemos otros momentos
de esa lucha). A posteriori uno se da cuenta de la razón de que
la escenita de marras aparezca al principio: se trata, simplemente,
de comenzar la película de forma arrolladora para animar
el espectador, ya que lo cierto es que la primera parte de la
película es totalmente olvidable.
El guión de Las dos Torres,
como ya hemos dicho, nos cuenta tres historias distintas. La correspondiente
al supuesto protagonista, Frodo, resulta plana. La única baza
fuerte de este apartado es la presencia de Gollum, personaje que,
pese a su brillantez, no es suficiente como para mantener el interés.
Los dos hobbits caminan durante incontables kilómetros para llegar
a algún sitio pero, a partir de cierto punto, ya no tenemos claro
cuál es (como en las películas de James Bond, en las que la mayoría
de las veces nos perdemos en algún momento, y ya no sabemos qué
demonios es lo que tiene que hacer 007; uno se limita a disfrutar
del espectáculo). Tampoco me parece eficaz la forma en que está
narrada esa terrible lucha interna que Frodo entabla consigo mismo
para evitar dejarse vencer por el anillo, y la aparición del Faramir,
un personaje sin demasiada garra, no resulta especialmente memorable.
Las aventuras de Pippin y Merry,
por su parte, son más sosas aún. Tras ser rescatados de los orcos
que a punto están de comérselos, se encuentran con Barbol, dando
lugar a algunas de las secuencias más pesadas de la película.
Los Ents están brillantemente realizados pero, una vez más, el
aparato técnico no es suficiente, y la intervención de los árboles
vivientes resulta cargante. Parece como si los dos amigos pasaran
días subidos encima de Barbol hasta llegar a ese entcuentro que
decidirá si las criaturas participarán o no en la guerra por la
Tierra Media. Sólo al final, cuando arrasan Isengard en una espectacular
escena, se siente uno parcialmente recompensado por lo que ha
tenido que soportar hasta ese momento.
Sin duda es la parte de la película
protagonizada por Aragorn, Legolas y Gimli la más interesante
y divertida, pese a contar también con numerosos puntos muertos.
Los tres amigos comienzan corriendo sin parar durante días para
intentar rescatar a Pippin y Merry. En esta sección comprobamos
dos cosas: que el equipo de la película aún tenía pagadas algunas
horas de helicóptero para rodar imágenes aéreas; y que Gimli,
un personaje hosco y malhumorado en la entrega anterior, de repente
se ha convertido en el C3PO de la película. Para decepción del
espectador, los tres amigos no llegan a pelear con los orcos:
Éomer y sus hombres se les adelantan.
Gandalf el Blanco
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Mientras buscan a los dos hobbits,
Aragorn y compañía se llevan una gran sorpresa: Gandalf está vivo.
Lástima que los espectadores no compartan su asombro. Entre los
que ya habían leído los libros, y los que habían visto el trailer
de la película, casi todos sabían que el mago seguía vivo. Y hay
otro grupo que también lo sabía, grupo entre el cual me encuentro:
me refiero a las víctimas de los seguidores del anillo. Cuando
fui a ver la primera entrega tenía sentados a mi lado a un grupo
de espectadores que, evidentemente, adoraban los libros. Cuando
Gandalf cae al abismo arrastrado por Balrog, uno de estos muchachos
le dijo a un amigo “Pero no ha muerto, ¿verdad?”. No entendí el
motivo de ese comentario: estaba seguro de que ambos sabían que
Gandalf volvería, y que ambos sabían que el otro lo sabía. ¿Por
qué fastidiar entonces la sorpresa a todos aquellos que no sabíamos
nada de aquello? No tuve más remedio que darle las gracias. De
igual manera, al terminar de ver Las dos torres, una simpática
pareja que se encontraba detrás de mí tuvo la amabilidad de explicarme
quién era esa “Ella” a la que se refería Gollum.
Pero sigamos con la película.
Llegamos a Rohan, con exorcismo real incluido, y todo sigue siendo
soso, mediocre, con poca garra: uno espera que suceda algo que
colme sus expectativas, pero no llega a suceder. Incluso cuando
parece que la cosa empieza a animarse, con el éxodo de las gentes
del rey Théoden y esa escena del enfrentamiento con los jinetes
orcos, aún tenemos que soportar escenas gratuitas y superfluas.
El largo inserto de Arwen y su padre, la aparición del personaje
de Cate Blanchet, la aparente muerte y posterior retorno de Aragorn
(muerte que, por otra parte, ningún espectador se ha creído),
o esos caprichosos cambios de idioma que, en la mayoría de los
casos, carecen de justificación, dan lugar a escenas totalmente
superfluas.
Afortunadamente, nos queda el
abismo de Helm.
Me quito el sombrero ante esa
estupenda secuencia; no recuerdo haber visto una batalla tan impresionante
ni elaborada. La preparación y el desarrollo de la escena transmiten
perfectamente la tremenda situación de los defensores de la fortaleza,
enfrentados a un sobrecogedor enemigo que saben que no podrán
vencer. Por otra parte, el desarrollo de la batalla, resulta muy
interesante desde el punto de vista estratégico, y es aquí donde
Aragorn, Legolas y Gimli dan la medida de su heroísmo y valía
como guerreros. Son muchos los momentos emocionantes que se producen
en esta secuencia, como la llegada del ejército elfo (ante el
alivio de todos los defensores de la fortaleza), la apertura de
la brecha en la muralla, la retirada al fortín, o la llegada de
Gandalf con los hombres de Éomer (realmente soberbia la imagen
de los dos ejércitos chocando). Es en esta batalla en la que,
a mi entender, todo el espectáculo y colosalismo que se podía
esperar de esta adaptación toma cuerpo por fin. Cine memorable
al cien por cien.
Pero, curiosamente, la tremenda
fuerza de esta secuencia es un arma de doble filo. Los responsables
de Las dos Torres, siendo conscientes de la brillantez
de esta parte del filme, parecen haber basado la eficacia de toda
una película de 3 horas en estos escasos 40 minutos (¿qué recordaríamos
de la película si no existiera la batalla del abismo de Helm?).
De hecho, gran parte de la promoción de la película se basó en
la grandiosidad de una escena que se sitúa al final (¿estaba también
al final del segundo libro?), para que el espectador salga del
cine con un buen sabor de boca, pese a las flojas dos horas anteriores,
como si una secuencia, por soberbia que resulte, pudiera ocultar
todas las carencias de una obra que, en conjunto, no acaba de
funcionar.
La misma irregularidad de guión
que ya se daba en La comunidad del Anillo vuelve a repetirse,
aún más claramente, en esta segunda parte. Desde mi punto de vista,
y a pesar del colosal éxito comercial que están obteniendo las
películas de la saga, por el momento están resultando decepcionantes.
No dudo del enorme esfuerzo de producción que ha supuesto realizarlas,
ni de la capacidad que ha demostrado Peter Jackson para
coordinar toda la empresa, ni se puede negar que el diseño y el
acabado de la producción son realmente magistrales, pero, desde
el punto de vista cinematográfico, los resultados son excesivamente
irregulares. En realidad creo que la parte más brillante del trabajo
del director neozelandés fue la de convencer a los productores
de que encargasen el proyecto a alguien con semejante filmografía
a sus espaldas.
Tras haber visto las dos primeras
entregas de la saga estoy convencido de que la trilogía de Tolkien
sin duda proporciona material para una buena película, pero tal
vez no para tres. Tanto Las dos Torres como La Compañía
del Anillo me parecen películas totalmente irregulares que
ofrecen algunas secuencias magníficas y otras, bastante más, muy
flojas. Tras casi 6 horas de visionado (extras de DVD aparte),
uno se pregunta si esto era todo, si ésta es la historia de la
que llevaba oyendo hablar durante toda la vida. Porque, a pesar
de lo dilatado del metraje, no se nos ha contado gran cosa. Y
lo que es peor: lo que se nos ha contado se nos ha contado de
forma bastante aburrida, lo cual, en el cine, me parece imperdonable.
Rodaje Las Dos Torres
|
Curiosamente creo que uno de los
motivos de que la trilogía cinematográfica esté resultando fallida
son los esfuerzos que Jackson ha hecho para mantenerse
fiel a los libros. A juzgar por lo visto en las películas, las
novelas que componen la trilogía de Tolkien tienen un carácter
más descriptivo que narrativo. Estoy seguro de que resulta fascinante
la imaginación y meticulosidad con la que el autor describe personajes,
escenarios, razas e idiomas. Estoy seguro que es eso lo que ha
enganchado a millones de lectores: el sentirse inmersos dentro
de un mundo fantástico, distinto al real, pero absolutamente realista
gracias a esas meticulosas descripciones. Pero desde el punto
de vista narrativo, la historia no es tan interesante; y el cine
es más narración que descripción. Si los responsables de las películas
hubieran tenido el “valor” de meter la tijera en las novelas de
Tolkien eliminando personajes, escenas y subtramas, estoy
convencido de que podría haber conseguido una película (sólo una,
aunque durase cuatro horas), realmente memorable. Pero por motivos
comerciales (para alargar el negocio), o por un sincero amor a
las novelas de El Señor de los Anillos, las películas acumulan
material que, siento decirlo, en muchos casos carecen de función
narrativa.
Hace un par de años un norteamericano
cogió una copia La amenaza fantasma y realizó un montaje
propio, eliminando material superfluo (que también abundaba en
la película de Lucas). La versión que elaboró, más corta
que la original, era, al parecer, bastante mejor. Los DVDs incluyen
con frecuencia escenas eliminadas. Yo espero que algún día incluyan
también escenas eliminables, de modo que el usuario pueda
cortar donde quiera y elaborar su propio montaje: frente al montaje
del director propongo el montaje del espectador. Creo que eso
permitiría conseguir versiones de la trilogía de los anillos mucho
más ajustadas que las que se están estrenando.
En definitiva, pese a sus muchos
aciertos, considero que las actuales adaptaciones cinematográficas
de El Señor de los Anillos resultan muy descompensadas
y excesivas. Excesivas en cuanto a metraje y elementos, precisamente,
insisto, por no querer mutilar una obra que cuenta con
millones de seguidores. Seguidores que pienso deberían agradecer
esto, aunque muchos de los demás espectadores lo lamentemos.
Y creo que los fanáticos de la
trilogía de Tolkien deberían estar agradecidos a Peter
Jackson porque creo que está ofreciendo la adaptación más
fiel posible. Aunque, por desgracia, eso no significa que nos
esté ofreciendo las mejores películas posibles.
^ Arriba
© 2003 Iñaki Bahón
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