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Iván Fernández Balbuena (cebra), mayo de 2003
Vida
William
Olaf Stapledon nació el 10 de Mayo de 1886, en un pueblecito (hoy
suburbio) cercano a Liverpool y en el seno de una rica y acomodada
familia burguesa típica de la Inglaterra industrial. El negocio
familiar consistía en proveer de carbón y agua a los barcos británicos
que cruzaban el Canal de Suez, lo que obligaba a sus padres a pasar
largas temporadas en la ciudad egipcia de Port Said. De hecho, Olaf
pasó en dicha ciudad sus primeros seis años de vida, y su ambiente
exótico y cosmopolita debió de influir profundamente en su carácter.
Su padre, William Clibbet Stapledon, mantuvo
una magnifica relación con su hijo toda su vida y fue, probablemente,
su más importante influencia, educándolo de una forma abierta, moderna
e inculcándole un gran amor a la lectura, a las ciencias naturales
y a la náutica.
Las relaciones con su madre, Emmeline Miller
Stapledon, una mujer de carácter posesivo y siempre temerosa por
la salud de su hijo, fueron más difíciles. A pesar de todo, Emmeline
también era una gran aficionada a la lectura y fue la encargada
de iniciar al joven Olaf en el estudio de las ciencias sociales
y en ponerle en contacto con John Ruskin, un intelectual de gran
prestigio en la época, compañero del escritor William Morris y del
pintor Dante Gabriel Rosetti, fundador junto con estos del movimiento
Arts and Crafts (contrario a la industrialización) y socialista
convencido. Ruskin fue, sin duda alguna, la otra gran influencia
en la juventud de Stapledon.
Su educación fue esmerada y moderna (nada extraño
vistas las ideas de sus padres). Sus primeros años como estudiante
los pasó en Abbotsholme, una escuela experimental muy diferente
a los famosos internados británicos de la época. Sus estudios universitarios
los realizó en el Balliol College de la Universidad de Oxford, consiguiendo
un doctorado en historia. Posteriormente, realizó estudios post-grado
de literatura, psicología e historia industrial en la Universidad
de Liverpool.
Su formación universitaria, las influencias de
Ruskin y de sus padres acabaron llevándole a adquirir una serie
de firmes convicciones que nunca abandonó a lo largo de su vida.
Stapledon se definía a sí mismo como socialista, pacifista y agnóstico.
Tres características que le convertían en un personaje poco convencional
en la conservadora sociedad de la época. Y, sin embargo, estas convicciones
tuvieron siempre un matiz muy personal.
Fue un agnóstico muy particular que llenó muchos
párrafos de sus libros con visiones de un misticismo lírico y que
creía fervientemente en la posibilidad de trascendencia del ser
humano a través del proceso evolutivo.
Como socialista eligió un estilo muy "inglés",
más partidario de la reforma que de la revolución, defensor de las
libertades, crítico con los excesos comunistas e individualista
(nunca se afilió a ningún partido). Más bien, al igual que a otros
muchos intelectuales contemporáneos suyos, podríamos calificarlo
de "compañero de viaje" más que de marxista genuino.
Pero, sobre todo, nos encontramos ante un pacifista
convencido: participó en el cuerpo de ambulancias durante la Primera
Guerra Mundial al negarse a entrar en el ejército inglés, y defendió
la desobediencia civil y la no violencia como únicas formas de lucha.
Sin embargo, también describió en sus obras (especialmente en First
Men in London) los complejos sentimientos que sufrió durante
la Primera Guerra Mundial, sintiendo que el cumplir con lo que su
conciencia le exigía no dejaba de ser visto como una cobardía por
una buena parte de sus compatriotas aunque, a la vez, estuviesen
agradecidos por los magníficos servicios que el cuerpo de ambulancias
realizaba durante la guerra. Finalmente, el ascenso del nazismo
y la Segunda Guerra Mundial le obligaron, temporalmente, a dejar
de lado su no violencia y a apoyar y justificar dicho conflicto.
Una vez finalizados sus estudios universitarios
y la guerra, Stapledon fracasó en conseguir un trabajo estable.
Sus convicciones morales (nunca escondidas) le impidieron acceder
a un puesto permanente de profesor universitario, aunque a lo largo
de toda la vida ocupó de forma interina cargos de este tipo en la
Universidad de Liverpool y, ocasionalmente, dio clases de secundaria
y de formación de adultos (encuadradas en los esfuerzos por educar
a la clase obrera típicos del socialismo ingles). Sus intentos de
continuar con el negocio paterno que le llevaron de nuevo, brevemente,
a Port Said tampoco acabaron bien. Finalmente, vivió durante toda
su vida de sus escritos, sus trabajos eventuales como profesor y,
principalmente, de la cuantiosa herencia de su padre, fallecido
en 1932.
En 1919, Olaf se casó con una prima suya, Agnes
Zena Miller (Nueva Zelanda 1894), con la cual tendría dos hijos.
El buen carácter de Stapledon y sus propios principios morales (opuestos
al machismo o paternalismo imperantes en su época) hicieron de él
un marido y padre ideal. Su vida familiar sólo puede calificarse
de idílica.
De esta forma plácida y relajada, se mantuvo
la vida de los Stapledon hasta la muerte de Olaf. Sólo podemos señalar
unos pocos acontecimientos excepcionales que rompieron esta aparente
monotonía. Uno de ellos tuvo lugar en 1939. En aquella época, Stapledon
ocupaba de forma interina un cargo de profesor en la Universidad
de Liverpool. El decano de la universidad informó al claustro de
profesores del inicio de la persecución antisemita en Austria y
Alemania y cómo muchos judíos empezaban a ser enviados a "campos
de trabajo", solicitando a los profesores que se ofreciesen voluntarios
para acoger a estudiantes judíos de Viena en sus casas, en un esfuerzo
por salvar sus vidas. Sólo seis profesores dijeron que sí, y Stapledon
fue uno de ellos. De esta forma, Wolfgang Brueck, un judío converso
austríaco, salvó su vida y pasó a compartir casa con los Stapledon,
llegando a convertirse, según sus propias palabras, en un hijo adoptivo
de la familia y sintiéndose toda su vida muy unido a Agnes, su "segunda
madre".
Otro momento de incertidumbre y dureza fue la
propia Segunda Guerra Mundial. Su hijo se enroló en la marina y
fue uno de los pocos supervivientes del hundimiento de su barco.
Además, Wolfgang Brueck fue recluido en un campo de concentración
del que saldría en 1941 al enrolarse en el ejército inglés.
Finalmente, en 1949, Stapledon decidió participar
en la Conferencia Científica y Cultural por la Paz que tuvo lugar
en marzo de aquel año en Nueva York. La situación internacional
era extremadamente tensa, la Guerra Fría acababa de empezar, el
bloqueo de Berlín estaba en su apogeo y muchas voces pedían el inicio
de una guerra con la URSS mientras Estados Unidos tuviese aún el
monopolio de la bomba atómica. En esas circunstancias se montó la
Conferencia, organizada probablemente con el apoyo de Moscú, como
un intento de mostrar a la opinión publica internacional que no
todo el mundo en Occidente apoyaba las tesis belicistas de Estados
Unidos. En cierta forma, era también un intento de ganar tiempo
mientras la URSS ultimaba su propia bomba atómica. De los 2.800
delegados que participaron, sólo uno era británico: Olaf Stapledon,
que acudió allí en un intento más de ser fiel a sus ideas socialistas
y pacifistas (en honor a la verdad, fue el único que recibió permiso
del gobierno inglés para participar, probablemente por su carácter
de figura de segunda fila).
La Conferencia en sí tuvo algo de positivo. El
fandom estadounidense acudió en masa a su conferencia y luego le
pidió autógrafos, algo que le hizo mucha gracia y le permitió darse
cuenta de su popularidad fuera de su país. Pero en general, fue
una amarga experiencia. Unos meses después de su final, la URSS
lanzaba su primera bomba atómica y el equilibrio de terror iniciaba
su larga vida. Olaf se sintió manipulado y a partir de ese momento
fue enormemente crítico con la URSS y los partidos comunistas afines.
Poco importaba ya esta renuncia de su socialismo
en aras de su pacifismo. El 6 de Septiembre de 1950 Olaf Stapledon
fallecía víctima de un infarto.
Obra
La producción literaria de Stapledon es bastante
abundante. Sin embargo, la que podemos encuadrar dentro del término
ciencia ficción, es mucho más escasa. A lo largo de su vida escribió
muchos libros de poesía, ciencias sociales y filosofía. Todos ellos
han pasado a mejor vida y ni siquiera en filosofía, el campo donde
más duramente trabajó, su nombre ha perdurado.
No
obstante, una parte mínima de su producción sí que ha sobrevivido
y goza de gran aceptación incluso en nuestros días: sus libros de
ciencia ficción. Ahora bien, conviene hacer una pequeña puntualización.
Hasta muy tarde, Stapledon no era consciente de que estaba escribiendo
ciencia ficción. Desconocía totalmente la existencia de las revistas
pulp estadounidenses y, sencillamente, se creía un continuador de
las novelas científicas de H. G. Wells. No sería hasta 1937
cuando, tras el éxito de Hacedor de estrellas, se pusiese
en contacto con el escritor británico de ciencia ficción Eric Frank
Russell y empezase a conocer todo el mundillo del pulp y el fandom
estadounidense.
Esta situación no era nada rara en aquellos años
y ha llevado a los críticos a hablar de dos tradiciones dentro de
la ciencia ficción: la norteamericana, deudora de las revistas pulp,
y la europea, heredera de Jules Verne y H. G. Wells. Y no olvidemos
que, en los mismo años en los que Stapledon escribía, otros autores
de su generación como Huxley, Orwell, Zamiatin, Kubin, Capek, Junger,
Hesse, Bulgakov,... estaban pasando por situaciones similares.
¿Significa esto que Stapledon creó su obra de
la nada? Ni mucho menos. Sus influencias pueden rastrearse en muchos
sitios. Como lector compulsivo, sabemos que había leído y apreciado
libros de ciencia ficción primitiva como los de Daphne du Marier
(Peter Ibbetson), David Lindsay (Un viaje a Arturo),
Samuel Butler (Erewhon), M. P. Shiel (La Nube Púrpura),
William Morris (Noticias de Ninguna Parte), Jules Verne,
H. G. Wells y, sorprendentemente, Edgar Rice Burroughs, sin olvidarnos,
por supuesto, de Huxley y su Un Mundo Feliz, auténtico éxito
editorial en la época.
Otras influencias son más directas: el poema
Eureka (1848) de Edgar Allan Poe, donde se prefigura una
cosmogonía similar a la de Hacedor de Estrellas; la
novela de William Hope Hodgson La Casa en el Confín de la Tierra
(1908), donde aparece un sol "inteligente" en un universo formado
por objetos cósmicos sintientes; El Mundo Subterráneo (1929)
de S. Fowler Wright, novela protagonizada por los herederos evolutivos
de la raza humana; y, especialmente, el ensayo del prestigioso genetista
J.B.S. Haldane The Last Judgment: a Scientist’s Vision of the
Future of Man (1927) que presentaba un esquema sobre la futura
evolución de la humanidad muy parecido al de Primera y Última
Humanidad.
En líneas generales, la obra de Stapledon se
puede dividir en dos grandes grupos: ensayos filosóficos con forma
de novela y novelas y relatos de ciencia ficción más tradicionales.
De momento, hablaré únicamente de sus libros traducidos al español
(todos disponibles en Minotauro).
El
primer grupo está formado por sus dos obras más famosas y perdurables:
Primera y Última Humanidad (1930) y Hacedor de Estrellas
(1937). La primera crea directamente toda una temática dentro de
la ciencia ficción: la de la historia futura. Novelas o, más bien,
sagas que explican la evolución de la humanidad y sus sociedades
en el futuro. Stapledon fue el primero pero también el más ambicioso.
En su novela vemos la aparición de 18 humanidades a lo largo de
2 billones de años. La primera somos nosotros, mientras que el resto
van surgiendo a través de la evolución o fabricadas por humanidades
anteriores. El proceso histórico es abrumador y nos lleva hasta
la extinción de la propia raza humana con el final de nuestro Sistema
Solar.
Por
si esto no era suficiente, en 1937 publica una obra más ambiciosa
aún, Hacedor de Estrellas. El protagonista, un alter ego
del propio autor, mediante un proceso místico de fusión de mentes,
es capaz de recorrer la historia de todo el cosmos así como de sus
razas y conflictos hasta hallarse cara a cara con el propio Hacedor
de Estrellas que da título al libro, una especie de deidad inmortal
que fabrica universos como un artista crea sus obras, en busca de
la perfección y la belleza.
Se puede decir que todas las grandes ideas que
la ciencia ficción ha utilizado hasta ahora aparecen en estos libros,
auténticas minas de oro para los futuros escritores: imperios galácticos,
razas alienígenas de todo tipo (incluidos varios simbiontes), ingeniería
genética, ecología, sobrepoblación, inmortalidad, civilizaciones
extraterrestres, guerras interestelares,...
Sin embargo, ninguno de los dos son libros fáciles
y han sido citados más veces que leídos. No son novelas al uso;
no hay tramas ni personajes y el eje temporal es realmente inconcebible.
Tanto su estructura formal como su estilo y técnica las sitúan en
un terreno más cercano al ensayo filosófico que a la narrativa.
Así pues, libros, como ya he dicho, difíciles pero que si se consiguen
leer son también tremendamente reveladores y apasionantes. Vamos,
un esfuerzo que merece la pena.
Sus
novelas de ciencia ficción más tradicionales son también dos y ambas
con temática similar: la genialidad sobrehumana. Nos estamos refiriendo
a Juan Raro (1935) y Sirio (1944). En la primera somos
testigos de la aparición del siguiente paso evolutivo de la humanidad,
o utilizando la jerga de Stapledon, del surgimiento de la Segunda
Humanidad. Juan Raro, el protagonista de la historia, es un genio,
tanto por su inteligencia como por sus poderes paranormales. A lo
largo del libro se nos expone de forma magistral los problemas de
Juan para encajar en nuestra sociedad, sus dificultades sexuales
(a fin de cuentas, para él, mantener relaciones con nosotros es
casi zoofilia), su exitosa búsqueda de otros mutantes, la creación
de una civilización al margen de la nuestra, y el choque final entre
ambas.
Sirio,
en cambio, es un perro ovejero (quizás un trasunto de Rip, el terrier
que Olaf niño tuvo en Port Said y que definió como "su mejor amigo
de la infancia"), al que mediante la experimentación se potencia
su cerebro hasta lograr hacerlo más inteligente que los propios
seres humanos. Como Juan Raro, Sirio es un desclasado, un ser solitario
y amargo, rechazado por perros y humanos, con eternos problemas
sexuales (lógicamente está condenado a enamorarse de una humana
al ser ésta la única especie que tiene un cerebro similar al suyo),
sólo que en su caso, la situación es más dramática ya que la muerte
del científico que le creó le condena a ser alguien único de por
vida.
Ambos libros tienen un punto de partida muy similar
y estructuras parecidas, pero hay dos temas que manejan perfectamente.
Uno es el mostrarnos a entes superiores a nosotros y hacerlo de
tal forma que nos demos cuenta de una forma real de esa superioridad,
algo nada fácil. El otro es la atormentada sexualidad de los protagonistas
y la falta de prejuicios con la que la afrontan: el incesto con
su madre, en el caso de Juan Raro, y una relación estable con la
hija del científico que le creó, en el caso de Sirio. Como curiosidad,
Methuen, la editorial que publicó todos sus libros, se negó a editar
Sirio por considerarlo casi pornográfico, al plantear una
relación zoofílica como algo no sólo posible si no deseable.
Si sus novelas filosóficas son complejas, éstas
otras son mucho más sencillas y están escritas de una forma terriblemente
amena y efectiva. Probablemente son el mejor sitio para iniciarse
con este autor.
Dentro de esta temática no podemos olvidar una
obra menor, el único relato en castellano de Stapledon, Un Mago
Moderno (Ciencia Ficción Selección 40, Bruguera). Olaf, practicó
poco el género corto, apenas media docena de cuentos que en su mayoría
se publicaron póstumamente. Éste en concreto vuelve al tema de el
ser humano con poderes superiores a la media (en este caso telequinesia),
sólo que el protagonista es claramente malvado y no duda en experimentar
cruelmente con nosotros mientras perfecciona sus habilidades. En
cualquier caso, una obra menor (y no por su tamaño).
Sin traducir, existen otros muchos libros de
Stapledon, pero no tan magistrales como los publicados por Minotauro.
La gran mayoría son del primer tipo: ensayos filosóficos novelados,
aunque con una temática de ciencia ficción mucho menor. Entre otros
podríamos destacar: The Opening of the Eyes, A Man Divided,
Waking World, Darkness and the Light, Death into
Life, Youth and Tomorrow, etc.
Del segundo tipo, destacan dos novelas. Last
Men in London (1932) es, probablemente, su mejor inédito. Ambientado
en el mismo universo que Primera y Última Humanidad, trata
sobre la relación de amor que se produce entre uno de los Últimos
Hombres y otro de los Primeros (nosotros) a través de eones de tiempo.
La mayor parte está ambientada en la década de los 10 de siglo XX
y algunos capítulos, como los situados en la Primera Guerra Mundial,
son claramente autobiográficos.
The Flame: a Fantasy (1947) fue su última
obra de ciencia ficción, una amarga recreación del conflicto entre
una pacífica y evolucionada raza de seres que viven en el Sol y
la humanidad. Estos solarianos se ofrecen a guiar a la raza humana
en su camino para evitar nuevos errores como las guerras mundiales.
La humanidad, temerosa de que esto signifique su conversión en una
especie de animal doméstico, decide exterminarlos.
Los Herederos
Stapledon fue un autor de éxito en su época,
sus libros recibieron críticas favorables, se vendieron bastante
bien y gozaron de aprecio por parte de todo tipo de lectores. La
mayor parte de su obra se publicó también en USA y muchos fueron
traducidos a varias lenguas, incluida una edición española de Primera
y Última Humanidad por Aguilar en 1931.
Por todo ello, las influencias de Olaf Stapledon
entre los posteriores escritores de ciencia ficción son incontables.
Pero éstas fueron más temáticas que formales. Nadie se ha atrevido
a seguir los pasos de Hacedor de Estrellas y ese tipo de
ensayos filosóficos de ciencia ficción se ha convertido en una vía
muerta, un callejón sin salida, un subgénero que nace y muere con
el propio Stapledon.
El único autor que mantuvo algo, siquiera ligeramente,
de esta aproximación filosófica a la ciencia ficción fue Arthur
C. Clarke. Fascinado desde joven por Primera y Última Humanidad,
en sus mejores libros, como El Fin de la Infancia y La
Ciudad y las Estrellas, se recoge algo de ese interés filosófico
por la evolución de la humanidad y su capacidad de trascendencia
a través de los eones.
En cambio, las ideas de Stapledon han sido saqueadas
sin recato y es prácticamente imposible reflejar todas las obras
y autores sobre los que influyó. Mencionemos únicamente los conceptos
de imperios galácticos, civilizaciones extraterrestres y conflictos
interestelares, desarrollados posteriormente por autores clásicos
como Isaac Asimov, A. E. Van Vogt, E. E. Smith y una larga pléyade
que continúa hasta nuestros días y que incluye a películas y series
tan famosas como Star Trek o La Guerra de las Galaxias.
En
cuanto a las Historias del Futuro, el éxito de Primera y Última
Humanidad fue imitado por autores como E. E. Smith y su serie
de los Lensmen, Robert Heinlein, creador del término, Poul Anderson
y su Liga Polisotécnica, Larry Niven y sus Historias del Espacio
Reconocido, y Stephen Baxter y su guerra eterna entre los Xeele
y los Fotinos.
Mucho más fácil es rastrear las influencias que
han dejado Juan Raro y Sirio. El tema de la inteligencia
desarrollada hasta limites sobrehumanos y del drama que esto supone
fue ampliada por Daniel Keyes en Flores para Algernon. Unida
a esta idea tenemos el debate sobre cómo será el siguiente paso
evolutivo, la Segunda Humanidad, y cómo se relacionara como el Homo
Sapiens, tema recurrente y tratado entre otros por Theodore
Sturgeon en Más que Humano y Henry Kuttner en Mutante.
En cuanto a los perros de inteligencia aumentada,
se han convertido en una parte más de la parafernalia típica de
la ciencia ficción. Ahora, no me resisto a mencionar dos libros
en los que su papel alcanza un gran protagonismo: Ciudad
de Clifford D. Simak, donde los sucesores de Sirio heredan la Tierra,
y El Señor de los Sueños de Roger Zelazny, donde Sigmund,
el perro lazarillo de la ciega protagonista, se convierte en un
secundario de lujo. No puedo dejar de mencionar un magnífico y estremecedor
relato de Harlan Ellison titulado Un muchacho y su perrro,
quizás la mejor creación de cánido inteligente desde Sirio pero,
como sabrá cualquiera que haya leído ambas historias, totalmente
alejado del espíritu de Stapledon.
Para Saber Más
Existe un magnifico articulo de Sam Moskowitz
titulado Olaf Stapledon: the Man behind the Works. Puede
consultarse en www. Geocities.com/Athens/Agora/7628/stapledon/bio.html.
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