por Sergio
Gómez Reinaldos, julio 2003
No
toda ignorancia literaria nos avergüenza del mismo modo. Para cualquier
aficionado español del fantástico y, dentro de éste, del terror,
Lovecraft, Poe o Barker son de obligado conocimiento. W. H. Hodgson
hasta hace poco no. Nadie se avergonzaría admitiendo no saber quien
era. ¿Por qué? La respuesta es más difícil que un simple “porque
no está a la altura de los otros” y pasa por factores como el azar,
el subjetivismo empresarial que decide si publicar o no tal material,
la necesidad de no copar un mercado con todo lo que hay y restringirse
a unos pocos autores reconocidos... No basta con ser un genio. Además
de serlo has de tener la suerte de que la publicidad esté contigo.
Y los editores también, claro.
En cualquier caso, un buen día, alguien decide
publicar los relatos marinos del escritor inglés y voilà!, un grupo
de seguidores en habla castellana aparecen como setas para rendirle
tributo. Si quieren buscar un ejemplo de admirador incondicional
aquí me tienen, yo les sirvo. ¿Pero qué sabemos en España sobre
Hodgson? En mi muy modesta opinión, bien poco. Vayamos hasta el
principio y ordenaremos las piezas que he conseguido de este rompecabezas
improvisado. Si encuentran que faltan piezas clave les agradeceré
que me las remitan en forma de mensaje. Este tipo, Hodgson, parece
interesante...
Inglaterra, tierra de fantasía
Para los aficionados es común el mito de que
la tradición anglosajona es bastante más amable con la ficción fantástica
que la hispana. De hecho no es difícil encontrar aficionados que
aseguran que escribir un cuento de horror o de fantasía allí no
está penado con la etiqueta de pueril o absurdo. Y creo que como
mito no funciona porque podemos creerlo. Al menos si nos atenemos
al hecho de que han escrito género fantástico plumas tan prestigiosas
como Shakespeare, Oscar Wilde (y muy bien, por cierto, aunque no
olvidemos que era irlandés), Henry James (aunque sin excesos, algo
tal vez más atmosférico), Chesterton, H. G. Wells, Stevenson (en,
ejem, Escocia), Kipling (en la India y fuera de sus fronteras),...
La lista es larga y fructífera. Y aunque no es el tema, citaré a
los franceses Balzac o Flaubert como ejemplo de que los más grandes
han amado lo imposible. Y a Borges le debemos algunos ensayos más
que interesantes sobre el tema. Dicho esto podemos entender que
Hodgson no es un rara avis en su hermoso y ajardinado país.
¡Lo curioso es que incluso en su propio país, con los vientos favorables
a su estilo, estuvo a punto de desaparecer en mitad de la ignorancia
y el olvido!
15 de Septiembre de 1877, saludamos al pequeño
Hodgson
William Hope Hodgson, hijo de un clérigo de Essex,
retoño dentro de una familia numerosa con doce hijos, no lo tuvo
fácil desde su más tierna infancia. Los excesos de la natalidad
nunca han propiciado la comodidad de los hijos. Y hablamos de otros
tiempos, esos en que los hijos abandonaban el nido a la primera
posibilidad, con o sin contrato inmobiliario o hipotecas o subvenciones
del gobierno. Lo importante era la fuga del hogar paterno que, imagino,
no sería la fuente de comodidades que nos ofrecen ahora los nuestros.
Tampoco los padres pensaban entonces como ahora. La ciudad ya era
un lugar donde se disparaban los precios y existía la plaga de la
especulación (al menos en Londres y en su infernal West End que
conocemos por Jack London). Pero Hodgson no buscaba piso ni vivía
en Londres.
Es por eso que a temprana edad el pequeño William
se hizo a la mar enrolándose en la marina mercante de su país, previo
pago de la tasa de embarque. Hodgson viajó cuatro años sobre la
madera de los barcos que le acogieron, bastante menos que su colega
americano de profesión y oficio, el creador de Moby Dick,
Herman Melville. A diferencia de este reconocido (aunque tampoco
en vida) escritor, Hodgson no amaba esas llanuras de océano oscuro,
gigante, misterioso, verdaderamente ominoso. Buscando semejanzas
con Melville hay que decir que el americano también nos muestra
una criatura enorme y terrible: la ballena blanca.
Para los amantes del territorio salado a los
que no les interese la literatura, Hodgson es un traidor. Y es que
el agua del mar que nos narra no es precisamente halagüeña. Más
bien se trata de un criadero de seres fantásticos empeñados en destruir
violentamente al hombre, de barcos repletos de polizones fantasmas,
de catástrofes naturales contra las que un simple cascarón de nuez
no puede hacer nada más que relegar su seguridad a los rezos de
los marineros o a la suerte. Pero de toda experiencia negativa nace
un conocimiento necesario. Sin ese sufrimiento de sus años marineros,
sin esos superiores a los que despreciaba y que veía como gigantes
malvados, autoritarios e injustos, sin el miedo a que la
nueva tempestad fuese la última... nosotros nunca hubiésemos leído
sus maravillosos relatos. Y él tampoco hubiese podido disfrutar
escribiéndolos.
Algunas de sus palabras sobre la experiencia
marítima son duras y rencorosas:
“...siendo un poco débil de constitución tuve
la mala suerte de servir bajo las órdenes de un compañero de la
peor calaña. Era brutal por más que no le diera nunca causa alguna...
hizo mi vida tan desgraciada que al final tuve el coraje de retarle.
Para todo el mundo era como la lucha de un Mastín contra un Terrier,
él era poderoso y sabía como castigar al enemigo. Desde luego me
dio una implacable tunda”.
Y en otras palabras a un amigo, en una carta
de 1905, entendemos algo mejor la debilidad de nuestro escritor:
“Mientras que otros tienen la fortuna de nacer
con setenta y dos pulgadas de alto yo apenas alcanzaba las sesenta
y seis (entre un metro sesenta y siete o sesenta y ocho según mis
cálculos)... Pero a cambio mi escritura es vigorosa, uno no puede
pedirlo todo”
No, desde luego que no. Pero en el mar lo debiste
pasar muy mal.
Claro que la experiencia no debió ser buena,
pero el poso de conocimientos y fantasía que le dejaron sí. Podemos
imaginarle escuchar en las noches de calma chicha, bajo las estrellas
desnudas, las palabras pausadas de un viejo lobo de mar que le pondría
al día de lo que los marineros antiguos habían vivido, habían creído,
habían fantaseado, de sus leyendas y sus mitos... Todo eso le marcó
tanto o más que la disciplina sucedánea del ejército de un buque
de la marina mercante.
Entre
1902-1903, ya en tierra firme y sin deseos de abandonarla, nuestro
autor enseña en la escuela Blackburn y publica algunos artículos
sobre cultura física en las revistas locales. Su éxito o las palmadas
en la espalda de los que le conocieran y le quisieran bien, debieron
hacerle pensar ya entonces en buscarse la vida como escritor. Si
de algo estaba seguro Hodgson era de su buen hacer con la pluma.
De esa época tenemos una curiosa anécdota. El reto de Hodgson a
Houdini.
Los días 24 y 25 de Octubre de 1902 salieron
unos anuncios en la prensa que preparaban el gran reto. Hodgson
había preparado el terreno con mucha sabiduría. La fama de Houdini
como escapista ya era grande por no decir que única. Es por eso
que William debió redactar estas sospechosas palabras que le envió
a Houdini en una carta. Tal vez estaba usando el ingenio para vencer
a la habilidad de Houdini:
Condiciones:
- Traeré mis propios grilletes.
- Usted traerá los suyos.
- Si usted no se libera el premio será donado a la enfermería
Blackburn(¿tramposo pero altruista?)
Si gana usted seré el primero en felicitarle.
En caso contrario, la enfermería saldrá beneficiada.
Houdini aceptó el reto en otra escueta carta.
Con ello aceptaba también las condiciones. O al menos las aceptó
en un principio.
En el Palace Theatre, Houdini y Hodgson serían
atados de manos con grilletes. También se les ataría las muñecas
y las piernas. Ganaría el que antes se escapase de esa trampa autoimpuesta.
Curiosamente, podemos dudar que Houdini pudiese escapar de la trampa
que su rival le había preparado. Pero todo son especulaciones. Los
hechos que conocemos son los que narra una crónica de un periódico
de esa época.
Al parecer Houdini se quejó de buenas a primeras
de los grilletes de su rival. Decía que estaban falsificados, que
los veía forzados. Hodgson respondió que las condiciones que habían
impuesto se habían aceptado previamente: “Cada uno usaría sus
propios grilletes”. Ese era un argumento impecable. Es por ello
que siguieron adelante con el reto frente a un interesado y morboso
público que probablemente quisiera contemplar a Houdini y apostase
por él más que por el desconocido maestro de gimnasia.
Al cabo de media hora de forcejeos el hermano
de Houdini, entre la concurrencia, pidió que liberasen las manos
de su hermano para que le circulase la sangre durante unos minutos.
El doctor de la sala le apoyó y dijo que era lo más conveniente.
Pero Hodgson se negó en redondo. Ese no era el trato y debió sospechar
de la mala fe de su contrincante.
Tres cuartos de hora más y Houdini consiguió
liberar sus manos. Eso le hizo volver a pedir tiempo prestado para
que le circulase la sangre y al cabo de diez minutos seguir con
el resto de la liberación(muñecas y piernas). Hodgson, testarudo,
se volvió a negar. Él ya se había liberado aunque éste es un punto
que no queda explicado con nitidez en la crónica. Lo que está claro
es que cuando Houdini liberó el resto de su cuerpo le dijo a la
audiencia que en catorce años de profesión nunca le habían tratado
con tanta brutalidad y que (erre que erre) los grilletes del otro
estaban forzados, no eran tan “legales” como los suyos. Pero ya
para entonces un policía había ordenado a Hodgson salir de la sala
para evitar disturbios y la tormenta de público airado que se le
avecinaba. A las doce y cuarto de esa mañana la gente abandonó más
o menos decepcionada el teatro.
Más tarde Hodgson alegaría que él no había falsificado
nada y que ya era mucho no haberse retirado de la competición cuando
el otro le había recriminado tanto y con tanta injusticia. ¿Quién
estaba en lo cierto? Bien... Había unas condiciones pactadas y Hodgson
las siguió al pie de la letra. Atendiendo a ese detalle nuestro
escritor es irreprochable. Pero sólo son conjeturas. Como podemos
conjeturar también si Houdini pagó o no el dinero a la enfermería
Blackburn.
Hodgson cambia la gimnasia por la escritura
Por esa época Hodgson, además de sus artículos
a las revistas deportivas, también escribía artículos y ensayos
sobre temas marineros o sociales en gacetas literarias. Viendo que
en el pequeño pueblo de Blackburn el negocio se le estaba viniendo
a pique, y nunca mejor dicho, ya debió comenzar a sopesar la idea
de hacerse escritor a tiempo completo. Y comenzó su carrera literaria.
The Goddesh of Death (Abril 1904)
es su primera historia, vendida al Royal Magazine por
28 dólares. En 1905, en The Grand Magazine (donde
publicaron grandes como Wells, Bernard Shaw o Sheridan Le Fanu),
apareció Un horror tropical. El editor la tachó de
horripilante pero tan magistralmente escrita que podía compararse
con los mejores intentos de Defoe.
Tuvo muy buenas críticas con sus cuentos. Vivía
de ellos más que de las novelas, de las que llegó a publicar cuatro.
Éstas fueron bien recibidas por la crítica pero apenas tuvieron
incidencia en su “nómina”. También publicó un libro de poemas que
se costeó él mismo, esperando recibir beneficios a medias con su
editor. No le fue bien y no ganó nada.
A pesar de todo hay que decir que su primera
novela, Los botes del “Glen Carrig” (1907), es una maravilla
inclasificable catalogada como terror marítimo o de aventuras. Lo
mejor para hacerse una idea de lo que digo es hojear sus páginas,
donde Hodgson recuperó de su pasado lo que había aprendido en su
juventud naviera para relatar unos hechos sorprendentes en los que
se ven envueltos unos marineros que han naufragado. Según José María
Nebreda, un buen prologuista en nuestra lengua de Hodgson, su estilo
del siglo XVIII es como un presagio de lo que hará en su más importante
obra, El reino de la noche. Nos dice también que es una obra
menor pero que se lee con mucho gusto. Es posible que sea cierto.
En cualquier caso, si se lee sin referencia alguna sobre Hodgson
y nos pilla desprevenidos... sorprende gratamente. Los marineros
se las apañan como pueden contra crustáceos gigantes, calamares
no menos desarrollados (los legendarios Kraken) y bancos de algas
que paralizan el barco en mitad del mar por los siglos de los siglos...
Claro que para eso están los heroicos marineros, para salir de cualquier
aprieto que se les presente como modernos campeones del peligro.
La inteligencia que vence la adversidad es uno de los mejores personajes
del libro.
Su novela más famosa es La casa en el confín
de la Tierra, editada por varias editoriales y colecciones,
algunas de ellas muy recientes. En ella se nos explica la soledad
de un hombre que contempla en una casa, por obra y arte de fuerzas
que nuestra mente no puede entender ni entenderá (este nihilismo
lo expresaría muy bien Lovecraft más tarde en sus propios escritos),
el transcurrir de los siglos y el fin de nuestro mundo de aquí a
unos cuantos millones de años. Los reportajes sensacionalistas de
hoy en día que nos desasosiegan con este tema no lo hacen tan bien
como Hodgson. Sin embargo personalmente, mira por dónde, sigo pensando
que a William le va más lo del mar, por más que Lovecraft y otros
me miren resentidos.
Los piratas fantasmas, en palabras del
propio autor, completa la trilogía con las otras dos. Trata del
acoso de un barco por parte de unos piratas sobrenaturales a los
que casi no vemos. Desde el título Hodgson nos explica el tipo de
fenómeno al que nos enfrentamos. La novela, sin embargo, es más
terrorífica cuando todavía no vemos a esos piratas. Los marineros
“parecen ver”, “intuyen”... hasta que el horror se muestra en toda
su desnudez, nítido, hacia las últimas páginas. El relato recuerda
a La niebla de Carpenter. Creo que él también la debió recordar
bastante mientras la hizo.
El reino de la noche, para muchos su mejor
obra, está escrita al estilo del XVII, y es donde Hodgson había
depositado todas sus esperanzas. En ella cuenta las aventuras de
un héroe del futuro en busca de su amada perdida en el peor de los
mundos posibles, con miles de monstruos y criaturas con ganas de
obstaculizar su hermosa labor romántica. Algunos no agradecerán
demasiado el romanticismo del comienzo pero recordemos que todo
era premeditado, que Hodgson experimentaba con el estilo y con la
época de su historia.
El resto de su narrativa más terrorífica hay
que buscarla en forma de cuentos. La voz en la noche, El
terror del tanque de agua, El Albatros (me encantan las
historias de naufragios desde que leí la aventura de Arthur Gordon
Pym, aunque el Albatros es más suave), La nave de piedra...
Sus narraciones no sobrenaturales son también dignas de mención
pero se han publicado como último recurso, cuando los aficionados
demandaban más Hodgson y debía consolárseles con algo.
No obstante su carrera se vio truncada por la
primera guerra mundial. Si los primeros años de su juventud conocieron
el horror silencioso del mar, los últimos conocieron otro peor,
más apocalíptico y terrible si cabe: el de los hombres en guerra.
Aquí tenemos otro motivo para despreciar el horror de la muerte
que los humanos le causan a otros humanos. La primera guerra mundial
se nos llevó a un gran escritor. En 1918 envió una carta a su madre
dónde le describía lo que presenciaba en las trincheras tan bien
como si narrase una obra de ficción:
“...en medio de aquella desolación, se erguían
extrañas, amorfas, vacías masas levantadas por el hombre contra
la Tormenta infernal que rugía por todas partes, noche y día, día
y noche, en mitad de la más atroz Llanura de Destrucción. ¡Dios
mío! Hablar de un Mundo Perdido... Hablar del Fin del Mundo; hablar
de la “Tierra de la Noche”... todo está allí, a no más de doscientas
millas de donde tú te encuentras, ajena a lo que sucede. Y la infinita,
monstruosa, terrible sensación de lo que contemplo... la muerte
que espera, sumergida... Si sobrevivo y, de alguna manera, puedo
salir de aquí (y por favor Dios, espero que así sea), qué libro
podría escribir si mi “vieja” habilidad con la pluma no me ha abandonado.”
Creyendo en su “vieja habilidad” y en la compensación
que la naturaleza le había dado a sus defectos hasta el final de
sus días.
Nunca regresó de esa guerra.
Los juegos de la posteridad
La
fama o el éxito son caprichosos. Hodgson no llegó a saberlo tan
bien como nosotros. O al menos no pudo averiguar lo que el destino
le deparaba a sus escritos tras su muerte. Quizás especuló con una
gloria y un reconocimiento postmortem que compensasen con
creces el talento de su pluma (algo en lo que, como hemos visto,
creía con creces). Sea como sea, sabemos que en 1907 publicó su
primera novela Los botes del “Glen Carrig”. Los prólogos,
siempre los prólogos de sus novelas, nos informan que después publicó,
durante once años, novelas, colecciones de relatos y dos volúmenes
de poesía. Tras su muerte, la escasa fama que había tenido se escapó
por el desagüe del olvido.
En 1920 alguien debió disfrutar con la vieja
edición de su primera novela porque decidió publicarla bajo el sello
Holden & Hardingham de Londres. Once años más tarde se incluyó
un cuento suyo en una importante antología de la Faber & Faber.
En América, H.C. Koening, un joven entusiasta,
se lo debió pasar muy bien leyendo Los botes del “Glen Carrig”.
Eso hizo que le buscase por todas las antologías de su país para
seguir disfrutando del escritor inglés. Pero en América no había
rastros del pequeño marinero. Koenig tuvo que buscarle como un detective
de la literatura por los anticuarios ingleses, que encontraron algunas
ediciones de sus libros. Tras leerlos llegó a la conclusión que
Hodgson debía salir del injusto olvido en que lo habían sumido su
muerte y la escasa lealtad de los aficionados. Escribió ensayos
y lo recomendó a los editores de su país como el que recomienda
a un buen amigo para que trabaje en su empresa. El empeño fue fructífero
y en 1945 se publicó en América la primera novela de Hodgson y sus
infiernos marinos salieron a la luz. Habían navegado entre Inglaterra
y América durante demasiados años pero el final era feliz.
Y es así como se fue disipando ese desconocimiento
no vergonzante pero sí injusto y cómo Hodgson se hizo acreedor de
ciertas ilustres miradas como la de Lovecraft, que alabó La casa
en el confín de la tierra (probablemente leyó la edición inglesa
ya que murió antes de la primera edición norteamericana de la primera
novela de Hodgson). Clark Ashton Smith se decantó por El
reino de la noche. August Derleth, mejor editor que escritor,
apadrinó dos novelas suyas...
En España, la primera referencia que me llega
del autor es de 1978 y la siguiente de 1992. A partir del 97 Valdemar
nos llena las estanterías con sus libros. Imagino que de un modo
u otro, Hodgson ha llegado a más aficionados en los últimos tiempos
por el cauce Valdemar que por otra editorial (aunque La casa
en el confín... estaba incluida en cierta colección de quiosco).
Se han publicado libros suyos muy recientemente, todavía está fresca
la tinta de sus páginas, parece que el futuro es continuar con esa
labor editora en castellano. ¡Y vaya si merece la pena!
Hodgson es el maestro del ambiente por excelencia.
La atmósfera envuelve al lector casi desde el principio. Y aunque
sabemos que lo que cuenta es inventado e irreal, lo hace con tanto
convencimiento (el convencimiento de los cuentistas lobos de mar)
que conseguimos suspender la incredulidad, le damos un voto de confianza
y nos sumergimos en sus páginas como sus monstruos en sus mares
de pesadilla.
Como decía al principio y durante el artículo,
hay una ignorancia que produce más vergüenza que otra. La de Hodgson,
hasta ahora, se disculpaba. Pero por poco tiempo. Acaba de iniciar
su crucero hacia la fama en las letras hispanas. Y estoy seguro
de que llegará a buen puerto.
Bibliografía consultada
Para escribir este artículo he navegado por las
páginas de http://home.clara.net/andywrobertson/nightletters.html,
que me ha proporcionado las anécdotas de Houdini y, muy especialmente,
la parte gráfica que incluyo. La página http://www.therionweb.de/comics/fabian/volume1/fabian1.htm
me motivó psicológicamente. Incluye dibujos y arte sobre los mundos
de Hodgson que te hacen entender su mente mejor que cualquier palabra.
Claro que a lo mejor Hodgson no hubiese aprobado ni imaginado todos
esos dibujos tan sofisticados que en cualquier caso son gloriosos.
También he recurrido a un fragmento del ensayo
autobiográfico Ten months at the sea (no existe edición castellana),
que me explicó la vida marinera de Hodgson. Igual que los ensayos
de José María Nebreda para Valdemar en Los botes del Glen Carrig,
Un horror tropical y otros relatos y Los piratas fantasmas,
que me han ayudado a vislumbrar la carrera de Hodgson en España.
El famoso ensayo de Lovecraft El horror sobrenatural
en la literatura me regaló algunas ideas sobre La casa en
el confín de la tierra.
De un modo indirecto, otros autores me han dado
claves sobre el modo de pensar de los dos siglos en los que vivió
Hodgson. Borges, que tal vez no conoció la obra de nuestro autor,
me sirvió como orientación con su Introducción a la literatura
inglesa. Dietrich Schwanitz, con La cultura, todo lo que
hay que saber, me explicó cómo pensaban los hombres de
esa época en Inglaterra. Y, sobre todo, el siempre genial Jack London,
con El pueblo del abismo, me hizo entender la necesidad de
salir del hogar paterno y la rudeza de las condiciones de vida para
los más desfavorecidos.
Bibliografía de Hodgson en castellano
- El
reino de la noche. Francisco Arellano, Editor. Madrid,
1978.
- Carnacki,
el cazafantasmas. Anaya. Col. Última Thule. Madrid,
1992.
- La
nave abandonada y otros. Valdemar. Club Diógenes,
67. Madrid, 1997.
- La
casa en el confín de la tierra. Valdemar. Club Diógenes,
93. Madrid, 1998.
- Un
horror tropical y otros. Valdemar. Club Diógenes,
118. Madrid, 1999.
- Los
piratas fantasmas. Valdemar. Club Diógenes, 129. Madrid,
1999.
- Los botes del “Glen Carrig”. Valdemar.
Club Diógenes. Madrid, 2002.
Bibliografía del autor en
cyberdark.net |