Ahora
bien. Si decir Nebulae primera época es decir Miguel Masriera,
decir Nebulae 2ª época es decir Paco Porrúa. El fundador
de Minotauro, por aquel entonces editor de Sudamericana (donde,
entre otros autores, descubrió a Julio Cortázar y publicó Cien
años de soledad), aunque no era el editor de la colección sí
que tuvo que ver mucho en su desarrollo, ya que se encargó de seleccionar
la mayoría de los títulos, todos desde 1978.
En el repaso que recientemente realizaba Luis
Pestarini sobre esta colección en la página de Cuasar,
decía que Nebulae 2ª época se transformó en una suerte
de Minotauro Junior, salida natural de las obras que no cumplían
con las altas pautas de calidad de Minotauro. Y le daría la
razón si no fuese porque parte de las obras que sacó en ella estaban,
y se conservan, al mismo nivel de muchas de las que se "guardó"
para su propio sello. Mi impresión va más en el sentido de que Porrúa
tenía muy claro qué obras eran, o estaban en visos de convertirse,
en clásicos del género, pudiendo ser vendidas a un público más amplio
del que usualmente compra ciencia ficción; y cuáles, a pesar de
su calidad, iban a ser fundamentalmente pasto del fandom.
Independientemente de estas impresiones subjetivas,
queda claro que Porrúa tenia un criterio muy inteligente y que aumentó
el alcance posterior de la colección hasta situarlo en su actual
nivel de consideración.
2. Principales Características.
La característica fundamental por la que Nebulae
2ª época será recordada, y por la que se la echa de menos, es
por un aspecto que hoy en día brilla por su total ausencia en nuestro
mercado editorial. Publicaba colecciones de relatos. De hecho es
el único rara avis en el mundo editorial (Bruguera aparte)
que se puede decir que dedicó el mismo número de libros a publicar
novelas que a publicar cuentos, llegando a aparecer una treintena
de colecciones, algunas reeditadas, lo que nos indica que en otro
tiempo el público estaba más acostumbrado a esta extensión y no
le hacía tantos ascos.
A esto hay que sumarle que, al igual que hoy
en día está haciendo La Factoría de forma encomiable, eran los encargados
de presentar a las nuevas promesas (de entonces) de la ciencia ficción
anglosajona. Joe Haldeman, James Tiptree, Jr., George R. R. Martin,
Christopher Priest, Orson Scott Card o Joan D. Vinge son los primeros
nombres que me vienen a la cabeza, en la mayoría de los casos con
muy poco intervalo de tiempo respecto a la publicación original.
Además tradujeron otras novedades de autores menores de los que
nada más se ha vuelto a saber, caso de James P. Hogan o Stephen
Robinette, pero cuyos libros se constituían como sencillos divertimentos
bastante potables.
Aunque
no es bueno hacer una distinción entre sexos, al estar dedicada
a un género en el que el número de escritores varones es aplastante
mayoría, sorprende el ver cómo después de una primera treintena
larga de entregas donde la testosterona era apabullante, orientó
una parte apreciable de su segunda etapa a publicar a autoras surgidas
de la new wave como Ursula K. Le Guin, James Tiptree Jr.,
Vonda McIntyre o Joan D. Vinge.
Los grandes clásicos que ya estaban presentes
en la primera Nebulae también tuvieron su pequeño hueco.
O grande. De Brian Aldiss se publicaron siete libros mientras que
Clarke y Dick tuvieron una representación importante (cinco títulos).
A estos hay que añadir "recién llegados" como Sheckley, con varias
colecciones de relatos repletas de joyas marca de la casa; Henry
Kuttner, un gran clásico del que publicaron lo mejor de su obra
corta (que ha envejecido mucho mejor que sus novelas); o el injustamente
olvidado Bob Shaw. Eso sí, poco espacio dedicaron a autores nacionales;
el único volumen autóctono fue la selección de Domingo Santos Futuro
Imperfecto. Escaso bagaje para una colección de esta importancia.
Lo que tampoco se puede decir es que les volviesen
locos los grandes premios del género. Sólo publicaron una novela
multipremiada, La guerra interminable, que ganó de una tacada
Hugo, Nebula y Locus, y Titán, que más modestamente se quedó
sólo con este último premio. De las finalistas del Hugo se pueden
reseñar Muerte de la luz, Puente mental, En la
cima del mundo o La hechicera, y del Nebula Los genocidas,
¿Sueñan los androides con ovejas electronicas? o La transmigración
de Timothy Archer de Dick.
Resulta ineludible hablar de las traducciones,
acordes a las de la época en libros de género con un resultado variable
aunque decente. A lo que hay que unir una uniformidad (e integridad)
en sus ediciones que ninguna de sus competidoras lograba. Salvo
las repescadas de la primera época y no retraducidas, como algunos
de lo libros de Clarke, que desmerecen un tanto el conjunto.
Su precio era asequible. Muy lejos del nivel
de Minotauro, que siempre fue un tanto cara, pero parejo a sus competidoras
como Super ficción. Dado que existió durante un periodo dilatado
de tiempo en el que el precio de la vida fluctuó mucho (la hiperinflación
de la Transición) poner cifras puede ser injusto. Pero no viene
mal para hacerse una idea. En 1979 un volumen de 200 páginas rondaba
las 200 pesetas en ambas colecciones mientras que en Minotauro venía
a costar unas 300.
Como curiosidad, tuvo una colección hermana editada por Sudamericana
que publicó 25 libros con las mismas traducciones, cambiando el
aspecto externo y sin correlación con el listado español.
3. Evolución y competencia.
Su
trayectoria se puede dividir en tres etapas. La primera abarca desde
el comienzo hasta La nave estelar, número 21 de la colección,
y se caracteriza por una selección de autores de corte más clásico,
con numerosas reediciones y donde destacan las colecciones de relatos,
en muchos casos nunca más reeditados, caso de las de Sheckley o
las de Matheson.
A partir de ese número hasta el 54, Un planeta
llamado Traición, publicado en 1981, tenemos la etapa de madurez
que acoge sus mejores volúmenes, con novelas de auténtico empaque,
colecciones de relatos sencillamente inolvidables y la presentación
de los mejores autores surgidos durante la década de los 70.
Finalmente llegamos al largo declive previo a
su desaparición, un período de 5 años en los cuales apenas publicaron
17 libros y que, salvo excepciones como las colecciones de Le Guin
y Tiptree Jr., es olvidable. Este pequeño desastre se puede soslayar
fácilmente si se tiene en cuenta una característica que la hermana
con la otra editorial de Porrúa. Durante toda su existencia mantuvieron
la mayoría de sus libros siempre disponibles, realizando reediciones
de los títulos agotados, lo que explica la existencia de un mismo
título con portadas diferentes.
Su más claro competidor a lo largo de su existencia
fue Super Ficción, de Martínez Roca, con la que compartió
el mismo intervalo espacio temporal y la misma predisposición a
publicar relatos, aunque prestando mayor atención a antologías temáticas
que a colecciones de un mismo autor. En cuanto a selección de autores,
lejos de abrir nuevos frentes, se caracterizó por dedicarse a figuras
consagradas clásicas como Asimov, Heinlein, Simak o Del Rey, y pegarse
un pequeño atracón de new wave con muchos títulos de Silverberg
o Dick y las famosas antologías de Harlan Ellison Visiones Peligrosas.
Aunque hay que reconocer que introdujo a autores como Varley o Watson
con títulos imprescindibles, y otros un tanto más grises como Mike
Resnick. Sus traducciones estaban al mismo nivel que las de Nebulae
y su diseño era un pelín mejor. Eso sí, la estética y las ilustraciones
de portada eran sencillamente espantosas. Fue más longeva, llegando
hasta la centena de números.
El otro gran "adversario" en su segmento de formato/precio
fue Bruguera. Empezó a publicar ciencia ficción varios años antes
en sus archiconocidas Selecciones de ciencia ficción que recopilaban
material sacado de The Magazine of Fantasy and Science Fiction,
pero el inicio de su etapa fuerte puede situarse también en la eclosión
de mediados de los 70. Primero en la colección de bolsillo Libro
Amigo, donde se publicaron los mejores libros de Asimov (La
Fundación y Los propios dioses), Cántico por San Leibowitz
de Miller, Homo Plus y Pórtico de Pohl, y buenos libros
de Vance y Lem. Después, en Nova, activa entre los años 76
y 78, con un formato más parecido a Super Ficción, publicaron
una veintena de libros interesantes entre los cuales están El
hombre en el laberinto de Silverberg, un Hugo olvidado como
Donde solían cantar los dulces pájaros de Wilhem, de nuevo
varios Lems y antologías meritorias como Última etapa. Finalmente,
en la Colección Naranja, de menor calidad que los anteriores,
aparte de las consabidas reediciones de libros publicados anteriormente
en Nova, sólo brillaron un par de recopilaciones de Brown
y alguna otra de Anderson.
El resto de colecciones palidecen en comparación.
Edaf publicó entre 1975 y 1978 27 libros pésimamente traducidos
y con una selección más que discutible. Se centró en autores que
no funcionaron del todo como Hal Clement, T.J. Bass, Poul Anderson,
Larry Niven y unos cuantos desconocidos que han pasado sin pena
ni gloria. Nunca tuvieron un criterio demasiado claro. Tan pronto
publicaban un volumen aislado de una serie de Anderson, como un
autor de los 30 desconocido (Manning), La Guerra de los Mundos
de Wells o les daba por publicar Hyperborea, del lovecraftiano
Clark Ashton Smith, un libro ultracotizado en el mercado de segunda
mano.
Caralt editó entre 1976 y 1981 34 antologías
y alguna colección puntual de Silverberg, Aldiss, Langelaan, Asimov
o Martin. Las ediciones solían partir de libros americanos del tipo
Lo mejor de 1976, pero con los títulos cambiados y totalmente
mutilados, faltando relatos que a veces se repartían entre varios
volúmenes. El nivel de traducción era pésimo y el formato el habitual
de la época: bolsillo y portadas anodinas.
Unas traducciones un tanto más dignas, que no
buenas, tenían Los libros de Nueva Dimensión, en formato
bolsillo y con una estética monótona y fea. Publicaron 27 libros.
No hay grandes títulos salvo, quizás, Eco alrededor de sus huesos,
un Disch conciso muy Dickiniano. Más o menos similar es la argentina
Adiax, que adoleció de una distribución irregular y sin un
criterio excesivamente claro.
He dejado para el final a Minotauro y Acervo,
surgida a la par que esta segunda época, que jugaban en otra división
tanto en formato como en precios, y las colecciones aparecidas a
principios de los 80 como Ultramar, que por sí sola merecería también
un especial entero.
4. Algunos Defectos.
En lo que al continente respecta resulta ineludible
mencionar que al contrario de sus coetáneos de Martínez Roca o los
robustos de Acervo (ventajas de la tapa dura), que se siguen conservando
aceptablemente, cualquier Nebulae 2ª época necesita de excesivos
cuidados para ser leído. Y es que estamos ante un formato otoñal,
que aguanta bien un pequeño espacio de tiempo mientras no se abran
demasiado las páginas para leerlo. Porque entonces empieza a perder
hojas como cosa mala.
A
esto hay que añadir el aspecto externo que presenta. El formato
utilizado desde el comienzo, muy similar al de los libros de bolsillo
que popularizaba entonces Alianza, es peor que malo y roza la frontera
de lo impresentable. En el colmo de la falta de criterio llegaron
a utilizar la misma imagen como portada en sus cuatro primeras entregas,
cambiando únicamente la coloración que le daban a la fotografía
de la galaxia en espiral que aparecía. Después, hasta el número
17, Oscar Font (el encargado de esta primera etapa) varió el repertorio
aunque predominando siempre el negro y el gris con unas ilustraciones
horribles que no guardaban ninguna relación con lo que aparecía
en su interior. A partir de entonces, hasta el número 35, Nelson
Leyva mejoró mucho su imagen dándole un mayor colorido y creando
ilustraciones más que simbólicas que a veces rozaban el hermetismo,
mientras otras clavaban el espíritu de la novela (estoy pensando
en Recuerdo todos mis pecados). A partir de ese número, y
en las diferentes reediciones que se produjeron, Julio Vivas, uno
de los grandes "creadores" en lo que a imagen de libros se refiere,
dejó su sello uniformizando el aspecto externo con ese gris plateado
que todos recordamos.
Respecto al contenido, comparte con la primera
época un pecado en el que hoy en día todavía se recae. La mayoría
de los volúmenes debían tener una extensión determinada y si la
sobrepasaba entonces se dividía en dos volúmenes, caso de colecciones
de relatos fraccionadas como las de Dick (La máquina preservadora
y En la Tierra sombría), Lafferty (Novecientas abuelas
y Los seis dedos del tiempo), Kuttner, Anderson o LeGuin
(aunque con estos tres últimos mantuvieron el mismo titulo añadiendo
I y II en cada volumen). Esta uniformidad de tamaños hace pensar
que en su etapa inicial es posible que se desestimaran novelas al
sobrepasar ampliamente este margen. Sin embargo, en su segunda etapa
ya se acogieron novelas más voluminosas recogidas en un solo libro,
como Titán y Hechicera de Varley o Traición
de Card.
Las series iniciadas que no terminaron son contadas.
La primera es la de Hacedor de universos de Farmer, cuya
segunda y tercera parte salieron más tarde de la mano de Nueva Dimensión
(que dejo inéditas varias continuaciones más), o la de Varley, cuya
conclusión, Demon, continúa inédita en nuestro idioma. Por
último hay que mencionar la serie de los gigantes de James Hogan
de la que publicaron únicamente el primer volumen.
5. El final
La colección terminó en su número 71, seguramente
debido a las malas ventas que arrastró en su fase final fruto de
una selección de títulos un tanto deficiente, incidiendo en demasiados
Aldiss de segunda fila, una serie de libros de Joan D. Vinge bastante
mediocres y autores con un tirón limitado como Bob Shaw o James
Tiptree, Jr.
Más
tarde, en 1990, renació bajo el nombre de Clásicos Nebulae
con un remozado aspecto que nada tenía que ver con el anterior y
una selección de títulos y autores de renombre. Recuperó alguno
de los clásicos de la casa como La nave estelar o El Planeta
Errante con nuevas traducciones; publicó tres Dicks de enjundia,
entre los cuales figuraba el inédito Tiempo Desarticulado;
introdujo a un competente Brian Stableford; y, de propina, sacó
varios Le Guins menores. No obstante poco interés despertaron en
el exuberante mercado de la época, repletito de colecciones que
poco después caerían en uno de los cracks más sonados que se recuerdan
en el mercado, que nos dejó con apenas dos sellos que no llegaban
a sacar un libro al mes cada una.
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