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   por Ignacio Illarregui, mayo 2003

   Corría el año 1975 cuando, después de 6 largos años de ausencia, volvía a las librerías el sello Nebulae. Y sin llegar a la misma popularidad de su primera encarnación, algo fácilmente contrastable si se considera que en el mismo tiempo apenas publicó la mitad de volúmenes que su antecesora, hoy en día se sitúa como clara candidata al puesto de mejor colección de ciencia ficción de su época, en la que tuvo que competir con otros sellos de tanto renombre como Super Ficción de Martínez Roca o la primera etapa de Acervo. Este artículo intenta ofrecer un breve repaso de lo que fue su periplo editorial y la importancia que tuvo y, todavía, tiene a la hora de encontrar ciertos títulos.

   1.  El Nacimiento.

   Cuadro de texto: Alas nocturnasEl aspecto más extraño del resurgimiento del sello Nebulae se encuentra en que, a pesar de recuperar la antigua cabecera de la casa, se puede decir que le debe casi lo mismo a la colección Galaxia de Sudamericana, de la que publicó varios libros que estaban anunciados en ella y que no vieron la luz después de su cancelación, caso de Alas nocturnas de Silverberg, En busca de tres mundos de Smith o Paraíso II de Sheckley. Aunque está claro que los lazos con la primera época son incuestionables. Como número tres se colocó Relatos de diez mundos de Clarke, que ya había sido contratada en 1969 antes de su cancelación, además de seguir publicando a algunos autores de los años 50 y 60 que tuvieron sobrada presencia en ella, caso de Aldiss o Simak.

   Ahora bien. Si decir Nebulae primera época es decir Miguel Masriera, decir Nebulae 2ª época es decir Paco Porrúa. El fundador de Minotauro, por aquel entonces editor de Sudamericana (donde, entre otros autores, descubrió a Julio Cortázar y publicó Cien años de soledad), aunque no era el editor de la colección sí que tuvo que ver mucho en su desarrollo, ya que se encargó de seleccionar la mayoría de los títulos, todos desde 1978.

   En el repaso que recientemente realizaba Luis Pestarini sobre esta colección en la página de Cuasar, decía que Nebulae 2ª época se transformó en una suerte de Minotauro Junior, salida natural de las obras que no cumplían con las altas pautas de calidad de Minotauro. Y le daría la razón si no fuese porque parte de las obras que sacó en ella estaban, y se conservan, al mismo nivel de muchas de las que se "guardó" para su propio sello. Mi impresión va más en el sentido de que Porrúa tenía muy claro qué obras eran, o estaban en visos de convertirse, en clásicos del género, pudiendo ser vendidas a un público más amplio del que usualmente compra ciencia ficción; y cuáles, a pesar de su calidad, iban a ser fundamentalmente pasto del fandom.

   Independientemente de estas impresiones subjetivas, queda claro que Porrúa tenia un criterio muy inteligente y que aumentó el alcance posterior de la colección hasta situarlo en su actual nivel de consideración.

   2.  Principales Características.

   La característica fundamental por la que Nebulae 2ª época será recordada, y por la que se la echa de menos, es por un aspecto que hoy en día brilla por su total ausencia en nuestro mercado editorial. Publicaba colecciones de relatos. De hecho es el único rara avis en el mundo editorial (Bruguera aparte) que se puede decir que dedicó el mismo número de libros a publicar novelas que a publicar cuentos, llegando a aparecer una treintena de colecciones, algunas reeditadas, lo que nos indica que en otro tiempo el público estaba más acostumbrado a esta extensión y no le hacía tantos ascos.

   A esto hay que sumarle que, al igual que hoy en día está haciendo La Factoría de forma encomiable, eran los encargados de presentar a las nuevas promesas (de entonces) de la ciencia ficción anglosajona. Joe Haldeman, James Tiptree, Jr., George R. R. Martin, Christopher Priest, Orson Scott Card o Joan D. Vinge son los primeros nombres que me vienen a la cabeza, en la mayoría de los casos con muy poco intervalo de tiempo respecto a la publicación original. Además tradujeron otras novedades de autores menores de los que nada más se ha vuelto a saber, caso de James P. Hogan o Stephen Robinette, pero cuyos libros se constituían como sencillos divertimentos bastante potables.

   Cuadro de texto: Mundos cálidosAunque no es bueno hacer una distinción entre sexos, al estar dedicada a un género en el que el número de escritores varones es aplastante mayoría, sorprende el ver cómo después de una primera treintena larga de entregas donde la testosterona era apabullante, orientó una parte apreciable de su segunda etapa a publicar a autoras surgidas de la new wave como Ursula K. Le Guin, James Tiptree Jr., Vonda McIntyre o Joan D. Vinge.

   Los grandes clásicos que ya estaban presentes en la primera Nebulae también tuvieron su pequeño hueco. O grande. De Brian Aldiss se publicaron siete libros mientras que Clarke y Dick tuvieron una representación importante (cinco títulos). A estos hay que añadir "recién llegados" como Sheckley, con varias colecciones de relatos repletas de joyas marca de la casa; Henry Kuttner, un gran clásico del que publicaron lo mejor de su obra corta (que ha envejecido mucho mejor que sus novelas); o el injustamente olvidado Bob Shaw. Eso sí, poco espacio dedicaron a autores nacionales; el único volumen autóctono fue la selección de Domingo Santos Futuro Imperfecto. Escaso bagaje para una colección de esta importancia.

   Lo que tampoco se puede decir es que les volviesen locos los grandes premios del género. Sólo publicaron una novela multipremiada, La guerra interminable, que ganó de una tacada Hugo, Nebula y Locus, y Titán, que más modestamente se quedó sólo con este último premio. De las finalistas del Hugo se pueden reseñar Muerte de la luz, Puente mental, En la cima del mundo o La hechicera, y del Nebula Los genocidas, ¿Sueñan los androides con ovejas electronicas? o La transmigración de Timothy Archer de Dick.

   Resulta ineludible hablar de las traducciones, acordes a las de la época en libros de género con un resultado variable aunque decente. A lo que hay que unir una uniformidad (e integridad) en sus ediciones que ninguna de sus competidoras lograba. Salvo las repescadas de la primera época y no retraducidas, como algunos de lo libros de Clarke, que desmerecen un tanto el conjunto.

   Su precio era asequible. Muy lejos del nivel de Minotauro, que siempre fue un tanto cara, pero parejo a sus competidoras como Super ficción. Dado que existió durante un periodo dilatado de tiempo en el que el precio de la vida fluctuó mucho (la hiperinflación de la Transición) poner cifras puede ser injusto. Pero no viene mal para hacerse una idea. En 1979 un volumen de 200 páginas rondaba las 200 pesetas en ambas colecciones mientras que en Minotauro venía a costar unas 300.

   Como curiosidad, tuvo una colección hermana editada por Sudamericana que publicó 25 libros con las mismas traducciones, cambiando el aspecto externo y sin correlación con el listado español.

   3.  Evolución y competencia.

   Cuadro de texto: Las playas del espacioSu trayectoria se puede dividir en tres etapas. La primera abarca desde el comienzo hasta La nave estelar, número 21 de la colección, y se caracteriza por una selección de autores de corte más clásico, con numerosas reediciones y donde destacan las colecciones de relatos, en muchos casos nunca más reeditados, caso de las de Sheckley o las de Matheson.

   A partir de ese número hasta el 54, Un planeta llamado Traición, publicado en 1981, tenemos la etapa de madurez que acoge sus mejores volúmenes, con novelas de auténtico empaque, colecciones de relatos sencillamente inolvidables y la presentación de los mejores autores surgidos durante la década de los 70.

   Finalmente llegamos al largo declive previo a su desaparición, un período de 5 años en los cuales apenas publicaron 17 libros y que, salvo excepciones como las colecciones de Le Guin y Tiptree Jr., es olvidable. Este pequeño desastre se puede soslayar fácilmente si se tiene en cuenta una característica que la hermana con la otra editorial de Porrúa. Durante toda su existencia mantuvieron la mayoría de sus libros siempre disponibles, realizando reediciones de los títulos agotados, lo que explica la existencia de un mismo título con portadas diferentes.

   Su más claro competidor a lo largo de su existencia fue Super Ficción, de Martínez Roca, con la que compartió el mismo intervalo espacio temporal y la misma predisposición a publicar relatos, aunque prestando mayor atención a antologías temáticas que a colecciones de un mismo autor. En cuanto a selección de autores, lejos de abrir nuevos frentes, se caracterizó por dedicarse a figuras consagradas clásicas como Asimov, Heinlein, Simak o Del Rey, y pegarse un pequeño atracón de new wave con muchos títulos de Silverberg o Dick y las famosas antologías de Harlan Ellison Visiones Peligrosas. Aunque hay que reconocer que introdujo a autores como Varley o Watson con títulos imprescindibles, y otros un tanto más grises como Mike Resnick. Sus traducciones estaban al mismo nivel que las de Nebulae y su diseño era un pelín mejor. Eso sí, la estética y las ilustraciones de portada eran sencillamente espantosas. Fue más longeva, llegando hasta la centena de números.

   El otro gran "adversario" en su segmento de formato/precio fue Bruguera. Empezó a publicar ciencia ficción varios años antes en sus archiconocidas Selecciones de ciencia ficción que recopilaban material sacado de The Magazine of Fantasy and Science Fiction, pero el inicio de su etapa fuerte puede situarse también en la eclosión de mediados de los 70. Primero en la colección de bolsillo Libro Amigo, donde se publicaron los mejores libros de Asimov (La Fundación y Los propios dioses), Cántico por San Leibowitz de Miller, Homo Plus y Pórtico de Pohl, y buenos libros de Vance y Lem. Después, en Nova, activa entre los años 76 y 78, con un formato más parecido a Super Ficción, publicaron una veintena de libros interesantes entre los cuales están El hombre en el laberinto de Silverberg, un Hugo olvidado como Donde solían cantar los dulces pájaros de Wilhem, de nuevo varios Lems y antologías meritorias como Última etapa. Finalmente, en la Colección Naranja, de menor calidad que los anteriores, aparte de las consabidas reediciones de libros publicados anteriormente en Nova, sólo brillaron un par de recopilaciones de Brown y alguna otra de Anderson.

   El resto de colecciones palidecen en comparación. Edaf publicó entre 1975 y 1978 27 libros pésimamente traducidos y con una selección más que discutible. Se centró en autores que no funcionaron del todo como Hal Clement, T.J. Bass, Poul Anderson, Larry Niven y unos cuantos desconocidos que han pasado sin pena ni gloria. Nunca tuvieron un criterio demasiado claro. Tan pronto publicaban un volumen aislado de una serie de Anderson, como un autor de los 30 desconocido (Manning), La Guerra de los Mundos de Wells o les daba por publicar Hyperborea, del lovecraftiano Clark Ashton Smith, un libro ultracotizado en el mercado de segunda mano.

   Caralt editó entre 1976 y 1981 34 antologías y alguna colección puntual de Silverberg, Aldiss, Langelaan, Asimov o Martin. Las ediciones solían partir de libros americanos del tipo Lo mejor de 1976, pero con los títulos cambiados y totalmente mutilados, faltando relatos que a veces se repartían entre varios volúmenes. El nivel de traducción era pésimo y el formato el habitual de la época: bolsillo y portadas anodinas.

   Unas traducciones un tanto más dignas, que no buenas, tenían Los libros de Nueva Dimensión, en formato bolsillo y con una estética monótona y fea. Publicaron 27 libros. No hay grandes títulos salvo, quizás, Eco alrededor de sus huesos, un Disch conciso muy Dickiniano. Más o menos similar es la argentina Adiax, que adoleció de una distribución irregular y sin un criterio excesivamente claro.

   He dejado para el final a Minotauro y Acervo, surgida a la par que esta segunda época, que jugaban en otra división tanto en formato como en precios, y las colecciones aparecidas a principios de los 80 como Ultramar, que por sí sola merecería también un especial entero.

   4.  Algunos Defectos.

   En lo que al continente respecta resulta ineludible mencionar que al contrario de sus coetáneos de Martínez Roca o los robustos de Acervo (ventajas de la tapa dura), que se siguen conservando aceptablemente, cualquier Nebulae 2ª época necesita de excesivos cuidados para ser leído. Y es que estamos ante un formato otoñal, que aguanta bien un pequeño espacio de tiempo mientras no se abran demasiado las páginas para leerlo. Porque entonces empieza a perder hojas como cosa mala.

   Cuadro de texto: Paraíso 2A esto hay que añadir el aspecto externo que presenta. El formato utilizado desde el comienzo, muy similar al de los libros de bolsillo que popularizaba entonces Alianza, es peor que malo y roza la frontera de lo impresentable.  En el colmo de la falta de criterio llegaron a utilizar la misma imagen como portada en sus cuatro primeras entregas, cambiando únicamente la coloración que le daban a la fotografía de la galaxia en espiral que aparecía. Después, hasta el número 17, Oscar Font (el encargado de esta primera etapa) varió el repertorio aunque predominando siempre el negro y el gris con unas ilustraciones horribles que no guardaban ninguna relación con lo que aparecía en su interior. A partir de entonces, hasta el número 35, Nelson Leyva mejoró mucho su imagen dándole un mayor colorido y creando ilustraciones más que simbólicas que a veces rozaban el hermetismo, mientras otras clavaban el espíritu de la novela (estoy pensando en Recuerdo todos mis pecados). A partir de ese número, y en las diferentes reediciones que se produjeron, Julio Vivas, uno de los grandes "creadores" en lo que a imagen de libros se refiere, dejó su sello uniformizando el aspecto externo con ese gris plateado que todos recordamos.

   Respecto al contenido, comparte con la primera época un pecado en el que hoy en día todavía se recae. La mayoría de los volúmenes debían tener una extensión determinada y si la sobrepasaba entonces se dividía en dos volúmenes, caso de colecciones de relatos fraccionadas como las de Dick (La máquina preservadora y En la Tierra sombría), Lafferty (Novecientas abuelas y Los seis dedos del tiempo), Kuttner, Anderson o LeGuin (aunque con estos tres últimos mantuvieron el mismo titulo añadiendo I y II en cada volumen). Esta uniformidad de tamaños hace pensar que en su etapa inicial es posible que se desestimaran novelas al sobrepasar ampliamente este margen. Sin embargo, en su segunda etapa ya se acogieron novelas más voluminosas recogidas en un solo libro, como Titán y Hechicera de Varley o Traición de Card.

   Las series iniciadas que no terminaron son contadas. La primera es la de Hacedor de universos de Farmer, cuya segunda y tercera parte salieron más tarde de la mano de Nueva Dimensión (que dejo inéditas varias continuaciones más), o la de Varley, cuya conclusión, Demon, continúa inédita en nuestro idioma. Por último hay que mencionar la serie de los gigantes de James Hogan de la que publicaron únicamente el primer volumen.

   5.  El final

   La colección terminó en su número 71, seguramente debido a las malas ventas que arrastró en su fase final fruto de una selección de títulos un tanto deficiente, incidiendo en demasiados Aldiss de segunda fila, una serie de libros de Joan D. Vinge bastante mediocres y autores con un tirón limitado como Bob Shaw o James Tiptree, Jr.

   Cuadro de texto: La nave estelarMás tarde, en 1990, renació bajo el nombre de Clásicos Nebulae con un remozado aspecto que nada tenía que ver con el anterior y una selección de títulos y autores de renombre. Recuperó alguno de los clásicos de la casa como La nave estelar o El Planeta Errante con nuevas traducciones; publicó tres Dicks de enjundia, entre los cuales figuraba el inédito Tiempo Desarticulado; introdujo a un competente Brian Stableford; y, de propina, sacó varios Le Guins menores. No obstante poco interés despertaron en el exuberante mercado de la época, repletito de colecciones que poco después caerían en uno de los cracks más sonados que se recuerdan en el mercado, que nos dejó con apenas dos sellos que no llegaban a sacar un libro al mes cada una.

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@2003 Ignacio Illarregui para cyberdark.net
Prohibida la reproducción sin permiso expreso del autor

    

2004-03-23 00:04   olmhead
esta es la nebulae que conoci en mis muchos recorridos por las ferias del libro, donde por primera vez disfrute de aldiss, tiptree jr., haldeman y matheson, pero descubro que lo que nunca llego a mi pais era de lo mejor para esa epoca.
de nuevo un excelente articulo y ojala que realicen un articulo similar hablando de super ficcion de ed. roca
2003-08-06 13:47   Groo
Muchas gracias por el artículo (a todos los que en él han participado). Desde luego artículos como este son auténticas joyas, sobre todo para quienes no llevamos mucho tiempo en el género como es mi caso que ayudan a mostrar toda una trayectoria editorial. Además de ello permite hacer un repaso a muchas obras (alguna que ya he leido) y otras que me apunto en el debe para leer en un futuro.
Como os lo curraís. Ánimo y seguid en esta línea.

2003-08-04 22:37   yarhel
Artículo completísimo y de lo más interesante, agradable de leer y referencia para futuras adquisiciones (que no paran de crecer). Estos son los Nebulae que más conocía, aunque con el artículo nos descubres un mundo que estaba algo velado. ¡Enhorabuena y gracias por el artículo!
2003-08-04 00:31   Chip
Interesantísimo, ahora que estoy rescatando bastantes títulos de esta colección, este artículo arroja mucha luz sobre algunos de los que tenía pocas y oscuras referencias.
2003-08-03 23:31   ivanbaley
La colección super-ficción MR se lleva la palma en peor encolado y portadas sin ningún tipo de plastificación , para que se gasten a gusto.
Parece que sobre la cartulina echaron la tinta negra y se acabó.
Los MR SF es la peor colección , que se ha conservado de los 70-80 en los mercadilllos se les reconoce porque se caen a cachos si los abres un poco.
Pero discrepo con las ilustraciones , tiene unas ilustraciones muy llamativas y vanguardistas para una colección de CF.
Parece que en esa época ahorraban en cola echando a perder estas colecciones conviertiendo un libro, en algo que vale para el cubo de reciclaje del papel.
Y conviertiendo una biblioteca de CF, en basura por ese ahorro de cola por parte de los impresores.