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El Árbol de Saliva,
de Brian W. Aldiss
Título original:
The Saliva Tree and Other Strange Growths (1963)
Editorial Edhasa, 2002
Ficha del libro en la
cyberdark.net
Bibliografía
del autor en cyberdark.net |
por Ignacio Illarregui, julio
2003
EL ÁRBOL DE SALIVA,
de Brian Aldiss
Brian Aldiss es uno de los grandes iconos de
la ciencia ficción actual, con una obra variopinta y compleja que
abarca gran variedad de estilos, temáticas y calidades. El árbol
de saliva es su colección de relatos más significativa de su
etapa iniciática, antes de que se diese un baño en la new wave
y cambiase bastante sus maneras narrativas. Y como casi siempre
que se habla de una colección de relatos estamos ante un conjunto
un tanto heterogéneo donde la calidad es muy variable.
Sin duda, el plato fuerte se encuentra en la
novela corta que le da título, que ganó el premio Nebula de novela
corta en 1965 con razón, porque a pesar de su escasa originalidad
mantiene el interés hasta el mismo final. Se desarrolla en una granja
en plena campiña inglesa junto a la cual, una noche, cae un objeto
del espacio. Este hecho extraordinario trastorna la vida de sus
habitantes más allá de lo concebible cuando los seres vivos que
se encuentran a su alrededor comienzan a crecer y multiplicarse
de forma desaforada. El protagonista contempla preocupado este hecho
no sólo porque ese espectacular desarrollo viene acompañado de una
enfermedad que empobrece la calidad de la carne y los vegetales,
sino por la extraña aparición de una presencia invisible que acecha
desde un segundo plano y que está relacionado con el objeto caído
del cielo.
Como puede imaginar el lector avezado, El
árbol de saliva es una actualización de El color que cayó
del cielo de Lovecraft, al que Aldiss aporta un carácter diferente.
Escrito para celebrar el centenario del nacimiento de H. G. Wells
(que aparece en la historia a través de las cartas que le envía
el protagonista), se plantea como un sentido homenaje a ambos maestros,
mezclando con acierto el horror incognoscible que trastorna un ambiente
rural con el romance científico que plantea al final una explicación
racional a lo que ocurre. Si sólo fuese por esto estaríamos ante
un pastiche sin demasiada trascendencia. No obstante Aldiss es capaz
de aportar a la historia unas gotas de drama bastante medidas, surgidas
en parte de un protagonista involucrado emocionalmente en el asunto,
que le sientan bastante bien al esquema y le proporcionan una personalidad
propia.
Menos conocida es Peligro: Religión, una
novela corta sólida que, a pesar de tener unas primeras páginas
que invitan a abandonar su lectura (por qué narices se tiene que
intentar explicar de forma detallada cómo es posible el viaje entre
mundos alternativos si se corre el peligro de cargarse la credibilidad
de lo que viene después), remonta el vuelo con rapidez en cuanto
se olvida de lo accesorio y se centra en lo importante. En este
caso la construcción de diversas realidades paralelas, distópicas,
muy consistentes y plenas de imaginación, que sirven para criticar
la falta de libertad surgida del fundamentalismo religioso o el
estalinismo. También bebe mucho de Wells, tanto en el estilo como
en la construcción del personaje central, un socialista utópico
convencido procedente de un mundo que ha padecido la catástrofe
nuclear, que se ve enfrentado al dilema de si debe juzgar las normas
de otra sociedad desde una realidad, la suya, ajena a ella.
Al lado de estas dos novelas cortas que constituyen
lo mejor de la selección figura una tercera, Leyendas de la constelación
Smith, ñoña y muy endeble. Podría pensarse que dios no
llamó a Aldiss por el camino de la aventura en paisaje exótico,
pero esto se cae por su propio peso si se considera que un año antes
había publicado La nave estelar, el gran clásico de naves
generacionales donde creaba un ambiente exuberante. Y poco después
escribiría Invernáculo, una aventura maravillosa. En
sí su argumento no es muy elaborado: un humano va pasando entre
las manos de diversos alienígenas, a cada cuál más extravagante,
en una cadena casi interminable mientras huye en búsqueda de la
nave que le sacará de un absurdo planeta. Y digo bien interminable,
porque a medida que los minicapítulos en los que está divido se
van sucediendo se acumula una sensación de que todo es de relleno,
agotando Aldiss la cornucopia de las ideas interesantes en su primer
tercio. El protagonista, que en ocasiones acostumbra a ser el que
hace remontar el interés cuando no hay mucho que contar, resulta
muy gris y, salvo un par de salidas ingeniosas en las primeras páginas
dignas del mejor Cugel de Los ojos del sobremundo, no cautiva
lo más mínimo.
Pasando a los relatos, el más curioso para el
lector empedernido de ciencia ficción es El joven y el robot
con flores, que a través de una anécdota autobiográfica indaga
en el proceso creativo de la ciencia ficción de la época, cuando
empezaba a haber muchas historias que empezaban a aparecerse demasiado,
anticipando la necesidad de cambio que llegó poco después con la
new wave. En otro registro funcionan Un hábito solitario
y Un placer compartido, repletas de un humor muy británico,
que nos acercan a un par de asesinos casuales, un tanto peculiares,
que asumen su condición sin ningún remordimiento. El primero, cortito,
juega satisfactoriamente la baza del final sorpresa, mientras que
el segundo, más largo, pierde efectividad precisamente por su extensión.
El resto son malos y no merece la pena hablar de ellos.
Al final, El árbol de saliva
es una colección de cuentos irregular que aúna aventura, comedia,
horror y costumbrismo en muy diversos grados, útil para conocer
la etapa inicial de uno de los Grandes Maestros de la Ciencia Ficción.
Aunque personalmente recomendaría antes la lectura de Los mejores
relatos de ciencia ficción, también en edhasa, que recoge sus
mejores cuentos de este género y que sirve de perfecto preámbulo
a los que aquí tenemos.
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