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[ AsturCon 2003, La Crónica ]
[ Un polaco de Cadi ]
[ Las mesas de la Asturcon ]
[ Una visitante en la Asturcon ]
Por Rafael Marín
Vengo entrando por la puerta tras haber pasado un largo fin de semana en
Gijón, como invitado de la Semana Negra. De entre todas las personas que me han llamado la atención
estos días (la belleza inteligente de Silvia Guerra de Telemadrid; el entusiasmo atropellador de Paco
Ignacio Taibo II; la dulce simpatía de Irma; la inocente sonrisa pícara de Alejo Cuervo; la timidez
casi exquisita de Rebecca Pawel), no me cabe duda de que el campeón de esta semana es el escritor
polaco Andrzej Sapkowski.
Sapko es, más que un torbellino, un huracán. No para quieto. Es imprevisible,
charlatán, ocurrente, incansable. Debe sacarme diez o doce años, y unos veintitantos más al resto de
la pandilla (Juanma Santiago, Julián Díez, Alex Vidal y Nuria, su feliz editor Luis G. Prado), y es
capaz de acabar con la vitalidad de cualquiera. El acoso de los medios hacia su persona ha sido, cada
día, casi insoportable para los que estábamos allí simplemente de escolta o de mirón, pero el bueno de
Andrzej nunca ha tenido un mal gesto, ni una mala palabra, ni ha mostrado el más mínimo cansancio.
Antes al contrario, su lengua afiladísima, sus modales combativos, su saber estar en un escenario y,
sobre todo, compartir una mesa y una (o muchas) cervezas, hicieron, por ejemplo, que saliera triunfante
y dando vuelta al ruedo de la mesa redonda que mantuvo a tres con Richard Calder y Tim Powers: siendo
el único de los autores no angloparlante en origen, Sapko fue capaz de sacar más carcajadas de la
concurrencia y de expresar reflexiones más inteligentes sobre el hecho literario que los otros dos
autores fantásticos extranjeros invitados expresándose en un idioma que no era el suyo.
Porque, qué envidia, Sapkowski habla no menos de cinco lenguas además de su
polaco original. Y aunque asegura no hablar el castellano, lo cierto es que comprende una conversación
y, especialmente, un chiste. Su inglés es tan rápido como su polaco, su alemán fluido, sus chistes,
sencillamente, insuperables. Cuando se pone serio, cuando se habla de sus libros o de eso que es
todavía más grande, la literatura, Sapko dice verdades como puños que uno mismo estaría encantado de
firmar: "Soy un hombre con una misión", llegó a decir. "Tengo que demostrar lo hermoso que es el
idioma polaco". Tampoco le dolieron prendas al coincidir conmigo en que la finalidad de la literatura
es la música: "Lee lo que escribas en voz alta, una y otra vez", le aconsejó a algún escritor novel
que lo escuchaba embelesado.
Sapkowski es un mito en la Europa del Este, eso que nosotros llamamos un
best-seller. Su serie del mago Geralt de Rivia es una bocanada de aire fresco y divertido (y
espectacularmente bien escrito) en un género (la fantasía épica) que parece dolorosamente cerrado en
sí mismo. Más de un millón y medio de ejemplares ha vendido en toda Europa, y ahora tenemos su segundo
libro en España, La espada del destino, tras el éxito del primer volumen de la serie de siete,
El último deseo, que ha conseguido una segunda edición en menos de ocho meses. Para noviembre,
Bibliópolis anuncia la publicación del tercero (y dicen que espectacular), La sangre de los
elfos, en el que ya está trabajando su traductor, el entrañable y esforzado José María Faraldo, a
quien no le da un jamacuco siguiendo el ritmo del maestro porque Dios no quiere, desde luego.
Y es que Sapkowski es mucho Sapkowski. Si alguien pensaba que los escritores
de la Europa del Este eran sesudos, aburridos e ininteligibles, es que no han leído ni han tratado en
persona al gran Sapko.
Un tipo tan genial, tan divertido, que no pude por menos que decirle entre
carcajadas: "Tú no lo sabes todavía, Sapko, pero tú eres de Cádiz".
Rafael Marín, julio de 2003
Para el interesado en leer más reflexiones de Rafa Marín sobre cualquier tema
es imprescindible hacer una visita a su bitácora Crisei http://www.crisei.blogalia.com/
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