por Nemes, noviembre 2003 |
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Muerte de la Luz,
de George R.R. Martin
Título original:
Dying of the Light (1977)
Traducción:
Carlos Gardini
Portada:
Juan Miguel Aguilera
Gigamesh, 2002
El
autor en cyberdark.net
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Un hombre decide atravesar las vastas distancias interestelares para
encontrarse con su antigua amada con la intención de recuperarla. Pronto descubrirá
que no todo es llegar y besar el santo...
Con esta sencillez podría resumirse un libro que pese a contar con
todos los elementos propios del space opera (naves espaciales, coches voladores,
planetas exóticos, tecnologías imposibles,... ) y de la fantasía aventurera
(bárbaros extraños, espadas y duelos, códigos de honor...), tiene la virtud
de contarnos una historia cercana y muy humana, alejada de los todopoderosos superhombres
salvadores de planetas, los mesías traedores de una nueva verdad o computadoras-dios
de inteligencia inabarcable. Porque ¿quién de vosotros no ha hecho alguna barbaridad
por conseguir las atenciones de ese chico/chica del que tan enamorados estabais?
George R. R. Martin se apunta ya un importante tanto a la hora de construir
sus personajes, a los que dota de una personalidad y carácter propios, triunfando
allí donde la mayoría de escritores de ciencia ficción suelen fallar.
Lejos de comportamientos o pensamientos artificiosos sólo pude adjetivárseles de
increíblemente humanos: aman, odian, traicionan, sienten miedo, reaccionan de manera
cobarde o se dejan llevar por la ira del mismo modo que hacemos todos en nuestras vidas reales
Dirk t´Larien, el anodino y perdedor Romeo que atraviesa las estrellas para reencontrarse con
su perdida Julieta.
Gwen Delvano, la ecóloga Julieta que no es Julieta.
Jann Vikary, el renacentista entre bárbaros, el visionario entre ciegos, el hombre
que pese a todo, ama a su mujer, Gwen , a su teyn, Garse, y a su pueblo, el kavalar.
Y Garse, el cínico e hiriente contrapunto de Jaan. Kavalar en estado puro.
Juntos se verán envueltos en una crisis que pondrá en
peligro no solo sus vidas sino sus convicciones más profundas y su sentido del deber,
de la obligación y la lealtad, de lo que está bien y lo que esta mal,
viéndose obligados a entenderse entre ellos en circunstancias que no todos
superarán airosamente. Además consigue que, en medio de una trama que se
presta a priori a hacer divisiones claras y tajantes entre buenos y malos, sea completamente
imposible distinguir unos de otros. No hay auténticos héroes, ni
auténticos villanos. Sólo hombres y mujeres. Personas. Incluso los bárbaros
kavalares cazadores de hombres que habitan Worlorn se presentan como pobres víctimas de
sí mismos.
Worlorn, el planeta donde se desarrolla la novela, es por derecho propio
un personaje más de la acción. Alejándose paulatinamente de la órbita
de la estrella que le daba la vida, fue terraformado gracias al esfuerzo de los principales mundos
habitados por la Humanidad. Aun a sabiendas de su extraña situación, y de que tarde
o temprano debería ser abandonado, viene a transformarse en una especie de "Exposición
Universal " gigantesca y terriblemente cara. En el momento de desarrollarse la acción
sólo unas pocas decenas permanecen en él. Este desolador paisaje ayuda a crear un
marco de acción melancólico y triste.
Mención especial merece la descripción que realiza de la
cultura kavalar, a la que dota de unas tradiciones, historia y credibilidad sin parangón.
Una cultura con la que el lector mantiene una relación durante todo el libro similar a la
que mantiene su protagonista, Dirk. Pese al rechazo inicial frente a unas costumbres salvajes y
deshumanizadas, el lector, miembro de una cultura más sofisticada, más
"civilizada" (la nuestra) pero terriblemente cínica y tramposa, se verá
atraído por los comportamientos claros, sinceros y, ¿por que no?, puros, inherentes al
bárbaro modo de vida kavalar.
Pero quizás el punto más atrayente de Muerte de la luz
esté en su eje vertebrador. La novela transmite como pocas veces se ha hecho en la ciencia
ficción el sentimiento de pérdida que viene unido a la decadencia e inevitable fin
de todo lo que envuelve la vida de las personas. Y de cómo nos resistimos al cambio que
ineludiblemente trae consigo: El fin del amor de Dirk y Gwen; el fin del status quo kavalar que,
desde la moderación, predica Jaan; el fin del mundo tal y como lo entienden el resto de
kavalares en el planeta; Y, como telón de fondo, el fin de la vida en Worlorn...
La Muerte de la Luz
Se suele hablar de esta novela como "la gran historia de amor
de la ciencia ficción", y, sin duda, uno suele referirse al amor que Dirk t’Larien y
Gwen Delvano, a primera vista, se profesan. Pero cuando se llega a su conclusión uno
se pregunta si es a ese amor al que se refieren críticos y aficionados o al amor que
siente Garse por su teyn Jaan Vikary; o el que siente el propio Jaan por su agonizante cultura
kavalar; o el que sienten el resto de kavalares que están en Worlorn por su pasado y su
tradición. O el que siente el propio planeta por la vida. Vida que se le escapa y que
resiste a abandonar tan fácilmente. Quizá no sea una obra que hable tanto del
amor como quizá lo haga del Amor (como concepto, como ente autónomo, como motor
del universo, como algo que engrandece al ser humano a la vez que lo convierte en algo sumamente
estúpido)
En resumen, una obra redonda, clásico a reivindicar, donde los
distintos aspectos de la narración (fondo, forma, historia, marco de acción) se
hallan en un perfecto equilibrio consiguiendo algo que rara vez es dado en una obra de ciencia
ficción: una calidad literaria al nivel de las grandes obras del mainstream.
Si no has leído Muerte de la luz, sigue mi consejo:
dirígete al banco y saca veinte euros. Acércate a la librería especializada
o grandes almacenes más cercanos a tu casa y pregunta por él. Acto seguido, y
sin pensarlo, compra dos ejemplares. El primero te lo quedas y lo lees con tiempo y una
caña, que se suele decir. Y el segundo, se lo regalas a la persona que ames. Seguro
que entenderá el mensaje.
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