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Por Joan Escudé González
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Edgar Allan Poe
Capítulo aparte merece Edgar Allan Poe, maestro indiscutible
del arte de narrar que representará la perfecta síntesis de las tradiciones blanca y
negra, lo macabro y lo feérico, lo fantástico visionario y lo fantástico interior; su
obra nos muestra con igual intensidad a la ensangrentada muchacha que se levanta de la
tumba después de permanecer varios días enterrada de La caída de la casa Usher
como la sugestión de un asesino psicópata que quiere liberar su alma mediante un
monólogo cargado de tensión en El corazón delator.
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Los temas de Poe nacen de forma irremediable de su mundo
interior: obsesiones, alucinaciones, sueños... se transforman en materia literaria que
el escritor elabora y ordena creando mundos habitados por extraños personajes, que
actúan movidos por impulsos ajenos a la mayoría de los humanos, a pesar de la tendencia
reflexiva y racionalizadora que les suele caracterizar. Sin embargo, la fascinación que
los cuentos de Poe ejercen se debe, principalmente, a su capacidad para crear ambientes
densos y compactos donde el lector se sumerge de forma irremediable desde el principio
hasta el fin. Y es que Poe tenía una gran habilidad para expresar con palabras justas lo
que quería decir, sin añadir nada que pudiera estorbar el centro de la historia. Este
sentido económico del lenguaje, junto con su capacidad para la creación de mundos
herméticos donde la intriga se mantiene hasta el final, hacia el que confluye toda la
historia, le han dado la justa fama de creador del relato breve moderno.
Antes de Poe, los cultivadores del relato preternatural habían
trabajado generalmente sin comprender la base psicológica del atractivo del horror, y
obstaculizados por una mayor o menor adecuación a convencionalismos literarios vacíos
tales como el final feliz, la virtud recompensada y, en general, una didáctica moral
huera, una aceptación de modelos y valores populares y una imposición a sus propias
emociones en el relato, tomando el partido de los defensores de las ideas artificiosas
de la mayoría. Poe, por otra parte, percibía la impersonalidad esencial del artista
verdadero, y sabía que la función de la ficción creadora consiste meramente en expresar
e interpretar los sucesos y los sentimientos tal como son, sin tener en cuenta hacia
dónde tienden o qué demuestran, si el bien o el mal, lo atractivo o lo repulsivo, lo
estimulante o lo deprimente, haciendo siempre de cronista vivo e independiente, más que
de maestro, simpatizante o vendedor de opiniones. Vio claramente que, para el artista,
todas las fases de la vida y del pensamiento son igualmente elegibles como tema; y dado
que por temperamento se sentía inclinado a lo extraño y lo melancólico, decidió hacerse
intérprete de esos poderosos sentimientos y sucesos a los que suele acompañar el dolor
más que el placer, la decadencia más que el esplendor, el terror más que la serenidad,
y que son fundamentalmente adversos o indiferentes a los gustos y sentimientos
tradicionales y externos de la humanidad, así como a la salud, la cordura o el bienestar
normal y expansivo de la especie.
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Los espectros de Poe adquieren de este modo una malignidad
convincente que no posee ninguno de sus predecesores, e instauran un nuevo modelo de
realismo en los anales de la literatura de horror. Su intención impersonal y artística
estuvo favorecida, además, por una actitud científica que no es frecuente encontrar
antes de él, por lo que Poe estudia la mente humana más que los usos de la ficción
gótica, trabaja con unos conocimientos analíticos de las verdaderas fuentes del terror
que duplican la fuerza de sus relatos y los libran de todos los absurdos inherentes al
estremecimiento convencional y estereotipado. Consiguió la elevación de la enfermedad,
la perversión y la corrupción a la categoría de motivos artísticamente expresables. De
hecho, puede decirse con justicia que Poe inventó el relato corto en su forma actual.
Herederos de Hoffmann
La literatura fantástica no sólo proliferó en países de cultura
anglosajona y germánica, como hemos visto, sino que fue cultivada con gran éxito en
distintos ámbitos geográficos y, particularmente, en Francia. El descubrimiento de
Hoffmann y de Poe en este país originó una serie de imitadores que crearon piezas
literarias de indudable valor. Entre los autores mas destacados cabe mencionar a
Charles Nodier, introductor de la novela gótica en Francia, donde tuvo una gran acogida;
a Honoré de Balzac, que junto a su conocida obra La comedia humana escribió
importantes relatos fantásticos, sobre todo en su primera época; y, finalmente, Téophile
Gautier (1811-1872), principal seguidor de Hoffmann en Francia y autor, entre otros
muchos relatos, de La muerte enamorada, obra maestra del género que trata sobre
el tema del vampirismo.
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En la segunda mitad del siglo XIX, ya lejos del romanticismo y
en pleno movimiento naturalista, surge un escritor, Guy de Maupassant (1850-1893), cuya
obra fantástica no pertenece a ninguna escuela y que es más conocido por sus obras de
tinte realista, como sucede con otros autores del género. A partir de 1884, cuando ya
era un escritor conocido y de prestigio dentro del movimiento naturalista, empezaron a
manifestarse en él los síntomas de una enfermedad que, paulatinamente, enajenaría su
mente y lo arrastraría hasta la locura y la muerte. Fue también a partir de entonces
cuando empezó a escribir relatos fantásticos que surgieron, en parte, como una necesidad
de expresar el terror que iba apoderándose de su alma enferma, de ahuyentar las
pesadillas que lo acosaban y que él convertía, de esta manera, en materia artística.
Cuentos como El Horla, ¿Quién sabe?, La mano o Un loco son
la expresión desesperada de un enfermo que siente, poco a poco, su desintegración.
El relato materialista de terror del siglo XX
Como ya habíamos adelantado, a finales del siglo XIX y
principios del XX se produjo un cambio bastante radical en las temáticas en que se
basaban los cuentos de horror. En cierto modo, el fantasma se podría decir que ya no
producía terror, el miedo a la muerte había sido sustituido por el miedo a las
atrocidades que podrían ocurrir en vida. Estas nuevas temáticas que estudiaron los más
profundos miedos del ser humano fueron ampliamente tratados por diversos autores, de los
que citaremos los más importantes y representativos.
El galés Arthur Machen (1863-1947) es el primer escritor
totalmente desinteresado por los fantasmas y preocupado, en cambio, por lo que Llopis
denomina los "arquetipos", es decir, «los fenómenos naturales de ahora y de siempre,
las constantes de la naturaleza y del hombre vividas desde un nivel primordial de la
conciencia que quedó acuñado para siempre en épocas remotas, modelado por anhelos y
terrores ancestrales»(3) . Los personajes de Machen dedican
todo su saber secreto y terrible a la búsqueda de las fuerzas ocultas que alguna vez
gobernaron el mundo y que hoy permanecen olvidadas para la mayoría de los mortales. Sus
héroes son seres extraños a los ojos de la sociedad y cumplen de forma irremediable la
misión que parece habérseles encomendado: el conocimiento de estas divinidades antiguas,
de estas fuerzas espantosas y secretas para las que no existe ningún nombre capaz de
designarlas y bajo las cuales las almas de los hombres se marchitan, mueren y
ennegrecen, como dice un personaje de El gran dios Pan (1894), obra maestra del
autor, que se centra en un terrible y singular experimento y sus consecuencias, y donde
encontramos una frase que describe de manera formidable el terror que sus narraciones
pueden llegar a provocar. Uno de los personajes hace la siguiente reflexión:
«Es demasiado increíble, demasiado monstruoso; tales cosas no pueden existir en
este mundo pacífico... Porque, mire usted, si tal cosa fuese posible, nuestra tierra
sería una pesadilla».
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Al igual que Machen, Algernon Blackwood (1869-1951) pretendió
ir un poco más allá del relato de fantasmas tradicional, y, para ello, elige la
naturaleza como medio para apelar a los terrores del alma. Sus obras se desarrollan en
solitarios parajes, tanto campestres como urbanos, pero siempre aislados, que nos
sobrecogen por su grandiosidad y misterio. Sus personajes buscan, con cierta nostalgia,
lo que podríamos llamar el paraíso perdido, el estado natural y primitivo de la
conciencia humana cuando se sentía plenamente integrada en la naturaleza y formando
parte de ella.
Los cambios producidos por Machen y Blackwood, entre otros
escritores, confluyen en la obra, plenamente enmarcada ya en el siglo XX, de H. P.
Lovecraft, máximo exponente del relato materialista de terror.
Howard Philips Lovecraft
Lovecraft, un hombre enfermizo y misántropo de Nueva Inglaterra,
marcaría una nueva revolución en la literatura de terror. Por ese motivo y por su gran
relevancia, exige que se le dedique un apartado de forma íntegra para analizarlo con la
profundidad adecuada. Básicamente, tal y como mantiene en su estudio teórico,
consideraba que la literatura fantástica tiene como fundamento el miedo a lo
desconocido, elemento que utilizó abundantemente en su obra y que podemos afirmar como
su leit motiv.
Una de las grandes aportaciones de Lovecraft fue el pequeño
mundo creado por y para sus cuentos. El autor creó una mitología, una geografía y una
cultura completamente propias:
- Lovecraft imaginó su propia mitología, que detallaremos más
adelante, con un panteón regido por criaturas ciclópeas sumidas en una muerte-sueño
milenaria, esperando volver a este mundo cuando algún hombre recite las invocaciones
arcanas. Estos dioses son seres más poderosos que el hombre y de una dimensión
diferente. Criaturas amenazadoras, enemigos de la raza humana, que pretenden aniquilar
a los seres humanos y dominar el planeta. Los dioses de Lovecraft simbolizan arquetipos
poderosos que pueblan el inconsciente colectivo de la humanidad y yacen reprimidos en
una enorme ciudad sumergida situada en mitad del Pacífico, esperando la oportunidad
para avasallar la conciencia y dominar nuestros actos.
- Creó también una serie de localidades de Nueva Inglaterra en
las que localizar sus cuentos. Son claros ejemplos las ciudades imaginarias de Arkham,
Dunwich, Innsmouth y la Universidad de Miskatonic, centro del estudio y del culto a los
Primigenios. Estos lugares donde tiende a ocurrir lo sobrenatural, a pesar de no
existir en la realidad, no dejan de ser realistas pues no presentan ningún aspecto
fuera de lo normal.
- También creó una cultura bibliográfica verosímil, la cual
sustentaba sus mitos y era citada en varias de sus obras. El famoso
Libro de Al Azif o Necronomicón, escrito por el árabe loco Abdul al Hazred,
es el punto de contacto entre el mundo arcano y el real.
Destaca El horror de Dunwich como modelo de su obra
fantástica, ya que en este relato encontramos elementos propios de este género: el
contacto con la otra dimensión, las criaturas que la habitan y el Necronomicón
como la llave entre nuestro mundo y el otro. Por otra parte, la ciencia y sus
limitaciones suelen estar presentes en la literatura fantástica en el enfrentamiento
con el fenómeno sobrenatural, en la piel de profesores o científicos que tratan de
resolver las incertidumbres de lo fantástico. Un ejemplo de esto lo tenemos en ese
mismo cuento, en el que un profesor de la Universidad de Miskatonic define un
monstruo como "una imposibilidad en un mundo normal".
Teogonía de los dioses Lovecraftianos
Lovecraft llegó a crear un verdadero panteón de Dioses,
comparable casi a las mitologías tradicionales de las culturas humanas o a la creada
por Tolkien para su Tierra Media. Pero, a pesar que Lovecraft fue el creador de la
nueva religión, él nunca intentó sistematizar los mitos como lo hiciera Hesíodo con los
mitos griegos. Solo dejó clara la base sobre la cual se inventarían las más terribles
historias. Esta idea central era que antes de que apareciera el hombre, la Tierra había
tenido otros amos. El verdadero sistematizador de los mitos fue sobre todo August
Derleth. Él fue el creador de lo benignos Dioses arquetípicos y del sello sagrado de
estos: una piedra en forma de estrella de cinco puntas que es el talismán más eficaz
contra los Primordiales. Pero Derleth intentó sistematizarlos mediante sus propios
relatos mientras que Lin Carter(4) , erudito, teólogo, y
bibliógrafo de la relación Lovecraftiana, resume los mitos de la manera siguiente:
«Estudiando las divinidades y los demonios que aparecen en
los mitos de Cthulu se induce que la tesis de Lovecraft, la fuente misma de los mitos,
es que, en épocas geológicas muy remotas nuestro mundo fue habitado y gobernado por
grupos de dioses diabólicos y de divinidades benévolas mucho antes de que apareciese
el hombre en la Tierra, ésta era compartida por los primigenios y la Gran Raza de Yith,
quienes cayeron en discordia y se alzaron contra sus propios creadores, es decir,
contra los misteriosos Dioses Arquetípicos, primeros pobladores de los espacios
estelares. La Gran Raza, constituida por seres espirituales e inmateriales que
parasitaban cuerpos ajenos, abandonó las zonas terráqueas por ella dominadas y huyó a
través del tiempo hasta el siglo CC, en el que se apoderaron de los cuerpos de una raza
de escarabajos que sucederá al hombre, en esa época remota, como forma de vida dominante
en el planeta. Los Primigenios, sin rival ya, quisieron dominar el mundo y en combate
con los Dioses Arquetípicos que moraban en Betelgeuse, les robaron ciertos talismanes y
sellos y determinadas tablillas de piedra cubiertas de jeroglíficos, que ocultaron en un
planeta próximo a la estrella Celaeno.
Los Dioses Arquetípicos castigaron esta inoportuna e
impropia rebelión. Aunque los Primigenios, bajo la orden de Azathoth, combatieron
largamente, por último fueron vencidos y expulsados o apresados. Hastur el Inefable fue
exiliado al lago de Hali, cerca de Carcosa, en las Híadas próximas a Aldebarán; el Gran
Cthulhu fue mantenido en un letargo mágico, similar a la muerte, en la cósmica ciudad
sumergida de R'lyeh, situada no lejos de Ponapé, en el Pacífico; Ithaqua, El Que Camina
En el Viento fue desterrado a los helados desiertos árticos, de los que un sello
poderoso le impide escapar. Yog-Sothoth fue expulsado de nuestro continuo espacio-tiempo
y fue lanzado al Caos junto con Azathoth, a quien, además por haber sido el cabecilla
de la rebelión, los Dioses Arquetípicos privaron de inteligencia y de voluntad.
Tsathoggua fue arrojado a una caverna situada bajo el Monte Voormithadreth en
Hyperbórea, junto con algunos dioses menores como Abhoth y Atlach-Nacha. Cthugha fue
exiliado en la estrella Fomalhaut. Ghatanothoa, el Dios-Demonio, fue sellado en las
criptas que se extienden bajo una arcaica fortaleza construida por los crustáceos de
Yuggoth en la cima del Monte Yadith-Gho, que domina la primitiva ciudad de Mu. Muchos
dioses menores fueron obligados a refugiarse en el negro castillo de ónice que corona
la ciudad de Kadath, situada en el Desierto de Hielo, en la zona en que el mundo de
los sueños penetra en nuestra Tierra. De los Primigenios Mayores, solo Nyarlathotep
parece haber evitado tanto prisión como exilio.
Pero, antes de ser derrotados en la primera de las guerras,
los Primigenios Mayores habían engendrado una multitud de sicarios infernales que desde
entonces se esforzaran por liberarlos de nuevo; sin embargo, ni siquiera los Profundos
de R'lyeh, seres marítimos y anfibios, pueden levantar ni tocar el Signo Arquetípico,
poderoso Sello de estos Dioses, que mantiene a Cthulhu dormido en la muerte. Y, aunque
en la página 751 de la edición completa del Necronomicón figura el famoso Noveno Verso
que, debidamente entonado, devolverá la libertad a Yog-Sothoth y dará origen a su
retorno anunciado por los profetas, ninguno de sus adoradores humanos o inhumanos ha
conseguido hasta la fecha liberarlo. En ocasiones alguien ha conseguido levantar el
Sello Arquetípico, pero siempre ha sido vuelto a colocar en su sitio, bien por
intervención directa de los propios Dioses, bien de sus muchos servidores humanos. Sin
embargo, Al Hazred ha profetizado que, por fin, los Primigenios serán liberados y
regresarán. Debemos suponer, pues, que, en algún futuro incierto, volverán a disputar
una vez más el Universo a los Dioses Arquetípicos.»
La bibliografía de Lovecraft. El Necronomicón.
La mitología lovecraftiana no solamente es rica en dioses y
lugares sagrados en los cuales ocurrieron hechos trascendentales sino que también posee
multitud de libros proscritos y profanos que no deberían ser leídos. Al parecer, en
ellos se alude veladamente, bajo parábolas y símbolos y a menudo en forma fragmentaria,
a oscuros arcanos que solo los adeptos saben interpretar.
Algunos de dichos libros tienen existencia real, como el
The saurus Chemicus de Bacon, la Turba Philosophorum,
The Witch-Cult in Western Europe de Murray,
De Masticatione Mortuorum in tumulis de Raufft, el Libro de Dzyan, la
Ars Magna et Ultima de Llull, el Libro de Thoth, el Zohar, la
Cryptomensis Patefacta de Falconer o la Polygraphia de Trithemius. Estos
libros se citan sobre todo por sus nombres rimbombantes y misteriosos, pero,
naturalmente, tienen en realidad muy poco o nada que ver con los Mitos. De los demás,
sin embargo, la mayoría es puramente inventada y tratan directamente de los Mitos entre
otros temas esotéricos. Entre ellos, los principales son el Libro de Eibon,
El texto R’lyeh, los Fragmentos de Celaeno, los Cultes des Goules
del conde d’Erlette, De Vermis Mysteriis de Ludvig Prinn, las
Arcillas de Eltdown, el People of the Monolith de Justin Geoffrey, los
Manuscritos Pnakóticos, los Siete libros Crípticos de Hsan, los
Unaussprechlichen Kulten de Von Junzt y, sobre todo, el Necronomicón de
Abdul Al Hazred. Libro este que fue descrito con tal lujo de detalles que mucha gente
llegó a creer en su existencia real. De hecho, Derleth relata en un divertido artículo
cómo, al principio, algunos lectores engañados empezaron a insertar anuncios,
solicitándolo, en las revistas más serias y respetables. Luego, ya como broma, ya como
estafa, el Necronomicón comenzó a aparecer en la sección de ofertas de la prensa
y, por fin, hasta en los catálogos de los libreros de viejo. Derleth cita el siguiente
anuncio, aparecido en 1962 en el Antiquarian Bookman: «Al Hazred, Abdul.
Necronomicón, España, 1647. Encuadernado en piel algo arañada descolorida, por
lo demás buen estado. Numerosísimos grabaditos madera signos y símbolos místicos. Parece
tratado (en latín) de Magia Ceremonial. Ex libris. Sello en guardas indica procede de
Biblioteca Universidad Miskatonic. Mejor postor.» Asimismo, el libro ha sido a menudo
solicitado en las bibliotecas públicas y, lo que es más gracioso, incluso ha aparecido
en los propios ficheros de éstas. En 1960 se descubrió, en el archivo de la Biblioteca
General de la Universidad de California, una ficha, elaborada sin duda por un
estudiante, que detallaba las características editoriales del Necronomicón,
situándolo en la selección restringida de la sección de religiones primitivas.
Bibliografía
Lovecraft, Howard Philips: El horror en la literatura, Editorial Alianza. Madrid, 2002.
Varios autores: Los mitos de Cthulhu, Editorial Alianza. Madrid, 1978.
Varios autores: Relatos fantásticos, Editorial Vicens Vives. Barcelona, 1999.
Lecturas recomendadas (además de la bibliografía anteriormente citada)
Hoffmann, Ernst Theodor Amadeus: Cuentos II, Editorial Alianza. Madrid, 1986.
James, Montague Rhodes: Cuentos de fantasmas, Editorial Siruela. Madrid, 1988.
Lovecraft, Howard Philips: En la cripta, Editorial Alianza. Madrid, 2001.
Lovecraft, Howard Philips: El clérigo malvado y otros relatos, Editorial Alianza. Madrid, 2001.
Poe, Edgar Allan: Cuentos, Editorial Planeta. Barcelona, 1983.
Scott, Walter: La habitación tapizada y otros relatos, Editorial Valdemar. Madrid, 2002.
Varios autores: Cuentos fantásticos del siglo XIX, Editorial Siruela. Madrid, 1988.
Varios autores: El libro de los vampiros, Editorial Fontamara. Barcelona, 1982.
Varios autores: Los mejores relatos de terror, Editorial Alfaguara. Madrid, 1998.
Notas
(3) Historia natural de los cuentos de miedo, Editor Júcar, Madrid, 1974, página 201.
(4) Artículo publicado en The shuttered room, Editor Arkham House, Sauk City (Wisconsin), 1966.
Barcelona 13 de enero del año 2003
De esta versión: Barcelona 30 de septiembre del año 2003
Este estudio forma parte del "Treball de recerca" titulado
Los cuentos clásicos de terror, estudio escrito, expuesto y defendido por Joan Escudé,
alumno del IES Secretari Coloma de Barcelona
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