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Javier García Castro tiene 16 años
y vive en Madrid, ciudad que detesta no
sólo por su condición de culé sino por su carácter
perfeccionista y
desenfadado.
Jugador de AD&D de toda la vida, es también el fanático
oficial de Tolkien y
se habrá leído treinta veces todas sus obras.
Aquí es conocido como Sephiroth.
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por Sephiroth, Abril 2002
Esta es la continuación de un texto que
me mandaron escribir hace algunos años en la escuela. La
historia original es real, vamos que no he copiado los personajes
Dr. Simiak y Dolf, sino que en su origen eran estos los nombres.
La historia acababa cuando Dolf, un
muchacho normal amigo de un científico, viaja a través
de un portal temporal.
Y así continué la historia...
PARTE I
Habían
llegado. Pero ¿a dónde?
Ante sus ojos se extendía
una inmensa llanura. El viajero miró a los lados, y se dio
cuenta de que detrás de él había una ciudad
a la que grandes y fuertes murallas rodeaban. Caminó desconcertado
alrededor de las fortificaciones para encontrar una puerta por la
que pasar al interior de la ciudad para informarse.
-Ya estoy dentro-, se dijo.
Se dirigió al sitio en el
que, seguramente, obtendría información.
Decidido por fin, entró en
aquel local. Su nombre, La Posada de Zoraida.
Al verlo vestido de tal manera la
gente se sobresaltó. Rápidamente un hombre gordo,
con delantal, le cogió y le llevó a una de las habitaciones
de aquella rústica posada.
-¿Cómo irrumpís
en mi local de esa manera?
-Ehh... yo...- dijo Dolf.
-Vamos, vamos... lo primero es que
debéis quitaros esas ropas.- El posadero le proporcionó
unas botas, camisa y pantalón algo viejos. Al chico le venían
algo grandes, y su aspecto era ciertamente un tanto cómico.
-¿Dónde estoy? ¿Qué
es este sitio?- preguntó Dolf con temor.
-Estás en La Posada de Zoraida,
en la cuidad de Zoraida, al norte de las montañas de Zork.
-Pero... verá... yo llegué
aquí en una máquina y cuan...- el posadero no le dejó
terminar.
-¡Vamos muchacho! ¡No
digáis tonterías! ¡O le tomarán por loco
y acabará en la horca o la guillotina! Pase al salón
cuando termine de colocar sus cosas... y ¡no se preocupe!
No acostumbramos a discriminar a nadie por sus ideas. Espero que
esté a gusto. Tome, esta es la llave de su habitación.-
Y el camarero gordo salió por la puerta con una habilidad
asombrosa dada su condición física.
El muchacho, aturdido, colocó
sus escasas pertenencias y se echó a dormir un poco. Cuando
despertó echó una ojeada por la ventana. Esta daba
a una colina iluminada por la luna; era de noche. Abajo, en la sala,
se oía gente hablar y cantar. Dolf decidió bajar.
Tras charlar con unos pocos -un
guardia ebrio, una vieja sacerdotisa, y una mujer cuyo esposo era
el dueño de un puesto en el mercado- y recoger información,
le llamó la atención un hombre que estaba en un rincón
al que bañaba la penumbra, y que llevaba un curioso manto
marrón y una capucha.
Se acercó.
-Oye amigo... Te he visto y ...
Dolf se quedó perplejo durante
un momento. Al cabo reaccionó:
-¡Doctor Simiak! ¿¡Pero...!?
¿Qué hace aquí?
-¡Schh! Más bajo...
-dijo en un susurro- Vine yo también. No pude dejarte sólo.
-Pero y la Puerta y...
-Tranquilo. Está todo, o
casi todo bajo control. Has dormido mucho. Yo he estado indagando
un poco.
-¿Y qué ha averiguado?-
dijo Dolf.
-Ya sé por dónde se
vuelve. La Puerta está en el castillo y...
-¡Vamos pues!- intervino Dolf
-¿A qué esperamos?
-No es tan sencillo. Este es Galder,
rey de Zoraida- dijo el Doctor Simiak mientras una extraña
y oscura figura emergía desde lo más profundo de la
muchedumbre.
-¿Y por qué no está
en el castillo?- preguntó Dolf, que estaba a punto de estallar.
-Verás, es algo largo pero
te lo resumiré lo más que pueda. Su hermano le derrocó
y le quitó el poder. Estaba recluido en el castillo y cuando
yo merodeaba por allí le vi por una de las ventanas minúsculas
de la fortaleza. Para que la guardia no sospechara, su hermano le
dio libertad de movimientos... siempre sin salir del castillo por
supuesto.
-¿Cómo?- dijo el muchacho.
-Es un villano. Debemos devolverle
a Galder lo que es suyo y luego él nos dejará usar
el Portal que va de regreso a casa.
-Yo os ayudaré- dijo Galder
entre apático y sombrío.
-¡Pero...! ¡Doctor..!
-Tranquilo. Diviértete un
poco si quieres. Luego hablaremos más.
La noche avanzaba lentamente. Se
reunieron a las diez en la alcoba de Dolf.
-Esto es lo que debemos hacer- dijo
Galder. -Tenemos que ir al castillo
y evitar la vigilancia de los centinelas. Luego viene lo más
difícil. Hemos de hacer que el bastardo de mi hermano entre
en razón, -y cuando dijo esto sus ojos se encendieron de
ira- si no lo hace deberemos acabar con él.
-Está bien,- dijo Dolf -será
mejor que salgamos de inmediato.
-Toma muchacho- añadió
Galder. -Esto una espada y una cota de anillas. Esperemos no necesitar
armas.
PARTE II
Llegaron
al castillo en la más profunda oscuridad. Durante
el trayecto, no encontraron dificultad alguna, a no ser que el susurro
del viento o el ulular de los búhos sean algún contratiempo.
El castillo se erguía imponente:
rodeado de un foso, con una gran puerta con cadenas para desplegar
el puente levadizo. Si se miraba con una menor fijación,
el contraste entre las estancias era notable. Existía una
gran plataforma rectangular, y en las esquinas había cuatro
grandes torres menos espaciosas pero más altas. La roca,
en la oscuridad, presentaba un color frío que no dejaba ver
la realidad, pues el castillo iba notando ya el paso de los años.
-Por aquí- dijo Galder.
Entraron por unos canales subterráneos
que debían atravesar el foso. En ellos sólo había
ratas y humedad, lo que hacía que muchas de las paredes de
los infinitos pasajes se encontraran desconchadas.
Esquivaron fácilmente a los guardias, que estaban dormidos
o ebrios ante la quietud de la noche.
No soltaron ni una palabra. El único que hablaba era Galder,
y lo hacía a veces, pues otras se limitaba a señalar
con la mano.
Tras innumerables pasillos y puertas
llegaron al interior. Se movieron en silencio. Atravesando un pasadizo
que era de uso exclusivo del rey y llegaron a la cámara real,
siempre moviéndose en la más sigilosa cautela.
Finalmente, irrumpieron en la habitación,
en la que sólo estaba el monarca dadas las altas horas de
la noche.
El hermano del rey, Fingorn, se
sobresaltó.
-¡¿Pero...?!¡¿Qué...?!
Le taparon la boca.
-Vas a devolverme lo que es mío,
vas a darme mi reino- dijo Galder susurrándole al oído.
-¿Pero qué diablos
estás diciendo maldito? Este es mi reino. ¡¡Guardias!!-
gritó Fingorn liberándose de las manos de su captor.
Al momento la estancia se llenó
de soldados de la Guardia Real armados con ballestas y espadas cortas.
Las últimas estaban encintadas, pero las primeras tenían
las saetas listas para atravesar cualquier garganta.
-¡Ese maldito impostor!- dijo
el que parecía ser el capitán.
Al momento disparó un proyectil,
que se dirigió a Galder, quien usó al doctor Simiak
de escudo. El objeto se le clavó en el hombro.
-¡Luchad malditos! ¡Libradme
de estos guardias!- dijo Galder lleno de desesperación e
ira.
El doctor desenvainó la espada
con el brazo útil, pero el grito de Dolf le detuvo.
-¡Espere! ¿Son sus
hombres no? ¿Por qué diablos atacan?
-¡Atacad! ¡Dijisteis
que me ayudaríais!
En ese momento una saeta surcó
silbando la alcoba real e hirió en el pecho a Galder.
-Malditos... ughh... yo quería
este reino... ¡Arderéis en el infierno! ¡Nunca
regresareis!- acertó a decir el sombrío individuo
justo antes de morir.
-Maldita sea, ¿qué
está ocurriendo aquí?- dijo el doctor Simiak.
-Veréis- dijo Fingorn -yo
soy en rey de Zoraida. Este tipo,
mi hermanastro, era un impostor. Mi padre le prometió el
reino cuando fui secuestrado por un hechicero que practicaba magia
negra hace muchos años y se perdió la esperanza de
que regresara. Poco antes de morir mi padre, regresé al castillo
y fui nombrado heredero. Galder siempre estuvo celoso y resentido
por aquello, y no toleró que le quitaran el poder de las
manos después de haberlo tenido tan cerca. Se inventó
una ridícula historieta y os encontró a vosotros,
las víctimas perfectas pues sois extranjeros y no sabéis
nada de la región, para llevar a cabo su plan. Pero ahora
todo ha acabado.
-Su Majestad... es una historia
larga... y nos ahorraremos explicaciones. La Puerta a nuestro mundo
se encuentra en este castillo, sólo queremos volver a casa.
Por favor, déjenos marchar- dijo Dolf.
-No sé de qué habláis,
pero gracias a vuestra astucia, ingenio y destreza en el último
momento, los planes del malvado Galder no han llegado a su ansiado
fin. Debéis usar eso que vosotros llamáis "Puerta"
a vuestro mundo.
Se despidieron y juraron no revelar
nada sobre los pasadizos secretos del castillo, así como
el Rey juró no decir jamás nada sobre la Puerta.
Todo había acabado, y volvían
sanos y salvos a casa después de la epopeya vivida en esas
extrañas tierras de otra dimensión, en otro tiempo.
Volvieron por aquel sitio que no
querrían usar más... Puerta de Plata, Espejo del Tiempo,
y finalmente aparecieron en el laboratorio.
Todo parecía normal, sin
embargo algo les llamó la atención...
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