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Por Julián Díez
[ Entrevista ]
[ Crítica de Las fuentes perdidas ]
[ Cotrina, el talento ]
[ Leyendo entre líneas ]
[ Relato: Perseguir un sueño ]
[ Relato: Lilith ]
Quizá no debiera haber aceptado la petición de Cyberdark.net
para hablar de José Antonio Cotrina. Es difícil ser objetivo con un tipo que te cae bien,
al que admiras como escritor, al que tratas desde hace once o doce años y del que
publicaste algunos de sus primeros cuentos. Aunque todas esas razones, supongo, son
precisamente las que me traen a este texto.
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Visiones Propias |
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Lamento no poder dar muchos detalles históricos de en qué
circunstancias recibí las primeras cartas de Jose. Debió ser en 1991. Por esa época la
Asociación estaba naciendo y yo estaba metido hasta el cuello en aquel follón
(difícilmente hubiera podido creer que doce años después estaría aún organizando
Hispacones, y menos todavía en una ciudad en la que no había estado ni de paso…). En el
segundo número de Gigamesh había publicado una carta proponiendo que se me enviaran
cuentos para discutirlos. De todo aquello saldría la idea del primer Visiones:
sentía que no faltaban buenos escritores jóvenes con cosas que decir, a los que una
publicación motivaría para seguir adelante. Sólo BEM publicaba algunos relatos
sueltos por entonces… En aquel primer Visiones estarían con su primer o segundo
relato publicado gente que luego no lo ha hecho del todo mal: Félix J. Palma, Juanma
Santiago, León Arsenal, Pedro Pablo García May, Adolfina García, y Cotri. Decidí que su
cuento, que me parecía el mejor, cerrara la antología. Era “Tormenta”, varias veces
reeditado desde entonces: me pasma que apenas tuviera veinte años cuando lo escribió.
Eso se llama tener talento.
También aparecieron un par de relatos menores en el boletín
Pórtico: ya digo que entonces intentábamos colar cuentos donde se pudiera, porque
no había muchos sitios donde publicar. Y luego, en Núcleo Ubik, el fanzine
que hicimos cuatro pirados para meternos con los que nos parecían vacas sagradas (ah,
qué interesante fenómeno éste de que los sucesivos nuevos vean vacas sagradas por todas
partes). Todo esto, claro, en esa época remota en la que la gente se escribía por carta
y las cosas se publicaban en blanco y negro, a fotocopia pura y dura.
Las cartas de Cotrina eran siempre un tanto tímidas, amables,
pero también entusiastas. Soñaba con ser escritor profesional y lo comentaba sin empacho.
Su modestia era un brusco contraste con su talento. Porque he de decir que entre las
pocas virtudes que tengo está el olfato para detectar el talento en un escritor en
medio de circunstancias adversas. Me refiero, en concreto, a una pila de originales no
solicitados, remitidos por gente de la que nada sabes; leerlos en un libro, por alguna
razón, resulta más sencillo. Tuve ese sobresalto placentero de saber que lo que tenía en
las manos era sólo una demostración de potencial posterior al leer los primeros
manuscritos que cayeron en mis manos de Armando Boix, César Mallorquí, Adolfina García,
Ramón Muñoz y Cotrina. El mérito es todo suyo, claro, por ser tan buenos.
Desde esas primeras historias de hace doce años, Cotrina
demostraba lo que han sido sus armas: valentía para tomar decisiones heterodoxas y
sensibilidad. Hablamos de un tipo al que las convenciones de géneros le resultan ajenas,
que da la sensación de escribir cf o fantasía simplemente porque es el campo en el que
puede campar más a sus anchas. Nada más y nada menos.
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José Antonio Cotrina |
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Sin embargo, perdimos el contacto allá por 1994, calculo. Él
estaba estudiando derecho, si no me equivoco, y mi vida fue complicándose después:
traslado de ciudad, más responsabilidades, o ese peculiar momento de pérdida de
contactos que fue la transición definitiva del correo al e-mail. Yo le tenía anotado,
junto a otro feliz reaparecido como Joaquín Revuelta, a la cabeza de la lista de
escritores que tenían muy buena pinta pero a los que este mundillo falto de alicientes,
una vez satisfecho el ego con publicaciones y elogios a modesta escala, les hizo
cansarse.
Pasaron cuatro o cinco años hasta que volví a leer el nombre de
Cotrina, como finalista del Alberto Magno con ese cuento que, por cierto, se ofrece
gratis en esta web. No sé quién tomó la iniciativa de volver a escribir al otro, pero
recuperamos el contacto. Luis Prado y yo estábamos con los primeros balbuceos de
Artifex Segunda Época, y Cotrina se sumó entusiasmado al proyecto. Pero… el
primer cuento que me envió, “Destino Soberbia”, no me gustó nada. Me pareció engolado,
bastante vacío. Nunca se lo dije: deduje que Jose necesitaba publicar, volver a sentirse
parte de la maquinaria en marcha.
Acerté. Después de que el cuento apareciera en Artifex 2,
Cotrina me escribió diciéndole cuánto le había ilusionado volver a verse en una
publicación de fandom. Y me adjuntaba un cuento estupendo: “Soñando Soberbia”.
Yo no podía sospechar que andaba, a la chita callando, armando su propio universo, pese
a que se advertían coincidencias no sólo entre los dos cuentos de Soberbia, sino también
con “Lilith…”. Luego vendrían otras historias y “Entre líneas”, que me fascinó y
publiqué con todos los honores en el número 25 de Gigamesh, un conmemorativo en el que
compartía páginas con Silverberg, McAuley y Dunyach. Como admirador y editor ya no podía
hacer más. Mientras, Jose daba el verdadero salto al pequeño primer plano de la cf
española presentándose con éxito una y otra vez al Alberto Magno y el UPC, a la vez que
continuaba, en silencio, con su proyecto personal de un universo coherente,
interdisciplinario, ambicioso y espectacular.
Al igual que China Miéville, y en rigor antes que él, Cotrina
se ha dedicado en estos últimos tiempos a crear una mitología propia, contemporánea, en
la que los géneros se entremezclan a su comodidad. En la que hay espacio para algunos
mitos que conocemos, junto a otros que surgen de forma exclusiva de su propio genio,
para integrarse en un todo extrañamente convertido en coherente. Donde las convenciones
de género no necesitan explicarse, y las maravillas de la imaginación desatada se
suceden, para atrapar al lector en un peculiar hechizo. Cotrina es de esos escritores a
los que dan ganas de seguirle las pistas, de aprenderse sus claves.
Nos conocimos al fin en diciembre de 2000, cuando pasó por
Barcelona para recoger, ex aequo con Javier Negrete, el premio UPC. No sé por
qué, me sorprendió su prudente timidez, su leve inseguridad afable. Hablamos como si lo
de no habernos visto en la vida hubiera sido un accidente peculiar. Luego hemos
coincidido en otro par de ocasiones. Es un tipo que vale la pena, de veras: tiene una
risa contagiosa, sabe escuchar y administra con modestia su brillantez. Tras conseguir
varios de esos premios, decidió ponerse a escribir en firme. Atravesó malas etapas, pero
terminó por publicar el año pasado Las fuentes perdidas, que es, con seguridad,
una de la escasa decena novelas españolas de cf que verdaderamente vale la pena que el
público que picotea ocasionalmente en nuestro género conozca.
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Asimov cf #5 |
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Lo último que puedo decir del Cotrina es que este año, cuando
fui jurado del premio Domingo Santos, había un cuento que sobresalía por encima de todos
los demás como si flotara ingrávido sobre la pila de candidatos. No supe que era suyo
hasta que se anunciaron los nombres de los finalistas. Luego ganó. Se llama “La niña
muerta”, acaba de ser publicado en la revista Asimov ciencia ficción y es otra
demostración palpable de su talento. Apenas tiene una decena de páginas. Quienes no
crean todos los elogios que están vertidos en esta web sobre su trabajo, que se limite
a leer ese cuento. Seguro que se une a los que pensamos que la cf debería crecer en
España aunque sólo sea para que Jose, y un puñado de gente más, puedan tener los
suficientes lectores como para dedicar todo su tiempo a seguir aportándonos maravillas
y horrores, sueños y pesadillas.
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