Javier Negrete, Marzo 2.004
Una visión muy personal
Hace más de diez años me invitaron a la
entrega del premio Aznar (hoy en día, premio Rido). Fue mi primer
contacto con la tertulia de literatura fantástica de Madrid. Entre
algunos de sus miembros corrían comentarios sobre "la batalla". No, no
era una pelea entre frikis, aunque ya por entonces las había, y
quizás más encarnizadas que ahora. Se trataba de
Máscaras de matar, una novela de aventuras que un peculiar
personaje llamado León Arsenal iba repartiendo por entregas a los amigos.
Y dio la casualidad de que en el momento en que yo aparecía estaba
escribiendo la escena de una gran batalla.
Cuando me tocó el turno de leer esa primera
versión de la novela, se me debieron quedar las cejas como un signo de
interrogación. Aquello no era como nada de lo que hubiera leído
hasta entonces. Y lo cierto es que la novela era tan personal e indescriptible
que, cuando la terminó, al propio León le debió parecer
imposible de publicar, y la guardó en un cajón. León es un
espíritu inquieto y, aparte de su consabido pasado como marino mercante,
se ha dedicado y se dedica a actividades tan diversas como la traducción,
la osteopatía, la radio o la dirección de revistas impresas o
cibernéticas. Pero siempre ha encontrado un hueco para la literatura.
Mientras Máscaras de matar reposaba a la espera de tiempos
más propicios, León escribió una serie de cuentos que
más tarde recopilaría en la antología Besos de
alacrán, y además las novelas La noche roja,
El hombre de la plata y Las lanzas rotas. Todas ellas han
sido publicadas, pero a León le quedaba una espinita clavada. Su
obra más personal.
Luego, un señor llamado Paco García
aterrizó en Minotauro, con la editorial Planeta detrás, y
todo cambió. Hasta entonces muchas editoriales, con honrosas excepciones,
seguían la política de: no publicamos autores españoles;
son muy malos; de hecho, son tan malos que ni siquiera nos leemos los manuscritos
que nos mandan, no sea que tengamos que cambiar de opinión. Sin ir
más lejos, era la política que seguía Minotauro en
su etapa anterior.
Pero, como digo, llegó Paco García. Para
mí fue una suerte, pero por una vez no vengo a hablar de mi libro,
así que no diré nada de La Espada de Fuego. ¡Ahí
va, se me ha escapado! El caso es que, en el empeño de promover la
ciencia ficción y la fantasía, Minotauro convocó el primer
premio de novela que lleva su nombre. León presentó
Máscaras de matar, pensando al principio que tal vez era demasiado
"heavy" (perdón por el anglicismo, pero todos nos entendemos) y...
ganó.
Sí, la novela es "heavy", insisto. Hay
novelas escritas para ganar premios, tramas narrativas montadas como
rompecabezas y lubricadas para que engranen como máquinas y convenzan
a jurados de toda condición. Son novelas que funcionan, pero que a uno
le dejan un poco frío. Pues bien, Máscaras de matar no
es de ésas. Es una novela auténtica, escrita por el placer de
escribir, una historia en la que el autor ha disfrutado y se ha dejado la
mitad de la piel. Y creo que esa convicción es la que la ha llevado
al éxito.
Máscaras de matar es una historia de
aventura y fantasía que transcurre en un mundo imaginario, entre las
tierras de los Seis Dedos, el Chan Menor y el Alto Norte. Allí conviven,
a veces a duras penas, una serie de culturas, tribus y ferales que forman
una sociedad fascinante, cruel y compleja, en la que las máscaras
desempeñan un papel crucial. Los protagonistas, Corocota, el hombre-lobo,
Palo Vento, el hombre-serpiente, y Cosal, el hombre-halcón, parten en un
largo y tortuoso viaje para acabar con el Cufa Sabut, una máscara terrible
que se creía olvidada y que ha renacido para traer el caos a un mundo ya
de por sí violento.
En su aventura, los protagonistas, aun siendo notables
guerreros, se encontrarán con luchadores más hábiles y con
personajes mucho más poderosos que ellos. Es ése el caso de los
dos dioses vivientes, el imponente don Tavarusa, un ogro de las montañas
con rasgos de chivo, y el vagabundo Trapaiero Porcaián, escondido tras su
máscara de jabalí. Dos personajes más grandes que la vida
que, sin duda, se grabarán en la memoria de los lectores.
En Máscaras de matar encontramos a
León Arsenal en estado puro. Empieza así: "Cerca del
mediodía, había dragones tumbados en los arenales". De
golpe nos trasplanta a un mundo distinto, ardiente, en el que los prodigios
son algo natural y los monstruos sestean perezosos, pero siempre amenazantes.
Esta primera frase ya nos enseña algo sobre su peculiar voz narrativa.
El pretérito imperfecto es muy frecuente en Máscaras: un
tiempo adecuado a la descripción y al ambiente, pero que también
impregna las acciones (tan brutales a veces) de un aire especial, entre lo
pintoresco y lo melancólico.
Hay mucha violencia. No siempre expresa, la mayoría
de las veces soterrada. Nosotros, humanos del siglo XXI, apenas
sobreviviríamos unas horas en un mundo así. Los habitantes de los
Seis Dedos viven en ciudades refinadas, poseen bibliotecas excavadas en la roca
viva, son celosos amantes de sus ricas tradiciones y nada les gusta más
que disfrutar del vino, el tabaco y una buena comida mientras conversan con sus
amigos. Pero su mundo es una tierra de frontera, un lugar cruel donde la tupida
red de las convenciones es una atadura para frenar los instintos de los personajes,
que siempre están a flor de piel. La fiera salvaje que los personajes
llevan dentro de sí sale a la luz en cualquier momento, por la mínima
ofensa, y los aceros chocan y la sangre brota. No es casualidad que muchos de
ellos vayan semidesnudos, que porten máscaras de animales, que se pinten
los cuerpos de vivos colores. Tampoco que haya brujas bebedoras de sangre. Y, ojo,
que no son las malas: No hay malos ni claros buenos en esta novela. Hay más
bien intereses y honor. Cada personaje persigue sus propios fines, y a veces
éstos chocan entre sí. Cuando uno de los adversarios muere, los
protagonistas dicen de él: Ha muerto un grande.
He hablado de la tierra de frontera, y ésa es una
característica que aparece una y otra vez en los relatos de León.
Sus mundos son fronterizos, tierra de nadie y de todos, lugares duros y crueles
donde la muerte acecha tras cada recodo del camino. Pero el viajero encuentra
recompensas inesperadas. Un paisaje hermoso en su aridez, un alto en el camino.
Y también la amistad. Es éste un motivo recurrente en su obra, el
de la amistad; no la que se apoya en palabras o gestos exagerados, sino en la
complicidad y, sobre todo, en los hechos. Añado que los relatos de
León ofrecen una visión muy masculina de las cosas, y esto no me
parece ningún demérito. ¿No se habla tanto de voces femeninas en
la literatura? También puede haber, y hay, una voz masculina, que puede
resultar igual de enriquecedora.
León tiene una forma muy peculiar de escribir. De
entrada, siente verdadero amor por las palabras exóticas, casi olvidadas.
A veces los amigos le tomamos el pelo con esos "palabros", pero si están
allí es por algo. Sus términos son precisos y expresan justo lo
que quieren expresar. Moharra, escaramucero, turullo… Definen lo que son,
sin necesidad de utilizar más perífrasis. Y además, la
combinación de esas palabras con su forma personal de usar los verbos
y la cadencia de las frases crea una sonoridad muy rica en sensaciones.
Porque las sensaciones abundan en la prosa de León.
Se dice que en la buena narración debe haber "visibilidad". Yendo un
paso más allá, yo diría que en Máscaras
hay "sensualidad". La tierra de los Seis Dedos nos entra por los ojos, con
un cuidado juego de luces, reflejos, velos, penumbras, como si fuera la obra de
un director de iluminación y fotografía que nos mostrase cada
textura de un mundo nuevo. Pero también hay tintineos de ajorcas,
rechinares de cadenas y bramaderas salvajes que inundan nuestros oídos,
y olores a aceite y sangre, y pieles resbaladizas y ásperas rocas, y...
Como ejemplo, recomiendo fijarse en la página 69, cuando aparece un
dragón en el río de la ciudad de Minacota; o la aparición
de la litera del ogro Tavarusa en la 149. En una historia de acción y
violencia como ésta, es curioso encontrar belleza. Y el caso es que la
belleza abunda: en ese mundo tan rico en detalles, pero también en la
forma en que nos lo enseña el autor.
Dice León que su novela es un homenaje a la
fantasía heroica y a la literatura de aventuras. Yo creo que es un
homenaje que se da a sí mismo, un festín que le pide el cuerpo.
En ese festín hay acaso un poco de sabor a Howard, aunque mucho más
refinado en el estilo. De hecho -será cosa mía- Máscaras
me recuerda, más que a la tosquedad de las novelas de Conan, al aura
romántica de un mundo primitivo y a la vez refinado que aparece en la
visión de Barry Windsor Smith. También hay un aire vanciano,
como ya he dicho: cierto regusto al Planeta de la Aventura, y un
pequeño homenaje a "La Polilla Lunar". La complejidad de
vínculos, intereses y tabúes de los Seis Dedos me hace pensar
en las ricas sociedades que Vance retrata, por ejemplo, en Alastor.
Pero en León todo tiene un toque personal, ese sabor que sólo
podemos definir como arsenaliano.
He tenido el privilegio de leer este libro hace años
y releerlo de nuevo ahora, hoja por hoja, en una copia del original que
León envió al premio. Pero un día antes de terminar la
crítica me encontré con el libro en la estantería de
un comercio y no pude resistir la tentación de comprarlo. El libro
entra por los ojos. Los chicos de Opalworks hacen las cosas muy bien, y
además sus portadas tienen que ver con los libros, algo que siempre se
agradece. Y los mapas diseñados por Manuel Calderón Guerra no
sólo ayudan a orientarse, sino que son una maravilla en sí.
Es una suerte que un libro tan rico en detalles se haya publicado con
el mismo amor por el detalle.
Bueno, diréis, ¿y dónde están
las pegas? Cuando los escritores leemos el trabajo de los demás, siempre
lo hacemos con una mirada especial, que no sé si nos hace disfrutar
más o menos de la lectura. Es bastante habitual que nos digamos, y a
veces en voz alta: ¡Pero hombre! Yo esto no lo habría escrito
así. Sin embargo, yo prefiero pensar: Vaya, jamás se me
habría ocurrido escribirlo así. He encontrado mucho que
aprender en Máscaras de matar. También tengo mis
pequeñas sugerencias, pero ésas se las haré a
León al oído, porque al fin y al cabo, a los escritores,
como a los cocineros, nos gusta guardarnos algunos secretos. Y más si
escribimos fantasía, donde la clave no es mostrar, sino
sugerir.
Y, como de sugerencias se trata, la mía es
clara: leed Máscaras de matar. Una fantasía muy de
León Arsenal, pero también muy de aquí, en la que en vez
de trolls, elfos y señores llamados sir Ilundale, encontraréis
a ogros, bichas y a un tipo inolvidable llamado don Tavarusa.
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