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Por Alberto Cairo
APÉNDICE
Los relatos de Lankhmar I (PulpEdiciones) están
repartidos en Espadas y demonios y Espadas contra la muerte (Martínez
Roca). Para que el lector compruebe lo curioso que resulta que los comienzos de los
cuentos citados sean diferentes y que, por el contrario, las páginas finales sean
idénticas, se ofrece un ejemplo extraído de “El Grial Impío”.
Comienzo en la versión Martínez Roca
Tres cosas advirtieron al aprendiz de brujo de que algo iba mal: primero, las
huellas profundas de herraduras en el camino del bosque, que percibió a través de sus
botas antes de agacharse para palparlas en la oscuridad; luego el misterioso zumbido de
una abeja, cuya presencia de noche no era en absoluto natural, y, finalmente, un débil y
aromático olor a quemado. El Ratón echó a correr, esquivando troncos de árboles y raíces
que conocía de memoria, y gracias también a un sentido como el de los murciélagos, que
recogía el eco de ligeros sonidos emitidos. Las medias grises, la túnica, la capucha
puntiaguda y el manto ondeante, hacían que el delgado y ascético joven, pareciera una
sombra apresurada.
Comienzo en la versión de PulpEdiciones
Tres cosas advirtieron al aprendiz de brujo de que algo andaba mal: primero, las
profundas huellas de cascos herrados en el camino del bosque... las percibió a través de
sus botas antes de agacharse para palparlas en la oscuridad; a continuación, el
fantasmagórico zumbido de una abeja, atravesando innaturalmente la oscuridad de la
noche; y, finalmente, un débil y aromático olor a quemado. Ratón echó a correr,
esquivando los troncos de árboles y raíces que conocía de memoria, y gracias también a
un sentido como el de los murciélagos, que recogía el eco de ligeros sonidos emitidos.
Las medias grises, la túnica, la capucha puntiaguda y el manto ondeante, hacían que el
joven, delgado hasta lo ascético, pareciera una sombra apresurada.
Final en la versión de Martínez Roca
El hilo que sujetaba a Ratón se rompió. Su espíritu cayó como una pomada hacia la
estancia subterránea. Le inundó un dolor atroz, pero que prometía vida, no muerte.
Por encima de él estaba el techo bajo la piedra. Las manos sobre la rueda eran blancas y
esbeltas. Entonces supo que aquel dolor era el de la liberación del potro. Lentamente
Ivrian aflojó las anillas de cuero de sus muñecas y tobillos. Lentamente le ayudó a
bajar, sosteniéndole con todas sus fuerzas mientras cruzaban tambaleándose la habitación,
de la que todos los demás habían huido aterrados, salvo una figura hundida y enjoyada
en una silla tallada, junto a la que se detuvieron. El muchacho miró al muerto con la
mirada fría y satisfecha, como una máscara de un felino. Luego continuaron su camino,
Ivrian y el Ratonero Gris, a través de corredores desiertos por el pánico, y salieron a
la noche.
Final en la versión de PulpEdiciones
El hilo que sujetaba a Ratón se rompió. Su espíritu cayó como una plomada hacia
la estancia subterránea.
Le inundó un dolor atroz, pero que prometía vida, no muerte.
Por encima de él estaba el techo bajo la piedra. Las manos sobre la rueda eran blancas
y esbeltas. Entonces supo que aquel dolor era el de la liberación del potro.
Lentamente Ivrian aflojó las anillas de cuero de sus muñecas y tobillos. Lentamente le
ayudó a bajar, sosteniéndole con todas sus fuerzas mientras cruzaban tambaleándose la
habitación, de la que todos los demás habían huido aterrados, salvo una figura hundida y
enjoyada en una silla tallada, junto a la que se detuvieron. El muchacho miró al muerto
con la mirada fría y satisfecha, como una máscara de un felino. Luego continuaron su
camino, Ivrian y el Ratonero Gris, a través de corredores desiertos por el pánico, y
salieron a la noche.
APÉNDICE II
Ejemplos del libro de Clark Ashton Smith. Existen dos traducciones previas a
las de Arturo Villarrubia/Román Goicoechea.
Eric Navarro:
“Carecía de título y fecha. La narración comenzaba y concluía con la misma
brusquedad. Hablaba de un tal Gerard, conde de Venteillon, el cual, la víspera de su
boda con la renombrada y bella Eleanor des Lys, se topó en el bosque próximo a su
castillo con una criatura semihumana con cascos y cuernos. Gerard, decía la historia,
era un joven caballero con reputada fama de combatiente y un devoto cristiano; en nombre
de Nuestro Señor Jesucristo, conminó a la criatura a detenerse y decirle quién era. Con
una salvaje carcajada a la luz del ocaso, el extraño ser se detuvo delante de Gerard y
le respondió:
-Soy un sátiro, y vuestro Jesucristo significa para mí menos aún que los hierbajos que
crecen al pie de los escombros amontonados junto a los muros de las cocinas.
Horrorizado ante semejante blasfemia, Gerard hizo ademán de desenvainar su espada para
cercenar la cabeza de la criatura, pero esta siguió hablando:
-Aguardad, Gerard de Venteillon, os revelaré un secreto tal que os hará renegar de
vuestra fe en Cristo, olvidar a vuestra futura esposa y dar la espalda al mundo sin
dudarlo y sin que os arrepintáis de ello una sola vez”.
Pedro J. López Quintana:
“No había título, ni fecha, y el escrito era un relato que comenzaba casi de modo
tan abrupto como terminaba. Era sobre un tal Gerard, Conde de Venteillon, el cual, en la
víspera de su matrimonio con la reputada y hermosa demoiselle, Eleanor des Lys, había
encontrado en el bosque cerca de su castillo una extraña criatura medio humana con
pezuñas y cuernos. Entonces Gerard, según explicaba el relato, era un joven caballeroso
de valor indisputablemente probado, al mismo tiempo que un auténtico Cristiano; así que,
en el nombre de nuestro Salvador, Jesucristo, le pidió a la criatura que se detuviera y
que diera razón de sí misma. Riendo salvajemente en el crepúsculo, el grotesco ser
brincó frente a él, y gritó:
-Soy un sátiro, y tu Cristo es menos para mí que los hierbajos que crecen en los
montones de escoria de tu cocina.
Espantado por tal blasfemia, Gerard hubiera sacado su espada para matar a la criatura,
pero ésta gritó de nuevo, diciendo:
- Detente, Gerard de Venteillon, y te contaré un secreto, y una vez que lo conozcas,
olvidarás la devoción a Cristo, y olvidarás a tu hermosa novia de mañana, y le volverás
la espalda al mundo y al mismo sol sin resistencia y sin pesar”.
Y las que han provocado la polémica:
Traducción de Arturo Villarrubia para Edaf
“No había título, no había fecha, y el escrito era una narración que comenzaba
casi tan abruptamente como terminaba. Trataba de un tal Gerardo, conde de Venteillon,
quien, en la víspera de su boda con bella y renombrada demoiselle Eleanor des Lys, se
había encontrado en el bosque, cerca de su castillo, con una extraña criatura medio
humana, con pezuñas y cuernos. Ahora bien, como la narración explicaba, Gerardo era un
joven caballero de valor probado, al mismo tiempo que un buen cristiano; así que, en el
nombre de nuestro Salvador, Jesucristo, ordenó a la criatura que se detuviese y
explicase lo que era.
Riéndose estruendosamente en el crepúsculo, el extraño ser hizo cabriolas frente
a él y gritó:
- Un sátiro soy, y tu Cristo es menos para mí que las malas hierbas que el patio de tu
cocina crecen.
Asqueado ante semejante blasfemia. Gerardo habría desenvainado su espada y dado
muerte a la criatura, pero ésta gritó de nuevo diciendo:
-Conténte, Gerardo de Venteillon, y un secreto te contaré que, conociéndolo, olvidarás
la adoración de Cristo y a tu hermosa novia de mañana, y al mundo la espalda darás y al
propio sol sin dudas ni arrepentimientos”.
Traducción de Román Goicoechea para PulpEdiciones
“No había título, no había fecha, y el escrito era una narración que comenzaba
casi tan abruptamente como terminaba. Trataba de un tal Gerardo, conde de Venteillon,
quien, en la víspera de su boda con bella y renombrada demoiselle Eleanor des
Lys, se había encontrado en el bosque, cerca de su castillo, con una extraña criatura
medio humana, con pezuñas y cuernos. Ahora bien, como la narración explicaba, Gerardo
era un joven caballero de valor probado, al mismo tiempo que un buen cristiano; así que,
en el nombre de nuestro Salvador, Jesucristo, ordenó a la criatura que se detuviese y
explicase lo que era.
Riéndose estruendosamente en el crepúsculo, el extraño ser hizo cabriolas frente
a él y gritó:
-Un sátiro soy, y tu Cristo es menos para mí que las malas hierbas que el patio de tu
cocina crecen.
Asqueado ante semejante blasfemia. Gerardo habría desenvainado su espada y dado
muerte a la criatura, pero ésta gritó de nuevo diciendo:
-Conténte, Gerardo de Venteillon, y un secreto te contaré que, conociéndolo, olvidarás
la adoración de Cristo y a tu hermosa novia de mañana, y al mundo la espalda darás y al
propio sol sin dudas ni arrepentimientos”.
Ejemplos de La muerte del Doctor Isla
Se ofrece sólo el poema inicial y el comienzo. Se invita a cotejar ambos libros
para comprobar que las traducciones son prácticamente idénticas. En este caso, incluso
en detalles significativos como el poema, el haber mantenido el adjetivo antes del
nombre en “oscuros ojos” o “cicatrizada cabeza” (en inglés, el adjetivo va colocado
antes que el sustantivo; en español es mucho menos habitual), el uso del verbo
“obturar”, en vez de un sinónimo, etc.:
Comienzo de La muerte del Doctor Isla en la versión de Victoria Lentini
y Octavio Freixas (en el volumen Las ruinas de mi cerebro, Caralt)
“He deseado ir
donde no falten las primaveras,
a los campos donde los insectos no piquen
ni molesten, y se mezan unos cuantos lirios.
He pedido estar
donde no estallen tormentas
donde los prados crecen en los mudos cielos
y lejos del vaivén del mar.
Gerard Manley Hopkins
Un grano de arena, oscilando al borde de un pozo, se agitó y cayó dentro; en el
fondo, la hormiga león surgió furiosa. Durante un momento todo quedó en silencio. Luego,
el pozo y un metro cuadrado de arena que lo rodeaba se agitaron como borrachos mientras
dos cocoteros se inclinaban para mirar. La arena se amontonó en el borde y surgió la
cicatrizada cabeza de un muchacho –una maraña de cabello castaño le cubría casi las
suturas. Con los oscuros ojos dilatados, se detuvo; el cuello, justo donde había estado
la hormiga león y como aguijoneado desde abajo, saltó hacia la playa, se volvió y arrojó
la arena a puntapiés dentro del hoyo donde había emergido y lo obturó por completo. El
muchacho aparentaba unos catorce años.
Comienzo de La muerte del Doctor Isla en la versión de M. Blanco (El
gran tiempo/La muerte del Doctor Isla, PulpEdiciones, colección Double)
“He deseado ir
donde no falten las primaveras
a los campos donde los insectos no piquen
ni molesten, y se mezan unos cuantos lirios.
He pedido estar
donde no estallen tormentas
donde los prados crecen en los mudos cielos
y lejos del vaivén del mar.
Gerard Manley Hopkins
Un grano de arena, oscilando al borde de un pozo, se agitó y cayó dentro... En el
fondo, la hormiga león surgió furiosa. Durante un momento todo quedó en silencio. Luego,
el pozo y un metro cuadrado de arena que lo rodeaba se agitaron como borrachos mientras
dos cocoteros se inclinaban para mirar. La arena se amontonó en el borde y surgió la
cicatrizada cabeza de un muchacho. Una maraña de cabello castaño le cubría casi las
suturas. Con los oscuros ojos dilatados, se detuvo; el cuello, justo donde había estado
la hormiga león y como aguijoneado desde abajo, saltó hacia la playa, se volvió y arrojó
la arena a puntapiés dentro del hoyo de donde había emergido y lo obturó por completo.
El muchacho aparentaba unos catorce años”.
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