Cronopaisajes. Historias de Viajes en el Tiempo,
de varios autores
Título original: Timescapes
(1997)
Portada: Sara Salvador
Traducción: Pedro Jorge Romero
Editorial: Ediciones B Nova
(2003)
El libro en cyberdark.net
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Por Ignacio Illarregui (Nacho) y Enric Quílez (Yarhel), Mayo 2004
Cronopaisajes es uno de esos libros que te dejan algo intranquilo.
Por un lado constituye una buena noticia en el panorama español de ciencia ficción, al ser la
primera antología temática que se publica desde hace una década. Por otro, la
selección es algo azarosa y deja una sensación de que no es todo lo buena que podría haber
sido, máxime teniendo en cuenta que el viaje en el tiempo es uno de los temas estrella de la
ciencia ficción y uno de los más tratados. Lo que no se puede poner en solfa es que ofrece
una inmejorable perspectiva de cómo se ha desarrollado el viaje temporal, desde su aparición por
primera vez a finales del siglo XIX, al exponer los esquemas más utilizados: viajes al pasado
para rescatar objetos, safaris por la prehistoria, encuentros con razas venideras, historias
de amor a través del tiempo, paradojas cerradas, paradojas abiertas,...
Los cuentos están separados en tres grandes apartados: regreso al
presente, viajes al pasado e historia del futuro. La selección, realizada
por Peter Haining, ha sido complementada con la inclusión de dos relatos de autores españoles
elegidos por Miquel Barceló. Bastantes son obras de empaque que tratan el viaje temporal de
manera original, incitan a la reflexión o transmiten unas sensaciones evocadoras muy
profundas.
Entre ellas habría que incluir "Algo para nosotros temponautas..." que,
sin ser lo mejor de Philip K. Dick, captura el temor producido por la imposibilidad de escapar
al destino marcado, además de ser tan marciano como sus mejores historias; aunque cuesta algo
de entender en una primera lectura. O "El mayor espectáculo televisivo del planeta", de
J. G. Ballard, que anticipa una jugosa cuestión: ¿qué pasaría si pudiésemos viajar en el
tiempo y presenciar los grandes acontecimientos de la historia? ¿Nos conformaríamos con ser
simples espectadores pasivos o haríamos como aquel vendedor de libros en yiddish que
anunciaba: "Shakespeare: traducido y mejorado"? La respuesta es de magnitudes bíblicas, y
confirma que cuando Ballard libera su vena humorística el resultado acostumbra a ser
brillante.
Puestos con Shakespeare, "Misterio mayor" de José Malloquí plantea una
de esas cuestiones que atormentan de vez en cuando a los estudiosos del tema: ¿fue Shakespeare
el autor de sus obras? Y, si no lo fue, ¿quién lo hizo? El enigma se presenta con un viaje
en el tiempo y un curioso bucle temporal.
Otros nombres clásicos se encuentran en "Los hombres que asesinaron a
Mahoma", de Alfred Bester, una ingeniosa sátira de las ucronías cuyo leitmotiv es
viajar al pasado para mejorarlo. El relato carece de elementos literarios deslumbrantes,
pero resulta tan trepidante y cinético como los mejores Bester de los 50. Asimismo "Todos
vosotros zombies..." es la muestra perfecta de la habilidad de Robert Heinlein para construir
maquiavélicos enredos repletos de retruécanos que conducen a un final difícilmente
cuestionable. Posiblemente, la mejor paradoja cerrada que se ha escrito nunca, bastante más
fácil de seguir que su otro relato de temática idéntica "Por sus propios medios".
"Hombre de su tiempo" es un Aldiss canónico, de los que no deslumbra
pero juega consecuentemente con una idea. En este caso la percepción alterada del tiempo
que sufre un astronauta tras regresar de la primera misión tripulada a Marte. Se trata de
un enfoque psicológico muy interesante ya que logra transmitir parte de la confusión que
sufre el protagonista, aislado de sus amigos y de su familia de una manera extraña e
inquietante.
De Arthur C. Clarke se ha seleccionado "Todo el tiempo del mundo",
que juega con una curiosa máquina que permite detener el tiempo. No es difícil imaginar
las innumerables aplicaciones que un ladrón podría darle a semejante aparato. Se trata de
un relato legible pero muy frío, a pesar del humor irónico, tal vez algo amargo, que
se desprende de su final.
Cronopaisajes también contiene algunas piezas brevísimas
ciertamente deliciosas. "La mortal misión de Phineas Snodgrass" de Frederik Pohl o
"Problema de producción" de Robert F. Young, tratan con tono humorístico e irónico,
respectivamente, sobre los problemas de alterar el pasado con "la mejor de las
intenciones" y lo difícil que puede ser buscar algo cuando se desconoce su apariencia.
A su vez, la originalidad de "Nellie tiró de la punta" (Richard Hughes) reside en el
consecuente (¿o debiéramos decir antecedente?) tratamiento lingüístico de una hipotética
inversión de la flecha temporal.
Con un tono más serio y ligeramente distópico, "La razón está con
nosotros", de James E. Gunn, nos habla de un mundo similar al descrito por Orwell en
1984, en el que uno de sus habitantes ha escapado al pasado huyendo del
superestado absolutista. Mientras, "El tiempo no tiene límites" (Jack Finney) es una
original historia detectivesca en la que un obsesivo policía, posiblemente inspirado
en Los miserables de Victor Hugo, persigue a criminales de poca monta,
intentando hacer cumplir aquello de "no dejar crimen sin castigo" hasta sus últimas
consecuencias.
"El día que hicimos la transición", de Ricard de la Casa y
Pedro Jorge Romero, es la segunda de las narraciones en castellano seleccionadas por
Barceló. En ella se nos cuenta una historia enmarcada en una policía temporal que
trata de contener los intentos de alterar el pasado por parte de todo tipo de grupos
de indeseables. Las imágenes sobre lo mal que podía haber ido la Transición a la
democracia en nuestro país si las cosas se hubiesen torcido son, cuanto menos,
impactantes.
Y cerrando el volumen están las dos joyas de
Cronopaisajes. "El continuo Gernsback" es, probablemente, el mejor relato de
Bradbury no escrito por Bradbury y el mejor cuento de Gibson, aunque no parezca
escrito por Gibson. Pocas historias capturan de forma tan refinada la añoranza
por un tiempo que pudo haber sido y no fue. La América del art decó a
finales de los años 30, soñada por el arquitecto Frank Lloyd Wright y los
ilustradores pulp, se rememora con una intensa melancolía a través de
un diseñador gráfico que empieza a observar cómo imágenes extraídas de ese pasado
olvidado irrumpen a su alrededor. Onírico, evocador, casi etéreo...
Curiosamente, "La enfermedad del tiempo" (Martin Amis) tiene
también mucho de otro autor a parte del que lo ha escrito. Como bien dice Haining
en su presentación, es puro Ballard, y recuerda a su "Noticias del sol", donde
una enfermedad provocaba lapsos temporales en los que el cuerpo se volvía inactivo.
Martin Amis utiliza el mismo concepto de enfermedad temporal, un envejecimiento
repentino, para exponer el frenético ritmo de la sociedad en que vivimos, donde
para mantener la gloria y el éxito es necesario llevar una actividad extenuante.
Sin ser deslumbrante, invita a la reflexión.
Haining también ha escogido algunos relatos de proto
ciencia ficción que, aunque han envejecido bastante, sirven como fiel muestra de los
orígenes del género. El más interesante es la primera historia sobre viajes en el
tiempo de la que se tiene constancia: "El reloj que marchaba hacia atrás". Escrito
por Edward Page Mitchell a finales del siglo XIX, antes de que Wells escribiese
su primer relato sobre el tema, "The Chronic Argonauts", contiene elementos que
después se han utilizado hasta la extenuación, como la máquina que te transporta
al pasado (un reloj), el viaje a una época que los viajeros conocen muy bien o
la misión que uno de ellos deberá cumplir para que la Historia sea tal y como
la conocen. Lo mismo se puede decir de "El relato del señor Strenberry"
(J. B. Priestley), que se recrea en la descripción de una extraña visión
producida por un viajero del futuro que escapa de una catástrofe. También se
ha rescatado para la ocasión un texto de H. G. Wells que fue suprimido de
La máquina del tiempo: "El hombre gris". Muy en la tónica del resto de
la novela, no aporta nada nuevo, aunque para los devotos de Wells resulte
llamativo.
E, independientemente de gustos personales, hay algunas
piezas que no deberían figurar en esta antología. Más que nada porque o no parecen
tratar el tema del viaje del tiempo o gozan de una ínfima calidad. Éste es el caso
de "Oigo tu llamada" (Eric Frank Russell) y "A través del tiempo y el espacio
con Ferdinand Feghoot" (Grendel Briarton). También se han incluido otros de
autores conocidos, como es "La inestabilidad" de Isaac Asimov, que son malos
con ganas. Un sinsentido si se tiene en cuenta que escribió relatos sobre viaje
temporal muy superiores. Tampoco es especialmente encomiable "Flujo", de Michael
Moorcock, que no estaría nada mal de no ser porque el "homenaje" que hace a
La máquina del tiempo roza casi la copia descarada. "Del tiempo y Kathy
Benedict" de William F. Nolan llama mucho la atención, pues no es más que un
mediocre cruce entre una novela rosa ramplona y El mago de Oz. Y
"Estafador temporal" de C. M. Kornbluth, sin ser nefasto, deja bastante que
desear, sobre todo en un autor tan interesante y sarcástico como suele ser
Kornbluth.
De Lyon Sprague de Camp se ha seleccionado "Un arma para
un dinosaurio", donde podemos ver un clásico uso de la tecnología temporal
con finalidades turísticas. Nos traslada a la era secundaria en un safari para
cazar dinosaurios. Puestos a pedir más, es una pena que el relato de Bradbury
seleccionado sea "Tiempo intermedio", cuando su gran clásico de viajes
temporales es, indiscutiblemente, "Ruido atronador". No obstante, su
temática es muy parecida a la del anterior relato y, como no hay mal que por
bien no venga, nos permite disfrutar de un poético "Tiempo intermedio", en
que se utiliza el viaje en el tiempo para realizar una emotiva defensa de la
tercera edad y de la necesidad de atenderla como es debido.
También es una lástima que grandes maestros del relato
como Robert Sheckley, Fredric Brown o R. A. Lafferty vean algunas de sus joyas
olvidadas. "Doble indemnización", "Las cortas y felices vidas de
Eustace Weaver" o "Lenta noche de jueves" son tres historias al mismo nivel
que las mejores seleccionadas y que tratan el viaje en el tiempo de una
manera muy peculiar que no se parece en nada a lo que hay en el libro.
Centrándonos en la edición, al igual que muchos de los
últimos Novas, es muy mejorable. En la introducción de Haining,
wormhole se traduce como agujero de lombriz, y Barceló habla en
otro sitio de agujero de gusano. La construcción gramatical
de las oraciones es completamente anglosajona, y se observan excesivas
repeticiones de palabras que no aparecían en ediciones previas que hemos
podido comprobar. Igualmente, en las entradillas de cada relato, no hay
un criterio claro para indicar los títulos que se citan; parece que en
inglés se dejan los que no han sido traducidos y, sin embargo, muchos de
ellos sí se pueden encontrar en español.
En definitiva, un libro interesante y recomendable
aunque, por desgracia, no tan redondo como podría haber sido. Aun así, una
iniciativa a aplaudir en unos tiempos en que el relato no parece estar de
moda y las antologías temáticas brillan por su ausencia.
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