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Por Iñaki Bahón
Dice un proverbio que la primera vez que alguien te engaña la culpa es de
esa persona, pero que la segunda vez la culpa es tuya. Stephen Sommers ya "engañó" a los
amantes del cine fantástico hace años cuando rodó La momia y pensamos que se trataba de
un remake del clásico del género, es decir, una película de terror; en lugar de eso nos
encontramos con una obra más en la línea de las aventuras de Indiana Jones, sólo que bastante
menos interesante. Por ese motivo no podemos llevarnos las manos a la cabeza cuando, al contemplar
este Van Helsing, comprobamos que comparte la misma exquisita fidelidad al espíritu de
los grandes monstruos de la historia de la que hacía gala la película protagonizada por
Brendan Fraser. Hay lugar para la decepción, claro, pero no para la sorpresa. ¿Qué nos
podíamos esperar?
Claro que, no por esperado, el resultado se va a librar de las pertinentes
críticas.
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Van Helsing |
Van Helsing es una película trepidante y entretenida, un producto
ejemplar de la época cinematográfica que vivimos, regida por las normas marcadas por la industria
de Hollywood que se basan, en gran parte de los casos, en asimilar cualquier elemento cultural
o social, sea cual sea su origen, hasta convertirlo en una pasta homogénea fácilmente digerible
por el espectador medio actual. Dentro de este medio, con sus deslumbrantes efectos especiales,
su ritmo acelerado, sus atractivos protagonistas y su acabado absolutamente comercial, es, en
cierta forma, una película perfecta, una obra que hará las delicias de todo el público.
¿De todo? Bueno, de todos no: aún queda un puñado de irreductibles espectadores que siguen
dando importancia al...
¿Guión?
Los guiones no son sólo "lo que se cuenta", sino que tienen que ver con
la construcción de los personajes, la selección de la información que se muestra, la preparación
de las escenas, la cimentación de una estructura dramática coherente y emocionante, la elección
de los diálogos... En su mayor parte el guión de Sommers se pasa todo esto por el arco
del triunfo.
El director, interesado en unir en una misma película a todos estos
monstruos, aseguraba en una entrevista que no quería que la conjunción de estos personajes fuera
arbitraria, sino que pretendía construir una trama que justificase esta convergencia de forma
sólida. Huelga decir que no ha tenido mucho éxito, porque la trama resulta bastante pueril.
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Frankenstein |
La aparición del monstruo de Frankenstein se justifica por el hecho de que
Drácula lo necesita para dar vida a sus retoños, lo cual no se sostiene por ningún sitio: no
sólo no se entiende que sus novias se conserven tan lozanas tras dar a luz a miles de retoños,
sino porque tampoco tiene ninguna explicación que, una vez nacidos, estas criaturas no puedan
desarrollarse sin un aporte extra de energía eléctrica (menuda chapuza que resulta ser el
ciclo biológico vampírico). En cuanto a lo del hombre lobo ya no tiene nombre: su mordedura
es lo único que puede acabar con Drácula (adiós a todo lo que sabíamos sobre crucifijos,
estacas y demás), de ahí que resulte totalmente lógico que el conde se asocie con un
licántropo en lugar de hacer que lo maten inmediatamente.
Pero claro, tampoco tiene sentido ponerse quisquilloso ante una película
en la que la coherencia brilla por su ausencia. Temas como la increíble resistencia de los
protagonistas, supuestamente humanos, ante golpes y caídas mortales de necesidad; el hecho de
que los vampiros se vean afectados por la luz del sol en algunos momentos para minutos después
aparecer a pleno día; el que no se sepa de dónde sale el montón de chupa-sangres que aparece en
la escena del baile de máscaras; que una simple nube pueda revertir la transformación del
hombre lobo (y de paso recomponer su camisa), demuestran claramente el mimo con el que
ha sido elaborado el guión.
Por su parte, la dirección tampoco resulta demasiado brillante. Como
ejemplo tenemos ese incompetente clímax en el que una infografía fuera de control usurpa el
protagonismo, y de forma incomprensible se les cede el último enfrentamiento a dos criaturas
virtuales, relegando a los actores de carne y hueso, y retratando ese momento final en el
que Lobezno-Helsing acaba con Drácula de forma torpe y anticlimática.
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El baile |
Mención obligada merece también el escaso reparo que la película muestra
a la hora de "homenajear" elementos bien conocidos de otras películas, como es la citada escena
del baile, casi calcada de El baile de los vampiros de Roman Polanski, o algunas
de las armas que Blade ha utilizado en sus dos entregas.
Cocina rápida vs. cocina tradicional
Un buen cocinero es capaz de preparar un plato excelente utilizando unos
pocos ingredientes, mientras que uno de segunda categoría utilizará todos los condimentos del
mundo para conseguir una comida simplemente pasable. Esto mismo se puede aplicar a Van
Helsing. Stephen Sommers necesita al hombre lobo, al monstruo de Frankenstein, al
Conde Drácula (junto a sus novias y un millón de bebés vampiros), unos increíbles escenarios,
todos los efectos especiales del mundo y el producto interior bruto de África para hacer una
película entretenida sin más: todo un triste despilfarro de elementos con los que un equipo
de cineastas con talento podrían hacer varias obras interesantes.
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Drácula |
A la cabeza de este doloroso derroche está, por supuesto, el tema de
los personajes. Cualquier aficionado al fantástico con un mínimo de sensibilidad se morderá
los nudillos al asistir a la banal recreación que se hace de esos monstruos clásicos, empezando
por el mítico conde Drácula, quien, a mi entender, resulta suficientemente importante como
para no tener que compartir el protagonismo en el bando de los malos. Claro que es tan
lamentable la recreación que Richard Roxburgh hace del aristócrata vampiro (¿quién es
culpable, el actor o el director?) que no me extraña que necesite apoyarse en otros personajes
míticos, como ese monstruo de Frankenstein de horrible diseño (aunque esté de parte de "los
buenos" la mayor parte del metraje), el hombre lobo, o, brevemente, Mr. Hyde. Parece como
si Sommers estuviera dispuesto a pasar revista a la nómina completa de Grandes
Monstruos del Cine, aunque si lo hace con esta misma filosofía mejor que se dedique a otras
cosas y se repase Deep Rising, la película que dirigió antes de las momias y que resulta
mucho mejor que éstas. Claro que, también puede opositar a que le dejen dirigir la
continuación de La Liga de los caballeros extraordinarios, o bien sugerir que, viendo
las múltiples coincidencias, simplemente se fusionen ambas sagas.
Si es un crimen sacar tan poco provecho a estos monstruos, igualmente
censurable resulta, por fin, lo que hace con el protagonista, el propio Van Helsing, cuyo
legendario nombre se utiliza aquí como reclamo. Poco tiene éste que ver con el personaje de
la célebre novela de Bram Stoker. Y digo que tiene poco que ver con aquél no porque se aleje
de su espíritu, sino porque se trata, efectivamente, de otra persona. La película utiliza el
nombre del memorable profesor que acosó a Drácula, pero su protagonista no es aquel Abraham
Van Helsing, si no un tal Gabriel, de supuesto parentesco que no acaba de aclararse. ¿Cuál
es la razón de que se haya utilizado otro personaje en lugar del original? Quién sabe; tal
vez en la inevitable secuela se nos explique, así como su supuesta longevidad, ya que, según
el Drácula de la película, fue este Van Helsing quien le "mató" siglos atrás (no entiendo
nada).
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Hugh Jackman y Kate Beckinsale |
Este personaje carece del atractivo de, por poner un ejemplo (el mejor
ejemplo, en realidad), aquel maravilloso Van Helsing que Peter Cushing interpretó para
la Hammer. Se trata de un asesino a sueldo del Vaticano, de personalidad indefinida; unas
veces parece arrastrar un pasado torturado, y otras suelta los chistecillos habituales en
las películas de acción; en una escena se comporta como un hombre atormentado y en otras como
el típico galán de opereta. Un personaje desaprovechado, banalizado aún más por la presencia
de ese irritante fraile de doble función: la del personaje graciosillo y la del genio
fabricante de (anacrónicas) armas, en un evidente ¿homenaje? al mucho más entrañable "Q" de
la serie de James Bond. Poco hay que decir, por último, del personaje de la guapa Kate
Beckinsale, salvo que nos remite irremediablemente al que interpretó en esa otra gran
obra que es
Underworld
(¿qué fusionen también esta saga?), en la que resultaba tan creíble como en ésta.
En resumen, y una vez más, estamos ante una película formalmente
impecable que resultará un éxito de taquilla pero que no dejará ninguna huella, en la mejor
tradición del fast food cinematográfico que sufrimos continuamente. Es cierto que se
deja ver, pero poco más positivo se puede decir; pobre resultado cuando hablamos de una
obra de semejantes proporciones humanas y económicas.
En sendas entrevistas, como para tratar de justificar su participación
en el proyecto, tanto Jackman, como Beckinsale, o la propia Elena Anaya,
hablaban de lo difícil que es encontrar un guión tan bien escrito para una película de ese
tipo... Lo incomprensible es que luego, al extenderse, tan sólo hablan de las horas que
pasaron colgados de los cables durante el rodaje. Al menos ellos ya cumplieron así su
penitencia. Tal vez habría que colgar ahora a alguien más.
@2004 Iñaki Bahón para cYbErDaRk.NeT
Prohibida su reproducción sin permiso expreso del autor
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