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Por Miguel Valle (Zeke)
Unas palabritas de novato
Fiuuuu, ¿quién me lo iba a decir? Hace algo más de dos
meses me llegó un mensaje privado de Nacho, al que todos conocéis. Con la paranoia
habitual del forero común me dije: "Ostras, ya la has cagado. ¿A ver qué demonios
he hecho?". Pero no. Era una invitación de lo más cortés a sumarme al señor Iñaki
Bahón para comentar algunas películas. Sorpresa, emoción y sentido de
responsabilidad aparecieron de pronto en el horizonte, acompañados de, cómo no,
cierta duda respecto a estar a la altura de las circunstancias. Si estáis leyendo
esto es que he pasado el filtro, así que ya puedo respirar de nuevo.
Sólo me resta pediros paciencia a los amables (y sufridos)
lectores que vais a leer estás líneas.
Troya
La película se nos presenta como una reinterpretación
realista de La Ilíada y de todos los textos que componen el ciclo troyano,
incluyendo La Eneida de Virgilio, con una de las referencias más
sonrojantes que recuerdo; ¿en qué estarían pensando los guionistas?. Pero vayamos
por partes.
Desprovista de cualquier justificación mitológica y alejada
de cualquier veleidad fantástica, esta Troya plantea la guerra como
consecuencia de las ansias expansionistas de Agamenón (Brian Cox, que parece
adscrito a ser el malo de la función), que toma como pretexto para iniciar las
hostilidades la consabida infidelidad de la esposa de su hermano, Helena. A este
respecto se ha cuestionado la poca importancia dada al romance entre Paris y
Helena, e incluso la elección de una muy discreta Diane Kruger, hermosa
pero no arrebatadora, para darle vida (del blandito Orlando Bloom prefiero
no hablar). Personalmente, y dado el planteamiento "realista" del filme, quién
sabe si no lo podemos considerar como un acierto de casting; sabemos que
Helena no es más que una excusa, con lo que casa muy bien con lo que nos están
vendiendo en esta versión.
En La Ilíada se mezclan alegremente la sociedad del
siglo VIII A.C. (momento en el que fue recopilada, más o menos) con apuntes
coloristas de épocas anteriores que den la adecuada patena de antigüedad al
relato satisfaciendo al auditorio. Así tenemos la panoplia arcaica de Ayax, el
casco de dientes de jabalí de Ulises, etc.
|
Héctor y Paris |
La película de Petersen sigue el mismo modelo mezclando
distintas épocas buscando el mismo objetivo: contentar al espectador. Toda la
iconografía, la decoración, el vestuario y el armamento pertenecen a épocas
históricas muy alejadas del momento en que se sitúa la verdadera guerra de
Troya (siglo XIII - XII A.C.). Los aqueos parecen más bien sacados de las falanges
griegas del siglo V A.C.; las pentécoras, que probablemente se usaron, se transforman
en enormes y poderosas trirremes; e, incluso, si la memoria no me falla, hasta
podemos ver algún casco ático. Los troyanos tienen un adecuado aspecto oriental,
más basado en los persas que en otra cosa, y lo mismo ocurre con la reconstrucción
de su ciudad, donde se mezclan estilos sin ningún tipo de orden y coherencia. Aunque
podemos destacar algún apunte colorista que me hizo bastante gracia, como el escudo
de bronce de Ayax o los leones de Micenas presidiendo el salón del trono de
Agamenon.
De este modo, Troya no deja de ser un popurrí diseñado
para que el espectador actual no perciba elementos disonantes o extraños en la
reconstrucción, y que ésta se asemeje a la visión que todos tenemos, aunque sea
inconscientemente, de lo que pudo ser la guerra. Con todo, a nivel estético, la
película cumple: resulta bastante interesante y atractiva para el espectador no
interesado en una reconstrucción fidedigna (es decir, la gran mayoría). Por otro
lado, es de agradecer que la visión de Petersen esté siempre en el lado
humano sin regodearse en la pasta invertida en los espectaculares decorados.
Simplemente están ahí para cumplir su función y crear una imagen adecuada
de la época.
La Historia
Troya comienza prácticamente in media res,
resolviendo en pocos minutos algunas historias importantes para la progresión
de la película: la seducción de Helena, el resentimiento de Aquiles hacia
Agamenon (aunque desde el principio el director se empeña en ir humanizando
a la máquina insensible de Aquiles para hacerle más simpático de cara al espectador)
y la presentación de algunos secundarios ciertamente desaprovechados como Ulises.
|
Aquiles |
La parte central se ajusta bastante bien a los hechos narrados
en La Ilíada: la cólera del Pélida Aquiles ante el ultraje de Agamenon al
arrebatarle a Briseida, y su enfrentamiento con Héctor. Durante este tramo, con
mucho el más interesante y el mejor realizado, Héctor y Aquiles se erigen en los
protagonistas, consiguiendo el señor Petersen, que de dirigir sabe algo,
un adecuado equilibrio entre ambos, aunque las simpatías personales del que
suscribe están con Héctor.
Aquiles (Brad Pitt) se presenta como una máquina de
matar, un ser que sólo encuentra su sentido en el caos y el fragor de la batalla.
"Sólo tienes un don", le dicen, "y es matar". Sólo busca la gloria,
que su nombre resuene a través del tiempo hasta el fin del mundo. Incluso se las
arreglan para introducir la profecía de Tetis
(1)
, su madre, anunciándole que puede
vivir feliz, tener hijos y perderse en el olvido o luchar bajo las murallas de
Troya y morir consiguiendo la fama eterna. La elección de Aquiles sólo puede ser
una.
Con este bagaje, el personaje no puede ser más que un ser
desagradable, un monolito viviente, un arquetipo que sólo sirve para engrandecer
la humanidad de Héctor. Pero este punto no es comprendido por los guionistas de
Troya, que necesitan humanizar a Aquiles y, por supuesto, descartar
cualquier tipo de ambigüedad que pueda arrojar alguna mancha al rostro bien
alimentado de Brad Pitt. Así desaparece la homosexualidad imperante en
la época (en otros tiempos la hubieran insinuado, snif, snif). De hecho su
primera aparición es en su tienda con un par de mujeres dormidas, para que no
tengamos dudas, y su amante Patroclo se convierte en un inofensivo primo.
Como decía, en su concepción, Aquiles debería ser un
antihéroe y, de paso, una oportunidad única para que el Hollywood actual (y
me refiero al de grandes películas de género) demostrara algo de madurez y
nos ofreciera un protagonista de estas características. Durante bastantes
minutos, a pesar de haberle quitado mucho hierro, se apunta en esta dirección,
haciéndonos confiar en que Aquiles no se comportará como un sano muchachote
yankee. Y claro, nos la dan con queso. En el último tercio del filme
deciden remozarlo del todo, como en toda superproducción que se precie, y no
dudan sacrificar la lógica del personaje para conseguir una conclusión
adecuada a las mentes hollywoodienses.
|
Héctor |
Mientras la esencia de Aquiles es traicionada por un
final digno de traca (o de escarnio público), Héctor (Eric Bana) está
estupendamente retratado. Se trata del personaje más humano de La Ilíada
y ha conservado esa condición en el filme. Le vemos como un adalid, un director
de hombres, un guerrero que lucha porque debe luchar pero que siente, que
padece y sufre con cada victoria. Un hombre que piensa en su familia, en su
patria y que tiene algo por lo que luchar. No es el más fuerte ni el más
diestro ni invulnerable, es un mortal como cualquier otro. Por eso hay más
épica en sus victorias que en las limpias carnicerías de Aquiles. Por eso es
más grande y no cesa de crecer en cada momento, hasta el inevitable
enfrentamiento con Aquiles.
Durante esta parte, el ritmo es correcto, intercalando
la historia de los dos personajes principales con las tramas secundarias;
la cobardía de Paris, las dudas de Helena, el desprecio de Agamenon hacia
Aquiles o los ardides de Ulises mediando entre ambos.
Este tramo central se inicia con un más que correcto
desembarco de Aquiles, resuelto en unas escenas muy bien realizadas que
dibujan su ansia bélica y anticipan su enfrentamiento con Héctor. Asimismo
lo vemos por primera vez ensangrentado hasta los codos, mostrando un estilo
de lucha muy bien pensado y coreografiado, que
le describe mejor que cualquier parlamento. No sólo combate rápida y
certeramente (Aquiles el de los pies ligeros) sino que muestra una ausencia
de pasión, una precisión casi mecánica que casa muy bien con la imagen de
este peculiar héroe.
Como decía, tras el desembarco y el primer encuentro
entre los dos personajes antagónicos, hace su aparición Briseida, el
detonante de su enfrentamiento con Agamenon y que significará la retirada de
Aquiles del campo de batalla. Este personaje, interpretado por Rose
Byrne, adquiere una importancia cada vez mayor porque es la encargada
de dotar de humanidad al personaje de Brad Pitt y conseguir una
adecuada transformación en el mismo.
|
Desembarco |
Durante gran parte del metraje la relación está bien
descrita. Briseida se convierte un elemento atípico en la vida de Aquiles,
un contrapunto para la vida brutal que lleva y la búsqueda de gloria a la
que está predestinado. No obstante, da la sensación de que carece del peso
específico para conseguir la transformación de éste, resultando el
enamoramiento entre ambos como algo un poco impostado, como si al decidir
prescindir de la historia de Helena y Paris fuera necesaria otra historia de
amor para redondear el filme.
Batallas, clímax y duelos personales
Las escenas de batalla están rodadas con cierta pericia,
bajando la cámara desde planos generales hacia el interior de los combates,
consiguiendo una adecuada mezcla entre los efectos generados por ordenador
y el trabajo de los extras. No obstante, como viene siendo habitual en las
últimas superproducciones de este tipo, y a pesar de que en ésta se ha
intentado dotar de una mayor lógica a la lucha, como la batalla bajo los
muros de Troya
(2)
, todavía existe cierta confusión entre planos subjetivos y
objetivos. Priman demasiado los primeros, dejando de lado la claridad
narrativa a favor de transmitir el caos y confusión en un combate y dar
sensación de rapidez y premura, moviendo, a veces, sin mucho sentido la
cámara. Aspecto hasta cierto punto cuestionable ya que no sólo aparecen
ejércitos con un fondo de hombres completamente irracional (ningún ejército
lleva un fondo de más de ocho hombres), sino que enseguida la contienda se
convierte en un caos absoluto, como si sólo mantuvieran la formación para
hacer bonito en el plano general al principio de la secuencia y luego nos
olvidáramos de ello. Así todos los combates masivos parecen iguales, un
montón de tipos zurrándose, independientemente de que unos sean lanceros,
otros infantes con armadura o combatan en formación cerrada. Todo sea por el
espectáculo.
|
Una "linda" formación |
Dos ejemplos pueden ilustrar esto. En el avance
troyano aplastando a los griegos, se echa de menos una imagen mostrando
el rodillo troyano, la formación cerrada que desbanda a los griegos. El
desarrollo es confuso y no se percibe el caos en las líneas aqueas. O el
ataque nocturno de los troyanos, aquél en el que incendian los negros
bajeles y que obliga a Patroclo a armarse con los pertrechos de Aquiles
e insuflar un poco de valor a las tropas aqueas. Se trata de una situación
que requiere tempo, que la realización permita al espectador percibir
adecuadamente el descalabro de los aqueos y lo que supone la reincorporación
de Aquiles al combate. Pero todo es resuelto con premura, confundiendo la
acumulación de situaciones y el rodaje frenético con la tensión y el
ritmo. Sucede tan aprisa que el drama (la muerte de Patroclo) no alcanza
su clímax, desperdiciando, así, uno de los grandes momentos de la
historia.
No obstante, Petersen vuelve a pausar el filme, a
conceder metraje para crear la necesaria predisposición en los espectadores
con el enfrentamiento entre Aquiles y Héctor. Se detiene en el amanecer,
en la despedida de Héctor (aunque me sigue resultando más emotiva la
descrita en La Ilíada), en la marcha de Aquiles ignorando el
llanto de Briseida (que continúa realizando su papel de conciencia), etc.
El duelo, bien resuelto, está impregnado en el
fatalismo de quien sabe que Héctor está sentenciado, y la virtud de la
dirección es que permite alentar una esperanza para el personaje de Eric
Bana, aun sabiendo que es imposible. Petersen logra mantener con
nervio la incertidumbre y con ese momento consigue, sin duda, el clímax del
filme.
El Final
Muerto Héctor, el realizador o el productor, o quién sea,
pierde el interés por la historia, y si, hasta entonces, había mantenido una
coherencia y un dibujo claro de personajes, toda lógica se desvanece, tanto en
el guión como en la realización.
El apresuramiento que se había percibido en determinadas
secuencias vuelve a aparecer en una escala creciente, como si al agotarse el
material de La Ilíada y tener que recurrir a otros textos, la base, el
sustento del filme, desapareciera. Perdemos la noción del transcurso del tiempo
(que tampoco había sido muy clara hasta el momento) y aunque nadie esperaba que
narraran los diez años de la guerra de Troya, sí se debiera haber transmitido
la sensación de un asedio prolongado. Pero no. Desde la muerte de Héctor todo
se sucede sin solución de continuidad, y la calidad y el respeto mantenidos
hasta ese momento se diluyen en un final digno de serie B.
|
El caballo de Troya |
Al ducho en ingenios, Ulises, lo vemos idear el caballo
de Troya en un plis plas, y la justificación para la retirada de los aqueos de
la playa es de risa: la peste. Algo que nadie ha visto, que nadie espera y
que nadie se puede creer. Te lo cuentan y tú dices, pues vale. Aquiles
completa su humanización fuera de la pantalla. Ni siquiera asistimos
a alguna secuencia que muestre la lucha interior entre sus deseos de gloria y
la atracción (o compasión) que siente por Briseida. El héroe no puede dejar
marchar a la chica (¿por qué no?, me pregunto yo). Así, la primera noticia de
esto es un plano de Aquiles escalando los muros de la ciudadela interna con
un sólo objetivo: rescatarla y largarse juntos a las islas felices.
Es evidente que en el último momento se exige esta
transformación, esta bondad en el héroe; por eso no puede morir antes del saco
de Troya. Hubiera sido la excusa perfecta para la retirada de los aqueos; muerto
su campeón, con la moral por los suelos, podríamos entender perfectamente
su huida. Claro, que esto supondría prescindir de la estrella en el último
tercio del filme y eso no queda tan bonito, ¿verdad?
Así pues, mientras los aqueos toman Troya gracias al
ardid de Ulises, en unas secuencias totalmente descafeinadas, todo sea dicho,
Aquiles pasea el palmito a la búsqueda de su Briseida, y cuando están a
punto de encontrarse un pánfilo llamado Paris (Orlando Bloom, más
blandito que nunca) se lo cepilla (con flechazo en el talón y todo) casi
por casualidad y cuando el héroe ya era bueno. Vamos, de juzgado de guardia.
Y eso que prefiero omitir algunas secuencias que rozan casi la estupidez.
En Resumen
¿Qué podíamos esperar de Troya?
(3)
. Resulta claro
que el modelo seguido es Gladiator y no las sagas recientes del
fantástico. Se ha tratado de ofrecer un espectáculo más adulto, más
complejo, entendiendo que es irreconciliable la parte más mitológica,
más fantástica de la historia. Aunque ello haya llevado al director y a los
productores a una versión historicista tan falsa como el más rancio peplum,
pero más acorde a la mentalidad actual. Dentro de este planteamiento, y
sin juzgar el acierto o no del mismo, es comprensible que la idea de Afrodita
escondiendo a Paris en su combate con Menelao o a Aquiles luchando contra
el Escamandro, ya no funcionen en el público actual.
|
Aquiles meditando |
Asumiendo esta concepción de Troya, una Troya
humana, creo que el filme acierta en muchos aspectos, principalmente en el
tramo central, donde quedan perfectamente retratados Aquiles y Héctor, ofreciendo
no sólo el consabido espectáculo de batallas, sangre y sudor, sino algo más de
profundidad, algo de interés.
Si bien es cierto que gran parte de la ambigüedad de
los personajes y la cuestionable moral del héroe homérico están difuminadas.
Se exige una polarización de los personajes (el caso de Agamenon) y se
inclinan hacia el lado correcto a unos héroes que, cuando menos,
se muestran con un elevado grado de ambigüedad en la obra original, siendo
Aquiles el paradigma (que por cierto, tal y como está planteado el filme,
podría haberle dado título sin problema).
Por otro lado, algunas otras caracterizaciones muy
interesantes quedan desdibujadas por el poco metraje que se las dedica, como
el cinismo de Ulises (interpretado por Sean Bean), cuando convence a Aquiles
para combatir o cuando le reprocha su completa libertad para actuar según
sus propios deseos, no como él, que debe gobernar un reino.
Tampoco conviene olvidar que en pro de una mayor claridad
muchos elementos han desaparecido o personajes interesantes son liquidados con
excesiva facilidad (desde Ayax a Menelao, pasando por esa breve mención a Eneas
al final del filme), y la pacata mentalidad actual exige escarmientos
ejemplarizantes para los malos de la función (la muerte de Agamenon a manos de
Briseida)
Pero también es cierto que la mayoría de estos despropósitos
se acumulan en el último tercio del filme, que destroza gran parte de los aciertos
de la película. Probablemente, si me hubiera levantado de mi butaca tras el
apasionante duelo entre Héctor y Aquiles hubiera llegado muy feliz a mi casa.
Pero las últimas producciones de este tipo (e incluyo a Gladiator con un
final casi más inverosímil que éste, pero que cuenta con una realización mejor,
al menos no tan apresurada) ya nos han acostumbrado a esta sensación agridulce.
(1)
Esta secuencia, rodada en la orilla contiene cierto guiño mitológico. No
olvidemos que Tetis es una diosa marina, y es, por tanto, muy apropiado que en
esta versión "historicista" de Troya el encuentro se produzca en el agua
(2)
Batalla por otro lado totalmente fiel a la versión homérica, con los
troyanos esperando a pie firme, fuera de las murallas, el avance aqueo.
Recordemos que los hombres no se ocultan tras los muros como los afeminados
arqueros.
(3)
A la hora de escribir esta crítica decidí no revisar La Ilíada, cosa que
tampoco hice antes de ver el filme. En cierta manera quería llegar lo más "virgen"
posible a la sala y juzgar sin tener muy presente el texto de Homero. Por ello,
todos los fallos y omisiones son achacables a mi mala memoria.
@2004 Miguel Valle (Zeke) para cYbErDaRk.NeT
Prohibida su reproducción sin permiso expreso del autor
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