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por prótesis, Mayo 2002
Haber dicho hace una docena de años
que buena parte de la mejor novela policiaca se escribía
en español hubiera sonado no como una herejía, sino
como un acto de simple estupidez desinformada. Hoy, una afirmación
como ésa puede sostenerse con pruebas abundantes.
PACO IGNACIO TAIBO II . La "otra"
novela policiaca
La revista "Prótesis" nace como
foro desde el que testimoniar que en España también
se escribe novela negra a bocajarro. En seguida, el lector apreciará
que la cabecera de esta publicación es un claro homenaje
a la famosa novela homónima del barcelonés Andreu
Martín, escrita en 1980. Según dijo el escritor a
Patricia Hart, "muchos personajes dentro de la novela funcionan
como prótesis dentro de una sociedad enferma. La función
que tienen los dientes en la boca del Migue es exactamente la función
que tiene el Migue dentro de la novela y dentro de la sociedad en
que vive. Es un mordisco, y esto es una prótesis de la que
está necesitada nuestra sociedad para despertar de una vez.
De la misma forma, una prótesis es también la policía
para una sociedad coja que de un momento a otro se va a caer de
cabeza".
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Ian Watson |
El marco sobre el que se va a mover la revista
ya está definido: el género negro en España,
con especial incidencia en los años de la Transición,
en los que España vive sustanciales reformas políticas
y un aperturismo que tardaría más de una década
en aproximarse a la europeización.
Entretanto, la realidad social de la época
vive surcada por enfrentamientos ideológicos, atentados terroristas,
manifestaciones estudiantiles que se saldan con alguna que otra
víctima, un golpe de Estado y circunstancias sociales como
el aumento desmesurado del desempleo, la adopción de modas
y contraculturas foráneas por parte de la juventud de la
época, y el peligro de la drogadicción cobrándose
víctimas en casi todas las clases sociales. Unos cambios
tan convulsos resultan un campo fértil para la aparición
de asistentes sociales, organizaciones de ultraderecha, prensa sensacionalista,
y, cómo no, novela negra.
Tiempos nuevos, tiempos salvajes
A finales de los setenta, la mayoría de
los españoles viven la ilusión ante la llegada de
la democracia, un sistema político en el que el ciudadano
participa de una manera más activa en la vida política
y que a su vez se ve reforzado por la adquisición de unos
derechos fundamentales, inalienables e inviolables. Pero por otro
lado, este trascendental cambio en las circunstancias generó
cierta incertidumbre al respecto de la estabilidad y desarrollo
de la nueva situación.
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Thomas Harris |
La Carta Magna propugna la abolición de
una institución presente hasta ese momento: la pena de muerte,
que continuaría vigente algunos años más de
modo residual en las leyes penales militares.
Con la promulgación en 1978 de la Constitución
se han de readaptar algunas normas preconstitucionales para conseguir
una mayor armonía en el ordenamiento jurídico patrio.
Sin duda, una de las reformas más importantes y urgentes
que se debían llevar a cabo era la del Código Penal.
Sin embargo, pese a que el texto refundido de 1973 (un popurrí
que pretendía aunar toda la regulación dispersa sobre
materia penal), acomodaba dicho código al momento de entonces,
es en 1995 cuando aparece un nuevo Código Penal, concretamente
diecisiete años después de que los españoles
acogiesen la Constitución.
Mientras se efectúan estas necesarias
adaptaciones, la criminalidad irrumpe en la sociedad alcanzando
un creciente protagonismo, debido a su auge y difusión por
los medios de comunicación, que estrenaban su recién
adquirida libertad de expresión. De este modo, el ciudadano
tenía una toma de contacto más cercana con el problema.
Este fenómeno no fue ajeno a los movimientos
culturales que eclosionaban en la década de los ochenta,
sin duda un momento en el que se aprovechó la libertad de
expresión negada hasta entonces. Escritores de novela negra
que destacaban por su brutalidad y posible conflictividad ideológica,
como Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Horace McCoy o Ross MacDonad
empiezan a ser publicados por vez primera en España, alrededor
de cinco décadas después de su aparición en
tierras anglosajonas.
En el cine de la transición se impusieron
dos tendencias: la primera la constituían las películas
del "destape", productos de nula calidad cuya única
intención consistía en sacar el mayor número
de desnudos (femeninos, eso sí) en pantalla. La gente por aquel
entonces demandaba "carne". La segunda tendencía
la formaban los films de navajeros y delincuentes marginales, y sus
máximos impulsores fueron el director Eloy de la Iglesia con
películas como Navajeros (1980) Colegas (1980) o El Pico (1983),
y José Antonio de la Loma, con la célebre Perros Callejeros
(1976), que constituyó un verdadero éxito de taquilla
en su día. Este tipo de films aunaban de forma sensacionalista
el retrato de costumbres en los barrios bajos con una impronta documentalista
que solía buscar la sordidez hasta extremos exagerados. Si
bien no cabe hablar de virtudes artísticas, sí se puede
hacer respecto al sentido del compromiso y la sinceridad de los implicados
en estas películas, ya que a menudo sus vidas privadas solían
coincidir bastante con las ficciones que representaban en pantalla.
¿Hay novela policiaca en España?
Quizás ante unas fuerzas de seguridad
que tradicionalmente han sido tan pedestres como las españolas,
el agente de la ley no despierta demasiada simpatía para
el escritor. Como venía a decir Juan Madrid respecto a tiempos
de la Transición, parece que la policía, más
que protegernos, nos vigila. En nuestra cultura tiene más
calado la figura del Lazarillo de Tormes; despierta más simpatía
el pícaro que trampea como puede que el intelectual al estilo
Sherlock Holmes que, recluido en sus razonamientos, devuelve el
orden a la sociedad.
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Andreu Martín |
La novela policiaca clásica, con autores
de la talla de sir Arthur Conan Doyle o Agatha Christie, ha pasado
a considerarse un entretenimiento para burgueses: lo esencial en
estos escritores es el duelo intelectual con el lector, que ha de
recomponer un enigma por medio de la lógica. Llegado el siglo
XX, precisamente en los tiempos de mayor conflictividad social para
Estados Unidos (el agitado período de Entreguerras, el abolicionismo,
el crecimiento desmesurado de la población y el crecimiento
de la inseguridad ciudadana), se abarata el proceso de producción
e imprenta de los libros, de forma que se "democratiza"
la cultura, y el eco de todas estas circunstancias en la novela
policiaca se plasma en la aparición de la tendencia hard-boiled;
incluso las novelas de esta época a veces carecen de un firme
sentido de la lógica, el proceso de detección deja
de ser puramente deductivo, y los investigadores han de soltar los
puños.
Dentro de esta novela policiaca negra, representada
por los maestros Hammett y Chandler, prima la recreación
de un entorno urbano de corrupción, donde el investigador
vive su cruzada personal, como caballero andante de la urbe. Respecto
al cine negro en boga en aquella época, se refería
Edgar Hoover, jefe del FBI, como "esos films que glorifican
más a los delincuentes que a la policía". Para
los estudiosos Carlos F. Heredero y Antonio Santamarina, el género
"contempla el sueño americano a través de un
vidrio oscuro".
Dada la situación política, España
no estaba en condiciones de recibir ni generar literatura de este
voltaje. Como bien señala Patricia Hart en su estudio The
Spanish Sleuth, "para descubrir los orígenes de la novela
policiaca española se necesita ser un poco detective".
Si bien no contamos con una bagaje dentro del género, y sólo
destacan aisladas aportaciones en la literatura decimonónica
que no llegan a cuajar como tendencia (mención especial merece
la obra de Emilia Pardo Bazán, cercana al naturalismo), en
tiempos de la dictadura franquista, los escritores que demuestran
interés por la temática policiaca han de codificar
sus tramas para evitar conflictos políticos y problemas con
la censura. Es el caso de Mario Lacruz, que en El Inocente, aparecida
en 1953, rehuye toda alusión a personajes, situaciones e
incluso lugares reales, inventando una falsa geografía que
remite a entornos ibéricos.
Si puede hablarse ya de un grupo compacto de
cultivadores de la novela negra en España, sería con
la inminencia de la llegada de la democracia.
La obra inaugural podría venir de la mano
de Manuel Vázquez Montalbán, Tatuaje, que procede de
1974. En ésta, el autor parece emplear la excusa de un cadáver
hallado en el mar con un misterioso tatuaje en la espalda para presentar
a su heterodoxo detective Pepe Carvalho, quien antes que investigador
parece más bien irónico observador de su entorno, de
modo que el tratamiento policial deriva al retrato de costumbres y
ambientes, con un acentuado afán culturalista, lo que evidencia
el origen de la literatura de Montalbán: el vanguardismo y
la postmodernidad. De este modo, no cabe esperar del autor una obra
genuinamente "negra", ya que tanto el proceso de detección
como la intensidad del relato quedan supeditados a la irónica
reflexión sociológica, cuando no al galimatazo político,
como en Asesinato en el Comité Central.
Pero los dos pesos pesados de la novela negra
en España, entendida a la manera tradicional, son Andreu
Martín y Juan Madrid. Ambos siguen de forma fiel los patrones
del género negro, y la obra de los dos escritores guarda
numerosas concomitancias; con todo, Martín parece volcarse
más a la indagación de la irracionalidad, la patología
y el horror de la vida cotidiana, con un lenguaje seco y directo,
lo que ha llevado a que su obra se califique como "terror urbano".
Por el contrario, Madrid, aún con un lenguaje
igualmente exento de florituras, resulta más sobrio y exento
de digresiones. Arroja luz el dato de que en sus inicios, según
propias confesiones, Juan Madrid se formaría como novelista
redactando las octavillas y panfletos del Partido Comunista de España
durante su ilegalidad, lo que explica su alto grado de compromiso
y el hecho de que "hable a las claras". Su obra se ha
centrado principalmente en la serie dedicada al policía Toni
Romano, desarrollada entre 1980 y 1986, y la serie Brigada Central,
tanto televisiva como novelística, con 13 volúmenes,
que se desarrollaría a finales de los ochenta.
De este modo, el centro de interés en
la obra de Juan Madrid es el malestar social, que abarca desde esas
primeras novelas de Toni Romano, como Un beso de amigo (1980), en
la que se retrata de forma hostil a las fuerzas de seguridad, hasta
la serie de Brigada Central, escrita en una época en la que
España vivía la integración europea y los procedimientos
policiales comenzaban a modernizarse, con el agente Manuel Flores
como protagonista. A lo largo de toda la obra del autor, se percibe
un pesimista paisaje humano desarrollado dentro de un pesimista
paisaje urbano. Así, como se expone en la obra inaugural
del ciclo de Flores, llamada Flores, el gitano,
"La ciudad no tenía horizontes. Hasta
lo que alcanzaba la vista, los edificios recortaban el cielo negro
en un bosque interminable de masas oscuras, salpicadas de luces
y puntitos dorados (...)
No se distinguían los barrios altos de
los bajos, las ropas tendidas en las sórdidas ventanas, los
pisos minúsculos y fríos, ni los tugurios con olor
a sudor y a miedo. Tampoco las chabolas, ni el barro. Sólo
se veían las luces.
Detrás de las luces, de esos anuncios
luminosos y las ráfagas de luz, estaba la basura. Había
basura en todas partes: en los grandes apartamentos, en los barrios
residenciales, en los exclusivos clubs privados y en las elegantes
barriadas donde se encontraban las oficinas enmoquetadas.
Y nadie podría, jamás, quitar tanta
basura."
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La revista "Prótesis" tiene
los siguientes contenidos en este número inaugural:
- Andreu Martín: Los crímenes de la Barcelona Profunda,
por David G. Panadero.
- Entrevista con Andreu Martín, por David G. Panadero.
- ¿Por dónde van los Tiros en la Semana Negra?,
por Ruth Prada.
- Thomas Harris: Psicópatas en el FBI, por Rictus.
- Caín (Relato), por Fredric Brown.
- Los Sin Nombre: la síntesis del mal absoluto, por Luis
M. Díaz.
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