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Por Iñaki Bahón
Roland Emmerich
Estudiando la filmografía de este director alemán se puede aprender
mucho sobre cine, principalmente acerca de lo que no debe hacerse. No es necesario
remontarse hasta su etapa alemana; su carrera en Estados Unidos es lo bastante espeluznante
como para ilustrar perfectamente lo que quiero decir: hay suficientes lugares comunes,
tópicos, salidas de tono, personajes de cartón piedra, diálogos ridículos, incoherencias
narrativas, escenas sonrojantes, chistes sin gracia, y, en general, ausencia total de talento
en Independence Day y Godzilla como para llenar varios libros. Si a estas dos
perlas añadimos Soldado universal, Stargate y El patriota podemos
hacernos una idea bastante precisa de la talla del cineasta que nos ocupa.
Con este historial a sus espaldas poco bueno se podía esperar de
la nueva y anunciadísima El día de mañana.
Cara a cara con el director
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Emmerich |
Tomándome muy en serio mi tarea como comentarista de Cyberdark.net,
y también movido por la curiosidad, acudí hace unos meses a la FNAC de Madrid a la
presentación de la película, a cargo del propio Emmerich, su coguionista
Jeffrey Nachmanoff y el productor Mark Gordon. Visto en persona el director
parece un tipo agradable, simpático y con sentido del humor (comentó que la escena en
la que el presidente de EEUU perdona la deuda externa de algunos países le parece el
elemento que más tiene de ciencia ficción de toda la película). Pero pronto empiezan a
chirriarme algunas de las cosas que allí se dicen, y que me recuerdan a otras que he leído
en entrevistas promocionales de la película.
Primero el tema del mensaje ecologista. Me resulta absurdo que se
pretenda utilizar como valor positivo de la película el hecho de que se trate la cuestión
del cambio climático, como si estuviéramos ante una profunda reflexión sobre el tema en
lugar de tratarse de una película que sólo utiliza ese elemento como excusa argumental
para desplegar una apabullante batería de efectos especiales. Las películas son forma y,
por mucho que se quiera esgrimir, el mensaje es sólo una excusa. Durante la rueda de
prensa no pude dejar de recordar las palabras de un famoso productor de la época dorada
de Hollywood que dijo "Cuando quiero transmitir un mensaje, pongo un telegrama". No
puede expresarse mejor lo que quiero decir. Si El día de mañana desencadenase un
debate mundial acerca del cambio climático que llevase a adoptar medidas que conllevasen
la salvación de nuestro planeta, sin duda se convertiría en un título clave para la
historia de la humanidad, pero eso no la haría mejor película.
Y un segundo fenómeno que me cabrea: la importancia, cada vez más
notoria, del "cómo se hizo". A la hora de promocionar gran parte de las películas actuales
ya sólo se habla de cuánto costaron y de lo trabajosos que resultaron los efectos
especiales. Lo que siempre ha sido un medio para contar determinada historia ahora se
ha convertido en un valor en sí mismo, en un mero reclamo comercial. Parecen no importar
lo más mínimo elementos como el guión, la música, la fotografía, las interpretaciones...,
sólo interesa saber qué software se empleó para simular las tormentas o cuántos millones
de litros de agua se emplearon para inundar Nueva York.
Así estaban las cosas en la rueda de prensa de la FNAC cuando a uno
de los presentes se le ocurrió preguntar a Roland Emmerich acerca de sus películas
favoritas. El director dijo que le gustaban muchos filmes, y citó, como único ejemplo,
Gladiator. "El hecho de que sea la mediocre película de Ridley Scott el primer
título que le viene a la cabeza explica muchas cosas", pensé, y al terminar el acto me
marché de allí sin acabar de comprender que a un director tan incompetente se le confíen
más de cien millones de dólares para hacer una película.
Pero de pronto me asaltaron unas terribles dudas: ¿Le importarán a
Roland Emmerich lo más mínimo las críticas que habitualmente bombardean sus películas?
Supuse que no, porque para él los críticos europeos, con sus conceptos de cine de autor y
séptimo arte, serán simplemente unos excéntricos que no tienen ni idea de qué va el juego.
Son unos ingenuos que, desde su condición de espectadores, pueden permitirse el lujo de
creer que el cine es un arte, y juzgarle a él según ese baremo. La cuestión es que a él
éso le trae sin cuidado porque no es su juego. Él es un director comercial, y éso
es lo que importa.
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Roland Emmerich no intenta hacer obras de arte. Roland
Emmerich es un director al que se le da cierta cantidad de dinero para que lo
multiplique y, si lo consigue, ¿quién coño es un estirado francés de nombre impronunciable
para criticarle? ¿Y sabéis qué? Pese a que Emmerich es, para mi gusto, un director
malísimo, creo que tal vez tenga razón. Hollywood no aspira a perdurar en los libros de
historia del arte, sino a ganar dinero, y para eso se paga a la mayoría de los directores.
Por lo tanto tal vez estemos siendo injustos, tal vez estemos cometiendo un
grave error al orientar nuestras críticas, porque les estamos juzgando según lo que
nosotros creemos que debe ser una película, lo cual, a todas luces, no tiene nada que
ver con lo que la industria persigue a la hora de rodarla. Además, el hecho de que el
director germánico no haya rodado ni una sola secuela de sus películas, a pesar de
tratarse, en muchos casos, de grandes taquillazos, demuestra que no sólo está interesado
en los beneficios económicos.
Así que, aunque estaba convencido de que El día de mañana iba a
ser un nuevo bluff, y de que iba a ser muy fácil ponerla a caldo... ¿no sería ese
enfoque un error por mi parte? ¿No debería todo basarse en los resultados económicos
obtenidos? ¿Puedo tirar por tierra el trabajo de un director porque no me gusta, cuando
ha cumplido el objetivo que sus jefes le han fijado? ¿Qué importa que un portero de fútbol
sea feo si evita goles?
Con estas terribles dudas acerca del rumbo que debería tomar mi
próximo comentario, fui a ver El día de mañana una semana después de su estreno.
El día D... mañana
Ese día me hice una de mis habituales sesiones dobles de cine.
Dejé El día de mañana como segunda película, y para comenzar
la jornada elegí El Castigador, lo cual, a posteriori, se reveló como la elección
perfecta. Esta nueva adaptación de un personaje de la Marvel resulta tan inenarrablemente
mala que me colocó en situación de disfrutar de cualquier cosa que viera después, por
horrible que fuese. Tras contemplar semejante bodrio sin duda me parecería aceptable
cualquier película que no me indujera al coma, o que simplemente no me hiciera desear
arrancarme los ojos y salir aullando de la sala. Y con tan inmejorable estado de ánimo
entré a ver otra de catástrofes.
La película en sí
El día de mañana es fiel al espíritu del género de catástrofes:
varios personajes con sus respectivas peripecias dentro de un marco hecatómbico cuyo mayor
(y normalmente único) aliciente resulta contemplar los efectos especiales. Éste es un género
para mí poco interesante que nunca me ha atraído demasiado (salvo excepciones como La
aventura del Poseidón o Armageddon) ya que, en general, los personajes y guiones
(lo quiera o no la Industrial Light and Magic, estos elementos aún son básicos en las
películas) resultan en exceso esquemáticos. Estos títulos funcionan como esas bolsas
sorpresas que vendían hace años en las tiendas de chucherías, y que contenían un montón de
juguetes de plástico que, individualmente, eran una porquería, pero que todos juntos, por
el efecto acumulativo, pretendían resultar atractivos. Eso es el cine de catástrofes. Y eso
es también, en cierta medida, esa otra catástrofe que es la filmografía de Roland
Emmerich: juntemos a un montón de personajes con mucho ruido de fondo para que no se
note que no hay sustancia.
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Emmerich, que suele co-escribir sus películas, se
encuentra a gusto con obras corales, con multitud de personajes, lo cual parece servirle
de coartada para no profundizar en ninguno de ellos y limitarse a dibujarlos con un par de
trazos gruesos, como si tratara de ocultar ciertas carencias como escritor y director.
Estas personas se ven envueltas en situaciones extraordinarias, tales como guerras, crisis
interplanetarias, enfrentamientos con animales gigantescos, repentinos cambios climáticos...
y estos conflictos hacen aflorar la parte humana de estos individuos, regalándole al
espectador multitud de escenas emotivas en las que nace el amor y la amistad rezuma por todos
los poros; todo ello aderezado con esa bonita sensiblería de todo-a-cien y con la rancia
defensa de iconos tradicionales como la familia o la bandera de los Estados Unidos, un
patriotismo que a nosotros nos resulta ridículo, máxime si tenemos en cuenta que es un
director alemán quien lo despliega.
Pero cuál no sería mi sorpresa cuando, a pesar de todos mis prejuicios
y temores, El día de mañana me resultó, cuando menos, una película entretenida, lo
cual ya era mucho más de lo que esperaba. Es cierto que su arranque resulta algo pesado
por lo predecible, pero a partir del segundo acto se deja ver con agrado y, sin ser ninguna
maravilla, sí que resulta correcta, convirtiéndose, desde mi punto de vista, en la mejor
película americana de Roland Emmerich, lo que (lo digo yo antes de que otro haga el
chiste), no es decir demasiado.
Es cierto que los personajes son esquemáticos, que hay muchas escenas
sensibleras del tipo telefilme barato, y también que, por momentos, parece una recopilación
de escenas de películas como Twister, La tormenta perfecta o Deep Impact
(cuyos efectos especiales han superado con creces), hasta el punto de que a veces aquello
se asemeja a un catálogo de catástrofes naturales y, por extensión, de las técnicas que han
permitido recrearlas.
Tal vez no se entienda que, pese a estos defectos, defienda la
película, pero es que en ningún momento pretendo decir que sea una gran obra, sólo que
resultará divertida y espectacular para la mayoría del público, lo cual ya es mucho más de
lo que yo esperaba antes de entrar a la sala.
Y por si esto no resultase mérito suficiente, no olvidemos que devuelve
al estrellato a uno de los iconos sexuales de los 80. ¿O acaso la atractiva bibliotecaria de
Nueva York no es aquella estirada examinadora que aplaudía tremendamente excitada ante las
acrobacias que la doble de Jennifer Beals desplegaba al final de Flashdance?
Bueno, tal vez me equivoque y no sea ella. Espero que alguien me lo pueda confirmar.
Una amenaza demasiado grande
Ahora, poniéndonos algo más serios, voy a señalar algo que resulta, a
mi entender, un grave problema en la estructura del guión de El día de mañana: el
hecho de que la amenaza a la que se enfrenta el bueno de Dennis Quaid (como casi
siempre muy convincente en su papel), y el resto de la humanidad, sea demasiado grande,
que se trate de un enemigo al que no se le puede vencer.
Hay momentos en lo que esto conlleva que no se tenga claro qué es lo
que se pretende conseguir. ¿Hacia dónde se dirige la película? ¿Se puede revertir el cambio
climático? ¿Hay algo que los personajes puedan hacer o deben resignarse a co-protagonizar
La edad de hielo II? Normalmente el cine presenta un conflicto que debe resolverse
(para bien o para mal), pero en este caso está claro que no se trata del problema
climatológico, porque en ese terreno no hay nada que hacer.
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Si me permitís rizar el rizo, Roland Emmerich tuvo un
problema similar con Godzilla. En aquella ocasión el monstruo que daba título
a la película resultaba demasiado grande para manejarlo (no sólo narrativamente, sino
también físicamente) dentro de la pantalla. Por ello se adoptó una solución parecida a
la que los guionistas Michael Crichton y David Koepp habían utilizado en el
Parque Jurásico de Steven Spielberg (director al que Emmerich siempre
parece haber pretendido emular sin conseguirlo ni de lejos): quitar protagonismo al
Tyranosaurius Rex a favor de los velocirraptores, más manejables e interesantes
cinematográficamente (es cierto que estos simpáticos bichos ya estaban en la novela de
Crichton, pero allí tenían menor peso). Por su parte Roland Emmerich se sacó
de la manga a esa numerosa camada de lagartos mutantes que, al ser mucho más pequeños,
daban mucho más juego en la película que su padre-madre, al que en muchos momentos relegaban
a un papel secundario.
En El día de mañana la trama secundaria (que se convierte
en principal si creemos que la lucha contra el cambio climático no es una línea narrativa
válida) podría haber sido la evacuación de todos esos estados que se encuentran amenazados
por la tormenta, pero la película obvia incomprensiblemente todo este aspecto para centrarse
en la búsqueda del hijo de Quaid por parte de su padre. Lo que ocurre es que esta búsqueda,
primero, comienza bastante tarde, cuando el espectador ya lleva un rato algo perdido; y
segundo, no se entiende muy bien, ya que no se explica qué puede hacer papá para mejorar
la situación del niño cuando lo encuentre, salvo que se conformen con congelarse abrazados.
Y mientras el guión se tambalea, y la historia da estos vaivenes, los
huecos pretenden rellenarse con algún tipo de cemento que de coherencia a la débil
estructura de la película.
Y aquí entran de lleno los efectos especiales.
FX
Los efectos especiales de El día de mañana son prácticamente
perfectos, espectaculares y efectivos. Desgraciadamente no puedo decir que sean
impresionantes, porque me temo que ya nadie se impresiona por estas cosas. El principal
problema no es que todo lo que hemos visto en los últimos años ya nos haya curado de
espantos, sino que nuestra capacidad para imaginar las novedades que están por venir ha
crecido de forma exponencial, por lo que será difícil que algo vuelva a dejarnos con la
boca abierta durante mucho tiempo.
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Pero además de este concepto genérico acerca del aumento de la
tolerancia del espectador respecto a los efectos visuales, en el caso concreto de
El día de mañana se evidencia el daño que las campañas de publicidad causan al
espectáculo cinematográfico. Sería estupendo poder decir que "nunca se había visto algo
parecido" a lo que aparece en la película, pero sería mentir: se ha visto algo
parecido en todas esas películas antes citadas a las que ésta parece querer
corregir. Y, peor aún, se ha visto algo exactamente igual. ¿Dónde? En todos
los anuncios y reportajes sobre la película que nos han metido por los ojos antes de
verla.
Es evidente que todo este material promocional lleva a la gente
al cine, y que se va a seguir utilizando, pero es una faena para todos aquellos que creemos
que la ignorancia es el estado ideal para ver una película. Nada mejor que el telón
se abra y la película nos sorprenda desde el primer fotograma, sin que ninguna información
previa nos permita elaborar prejuicios.
Una utopía, lo sé. No aspiro a tanto.
De momento habrá que conformarse con que las películas sean al
menos entretenidas, como El día de mañana, aunque ojalá nos ofrecieran mucho más.
@2004 Iñaki Bahón para cYbErDaRk.NeT
Prohibida su reproducción sin permiso expreso del autor
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