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Por Miguel Valle (Zeke)
A riesgo de ser condenado públicamente y expulsado de esta ilustre página
debo reconocerme como un diletante de la ciencia ficción, un tipo que se ha aproximado (y se
aproxima) ocasionalmente a la misma pero sin una especial predilección por sus temas. Y aunque
he pasado por distintas etapas, principalmente basadas en el acercamiento a los clásicos (Clarke,
Asimov, Lem y algunos otros), confieso que poseo grandes lagunas al respecto, así
que ruego indulgencia a los expertos si no manejo determinados conceptos con la corrección necesaria.
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Inspector Del Spooner |
Esta falta de inmersión en el mundo de la ciencia ficción me ha facilitado un
visionado de Yo, Robot desde la distancia, sin demasiadas implicaciones sentimentales y con
muy pocos temores iniciales. Lo que hace que, a priori, la conversión de los relatos de Asimov
en una película de Will Smith (por todos los Santos, ¡Will Smith!) no me provocara un
rechazo excesivo, aparte de la lógica prevención hacia los filmes de este tipo. Lo más curioso es que
después de haberla visto mi úlcera no ha empeorado, lo cual me sorprende, y lo que es peor, tengo la
sensación de que, sin ser una gran película, sí es un producto bastante digno. Sobre todo con lo que
podíamos esperar. Y esto, más que estupor, me produce miedo, mucho miedo.
Recordemos que Yo, Robot (el libro) antes que una novela al uso es más
bien un ensayo, una elucubración científica, disfrazada en forma de colección de relatos, que ni
siquiera están especialmente bien escritos y que anteponen la claridad y la exposición de ideas a la
tensión narrativa o a los alardes estilísticos. Simplemente, le sirven a su autor para enunciar sus
tres famosas leyes de la robótica y poner a prueba sus teoremas, jugando libremente con ellas a través
de nueve relatos de distinta calidad y tono, que permiten al lector hacerse una idea bastante clara de
los postulados de Asimov y de sus ideas sobre la inteligencia artificial. Ideas que son
completadas y ampliadas en otros cuentos a lo largo de toda su obra.
Esto nos proporciona un material disperso, ampliado a lo largo de un buen número
de historias, que, aunque comparten ocasionales protagonistas y tengan un hilo conductor –la doctora
Susan Calvin–, son totalmente independientes. Hacer una película fiel o una adaptación al uso era, más
que impensable, imposible. E inteligentemente, creo, los encargados de la misma no se lo han propuesto.
Sin engaños
Desde un principio se nos advierte que Yo, Robot está libremente
inspirada en los libros de Asimov. Los guionistas, Jeff Vintar y Akiva Goldsman,
con cierta experiencia, ambos, en el género fantástico (Final Fantasy, Perdidos en el
espacio, Batman y Robin), toman algunas ideas centrales de Asimov y componen un
acercamiento libre, sin prejuicios, envuelto en un relato de acción bastante corriente, quizás lo peor
del filme. Curiosamente esta aproximación ha devenido en un producto final esencialmente fiel al
propósito y a las ideas centrales de los libros de Asimov, que, quiero repetirlo, no son más
que un ensayo sobre las posibilidades de la inteligencia artificial y su relación con los humanos.
Partiendo de las tres leyes y de la imposibilidad de que los robots se conviertan
en un peligro para el hombre, Yo, Robot nos presenta a un inspector de policía, Del Spooner
(Will Smith), convenientemente traumatizado, lleno de prejuicios hacia los robots (parece ser
el único que desconfía de ellos), que debe enfrentarse a lo que más teme:
un robot asesino. Y, como en toda historia apocalíptica, deberá luchar contra la incredulidad de los
que le rodean.
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Susan Calvin, Sony y Del Spooner |
Como no hay trampa ni cartón, todos sabemos que la existencia de un robot, Sony,
capaz de soñar y de saltarse las tres leyes de la robótica, principal sospechoso de la muerte del doctor
Alfred Lanning (James Cromwell), es el inicio de ese cataclismo que le dará la razón. Porque
la película no deja dudas ni trata de mantener el suspense o la incredulidad del espectador. Rápidamente
nos damos cuenta de que la muerte de Lanning no es más que una pieza de un complicado puzzle que llevará
a Spooner enfrentarse a una conspiración que culmina con la rebelión de las máquinas, tema tratado de
manera muy tópica pero que se salva por el ropaje "científico" en el que es envuelto.
En este caso, con sorpresa final y todo, la justificación corre a cargo de la
posibilidad de que los robots reinterpreten las tres leyes de la robótica y asuman la necesidad de tomar
el control del destino de la humanidad, aunque eso suponga purgar a unos cuantos para asegurarse el
cumplimiento de las mismas. Un giro que entronca directamente con la ley Cero de Asimov, que
sirve como garantía para evitar situaciones como la descrita en la película. Esta ley Cero afirma que
"Un robot no puede realizar ninguna acción, ni por inacción permitir que nadie la realice, que resulte
perjudicial para la humanidad, aun cuando entre en conflicto con las otras tres leyes".
La existencia de estas disquisiciones típicamente Asimovianas son las que
sitúan por encima de la media a Yo, Robot, que no destaca por la intriga planteada, ni por el
supuesto final espectacular, ya que estos aspectos tienden a ser bastante tópicos.
Un policiaco
Indudablemente, el modelo no puede ser otro que el cine policiaco, y en esto también
es fiel a la estructura narrativa de Asimov, que siempre planteaba sus historias mediante un enigma
que debía ser resuelto y que estaba relacionado con una ruptura o desviación de alguna de las tres leyes.
Este misterio, esta imposibilidad, es un puzzle orquestado por un hombre desde la
tumba (Lanning), quizás el aspecto más atractivo del thriller pero insuficientemente desarrollado
por el guión. Éste obvia la agonía de un Lanning consciente del peligro que se va a desatar, incapaz de
advertirlo a los que le rodean y al que no queda otra solución que suicidarse para llamar la atención sobre
lo que ha descubierto. Aspecto que queda reflejado tan sólo en un par de secuencias donde se utiliza un
programa holográfico con acertijos enunciados por él, que desconciertan temporalmente al espectador y
le hacen partícipe del misterio.
Como decía, este misterio ha de ser resuelto por el personaje de Will Smith
que, como ya anunciábamos, está traumatizado y predispuesto a ver el peligro que pueden suponer los robots.
De hecho, en la descripción de Del Spooner existen elementos ambivalentes que oscilan entre la sutileza y
la más evidente caracterización, como si desconfiaran de la inteligencia del espectador y fuera necesario
darnos una de cal y otra de arena.
Sutil es la secuencia, repetida varias veces, del despertar de Spooner con un brazo
totalmente paralizado, aspecto que cobrará sentido a mitad de película, o, en parte, su descripción como
un tipo anclado en el pasado, que no quiere utilizar las comodidades que le ofrece el progreso, aunque
luego tengan que hacer chistes con ello. En cambio la escena de la persecución inicial que sigue a la
magnífica apertura, en la que Alex Proyas muestra su talento detrás de las cámaras para introducirnos
en este mundo, caracteriza los prejuicios de Sponner de una manera, quizás, demasiado ostensible, y sirve
más bien para ir introduciendo las preceptivas secuencias de acción, que si no el público se aburre. Se
trata de uno de los momentos innecesarios, servidumbres al espectáculo, que terminan por producir la
sensación de que estás viendo una película dirigida por varias, demasiadas, manos.
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Persecución en moto |
Y, como en casi todo policiaco, hay una mujer. Aunque aquí es más un colega, una
compañera, que una fuente de problemas o una aliada incierta, como podría ser Rachel en Blade
Runner. Se trata de la doctora Susan Calvin (Bridget Moynahan), que a pesar de alejarse de
la imagen que podemos tener de ella habiendo leído las historias de Asimov (desde luego yo no
diría que la actriz escogida es precisamente poco agraciada), no desentona en absoluto y cumple bien su
papel de experta en la psique robótica y mujer más habituada a tratar con los robots que con los seres
humanos, tal y como Spooner le echa en cara en uno de los extraños momentos dramáticos del filme.
La relación de estos dos personajes es la que pone el punto humano y
personal al espectáculo de acción y a la trama investigadora. Recordemos que en los buenos policíacos
estos aspectos son tanto o más importantes que la acción en sí. Es muy de agradecer que Proyas
tenga la suficiente fuerza para imponerse a las necesidades "festivas" y nos proporcione algunas escenas
íntimas, que, sin llegar al consabido romance, nos permiten disfrutar de algo de trabajo actoral y sentir
que estamos viendo algo más que una de tiros.
Aunque en ocasiones se roza el melodramatismo; existen secuencias entre ambos que
funcionan bastante bien, como cuando Calvin descubre los implantes cibernéticos de Spooner, que
permite entender desde los prejuicios del policía hacia los robots hasta su relación con Lanning y el
por qué de que acudiera a él para resolver su aparente suicidio. Aquí la doctora Calvin se revela
como un ser sensible, humano, capaz de sentir empatía con sus semejantes; y no deja de ser irónico
que esta empatía se produzca con alguien que no es enteramente humano.
La caracterización de los protagonistas, los dramas que arrastran e incluso la
relación que se adivina entre ellos, sobre el papel y para cualquiera que lea estas líneas sin haber
visto Yo, Robot, podrían entroncarla con un muy ilustre precedente como Blade Runner,
una película de ciencia ficción seria, profundamente dramática y tenebrista. Y teniendo a Proyas
tras la cámara no hubiera sido ingenuo presuponer un desarrollo más oscuro. Pero esta película sufre
un caso agudo de Esquizofrenia Hollywoodiense; el filme se encamina en dos direcciones distintas, a
veces contrapuestas (el tiempo para contar la historia es limitado), y desemboca en un híbrido que,
tal vez, no contente a nadie.
Esquizofrenia Hollywoodiense
Cuando hablo de Esquizofrenia Hollywoodiense me refiero a la manía de convertir
cualquier filme en un batiburrillo apto para todas las edades, mentalidades y gustos, con independencia
de lo que exija la coherencia interna de la historia que nos están contando. Eso hace que sea necesario
incorporar una serie de elementos que, sin aportar gran cosa, desvirtúan tanto el planteamiento de la
película como la reflexión central de la misma.
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Reunión de trabajo |
De hecho, el mismo tráiler del filme es una sucia artimaña para vender la película
como algo que no es: un simple producto palomitero (que lo es, pero sólo hasta cierto punto), una película
descerebrada de tiros y explosiones. Cuando resulta que las escenas de acción son relativamente escasas
y esencialmente superfluas para la historia, que la hay. Esta promoción probablemente haya alejado de
las pantallas a un buen número de aficionados al género que han preferido permanecer en sus casas antes
que ver profanada la obra de Asimov, reconvertida en un producto a lo Bruckheimer. Lo cual
nos da una idea de la ceguera de los productores de Hollywood, que siguen realizando filmes sin tener muy
claro el público objetivo real. O eso parece.
Así podemos cuestionar la propia elección del actor principal, Will Smith,
que se ve en la obligación de incorporar algunos de sus chistes marca de la casa, recordando a la
etapa del Príncipe de Bel Air o a películas "clásicas" en su filmografía, como las dos partes de
Men in Black o Dos policías rebeldes, que han forjado su personalidad como héroe de acción
graciosillo. Estos chascarrillos, exentos de cinismo alguno, más propios de patio de colegio, en menor
cantidad pudieran haber sido un punto a favor, pero tal y como están descargan a la película de seriedad.
Cómo exigen los cánones, que estamos en cine palomitero, ¡leñe!
Esto hace que el tono de Yo, Robot no termine de definirse, y si antes comentaba
que por la caracterización y explicación del personaje de Will Smith el modelo podría ser Blade
Runner, al final adquiere un tono cada vez más relajado y optimista que no casa con la descripción de
Spooner, provocando que los traumas que arrastra queden algo impostados y poco creíbles a los ojos del
espectador.
Del mismo modo que la película rinde pleitesía a la acción más vacía, simplemente,
porque se cree necesario alternarla con las partes más reposadas temiendo que el espectador se aburra.
Personalmente hubiera disfrutado con menos tiros gratuitos que, además, al buscar a toda costa el
espectáculo más banal, le dejan a uno muy frío y con un acusado dejá vu. Desde la aparición de
Sony, dando volteretas y suspendiéndose en el aire, cual émulo de Neo y compañía, hasta la innecesaria
encerrona en el túnel, que sólo sirve para provocar algunas secuencias de efectos especiales y aderezar
con algo de fostias la película. No obstante (hoy estoy optimista), incluso en estos elementos
gratuitos podemos encontrar algunos hallazgos, porque consiguen hacer avanzar la historia de los
personajes. Si la primera persecución nos indicaba los prejuicios de Spooner, la encerrona del túnel
nos descubre sus implantes cibernéticos, proporcionando una información adicional sobre él.
Sin embargo esta necesidad de incorporar escenas de acción hace que el ritmo del
thriller se resienta, diluyéndose los enfrentamientos entre los personajes y desaprovechándose
algunas secuencias de gran potencial, como podrían haber sido los interrogatorios a Sony por parte
primero de Sponner y después de la doctora Calvin. Un enfrentamiento de voluntades que queda en agua
de borrajas. O que, realmente, la investigación de Spooner no aclara nada de lo que está pasando excepto
para contárselo, al final, al espectador.
También, fruto de esta esquizofrenia, surgen pequeñas tonterías como que los robots,
cuando están controlados y son "malos", lucen en un bonito color rojo, mientras que cuando no están
controlados tienen una tonalidad azulada. Por no hablar de la obsesión existente de que todos los bichos
"malos", para dar grima y mostrar lo "poderosos" que son, tengan que trepar por las paredes cual
arácnidos. Da igual que sean momias en La Momia 2, los orcos de Moria en
La Comunidad del Anillo,
licántropos en
Underworld o los mismos NS-5
en ésta. Pero, claro, esto es Hollywood y el espectador que va al cine no tiene dos dedos de frente y
necesita que se le marquen bien las cosas.
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Ambiente urbano |
Y qué decir del permanente anuncio de una conocida marca de automóviles, que no
mencionaré porque ni cobro ni estoy dispuesto a hacer publicidad gratuita. Todos la hemos sufrido. Pero
no es el único caso de marketing descarado. Podemos hablar, también, de las zapatillas reserva del
2004 (que sospecho que podréis encontrar en cualquier tienda deportiva) que anuncia –tal cual, porque
yo lo valgo– el personaje de Will Smith en los primeros diez minutos de la película. Elemento que
podría haber servido para profundizar la caracterización del personaje, un tipo anclado en el pasado y
amante de lo retro, pero que simplemente aspira a que salgamos corriendo al centro comercial.
Así, Yo, Robot sufre extraños y desconcertantes cambios de ritmo, e incluso
obliga a dejar ciertos cabos sueltos y tampoco termina por encauzar la historia, que, al final, se resuelve
a las bravas, sin que las investigaciones hayan conducido a nada claro o hayan permitido
anticiparse a la revuelta de las máquinas.
El final: nada nuevo bajo el sol
Siguiendo la investigación, tal y como está planteada en la pantalla, queda la
impresión de que los personajes podrían haberse quedado sentados de brazos cruzados esperando la revuelta
de los robots y entrar, entonces, a saco en la sede de US Robotics. Spooner consigue muy poco de sus
pesquisas y eso se traduce en un sentimiento de frustración en el espectador que puede creer, con razón,
que toda la historia está manipulada para conseguir esa traca final. Traca que rara vez llega a emocionar
o provocar tensión y que, por supuesto, redime (otra vez la caracterización más elemental)
a los personajes.
Esta redención llega a través del robot Sony que, a diferencia de lo que pasó en el
caso de Spooner, rescatado de un accidente de tráfico por un robot que consideró que tenía más probabilidades
de sobrevivir que una niña, escoge (después de que Spooner insista) salvar a Susan Calvin antes que poner
fin a la amenaza de los robots descontrolados. Pero no hay problema, nuestro aguerrido Will Smith,
salvará el día. Y claro, no es lo mismo, porque Sony no es un robot convencional y porque Smith no
supera realmente sus prejuicios, no cambia en absoluto (seguirá desconfiando de los robots). Así, el
happy end resulta algo ficticio, una concesión más al optimismo que acaba de inundar toda la película,
dejando de lado cualquier aspiración dramática. En estos tiempos estamos necesitados de héroes y de finales
felices, pues vale.
Sin este final, sin esta traca de fuegos artificiales, sin esta bondad casi empalagosa,
tal vez quedaría algo demasiado profundo, reflexivo, demasiado cifi y menos space opera (si se me
permite utilizar estos términos de manera bastante libre).
Como decía, a pesar de todo esto, la película cuenta con la ventaja de tener al mando
a Alex Proyas, autor de filmes estimables como El Cuervo o Dark City. Un tipo con cierta
personalidad, aquí bastante contenida, que da con el ritmo adecuado y maneja con soltura el desarrollo de la
historia, que no se hace aburrida e, incluso, se sigue con atención.
A modo de conclusión
¿Qué es lo que le falta a esta película? Con temas y modelos similares se han
realizado, o están consideradas como tales, obras maestras del género. Pero la mayoría de las obras
maestras se caracterizan por gozar de un tono bien definido, un aire estilístico y dramático concreto,
buscado a conciencia por el director, fotógrafo, guionistas y actores. Algo que Yo, Robot no
tiene.
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Sony se oculta en la multitud |
La película nada entre dos aguas: el cine de acción puro y duro y la ciencia ficción
más contenida, más reflexiva, como demanda la obra del autor; y estilísticamente está muy lejos de los
ejercicios tenebristas a los que nos tenía acostumbrado Proyas. La inmersión en una película de
serie A parece que ha limitado su creatividad, aunque más bien, me temo, ha sido la "obligación" de
alcanzar a todo el público: los que buscan un entretenimiento sin más y los que esperaban algo de
ciencia ficción en la cinta.
Así pues aunque Yo, Robot nos sorprende por el respeto con el que aborda
alguno de los temas propuestos en la historia (o la cantidad de guiños a los relatos de Asimov),
y aunque no contiene estridencias que nos hagan rechinar los dientes, no termina de ser una obra redonda
y produce cierta indeferencia, sin implicar del todo al espectador que busca un filme de ciencia ficción
más que una película de acción.
Tal vez, sea debido a una pulcritud en la forma de contarla, ciñéndose a los tópicos
y a las exigencias actuales de este tipo de cine, que no permite explotar el potencial de la historia y
se queda más bien en la superficie. Pero como acercamiento resulta digno y respetable. Y eso, en los
tiempos que corren, ya es todo un mérito.
@2004 Miguel Valle (Zeke) para cYbErDaRk.NeT
Prohibida su reproducción sin permiso expreso del autor
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