Por Raúl Ruiz (Nemes), Septiembre 2004
Imaginaos a un lector de ciencia ficción habitual que, por cualquier motivo, no haya oído hablar
nunca de Rodolfo Martínez ni de El sueño del Rey Rojo. A este lector le entregamos una copia de
susodicha novela y una copia de una novedad editorial de qualité parida por algún escritor anglosajón. Tras
hacerle leer ambas de forma consecutiva le plantearíamos una cuestión: adivinar cual de ellas
pertenece a un autor extranjero y cual a un autor nacional. Las probabilidades de acertar serían, exactamente,
del 50%, porque El sueño del Rey Rojo la podría haber escrito un next big thing de los
que copan extensos artículos en el Locus o cualquier gran nombre del genero.
¿Es eso algo bueno? ¿Es algo malo? Valoraciones subjetivas a parte, es, como mínimo,
señal de que, cuando hablamos de ciencia ficción, España ya no is different. O, al menos, está
dejando de serlo. Es señal de que el género fantástico en nuestro país está viviendo una época de fertilidad
sorprendente; de que están saliendo a la luz obras de una calidad antes nunca vista. Es señal, en
definitiva, de que mientras desde dentro y desde fuera de nuestras fronteras se elevan voces agoreras que
preconizan la enésima muerte del género, aparece un León Arsenal que no queda muy detrás en la comparación
frente a dos monstruos como Leiber y Howard, aparece un Cotrina del cual Gaiman podría tomar un par o tres
de ideas interesantes... y aparece un Rodolfo Martínez que, sin haber escrito precisamente el libro de
la década, le da sopas con hondas a los señores Gibson y Egan en su propio terreno. Espectacular, ¿verdad?
En un futuro cercano donde la inteligencia artificial es un hecho y las redes informáticas
se han extendido a todos y cada uno de los aspectos de la vida cotidiana, tres ex cyberpiratas (Alex, Andrea y
Lurquer) se ven envueltos en la investigación de un asesinato que no es lo que parece. Los acontecimientos se
irán precipitando y lo que en un principio se asemejaba a un asesinato sin resolver más, acabará desembocando
en una conspiración de alcance mundial que apunta al mismísimo dueño del mundo... Todo esto mientras nuestros
tres protagonistas aprovechan para aclarar los términos de su relación y de unos vínculos algo turbios que les
unen...
Decir de El sueño del Rey Rojo que es una típica novela cyberpunk es faltar
a la verdad. Es cierto que se desarrolla en un futuro relativamente cercano, donde la tecnología informática
y de redes se ha potenciado hasta límites sólo soñados en la actualidad, y que la ambientación es eminentemente
urbana y oscura, pero no participa de la mayoría de tópicos de la novela cyberpunk rancia y previsible.
El peso de la narración no recae en una atmósfera opresiva ni en un mundo absolutamente destruido. Los
gadgets y la cyberjerga no saturan al lector, ni está plagada de incomprensibles imágenes pseudo
poéticas de un mundo virtual, trepidante y cool (especialmente reseñable es la descripción absolutamente
desmitificadora y antipoética que el protagonista hace de un ciberespacio que no es luces de neón, ni poéticos
bloques de hielo de datos, ni el cielo sobre el puerto con el color de una pantalla de televisor sintonizado en
un canal muerto... es mucho más real). Encontramos, pues, un marco de acción futuro, ultra tecnificado pero
accesible, que lejos de abrumar y confundir al lector le permite sumirse por completo en el relato.
Si hemos de hablar de un aspecto especialmente relevante de la novela éste es, sin lugar
a dudas, la construcción que hace Martínez de los protagonistas y las relaciones que se establecen entre ellos.
Tanto es así que podemos afirmar que estamos ante una de esas novelas llamadas "de personajes", donde el autor
pone toda la carne en el asador a la hora de conferirle a estos toda la humanidad, complejidad y credibilidad
posible. Y es curioso que lo logre de una manera bastante notable pues los construye a partir de tres
estereotipos sobadísimos del thriller y el cyberpunk: la detective implacable, el cyber-ermitaño
y el carismático manipulador, partiendo, además, de una situación más tópica aún: el triángulo amoroso.
Pero es a través de los diálogos que mantienen entre sí, su manera completamente humana
y creíble de evolucionar a lo largo de la trama y las agudas y profundas reflexiones (aunque repetitivas y
excesivamente largas en algunos momentos puntuales) interiores en las que se sume nuestro protagonista principal
y narrador, lo que hace que nuestro trío de sufridos héroes pasen de ser un mero tópico literario a ser seres
humanos completos y únicos.
En cuanto a su estilo narrativo, El sueño del Rey Rojo es un libro de esos que,
gracias a un tempo correctamente medido y un impecable uso del suspense, se devora en una sentada. Rodolfo
Martínez hace que uno se sumerja en un fascinante juego de muñecas rusas, encajando misterio sobre misterio
sobre misterio, donde la tensión y la trascendencia de los hechos van aumentando de forma exponencial. Los
protagonistas van descubriendo poco a poco, gracias a su empeño por tirar del hilo, que las cosas no son lo
que parecen y que un sencillo asesinato puede llevarlos a una conspiración de nivel mundial, a una situación
que, evidentemente, les supera y les queda grande.
Por lo dicho hasta ahora parece que nos encontremos ante un technothriller
cualquiera, donde la ciencia ficción se limita a hacer acto de presencia en el escenario futurista en el que
se desarrolla la novela. Pero no es así. En absoluto. El sueño del Rey Rojo se trata de una novela con
momentos de brillante especulación sobre el futuro de las redes de información o la inteligencia artificial,
y hasta participa de la interesante disquisición sobre la solidez de la realidad tan de moda en estos tiempos
que corren. Eso sí, lo hace de una manera inteligente, más allá del "la realidad no es lo que parece y los de
negro son unos tíos muy malos".
Concluyo recomendando encarecidamente esta novela que, sin ser una obra maestra, ofrece
misterio, acción, romance, venganza, tensión, especulación inteligente, interesantes referentes culturales y
conspiraciones enloquecidas. Y lo hace, además, mejor que muchos consagrados autores anglosajones del género
en menos de 220 páginas. Un lujazo, vamos.
|