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Por Iñaki Bahón
¡Qué maravilla de película!
A nuestro héroe le pasa de todo. No sólo tiene que pelearse con los malos de
turno, sino que se enfrenta a una grave crisis de identidad y, por si esto no fuera suficiente,
también pierde sus poderes temporalmente. Para que todo sea más emocionante, abre su corazón
y confiesa sus sentimientos a la mujer que ama, quien también descubre su personalidad secreta.
La primera entrega me encantó, y la segunda me volvió loco directamente. Durante
varias semanas estuve yendo a verla todos los sábados, y recuerdo que uno de ellos regresé a casa
prácticamente llorando porque no quedaban entradas. Claro que yo era muy joven por aquel entonces.
Estoy hablando de cuando tenía unos 13 años. Estoy hablando de 1980. Estoy hablando de
Superman 2.
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Nuestro héroe |
Fue tal el impacto que me produjeron las aventuras cinematográficas del hombre de
acero (aún se me ponen los pelos de punta cuando escucho el tema principal de John Williams),
personaje que nunca me había interesaban demasiado, que no podía dejar de salivar ante la perspectiva
de que se rodase una adaptación de un super-héroe cuyos comics realmente me gustaban: Spiderman. El
estreno en cine a finales de los 70 de algunos capítulos de la lamentable serie de televisión sobre el
trepamuros solo acrecentaron mis deseos de que Spidey fuera llevado a la gran pantalla como Dios manda.
Aunque no imaginaba que iba a tener que esperar veintidós años.
Volviendo a los orígenes
En el año 2002 llegó a nuestras pantallas, por fin, Spider-Man, un brutal éxito
comercial que, como no podía ser de otra forma, desencadenó su consiguiente secuela de original título:
Spider-Man 2. La película cuenta con la "ventaja", como todas las continuaciones, de no tener
que perder el tiempo presentando a los personajes. Esto significa, tratándose de superhéroes, que nos
ahorramos esos minutos en los que se explica el origen de los poderes del individuo en cuestión, minutos
que suelen resultar tediosos. ¿Por qué? En primer lugar porque el espectador normalmente ya conoce la
historia por los cómics, pero, sobre todo, porque la estructura narrativa empleada en esta oleada de
adaptaciones que se está produciendo últimamente es repetitiva, típica y carente de originalidad
(como buen ejemplo de esto recomiendo revisar la primera parte de la propia Spider-Man).
Desde el principio, esta segunda entrega nos mete de lleno dentro del mundo de Peter
Parker, a quien sus poderes no le han facilitado la vida precisamente, un momento de su biografía que
fue desarrollado en los cómics hace varias décadas en una de las mejores épocas del personaje.
Pero, como a casi todos los superhéroes de éxito que llevan lustros publicándose,
pasa siempre lo mismo: sus personalidades han cambiado mucho a través de los años, y a la hora de
adaptarlos al cine debe tomarse la decisión de elegir a qué época ceñirse. En el caso de Spiderman, aunque
soy un seguidor del personaje, después de John Byrne, Ultimates y otros inventos modernos, no
tengo muy claro cuál es su actual origen oficial. Yo soy más clásico y disfruto con las reediciones que
se están comercializando actualmente, de modo que me alegra comprobar que las dos películas se ajustan
más al universo Spidey que dibujaron Steve Ditko y John Romita, con Stan Lee al
frente de los guiones. En esa etapa las habituales peleas con los supervillanos eran tan sólo parte del
espectáculo, ya que si por algo triunfó Spiderman fue por el retrato del adolescente atribulado por
los problemas e inseguridades propios de su edad, acentuados por unos superpoderes que le complican la
vida más aún. Alguien con quien los lectores se podían identificar fácilmente. Y de este terreno tan
fértil se nutren las, hasta ahora, dos entregas de Spider-Man.
En esta secuela nos situamos dos años después de que Peter Parker obtuviera sus
poderes, metidos de lleno en ese lío que (casi) siempre ha sido la vida del joven.
Crisis de identidad
Peter Parker siempre ha sido un personaje trágico. A diferencia de lo que ocurre
con otros superhéroes, nunca ha considerado sus poderes como un don. Casi siempre ha asumido la
responsabilidad que conllevan (no voy a citar de nuevo aquí la famosa frase), pero por lo que respecta
a su felicidad personal, el adquirir las características de una araña siempre le ha supuesto un problema.
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Peter Parker: un hombre atrapado entre dos polos |
En Spider-Man 2, Parker (perfectamente encarnado de nuevo por Tobey
Maguire) se encuentra agobiado por la falta de dinero, los estudios (a los que sus correrías como
trepamuros no le permiten dedicarle el tiempo necesario), y, sobre todo, se debate ante una duda
existencial. ¿Cuál de sus dos personalidades debe dominar a la otra? ¿Puede disfrutar de una vida normal,
relegando su papel de héroe a un segundo plano, o Spiderman debe imponerse, impidiéndole, por ejemplo,
declarar su amor a su vecina Mary Jane? Es una crisis de identidad en toda regla. Más bien una doble
crisis: no sólo trata de averiguar quién es en realidad (Spiderman o Peter Parker), sino que, para
proteger a sus seres queridos, trata de mantener oculta su faceta de lanzarredes (aunque luego se quite
la máscara en público con cierta facilidad). Una crisis interna, y otra externa, de cara a los demás.
Aquí nos encontramos ante uno de los problemas del guión de la película.
Resulta comprensible que el debate interno exista en la mente de Parker, pero no tiene sentido que a
causa de su identidad secreta decida renunciar al amor de Mary Jane. Él está convencido que emparejarse
con su amada, y revelarle quién es en realidad, resultaría peligroso porque sus enemigos tratarían de
hacer daño a la joven. En primer lugar no deja de resultar paradójico que la chica ya haya estado
amenazada en las dos entregas sin conocer aún la personalidad secreta de Peter, pero, dejando esto
aparte, el razonamiento de Parker es absolutamente erróneo: no supone ningún riesgo para la seguridad de
la Srta. Watson que ella sepa que en realidad su vecino es Spiderman, siempre que sus enemigos sigan
ignorándolo. Un argumento falaz heredado de los comics, donde pervivió durante años sin que nadie
pareciese darse cuenta del error.
Pero también los villanos tienen problemas de identidad.
El Dr. Otto Octavius es un buen hombre hasta ser "poseído" por la inteligencia
artificial de sus brazos mecánicos, y se establecerá una dramática lucha entre esas dos personalidades
que habitan en su cuerpo hasta el dramático desenlace final, con victoria del Bien incluida.
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El Doctor Octopus en su lugar de trabajo |
A diferencia de lo que sucedía en los cómics, aquí Octopus no es malo en realidad.
Mientras en las viñetas se trastornaba completamente, y era él quien controlaba sus extremidades
mecánicas, aquí sucede a la inversa, y el hombre honrado sigue luchando por salir al exterior, por
imponerse a su propio invento (al tiempo que, por incomprensible que parezca, resiste los puñetazos
directos de Spidey). Si por un lado choca que la inteligencia artificial de los tentáculos sea tan
avanzada cuando sólo se trataba de simples herramientas, al asistir al heroico final del científico
podemos comprobar que sigue vigente esa irritante costumbre que estableció el Batman de
Tim Burton: la de eliminar en dos horas de película a personajes que han dado juego durante años
en los comics. Si en la película del murciélago se acababa alegremente con su archienemigo, el Joker
(a quien seguiría El Pingüino, Dos Caras, El Acertijo, Poison Ivy...), las dos entregas de Spidey han
despachado ya a personajes tan emblemáticos como el Duende Verde y el Dr. Octopus.
Esto me parece un derroche de personajes, por mucho la nómina de supervillanos a
los que se ha enfrentado Spiderman sea tan extensa que resulte poco probable que la franquicia
cinematográfica se extienda tanto como para poder agotarla; un filón de personajes que ojalá posteriores
secuelas aprovechen al máximo. Como deseable resultaría que venideras adaptaciones Marvel sacaran partido
de otra característica fundamental del universo creado por la editorial.
¿Para cuándo un Universo Marvel en el cine?
A lo largo de su historia la editorial Marvel ha creado numerosos e interesantes
personajes. Pero ésta es sólo una parte del secreto del éxito de sus cómics. Otro aspecto fundamental
fue situarlos en una ubicación geográfica real. Mientras que la DC empadronaba en las ficticias Metrópolis
y Gotham City a Superman y a Batman, los superhéroes marvelitas habitaban, casi todos ellos, en el estado
de Nueva York. Es decir, en los tebeos coexisten, entre otros, El
Castigador, los X-Men, Daredevil y Spiderman (por citar algunos de los personajes que han sido llevados
a la gran pantalla últimamente), y resulta habitual que varios de ellos coincidan en números especiales, o
que alguno visite la colección de un colega. Esto confiere una gran profundidad a este universo, dotándolo
de infinitas posibilidades, a la vez que retrata un mundo realista en el que los superseres son relativamente
frecuentes.
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Spiderman entre dos "tenazas" |
Por el contrario el cine no ha aprovechado de momento esta dimensión. Los personajes
pululan aislados en sus respectivas adaptaciones, como si cada uno de ellos fuera el único individuo
con talentos especiales del mundo (salvo que hablemos de grupos, como pasa con los X-Men, claro), lo
que le hace aún más extraordinario. Por esta razón hay algo que me chirría en las películas de Spiderman:
si Peter Parker es el único ser humano que adquiere capacidades extraordinarias, ¿no es mucha casualidad
que todos los demás superseres (El Duende Verde y Octopus por el momento, y El Lagarto en un futuro
próximo) surjan de su entorno directo? Resulta un poco paleto por parte de los guionistas pretender
que toda esta génesis de supercriaturas se produzca alrededor de Peter Parker (y en un corto periodo de
tiempo), como si fuera él el catalizador de dicho proceso.
En los tebeos Spidey se ha enfrentado a muchos enemigos de diversos orígenes, y
sería interesante que los escritores de las sucesivas películas ampliasen sus miras en esta dirección.
Se avanzaría en el camino de conseguir que ambos universos, el de las viñetas y el de los fotogramas,
estuvieran más relacionados y fueran distintas ventanas a la que asomarse a la misma realidad, alcanzando
el anhelo máximo del aficionado: la completa fidelidad a la fuente de la adaptación.
La maldita fidelidad
Como he comentado muchas veces, en general no creo que sea obligatorio ceñirse al
material que se adapta. Pero, en casos como éste, en el que se trata de un personaje con millones de
seguidores con los cuales se cuenta a la hora de predecir un gran éxito comercial, hay que ser fieles, al
menos, al espíritu del original. Sinceramente no creo que nos podamos quejar de estas adaptaciones en
este sentido.
Es cierto que se han tomado algunas licencias de mayor o menor importancia, pero no
creo que puedan considerarse errores. De hecho, en algunos casos, creo que suponen todo un acierto, como
la decisión de que Spiderman genere de forma natural sus telarañas, siendo esta opción más lógica que la
que se vio en los cómics; no tiene ningún sentido que pase apuros económicos alguien capaz de inventar en
una tarde un fluido arácnido y sus correspondientes lanzarredes (aunque, siguiendo esta línea de
realismo, hubiera sido de agradecer que también nos explicasen cómo es posible que Peter pueda
confeccionarse ese estupendo traje). Por otra parte hay que reseñar que el recurso de las redes como fluido
orgánico no es en absoluto original, ya que se utilizó en la serie Spiderman 2099.
Por otra parte, si acertada es la elección de Tobey Maguire, no lo es tanto,
desde mi punto de vista, la de Kirsten Dunst. No porque no se parezca a la Mary Jane de papel.
Es más bien una especie de mezcla entre aquella sexy y agresiva pelirroja y la dulce Gwen Stacy
(su primer gran amor en los cómics, donde moría trágicamente, por lo que resulta comprensible que los
guionistas de la adaptación prescindieran del personaje). El problema es que me resulta increíble como
modelo de cosmética, y me parece una actriz inexpresiva que no establece ninguna química con Tobey
Maguire.
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Un corazón a prueba de emociones fuertes |
El retrato de tía May es fiel al original, aunque aparente aquí menos fragilidad
que en los cómics. Fragilidad, tanto aquí como allí, desmentida por su capacidad para aguantar todo
tipo de situaciones peligrosas que ponen a prueba su, supuestamente, enfermo corazón. Mientras que en
las colecciones de tebeos superaba cientos de infartos y enfermedades, en la película es capaz de
aguantar la secuencia del secuestro a cargo de Octopus y posterior salvamento por parte de Spidey sin
despeinarse, algo que hubiera provocado un ataque al corazón a un plusmarquista de decathlon.
Existen, además, numerosos detalles a los que puede sacarse punta, como si este
Harry Osborn tiene algo que ver con el de los cómics; el hecho de que Flash Thompson desaparezca en
esta entrega; lo ridículo que resulta ver el Bugle convertido en un circo con J. J. Jameson haciendo
el payaso sin que el Joe Robertson cinematográfico tenga el carácter suficiente como para contrarrestar
los arrebatos de su jefe (como sí hacía en los tebeos); o lo extraño que resulta ver que ahora Spiderman
no sea considerado una amenaza por los ciudadanos (cosa que, por otra parte, nunca tuvo mucha lógica
en los tebeos). Detalles menores que, si bien resultan jugosos para los aficionados más recalcitrantes
y pueden deparar miles de horas de debate, no afectan a la calidad de la película.
Nada de lo mencionado me parece un error o una traición a Spiderman, al que considero
que se le ha guardado la fidelidad adecuada.
Balance
Cuando se estrenó Titanic fueron muchas las personas que cruzaron los dedos
para que la (hasta entonces) película más cara de la historia resultara un completo fracaso. La megalomanía
de James Cameron, su director, le había granjeado muchas antipatías, y algunos críticos se frotaban
las manos ante la posibilidad de poder titular sus crónicas "El Titanic vuelve a hundirse". Cuando
quedó claro que la película iba a ser un rotundo éxito (de hecho se convertiría en la más taquillera de la
historia), como aficionado de los comics de Spiderman me sentí muy feliz. Era sabido que Cameron
tenía mucho interés en encargarse de la adaptación cinematográfica de las aventuras del lanzarredes, y yo
estaba seguro de que su versión sería magnífica. En aquel momento el proyecto ya estaba en marcha, circulaban
varios borradores del guión, y Cameron estaba tomando parte activa en la preproducción; pero
problemas de presupuesto, de guión, y, sobre todo, cierto lío con los derechos legales del personaje, lo
estaban atrasando todo más de la cuenta. Personalmente estaba convencido de que el enorme éxito de
Titanic otorgaría al director tal poder dentro de la industria (aún más del que ya tenía tras las
dos entregas de Terminator, Aliens o Mentiras arriesgadas) que todos esos problemas
podrían solventarse. Pero no fue así. El proyecto siguió atrasándose y, finalmente, James Cameron
abandonó la empresa.
Estaba ya claro, por desgracia, que si Spiderman saltaba a la pantalla no lo haría
de la mano del director de algunas de las mejores películas de acción-ficción de los últimos años.
Y entonces llegamos a Sam Raimi, un director a quien una parte de la crítica
y el público se empecinan en calificar de "artista de culto", cuando su filmografía revela una
realidad muy distinta. Desde la sobrevalorada Posesión infernal (y sus progresivamente más mediocres
secuelas), y la casi olvidada (aunque moderadamente divertida) Crimewave (Ola de crímenes,
ola de risas), Raimi no ha vuelto a dirigir nada que demuestre ese supuesto personal talento creativo.
Hace mucho tiempo que se trata de un director que trabaja de encargo, de otro asalariado dentro de la
industria. Esto no tiene nada de malo, pues son legión los realizadores que han trabajado de esta forma
a lo largo de la historia del cine (sobre todo durante la época de los grandes estudios) firmando obras
interesantes. Títulos como Rápida y mortal, Un plan sencillo o Premonición evidencian
que es un director eficaz, aunque también es cierto que otros como Por el amor y el juego nos hacen
dudar de esta aseveración. Por todas estas razones no compartí el entusiasmo de otros espectadores cuando
se anunció que sería Sam Raimi el encargado de dirigir las aventuras cinematográficas del trepamuros,
por mucho que ya hubiera hecho sus pinitos en el terreno de los superhéroes al dirigir Darkman.
A la luz de los resultados, mis temores eran fundados.
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Spiderman en el tren "bala" |
Como ya he comentado antes, Spiderman siempre ha sido un personaje con un trasfondo
trágico. Aunque cuando se pone la máscara para combatir el crimen se convierte en un payaso lenguaraz los
problemas siempre le han perseguido, haciendo su vida muy difícil. Por supuesto que los responsables de las
películas no tienen por qué seguir esta línea, pero, fidelidades aparte, lo cierto es que las dos entregas
son superficiales y carecen de profundidad dramática, épica o de cualquier otro tipo.
Raimi ha dirigido las dos entregas de una forma absolutamente aséptica y
convencional, sin ninguna inventiva visual ni narrativa, sin ninguna personalidad (salvo en la absurda,
por fuera de lugar, escena del quirófano de esta segunda parte), consiguiendo, es un hecho, romper
taquillas, pero sin que la emoción aparezca en ningún momento. La culpa de esto no es únicamente suya,
por supuesto, ya que los guiones, aunque correctos (faltaría más), carecen de cualquier sorpresa o de
momentos cumbres que puedan perdurar en la memoria. Es cierto que existen pasajes espectaculares,
como la pelea con Doc. Ock en el metro, brillantemente realizada gracias a unos efectos especiales que,
como en el resto de la película, funcionan satisfactoriamente (tanto el diseño de Octopus como el de
Spiderman son estupendos, y ambos quedan bastante bien integrados en el paisaje de Nueva York cuando se
mueven por la ciudad). Pero poco más.
Falta magia. Falta emoción. Falta sorpresa.
No la voy a comparar con Superman 2, a pesar de que existan paralelismos
argumentales, porque sé que ninguna película me va a producir el mismo efecto que aquella, ya que jamás
volveré a tener 13 años. Pero echo de menos ese algo indefinible, que surge más de un guión o una dirección
inspirados que de un conjunto de pixels, cuya ausencia hace que la historia y los personajes no acaben de
llegarme.
Me sobran los chistes (como el ridículo momento en el que Parker trata de comprobar
sí ha recuperado los poderes saltando por las azoteas mientras berrea "¡Voy a romper!"), que
continuamente me recuerda que estamos ante un producto teledirigido a hacia las mentes adolescentes
menos exigentes, y lamento que no hayan sido capaces de retratar a ese adolescente atormentado que
durante muchos años fue tan real para millones de nosotros.
La película es entretenida y se deja ver, no abusa de los efectos especiales, lo
cual resulta de agradecer, y ya hemos hablado del gran trabajo de los actores, como Tobey Maguire
o Alfred Molina, excelentes profesionales dentro de una producción muy competente. Por todo esto,
decir que estamos ante una mala película sería mentir. Pero considero que sería más falso aún asegurar
que se trata de un gran filme. Y si algún superhéroe se merecía una gran adaptación ese es, sin duda,
nuestro amistoso vecino Spiderman.
Enlaces:
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@2004 Iñaki Bahón para cYbErDaRk.NeT
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