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Los cristales soñadores,
de Theodore Sturgeon
Título original: The Dreaming Jewels
(1950)
Portada: OPALWORKS
Traducción: José Valdivieso
Editorial: Minotauro
Kronos Minotauro nº25
(2004)
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Theodore Sturgeon
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María Jesús Sánchez (Starhawk), Enero 2005
Es muy difícil reflejar la magia que derrocha Sturgeon en sus libros, tanto que casi
cualquier cosa que se puede decir de ellos sobra. Sus tramas pueden ser más o menos originales, aunque sus
temas no lo sean tanto. Pero lo verdaderamente sobresaliente en él es su propio estilo, la especial
perspectiva desde la que mira el mundo y al ser humano.
En Los cristales soñadores estudia la psicología y la interacción de unos seres
alienígenas con la humanidad. La historia es casi anecdótica; Horty es un niño huérfano adoptado por una
familia cruel de la que huye con la única compañía de un muñeco que tiene por ojos unos extraños cristales.
Lleva una herida que se cura de forma sorprendente y una rara afición a comer hormigas. En su huída va a
parar a una feria itinerante de monstruos y enanos, donde se incorpora disfrazado de enano. A partir de aquí
se desarrolla el argumento de la novela, donde el elemento principal es una forma de vida alienígena,
los cristales, y la manera en que se relacionan con los seres humanos.
Como descripción de una mente alienígena, a mi juicio, tiene la misma finura que Lem.
Transmitir la otredad, el funcionamiento de un ser ajeno a lo humano, es muy difícil y donde un autor de
ciencia ficción, en cierta medida, da la talla. Porque lo demás casi cualquier escritor puede hacerlo. Pero
expresar lo inhumano y que resulte comprensible en su extrañeza al lector es una de las verdaderas pruebas
que se le pueden presentar a un escritor de ciencia ficción.
Ni que decir tiene que Sturgeon consigue de las mejores calificaciones que pueden darse
en este sentido. Los cristales sueñan vidas, como el océano de Lem, pero en este caso interaccionan más
intensamente con los seres humanos y generan una situación diferente. Los cristales son profundamente
indiferentes a la vida humana, pero los productos que sueñan no: viven en la ambigüedad de parecer humanos y
no serlo. Se genera en ellos una angustia existencial paradójicamente muy "humana", y este tema es quizá de
los más bellos que trata el libro.
Por otro lado, hay más temas de interés. Parte de los personajes retratados por Sturgeon
son enanos, lo que le permite analizar el tema de la aberración, los monstruos y la definición de "lo
humano", que es uno de los temas principales que vertebran toda su trayectoria literaria. La respuesta de
Sturgeon es de una enorme belleza. Considera humana por encima de todo la empatía y la capacidad de amar, y
no la envoltura física, ni determinadas características que son las que socialmente se consideran definidoras
de lo humano. Esa envoltura física, para Sturgeon, es algo perfectamente desechable, y en todo caso cumple la
función de convertirse en el obstáculo contra el cual se forja, como en una herrería, la verdadera naturaleza
humana, hecha de amor, comprensión y una especial concepción de la belleza.
Aún así resulta criticable la concepción del mal y del bien con la que caracteriza a sus
personajes, hasta tal punto que le da a Los cristales soñadores un cierto aire de farsa. Los buenos lo
son tanto que casi dan miedo, y los malos lo son tanto que casi dan risa, como los villanos de un guiñol.
Quizás obedece al deseo del autor de caracterizar sin duda posible su idea de la verdadera humanidad y del
poder del amor y la belleza frente a la crueldad y al egoísmo, pero lo cierto es que resta verosimilitud y
deja un sabor algo rancio al terminar la lectura.
Cabe pensar también que para Sturgeon la vida en parte tenga esta condición de teatro del
absurdo, de guiñol algo disparatado y simplón. De hecho, el utilizar la feria ambulante como ambientación de
su obra puede que no sea algo casual, así como el travestismo del protagonista, no sólo caracterizado como
un enano, sino del sexo femenino. Es quizás otra de las interpretaciones que ofrece la obra de Sturgeon, poco
extensa en páginas pero muy densa en significados.
Tampoco hay que olvidar el lenguaje. Su estilo es bellísimo y de una precisión encomiable.
No sobran adjetivos, ni adverbios y es de una elegancia natural, propia de los verdaderos talentos literarios.
Todo en el libro fluye con la serenidad de un curso de agua, sin atascarse en ninguna secuencia ni mostrar
tropiezos en el ritmo narrativo. Te va llevando de la mano, con amabilidad, pero con firmeza, hacia donde
el autor quiere ir.
Después de todo esto, no creo que tenga que decir que he disfrutado de su lectura, que
me parece un clásico imprescindible que hay que agradecer a Minotauro que nos lo ofrezca a un precio tan
asequible, y que no debe faltar en la biblioteca de un aficionado a la ciencia ficción, en especial de los
que disfruten de los libros en los que puede advertirse más de un nivel de significación.
Sturgeon es mucho Sturgeon, no cabe la menor duda.
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