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Por Miguel Ángel Nepomuceno (kirowan) Ilustraciones de Mark Schultz
En el presente artículo hablaremos del guerrero en una serie de relatos que definen el subgénero conocido
como espada y brujería tal y como fue concebido por Robert E. Howard. No es momento para citar con exhaustividad
sus características; baste señalar sus principales parámetros, a los que hemos atendido a la hora de escribir
este artículo: la presencia de un elemento sobrenatural en la historia y un contexto primitivo-medieval donde se
desarrolla la acción.
En el Apéndice se relacionan los relatos pertenecientes al género y a los que hemos recurrido para elaborar
las características del guerrero.
La figura del guerrero en Robert E. Howard
En los relatos escritos por Howard existe un personaje específico cuya aparición afecta de modo decisivo al
desarrollo del argumento. Este personaje goza del papel principal dentro del mismo y las características que lo
definen son coincidentes en todos y cada uno de los relatos de espada y brujería.
El planteamiento de la figura guerrera en los relatos de Howard es bastante similar en todos ellos y pueden
rastrearse cierto número de rasgos particulares. Seguidamente reuniremos tales rasgos, ejemplificándolos con
algunas citas relevantes que aparecen en los textos; pero antes, baste señalar la visión que el profesor Javier
Martín Lalanda mantiene acerca del personaje típico de Howard, ya que este autor
"(...) se complace en dotar a sus héroes de rasgos anímicos y características constantes; dichos
personajes son tan ágiles como una pantera, sus músculos son como resortes de acero, y sus ojos, por lo general
azules, se asemejan a dos fuegos que ardieran al otro lado de una pared de hielo. Además, no soportan la más
mínima injusticia para sí o para otros, y suelen lavar en sangre cualquier tipo de afrenta (Martín
Lalanda 1998: 52).
Para un acercamiento a la figura del guerrero nos detendremos en dos características principales: de un
lado nos referiremos a las particularidades físicas que revisten la figura del luchador y a su destreza en el uso
de las armas. Estas aptitudes desembocan en determinados aspectos más abstractos, tales como la supervivencia y
la soledad. Todo ello nos permitirá abocetar al protagonista de las historias escritas por nuestro autor y
conformará el concepto de la espada y brujería.
Características del guerrero
La fuerza y la rapidez
Una inmensa fuerza caracteriza al guerrero creado por Robert E. Howard. Obligados a vivir y medrar en un
mundo contextualizado en épocas antiguas e incluso primitivas, sus personajes debían poseer una robustez y salud
extraordinarias si pretendían superar todas las hostilidades que se les presentasen. Los mundos que desarrollaba
para sus protagonistas exigían un tipo de individuo físicamente perfecto, lo cual suponía, invariablemente –si
consideramos la antigüedad cronológica en la que se enmarcaban sus historias–, la presencia de un guerrero
consumado.
Los relatos de espada y brujería no se detienen, por lo general, a narrar la historia pasada del
protagonista. A lo sumo, en una determinada historia se mencionan simples retazos de su vida anterior que
explican cómo llegó a adquirir una fuerza tan sorprendente. Veamos cómo cuenta Howard, en tan sólo unas líneas,
los avatares a las que se vio obligado a enfrentarse Turlogh O’Brien, un exiliado de su tierra, para convertirse
en un hombre endurecido por la vida:
"Turlogh (...) se había criado con penalidades y peligros. (...) Al nacer había sido arrojado a un
ventisquero para poner a prueba su derecho a sobrevivir. Su infancia y su juventud las había pasado en las
montañas, la costa y los páramos del oeste. Hasta que fue hombre nunca vistió ropas tejidas sobre su cuerpo; una
piel de lobo había sido la indumentaria de este hijo de un jefe dalcasiano. Antes de que le desterraran, podía
resistir más que un caballo, corriendo todo el día a su lado. Nunca se había llegado a cansar nadando. Ahora
(...) su rudeza era tal que el hombre civilizado sería incapaz de concebirla (de "El hombre oscuro", en
Howard 2001: 121).
Resulta evidente que la existencia llevada por los personajes howardianos les dota de una gran fuerza
física y de una inquebrantable resistencia frente a los elementos ("El frío, el hielo y el aguanieve que
habrían congelado a un hombre más débil, a él [Turlogh] sólo le espoleaban para esforzarse aún más" ibid.).
El poder fisiológico que el entorno les otorga no sólo se refleja en la fuerza bruta, sino también en un dominio
total de las capacidades de su cuerpo. Éste, adaptado a una intemperie hostil y enmarcado en un tiempo en el que
los enfrentamientos bélicos eran harto frecuentes, llegaba a revestirse de una dureza tal que resulta difícil de
imaginar. Solamente su cuerpo refleja la historia de sus pasadas batallas, y en su descripción Howard no es parco
en palabras. A menudo nos ofrece un pormenorizado retrato del rostro de su personaje, aderezándolo con elementos
descriptivos que enriquecen la información acerca de su pasado. Así era Conan a la edad de treinta y ocho
años:
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"(...) el rostro (...) no era el de un hombre civilizado: oscuro, surcado de cicatrices, con ardientes
ojos azules (...): el macizo pecho cubierto de hierro, y el brazo que sostenía la espada enrojecida estaba
curtido por el sol, de músculos tensos y acordonados (...). Se movía con la peligrosa gracia de una pantera"
(de "Más allá del Río Negro", en Howard 2001: 134).
El luchador por excelencia está marcado físicamente, ya sea por los combates librados o por el duro rigor
del clima. Su cuerpo está completamente desarrollado y sabemos que se encuentra preparado para superar cualquier
contingencia física: "¿Dónde encontrarías a un joven que se le igualara en el lanzamiento de la lanza o en la
lucha cuerpo a cuerpo?", cuestiona un personaje refiriéndose a Kull en "Exilio de Atlantis" (Howard 1993: 11).
Por ello, en ocasiones a los guerreros se los compara con un animal que simboliza su grandeza: Kull fue criado por
el tigre y el lobo en su isla natal; a Turlogh se le atribuye el ímpetu de un toro; Amra, "el León", es el nombre
con el que los kushitas designan a Conan. Sin embargo, la fuerza física no sólo proporciona al luchador capacidad
para abatir, sino que también le permite moverse con agilidad felina.
Howard relaciona con frecuencia la fuerza y la rapidez para describir a sus personajes. Esa celeridad se
pone realmente de manifiesto en el momento de pasar a la acción. Resulta de inestimable valor cuando el guerrero
entra en combate, pues le permite arremeter contra el adversario como un rayo cargado de fuerza letal:
"De pronto, cuando los guerreros aún estaban a varios metros de distancia, Kull saltó. (...) el atlante
golpeó hacia arriba y se alejó nuevamente de un salto, como un gato. Sus movimientos habían sido demasiado
rápidos para que los siguiera el ojo. (...) Al instante siguiente el normando fue avasallado por un torbellino de
acero..., una tempestad de golpes propinados con tal celeridad y fuerza que le echaron hacia atrás como si se
hallara en la cresta de una ola, incapaz de lanzar su propio ataque". (de "Reyes de la noche", en Howard
1987: 67).
En la descripción apreciamos la combinación de fuerza y agilidad hábilmente entrelazada. Es frecuente que
Howard recurra a comparaciones con animales característicamente rápidos y personifique sus cualidades en el estilo
de combate. Con la potencia muscular el guerrero es capaz de un salto impetuoso que sorprende a su adversario para
instantáneamente golpearle con fuerza. Pero si el número de enemigos es demasiado numeroso, el acero puede
transformarse en un muro insalvable:
"Una veintena de espadas me atacaron (...) haciéndome tambalear. Recobré el equilibrio y conseguí salir de
la trampilla, en medio de una verdadera lluvia de espadas que se rompían contra el escudo. Me lancé al interior de
la recámara (...), formando mi espada un círculo brillante que atravesaba gargantas y pechos como la guadaña de un
segador" (de Almuric, en Howard 1987 (a): 148).
De este modo, mientras la fuerza es un elemento ofensivo, la rapidez puede convertirse en una inestimable
protección. Cuando el enemigo está lo bastante cerca para llegar a un combate cerrado, el juego de ataque y defensa
es fundamental, y en esos lances es donde se conjuga diestramente la fuerza con la rapidez. Conan se abalanza sobre
la enorme figura que ha raptado a Sancha, y cuando se gira para enfrentarse al cimerio "Las garras crispadas
atacaron, pero Conan esquivó la arremetida y hundió su espada en la ingle del gigante" (de "El estanque del
negro", en Howard 2000: 522). Sin embargo, Howard no habla solamente de la pericia innata de sus personajes; también
sabemos que su familiaridad con las armas es notoria.
Empleo de las armas
Los relatos pertenecientes al subgénero espada y brujería se enmarcan en entornos primitivos o, a lo sumo,
medievales. La tecnología imperante se encuentra muy poco avanzada, lo que deviene un empleo de herramientas
relativamente fáciles de utilizar. Para los objetivos de este artículo sólo nos interesan los apectos tecnológicos
relacionados con el uso de las armas y armaduras. Éstas constituyen una parte integral de la figura del guerrero,
pues las descripciones que implican una sorprendente habilidad con las armas son abundantes en los relatos del
género.
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Los personajes descritos por Howard a menudo emplean armas apropiadas para el combate cuerpo a cuerpo. Sus
capacidades físicas son aptas para los enfrentamientos en combates cerrados. La fuerza y la rapidez que lo
caracterizan son más adecuadas para el uso de armas blancas, las cuales requieren cierta potencia muscular para ser
totalmente efectivas. Y de éstas, de las que Howard nos habla con más frecuencia son de las armas de filo: el empleo
de espadas y hachas por parte del protagonista convierte a estas armas en partes inseparables de su figura. Necesita
sus armas para sobrevivir en el mundo y por ello siempre se trata de un personaje extremadamente diestro en su
manejo, no importa el contexto en el que se desenvuelva. En ocasiones, se nos describe al detalle su ajuar de
combate. Así ocurre con el bretón Cororuc que, al regresar de una misión por tierras de Cornwall,
"Iba armado con un gran arco de madera de tejo, hecho sin ningún arte especial pero un arma eficiente; una
espada de bronce, con una vaina de piel de gamo, una larga daga de bronce y un escudo pequeño y redondo, ribeteado
con una banda de bronce y cubierto con duro cuero de búfalo. Un tosco yelmo de bronce cubría su cabeza" (de
"La raza perdida", en Howard 1987 (b): 12).
La habilidad con las armas viene conferida, en su mayor medida, por la experiencia en su uso, pero también por
el aprendizaje. La estancia del protagonista en enclaves diversos y el contacto con distintas culturas le permiten
profundizar en el manejo de las armas conocidas y aprender el uso de otras nuevas. No olvidemos que los escenarios
de espada y brujería son con frecuencia hostiles para la supervivencia, obligando a los individuos a esforzarse
constantemente por mantenerse con vida. Y de nuevo vemos reflejado en su atavío el pasado del guerrero. En la galera
que Conan asalta para huir de sus perseguidores, su aspecto es de lo más variopinto:
"Su yelmo astado era semejante al que portaban los aesires de dorado cabello de Nordheim. Su larga cota de
malla y sus grebas habían sido el resultado del más fino trabajo de los artesanos de Koth; la fina malla que
protegía sus miembros procedía de Nemedia; la hoja que pendía del cinto era una enorme espada ancha aquilonia; y su
brillante capa escarlata sólo pudo ser tejida en Ophir" (de "La Reina de la Costa Negra", en Howard 2000: 118).
No siempre el guerrero se encuentra tan bien equipado. Aunque la protección es de gran ayuda, la eficiente
habilidad con el acero es lo único realmente necesario para que el guerrero howardiano triunfe en el combate; lo
demás es meramente accesorio. El rey Kull hace frente a una veintena de enemigos "parcialmente vestido con la
armadura de un asesino rojo, con una larga espada en la mano" (de "¡Con esta hacha gobierno!, en Howard
1993: 148). En estos casos es imprescindible considerar los conceptos que vimos anteriormente: la fuerza y la
rapidez. Ésta última sustituye la ausencia de armadura, proporcionado al combatiente la capacidad de eludir los
golpes. La fuerza, a su vez, incrementa el potencial del arma que blanda en ese momento, usualmente una espada o un
hacha. En conjunto, esta tríada de cualidades convierten al guerrero en un oponente difícilmente superable y ello le
confiere ciertos rasgos que van más allá de lo puramente material. A ellos pasamos a referirnos a continuación.
La supervivencia
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Hemos hablado de las tres características físicas más importantes en la figura del guerrero, tal y como fue
concebido por Howard: la fuerza, la rapidez y la destreza con las armas. Todas ellas se encuentran relacionadas
entre sí, conjugándose en su persona con el fin de permitirle avanzar hacia el triunfo final; es decir, transforman
al guerrero en un individuo que vence a la adversidad, en un superviviente. Gracias a su propia fuerza, cultivada en
su juventud, ha sido capaz de resistir los embates del destino, y la celeridad con las armas le ha otorgado una
clara victoria contra sus oponentes. La supervivencia destaca como el elemento temático predominante al final de
todo relato de espada y brujería, a la vez que individualiza la figura del guerrero hasta el extremo de convertirla
en única. Tal individualismo viene determinado por el hecho de lograr una victoria completa sobre el enemigo. De
este modo, puede emparejarse la victoria con la supervivencia. Éste es el punto de vista adoptado por Elias Canetti,
cuyas reflexiones le llevan a afirmar que
"(...) el superviviente sabe de muchos muertos. Si estuvo en la batalla ha visto caer a los otros alrededor
de él. Libró batalla con la intención consciente de afirmarse contra los enemigos. Era su objetivo declarado
derribar al mayor número de ellos, y sólo puede vencer si logra hacerlo. Victoria y supervivencia para él
coinciden" (Canetti 1983: 223).
En efecto, el guerrero que ha permanecido con vida tras una lucha se yergue triunfante con la seguridad de que
ya nadie puede amenazar su vida. El combatiente de Howard se adhiere a lo anteriomente citado. Ya se trate de un
combate singular o de un enfrentamiento contra un considerable número de enemigos, consigue siempre una clara
victoria. Éste es el caso, por ejemplo, del protagonista de "La hija del gigante helado": un paraje helado es
testigo de una lid entre dos hombres, los últimos que aún siguen en pie tras una escaramuza librada por dos
partidas de guerreros. Apelando a su fuerza, reflejos y esgrima, el protagonista vence a su rival. Y después
"Se alejó de las holladas planicies donde yacían los guerreros de barba amarilla entremezclados con los
asesinos pelirrojos en un abrazo de muerte. Dio unos pasos y el blanco reflejo de la nieve se oscureció. Una
repentina ola de ceguera le engulló y cayó sobre la nieve, apoyándose en su brazo recubierto de malla, intentando
sacudir la oscuridad de sus ojos como un león sacudiría su melena" (de "La hija del Gigante Helado", en Howard
2000: 106).
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No importa la cantidad de heridas sufridas, el guerrero goza, en el momento de la victoria, de una sensación
de máximo poder. Él es el único superviviente de un grupo más numeroso, tanto de amigos (sus compañeros de armas)
como de enemigos (sus rivales, ahora muertos). De manera inconsciente sabe que es el más poderoso y tiene la amarga
impresión de que la batalla se libró para que él sobreviviese (Canetti: 1983: 224). Su fuerza, su poder, es superior
a la de todos los demás. Cree que sus dioses le favorecen y velan por él, ayudándole a salir triunfante en la
batalla.
Al guerrero superviviente, aunque se reconoce fuerte, le resulta increíble que sea él quien haya
sobrevivido; de ahí su invocación a los viejos dioses de la guerra: "Thor sabe que había combatido en abundancia
durante la marcha y a lo largo de la retirada", cuenta el narrador de "Hombres de las sombras" (Howard 1987
(b): 31). Esta apelación a lo divino es frecuente en los personajes de Howard. Con ella se resalta aún más la faceta
solitaria del superviviente, llamando a los seres inmortales, pues inmortal se siente él mismo. Únicamente los
dioses le pueden escuchar; ya no queda nadie vivo salvo él. Como veremos más adelante, la supervivencia se
encuentra estrechamente relacionada con la soledad.
La invulnerabilidad
Las victorias encaminan al guerrero por un sendero de constante autosuperación. No olvidemos que los
personajes de los relatos de espada y brujería se repiten con cierta frecuencia en las historias. Por ello, tales
personajes son siempre individuos curtidos por la batalla, aunque los relatos, tomados como un conjunto, no detallen
con claridad el desarrollo de su vida anterior. Sin embargo, la elevada pericia del combatiente presupone un pasado
rebosante de luchas contra adversarios muy diversos. Esto le ha permitido convertirse en un individuo prácticamente
invencible, apto para desenvolverse en el violento mundo donde vive. Añadimos de este modo una nueva característica
a la figura del guerrero: la invulnerabilidad.
Para Elias Canetti, lograr un sentimiento de invulnerabilidad es el deseo de todo ser humano. Señala que la
desnudez natural del hombre le expone a todos los ataques, lo que le obliga a buscar una manera de defenderse contra
ellos. Esta búsqueda de protección puede adoptar dos posturas:
"1) El individuo interpone el mayor espacio posible entre él mismo y la amenaza. Dicho espacio puede
adquirir muchas formas, todas ellas susceptibles de ser controladas con la vista.
2) El individuo, en lugar de protegerse, sale en busca del peligro que le amenaza. Esta segunda posibilidad
es la más exigente y peligrosa." (Canetti 1983: 224 – 225).
En la primera opción, el individuo no sólo puede construir defensas físicas o psicológicas que le protejan,
sino que también esta protección puede adoptar un perfil más sutil: el empleo, en el caso del guerrero, de defensas
tales como escudos y armaduras. Éstas representan también un espacio protector en torno a su persona y, en la mayor
parte de los casos, cuanto más pesada y sofisticada es la armadura, más protección ofrece.
La segunda posibilidad tiene lugar a un nivel mucho más ambicioso. El guerrero no aguarda a que la amenaza le
ataque, sino que sale en su busca para exterminarla allá donde ésta se encuentre. No considera en tal situación la
gravedad de las consecuencias de su acción. Sabe que puede fracasar y morir; pero también es consciente de la gloria
que el éxito de su empresa le puede acarrear. En el género literario que nos ocupa, esta segunda opción es con
diferencia la más frecuente. Son los luchadores, casi invencibles, quienes desafían el mayor peligro y por ello
siempre se alzan con la victoria.
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La partida del guerrero en busca del peligro entraña una curiosa transformación en su figura. Por el mero
hecho de reaccionar activamente ante la amenaza y enfrentarla sin temer una posible derrota, el individuo realza así
su calidad personal. Canetti ve aquí el sendero del individuo heroico que aspira a ganar la invulnerabilidad suprema
y que únicamente puede adquirirla siguiendo este camino. La culminación de la transformación en héroe sólo tiene
lugar en el momento de experimentar este sentimiento de invulnerabilidad (Canetti 1983: 225). Los personajes de
Howard alcanzan este nivel heroico en las historias que protagonizan: Niord, combatiente aesir que ha hollado suelos
primigenios, no vacila en el momento de enfrentarse en solitario a Satha, la gran serpiente, en "El valle del
gusano"; ni de arriesgar su vida para aniquilar al extraño dios que mora en el Valle de las Piedras Rotas; un Conan
vengativo abate a una manada de hienas en "La Reina de la Costa Negra" y lucha cuerpo a cuerpo con el Alado,
acabando con su vida. Tales guerreros nunca aguardan a que el peligro les encuentre, sino que son ellos quienes lo
hallan y, eventualmente, lo destruyen.
Muy diversas son las maneras de salir al encuentro del peligro en los textos de espada y brujería. Vemos que,
en algunas historias, el protagonista abandona la seguridad de su hogar o refugio y parte hacia lo desconocido,
aventura que sabe le va a acarrear innúmeros peligros (como ocurre en "El jardín del miedo"); en otras, el guerrero
alcanza el estado heroico enfrentándose al peligro con una actitud más pasiva, puesto que se ve incapaz de salir a
su encuentro. En este último caso, las dos opciones citadas por Canetti se funden en la misma situación al
combinarse la actitud defensiva del guerrero con la posibilidad, entonces perdida, de arremeter contra la amenaza
(puede verse especialmente en "El Fénix en la espada" y "¡Con esta hacha gobierno!"). En todos los casos, el final
de los relatos contemplan a un luchador convertido en héroe gracias a los combates librados en el transcurso de la
historia.
Un guerrero que ha hecho de su persona un objeto invulnerable necesita adversarios cada vez más duros para
continuar acumulando renombre y grandeza, las cuales le otorgarán un poder aún mayor e incluso más invulnerabilidad.
No puede dudarse de la capacidad de liderazgo de un individuo así; se rodea por ello de un séquito de hombres, a
veces de todo un ejército, capaz de doblegar a un gran número de enemigos. En algunas ocasiones acompaña a una
partida de guerreros que busca la gloria en tierras lejanas ("Al principio habíamos sido más de un millar; ahora
éramos quinientos. Los huesos de los demás se blanqueaban a lo largo de aquella ruta que circundaba el mundo",
de "Los caminantes del Valhalla", en Howard 1987 (c): 12); en otras es él mismo el general del ejército, como ocurre
en "La hora del dragón": Conan, Rey de Aquilonia, con una hueste de 43000 hombres, se enfrenta al ejército nemedio,
compuesto por 51000. Y Bran Mak Morn, rey picto, sale al paso de las legiones romanas en "Reyes de la noche" con una
nutrida mezcla de pictos, goidelos, bretones y norteños. En ocasiones, el líder queda solo al final de la batalla,
encarándose valientemente a toda una hueste de adversarios, como ocurre en "La ciudadela escarlata". La soledad es
la sombra del guerrero, indiscutible consecuencia de su poder, que le acompañará hasta el momento de su propia
muerte.
La soledad
El heroísmo que el guerrero alcanza goza de un sentimiento que presumiblemente sea compartido por todos los
personajes creados por Howard. Nos referimos a la soledad que rodea al héroe en su aventura. Es cierto, sin embargo,
que la soledad ya forma parte de la figura guerrera desde el primer momento; no es necesaria la victoria en la
batalla, ni la invulnerabilidad que ella conlleva, para poder sentir la profunda soledad del luchador. Este
sentimiento lo acompaña desde el comienzo hasta el fin, hasta el momento de su definitiva transformación en
héroe. De este modo, podemos afirmar que la soledad hunde sus raíces en la misma esencia del personaje; es decir,
heroísmo y soledad son inseparables para el protagonista de los relatos de espada y brujería.
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Cororuc el bretón abandona a sus compañeros de armas para adentrarse en solitario por los bosques de Cornwall;
en la resplandeciente Valusia, Kull, coronado rey, se ve acosado por la soledad al comienzo de "Los espejos de
Tuzun Thune"; Turlogh O’Brien acomete con bravura el ataque contra los guerreros de Thorfel en "El hombre oscuro",
momento en el que la devastadora furia celta hace presa de él; Bran Mak Morn no vacila en pactar con los Gusanos
para vengar al pueblo picto, y para cumplir su misión se aventura en solitario al interior del Túmulo de Dagón; en
"El jardín del miedo", Hunwulf pone a prueba su valor para rescatar a Gudrun de las garras del ser alado; y Esaú
Cairn labra sus duros comienzos en el planeta Almuric midiéndose en combate con numerosas bestias. En ocasiones, el
protagonista cuenta con un aliado que le acompaña en la aventura: el joven Conan conoce a Taurus, un hábil ladrón de
Nemedia, en "La Torre del Elefante", y Balthus de Aquilonia le apoyará, décadas más tarde, en su lucha contra los
feroces pictos en "Más allá del Río Negro". Sin embargo, ya sea por los azares del destino, ya sea por voluntad
propia, el guerrero heroico casi siempre termina solo. Y es en solitario cuando el personaje se convierte en el
principal artífice del desenlace del argumento, espacio literario donde se enfrenta en combate singular con el
adversario supremo. Su soledad se acentúa en estos momentos de violencia, en los cuales se ve aislado
del entorno y se concentra únicamente en superar a su enemigo. Pero siempre que tiene lugar un enfrentamiento, la
soledad del guerrero es completa: todo su universo se reduce a esforzarse no sólo por seguir con vida, sino también
para ver vencido al enemigo.
El camino del héroe
Una vez llegados al punto en el que la figura del héroe se manifiesta en el relato (momento que, insistimos,
tiene lugar cuando el guerrero logra alcanzar una invulnerabilidad personal), el guerrero ya no es un personaje de
ficción, sino que pasa a formar parte de un concepto más complejo. Mientras que la actividad guerrera puede
desempeñarla cualquier personaje en algún momento determinado de un relato, el héroe, en cambio, demanda una
personalidad propia que le distingue del resto de los personajes; en los textos de espada y brujería, esta cualidad
la hemos apoyado, basándonos en los principios postulados por Elias Canetti, en el sentimiento de invulnerabilidad.
Sin embargo, el héroe sigue un camino cuyo nacimiento nos resulta desconocido y que, de un modo u otro, la ficción
literaria recupera encarnando al héroe bajo la semblanza de distintos personajes. Esta idea es expresada por Luis
Alberto de Cuenca con las siguientes palabras:
"Un solo sueño universal ha imaginado, desde el comienzo de la historia, todas las visiones heroicas
posibles. El contenido de esas imágenes es siempre el mismo: solamente varía la apariencia exterior. La literatura
heroica nos ha sido soñada de antemano" (De Cuenca 1991: 19).
De estas palabras se desprende una idea sumamente interesante: la literatura heroica a la que De Cuenca hace
referencia es, tal vez, el primer tipo de literatura que haya llegado a existir. Es factible englobar a la espada y
brujería dentro del corpus de la literatura heroica, puesto que la presencia de la figura del héroe es
imprescindible para la existencia del género. Y así el guerrero, tan bien definido por Howard, se convierte en una
clara referencia, tanto por su protagonismo como por los conceptos que se desprenden de sus actos: valor, voluntad y
templanza.
Apéndice
Fuentes citadas
CANETTI, ELIAS, 1983, Masa y poder, Madrid, Alianza Editorial [tr. española de Horst Vogel]
DE CUENCA, LUIS ALBERTO, 1991, El héroe y sus máscaras, Madrid, Mondadori
HOWARD, ROBERT ERVIN, 1987 (a), Almuric, Madrid, Miraguano Ediciones [tr. española de Francisco Arellano]
1987 (b), Gusanos de la tierra, Barcelona, Martínez Roca [tr. española de Albert Solé]
1987 (c), El valle del gusano, Barcelona, Martínez Roca [tr. española de Albert Solé]
1993, Rey Kull, Barcelona, Martínez Roca [tr. española de José M. Pomares]
2000, The Conan Chronicles. Volume I: The People of the Black Circle, Londres, Millenium
2001, The Conan Chronicles. Volume II: The Hour of the Dragon, Londres, Millenium
2001, Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural, Madrid, Valdemar, Colección Gótica nº 38 [tr. española de Santiago García]
MARTÍN LALANDA, JAVIER, 1998, "La fantasía heroica como evasión. De los orígenes hasta Robert E. Howard", C.L.I.J., nº 106, Junio
Enlaces
Bibliografía de Robert E. Howard
en Cyberdark.net
El Nacimiento de un género
– Miguel Ángel Nepomuceno (kirowan) nos guía a través de los primeros pasos de la literatura fantástica, de la mano
de Robert E. Howard.
Robert E. Howard: el verdadero suicidio –
¿Cuál fue la situación que llevó al suicidio a uno de los autores más conocidos de la época pulp? Por Alberto
Silván
Conan, el bárbaro – Hoy en
día, cualquier personaje ficticio que se precie debe tener abiertas varias líneas de mercadotecnia, acaparando todo
el mercado posible en sus diferentes encarnaciones. Así, un personaje de cómic debe tener su correspondiente línea
de juguetes, sus novelas -muchas veces meras novelizaciones del cómic-, su película, su serie de dibujos animados,
etc, etc. Por J. Javier Arnau.
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