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Muchos autores
que llegan por méritos propios a los puestos más altos del
escalafón del género parecen perder las energías que hasta
entonces habían mostrado y se estancan completamente, dedicándose
a explotar sin ningún pudor su merecida fama y publicando
obras que son meros reflejos de las que les pusieron allí.
Neal Stephenson se había
ganado una gran reputación con sus dos anteriores novelas,
Snowcrash y La
era del diamante, que llevaban hasta sus últimas consecuencias
la fenecida corriente cyberpunk. Afortunadamente no parece
dispuesto a vivir de las rentas y huye del conformismo en
el que suelen caer muchos de sus colegas con este novelón
de más de mil páginas, atractivo y estimulante como pocos,
que resulta todo un alarde de ambición y desmesura.
Criptonomicón
(que es el sugerente título elegido para su maniobra) es desde
el momento de su concepción una obra compleja y plagada de
retos para el lector. Se vertebra en torno a dos líneas argumentales
separadas por 60 años de historia que, en principio, parecen
prácticamente independientes. Sin embargo, a medida que se
profundiza en su interior, comienzan a surgir finos hilos
que las van uniendo, convirtiendo su lectura en uno de esos
divertidos puzzles en los que el autor va proporcionando lentamente
piezas que, cuando encajan, contribuyen a formar un cuadro
más amplio que el que se podía intuir al principio.
La primera
de estas líneas se centra en los inicios como ciencia de la
criptografía durante la Segunda Guerra Mundial, y para ello
utiliza dos personajes. Por un lado nos presenta a Lawrence
Pritchard Waterhouse, un brillante y sui generis ingeniero
norteamericano que entra a formar parte del destacamento 2702,
organización ultrasecreta encargada de descifrar y controlar
toda la información interceptada del enemigo. Y junto a él
se encuentra el otro cicerone de la época, Bobby Shaftoe,
un marine norteamericano que pertenece al grupo de choque
de dicha unidad y que va a servir como guía de campo a través
de los distintos teatros de operaciones de la Segunda Guerra
Mundial que se nos van a mostrar.
La segunda
línea argumental está situada en el presente y juega en el
terreno del thriller empresarial. En este caso toma las riendas
el nieto de Waterhouse, un verdadero gurú de la red que, junto
a sus compañeros de Epiphyte Corp, está interesado
en crear en un minúsculo sultanato del sudeste asiático un
santuario de datos bajo el nombre de "La Cripta", y que pretende
ser el máximo exponente de la libertad en Internet
Con el fin
de hacer provechoso este doble viaje, Stephenson exprime al
máximo la ingente documentación que ha reunido y convierte
a Criptonomicón en una obra con diferentes lecturas
que suponen una recompensa para la curiosidad del lector.
Para empezar plantea una interesante historia a dos bandas
entre el pasado y el presente de la informática, además de
ofrecer una introducción ideal a la crudeza de los negocios
en la red y la salvaje competencia entre las diferentes empresas
que buscan la manera de explotarla en su propio beneficio.
También es
un excelente trabajo de divulgación científica en lo que a
criptografía se refiere, brillando especialmente la claridad
expositiva de Stephenson a la hora de explicar sus aspectos
más importantes, como el funcionamiento de una máquina encriptadora
o cómo se puede realizar un cifrando a todas luces irrompible.
Esto hace que se cree el gusanillo por leer In the beginning
was the command line, su ensayo acerca de la cultura generada
alrededor de los sistemas operativos, escrito casi a la par
que la novela y que todavía no ha sido traducido a
nuestro idioma.
A su vez es
una estupenda lección de historia acerca de la Segunda Guerra
Mundial y un excepcional recorrido por algunos de sus escenarios
más importantes, como el bombardeo de Pearl Harbor, la sangrienta
lucha de Guadalcanal, la asediada isla de Malta, las
duras selvas de Nueva Guinea o la navegación por un Atlántico
Norte plagado de submarinos. Todos estos entornos se ven aderezados
con la esporádica aparición de personajes históricos que interaccionan
con los ficticios, dando más verosimilitud y vidilla a la
narración. Así podemos conocer a un genio de la informática
como Alan Mathison Turing, o reírnos a mandíbula batiente
con las cortas apariciones de ese "grandísimo" actor que era
Ronald Reagan o el almirante Yamamoto, cuya escena de muerte
será de las más recordadas durante mucho tiempo, especialmente
por la forma en que está contada.
Incluso plantea
diversos dilemas morales, como el que los encargados de descifrar
las comunicaciones alemanas vivieron después de romper el
código Enigma; si se tiene una información y con ella se pueden
salvar vidas ¿se debe utilizar cuando existe el riesgo de
que obrando así se pierda esa fuente para el futuro?
Todos estos
temas se ven salpicados por disgresiones de mil y un tipo,
meros divertimentos literarios que confirman las aptitudes
que ya había desplegado en sus dos anteriores novelas. Y es
que Stephenson es un escritor con una erudición fuera de toda
duda, condenadamente hábil a la hora de trasmitir lo que cuenta,
y que posee un tono mordaz y socarrón capaz de convertir en
un caramelo muy goloso cualquier pasaje a todas luces intrascendente.
Sin embargo
esta "paja" amenaza en ciertos pasajes con comerse al resto
de la historia, no aportando casi nada a la trama y enlentenciendo
el ritmo que hasta entonces había creado. Por ejemplo, sin
venir a cuento, se utilizan dos páginas para desglosar la
importancia de la barba en nuestra sociedad, tratando todo
tipo de aspectos como su afeitado, la publicidad de productos
para ello, distribución racial de personas con barba,... O
durante 6 páginas se transcriben, en un ejercicio de puro
vouyerismo, las obsesiones sexuales de un programador informático.
Pero es algo
que se disculpa cuando se tiene en cuenta el calibre que alcanza
a tener Criptonomicón, una novela que capítulo a capítulo,
anécdota a anécdota, disgresión a disgresión, va ganando en
solidez y concreción, terminando por convertirse en un reto
embriagador que ningún lector inteligente debe dejar de visitar.
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