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Cine fantástico español, ¿una existencia virtual?

Aparecido en pasadizo.com, en este artículo David G. Panadero nos habla sobre el prácticamente inexistente género de cine fantástico en nuestro país.


Artículo publicado originariamente en pasadizo.com
Reproducido con permiso.

"Allí donde la sangre nórdica era más fuerte, la atmósfera de los relatos populares se volvió más intensa; porque en las razas latinas hay un componente fundamental de racionalidad que niega incluso a sus más extrañas supersticiones muchas de las alusiones encantadoras tan características de nuestras consejas nacidas en los bosques y criadas en los hielos".

H. P. Lovecraft. El horror en la literatura


Según las palabras del maestro del horror cósmico, se infiere la situación del género fantástico en nuestro país. Tradicionalmente, el español se ha sentido más cercano a la picaresca o al retrato costumbrista que a la ensoñación. Pero tampoco conviene generalizar. En el terreno literario contamos con algunas incursiones en lo numinoso. Sirva de breve guía al respecto la Antología española de literatura fantástica, un somero recorrido por el lado sobrenatural de nuestras letras seleccionado por Alejo Martínez Martín, publicado por la editorial Valdemar en 1992.

Tal compendio abarca desde escritos de Alfonso X el Sabio hasta el actual Gonzalo Suárez. Aunque lo cierto es que en España resulta difícil encontrar literatos plenamente consagrados al género, excepción hecha de Gustavo Adolfo Bécquer.

Ante esta falta de tradición en nuestro país, el cine ha dado una respuesta fragmentaria: resulta difícil hallar una continuidad en el cine fantástico español, y la incorporación del género a nuestra cinematografía resulta tardía y, en la mayoría de las ocasiones, insatisfactoria.

El Reino de las Sombras

Sin duda, encontramos casos aislados, realizadores inquietos que traspasan el marco de la cotidianidad. Resultan muy llamativos, pero no crean escuela.

Nos referimos a Manuel Noriega, quien en 1925 aporta la insólita Madrid en el año 2000, film silente en el cual presenta un madrid futurista, con el río Manzanares canalizado para permitir el arribo de barcos a la capital española, todo esto entre otras muchas más ocurrencias. Sentimos no haber tenido oportunidad de visionar tal cinta, que, según referencias, se halla desaparecida, pero a ojos de expertos como Carlos Aguilar, anticipa elementos iconográficos de Metrópolis (Metropolis, 1926), de Fritz Lang (!).

Otro visionario lo supondría el dramaturgo, escritor y cineasta Edgar Neville (cada vez en mayores vías de reivindicación, quede dicho). Neville mostró interés por la serie negra, adaptándola a la realidad social española de los cuarenta, aunque con claro enfoque castizo y auto-irónico, como se puede apreciar en El crimen de la calle de Bordadores (1946). Si a un film debe su fama Edgar, es a la adaptación de la novela del bohemio Emilio Carrere, La torre de los siete jorobados (1944). Partiendo de un argumento descaradamente pulp, de novela de a duro, Neville recrea una historia de humor/terror cañí que logra, sin embargo, aportar una visión rigurosa desde el punto de vista fantástico, reinterpretando los postulados del expresionismo alemán. Podría haber sido éste el germen de una escuela de cine fantástico netamente española, pero desafortunadamente no hubo continuidad.

Aún contamos con un francotirador más: Ladislao Vajda, oriundo de Hungría, que emigraría hasta recalar en España, donde realizó una compacta filmografía en la que desplegaba las sombras nórdicas de su procedencia. Así, su versión de Marcelino, Pan y Vino (1954), pese a contar con el lastre de ser una obra didactica y "moralizante", resulta fascinante en su puesta en imágenes, en su abstracción formal.

Pero a nuestros efectos, es otro el film de Vajda que resulta seminal, El Cebo (1958), coproducción entre España, Suiza y Alemania que homenajea abiertamente a M. El vampiro de Düsseldorf (M, 1931), de Lang. Vajda potencia aún más las lecturas psicoanalíticas del film alemán, erigiendo otra película verdaderamente insólita dentro del panorama español, de estética post-expresionista. Sorprende que la censura respetase casi en su integridad un film tan sórdido (la copia suiza incluye algunos minutos extra, pequeños detalles de masas enfervorecidas, clamando justicia ante el asesino de niñas...)

Como vemos, por el momento el cine español no encuentra una imaginería propia desde la cual dar vida al cine fantástico. Las tres obras antedichas tienen numerosas deudas con el expresionismo teutón, y El Cebo serviría de hiato entre esa herencia de Europa del Este y nuevas formas de concebir el horror.

Los Sesenta: Manierismo Colorista

En 1957 se estrena La maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein), del gran Terence Fisher, que consagra a Hammer Films como especialista en cine de terror, aunque la censura se ceba sobre ellos, tachándolos prácticamente de pornógrafos, por mostrar una explicitud y amoralidad ignotos hasta la fecha.

Quede como idea a recuperar de esta película, y prácticamente de toda producción Hammer, el uso del color, virando la paleta cromática hacia fuertes y violentos contrastes entre tumefactos verdes y encendidos rojos.

Igualmente colorista, aunque más manierista si cabe, resulta el italiano Mario Bava, que con películas como Las tres caras del miedo (I tre volti della paura, 1963) otorga un tratamiento pictórico denso (el propio Bava fue pintor, amén de director de fotografía y responsable de efectos especiales y trucajes ópticos, siendo su fuerte las matte-paintings).

El continente se halla duro y en "ebullición", y comienza a marcar influencias, que se extenderían incluso a realizadores americanos como Roger Corman véase el toque esteticista y muy europeo que imprime a films como, por ejemplo, La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960)-.

España no puede sustraerse a estos modos; así tenemos la figura de Jacinto Molina/Paul Naschy, quien, contando con más de cien películas a sus espaldas, intenta emular el estilo visual tan característico del fantástico europeo de los sesenta, llámese estética victoriana, llámese simplemente fumetti.

Naschy es claro exponente de la pujanza industrial de que gozó el cine de género en España en determinada época. Apuntemos un dato sumamente revelador: entre 1970 y 1973, nuestro país produjo unas cien películas fanta-terroríficas, a veces en régimen de coproducción, pero generalmente no. Según César Santos Fontenla, "se trataba de films con presupuestos grotescos y actores que no lo son menos". Recurramos ahora a palabras del estudioso Román Gubern: Esta deleznable producción hispana no pasará jamás a la historia del cine, como no sea en una escueta nota a pie de página, pero merece sobradamente el intento de un análisis e interpretación por parte de cuantos se interesen por la sociología de la comunicación de masas. Como podemos apreciar, el logro es más cualitativo que cuantitativo, aunque hay ocasionales sorpresas, como veremos.

En cuanto a Jacinto Molina, una de sus pasiones la hallamos en el pastiche. Molina, quizás consciente de sus limitaciones, no trata de emular la Edad de Oro del Cine de Terror las producciones Universal de los años treinta, con La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, 1936) a la cabeza-. Más bien se remite al periodo de declive del gran estudio, en que se producían cintas aunando diversos monstruos, pensando que la acumulación y la mixtura servirían para captar a un público cada vez menos interesado en tramas góticas y chirriar de cadenas. Quede como ejemplo de esta modalidad la descocada La zíngara y los monstruos (House of Frankenstein, 1944), de Erle C. Kenton.

Pero, sin duda, si una película cautiva a Jacinto Molina, ésa es El hombre lobo (The Wolf Man, 1941), tardía producción Universal a cargo de George Waggner, que trata de repescar otro monstruo de la imaginería popular, protagonizada por el personaje Larry Talbot (Lon Chaney Jr., un intérprete mediocre e inexpresivo).

Aunando unas y otras influencias, podemos apreciar que la verdadera pasión de Molina/Naschy es "el cine de pipas", el entretenimiento intrascendente, realizado con el estilo propio de los sesenta.

Su cine es admirado/odiado a partes iguales, y posiblemente ninguna persona de uno u otro bando sabrá eludir la posición del fan "fatal". Cabe decir que, si bien las historias que maneja Naschy pueden pecar de ingenuas, al menos demuestra un buen grado de compromiso, como es en el caso de la interesante Inquisición (1976). Respecto al tratamiento visual, diremos que Naschy no es un cineasta tan desmadejado como se pretende, y su relativa planicie debiéramos achacarla a las carencias presupuestarias antes que a la falta de inventiva; de hecho el realizador ha trabajado casi siempre mano a mano con el magnífico director de fotografía Alejandro Ulloa, el cual, a su vez, hizo lo propio en las Campanadas a medianoche de Orson Welles, nada menos. Así, podemos destacar obras como La noche de Walpurgis (1970), de León Klimovsky, en la cual Naschy se encarga de interpretación y libreto, lográndose un conjunto estimable.

No cabe referir lo mismo sobre Jesús Franco, prolífico cineasta, tío de Ricardo Franco, amigo de las co-producciones, y siempre perdido en sus ínfulas de autoría. Glosar la trayectoria del realizador abarcaría un libro quizás, por tanto apuntaremos una de sus películas más representativas: Drácula contra Frankenstein (Dracula prisonnier de Frankenstein, 1972). Ésta cuenta con las habituales dosis de erotismo sofisticado, resultando al fin estrafalaria como poco.

Los primeros veinte minutos de película carecen de diálogos, proponen un desafío (¿consciente o inconsciente?) a la lógica, y abundan en anti-estéticos zooms. Realmente, un sinsentido. Los numerosos incondicionales de Franco (Jesús) insisten en que se trata de una experimentación sobre el lenguaje de cómic (?), o bien apuntan a la melomanía del autor, incondicional del jazz, proponiendo que el film es como una improvisada velada en un tugurio del Harlem, donde después de cada acorde no se sabe cómo se va a continuar (??).

En todo caso finalizaremos esta breve semblanza sobre Jess Franco apuntando que se trata de uno de esos cineastas que, como el galo Jean Rollin, deviene en mito por el apoyo de aficionados que, sin haber visto sus cintas, lo reivindican haciéndose eco de lo visto/oído en diversos fanzines y publicaciones minoritarias necesitadas de un gurú al que ensalzar.

Respecto a las opiniones vertidas por Santos Fontenla o Roman Gubern, matizaremos que, aunque resultando poderosamente gráficas, debieran ser ligeramente matizadas. Dentro del terror español de la época hallamos obras de interés, como La Residencia (1969), de Narciso Ibáñez Serrador, Pánico en el Transiberiano (1972), de Eugenio Martín, o No profanar el sueño de los muertos (1974), de Jorge Grau.

La primera de todas ellas supone el debut cinematográfico de Ibáñez Serrador, uno de los más populares realizadores de nuestra televisión. Vista hoy día puede resultar parca en medios, aunque para el cine español del momento supuso una firme apuesta desde el punto de vista industrial. En la cinta, el autor propone como excusa una trama gótica, con mansión walpolesca incluida, para dedicarse al erotismo soft, dentro del cual las jovencitas que pueblan la residencia del título irán siendo eliminadas una a una, hasta llegar a un desenlace con complejo de Edipo incluido, que resulta deudor de Psicosis (Psycho, 1960). Cabe destacar algún apunte curioso de realización, como la muerte de cierto personaje, cuya caída va acompañada, muy adecuadamente, por unas notas musicales de ritmo y tonalidad decreciente, produciéndose una espléndida interacción entre imagen en movimiento y sonido.

Pánico en el Transiberiano supo aprovecharse de un magnífico reparto, dado que aprovecha el momento de crisis comercial de la británica Hammer, fichando a alguno de sus actores habituales, como es el caso de Christopher Lee y Peter Cushing (interpretando ambos curiosamente papeles positivos), los cuales se ven acompañados por Telly Savalas entre otros. No olvidemos que se trata de una coproducción con el Reino Unido. La cinta acierta respecto a sus pretensiones: parecer británica, y destaca por una correcta realización, un preciso sentido del montaje, y una ambientación más cuidada de lo que es costumbre en la producción española de la época. Quien la haya visto no podrá olvidar su filiación lovecraftiana, incluyendo la aparición de un ente primigenio...

No profanar el sueño de los muertos propone una exploitation de otro film reciente, que pertenece al underground norteamericano; nada menos que La noche de los muertos vivientes (The Night of the Living Dead, 1968), de George A. Romero. A pesar de tratarse de una coproducción hispano-italiana, se ambienta en una campiña inglesa, jugando baza similar a la de Pánico en el Transiberiano. La cinta de Jorge Grau llama la atención por su buena factura artesanal, y unos muy conseguidos efectos especiales gore indisociables a partir de ese momento del cine de zombis. Plantea un curioso trasfondo ecologista y anti-totalitario, que ya preconiza la verdadera intencionalidad de Jorge Grau, el cual se dedicaría finalmente al cine de arte y ensayo.

Inclasificables

El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice, soberbiamente interpretada por Fernando Fernán Gómez y una jovencísima Ana Torrent, pudiera ser la primera incursión en la que se establece un fantástico netamente español, dotado de una iconografía propia.

El film se ambienta en cierta meseta castellana, durante la década de los años cuarenta, en plena postguerra. Al cine del pueblecillo llegan las bobinas de El Doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931), de James Whale. La proyección deviene mítica, y cautiva la fértil e inquieta imaginación de Ana (Ana Torrent).

Presentada con el habitual academicismo de su poco pródigo realizador (cabría llamarle el Terence Malick español"), la película semeja una historia contada entre susurros, de una contención y sutileza envidiables. Erice es consciente de que para llegar al corazón del espectador el camino puede ser oblicuo, empleando el silencio, la quietud, el tañir de las campanas de una iglesia, los ruidos nocturnos de la fauna agreste...

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@ 2001 David G. Panadero para pasadizo.com
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