Soy un tipo, un hombre, en franca minoría. Pertenezco a una raza de increíbles Hombres Menguantes. Me gustan los cómics, la ciencia ficción, el heavy metal y los escritores del siglo XIX. No me gusta Operación Triunfo (¡hay, van a volver a amargarnos con ese diabólico invento!), ni el Gran Hermano (¡Orwell, échate las manos a la cabeza!), y lo que están haciendo, y están haciéndonos, con el fútbol me parece una aberración. Me interesa mucho más visitar una librería de viejo que un garito de moda de sábado por la noche, atestado (apestado) de poses forzadas y de "conversaciones" clónicas escuchadas al vuelo. Me gusta más practicar los placeres solitarios (o entre dos, a los sumo, que son una buena compañía) que los placeres verbeneros y agilipollados de la multitud. Discrepo con lo que me cuentan en la "tele". Si esto no es formar parte de una minoría, que venga Crom y lo vea. Quizás esté predicando a conversos, desde un texto en una página como ésta; pero en los últimos tiempos estoy cada vez más preocupado. Me lo noto.

   Hace unos cuantos añitos, puede que esté hablando de 1990 ó 1991, tenía un trabajo a tiempo parcial descargando camiones en los aledaños de cierta plaza de toros del norte de España. Algunas horas del día eran horas muertas en las que un par de currantes nos quedábamos de retén por si acontecía alguna urgencia. Yo las dedicaba a leer, por supuesto. Me llevaba el bocadillo y el libro de turno, me acomodaba lo mejor que podía en un sitio que no tuviera mucho tránsito, y me pasaba así las dos, o tres, o cuatro horas de salario ganado más tontas de mi vida. Un día el chaval que se había quedado conmigo (que se aburría, lógicamente) entró donde yo estaba y se plantó delante de mí con una cara de asombro que era digna de verse. Yo me quedé mirándolo con una cara de estupefacción semejante, imagino, hasta que se me ocurrió preguntar que qué pasaba. Llamemos al muchacho Retén 1, por ejemplo, y atendamos a la conversación:

   - Retén 2: ¿Qué? ¿Qué pasa? (tras unos intensos momentos de mutuas miradas fijas e inquisitoriales)
   - Retén 1: ¿Qué haces?
   - Retén 2: ¿Qué hago?
   - Retén 1: Sí (con ojos desorbitados)
   - Retén 2: Pues... leer... (con las cejas levantadas al máximo)
   - Retén 1: ¿Leer..?
   - Retén 2: Sí...
   - Retén 1: ¿Un libro?
   - Retén 2: .... claro....
   (salida precipitada y un tanto titubeante de Retén 1 por la puerta más cercana, a sus espaldas).

   Así sucedieron las cosas, tal como suena y al pie de la letra. El libro que leía era uno de Jiménez del Oso sobre OVNIS, para más datos (sí, yo también pasé por eso), así que ya veis. Jamás se me olvidó aquel instante de asombro mutuo (lo que da bastante que pensar) y siempre tuve ganas de contarlo en algún sitio - de escribirlo, más bien, porque contarlo, lo habré contado docenas de veces - como un ejemplo perfecto de los mundos tan diferentes en los que nos movemos las personas, aparentemente tan próximos, por otra parte. Con el tiempo, me han ido pasando cosas parecidas en distintos lugares y con otras gentes. Gentes que pertenecían a una mayoría, supongo, mientras yo formo parte de la minoría. Si una gran mayoría de personas tienen estas actitudes hacia un tipo que lee... ¡un libro! (que es un bichito raro); si uno que escucha "heavy" es un chungo, y no casa con los que esperan impacientes cada año la "canción del verano"; o el que lee cómics es un infantiloide inmaduro; no me extraña nada la actitud, ya mucho más abiertamente discriminatoria, que se suele tener con un homosexual, una madre soltera, o un "inmigrante subsahariano". En muchos aspectos las cosas parece que se van arreglando, que se van limando las asperezas fronterizas entre entes humanos de distinto pelaje o bagaje; pero yo no las tengo, todavía, todas conmigo.
   Todo esto viene a cuenta de la idea que me asalta reiterativamente acerca de mi pertenencia a una minoría, a un "guetto". Puedo hablar con cualquier persona del mundo sobre fútbol, o sobre lo maciza que está la última Miss Universo; pero no con todos puedo hablar acerca de dónde ha sacado George Lucas sus "originales" ideas, ni de lo buenas que son las novelas de E. R. Burroughs, ni de por qué Gil Kane es mucho mejor dibujante que Todd McFarlane, por ejemplo. Es entonces cuando se hace el incómodo silencio. Se ha metido en la conversación uno que habla de cosas raras o, por lo menos, inhabituales. Que no dice las cosas que dicen casi todos los demás. Y ya está puesta la coraza... Porque uno se siente, hacen que se sienta ... diferente. Claro que todo ese malestar se va diluyendo con el tiempo, y con la inteligente postura de asumir lo que hay, y lo que se es. Pero no basta para salir del "guetto". Porque no es que yo quiera ser diferente de los demás, o de un tanto por ciento elevado del total de la población. Es que te hacen diferente. O te hacen sentir como si vivieras en otra dimensión paralela. Ni siquiera con muchos de mis amigos, de las personas con las que salgo o trato habitualmente, puedo mantener conversaciones de ese tipo concreto. Es que si me importa un rábano que España gane Eurovisión, y lo digo, me señalan como un traidor a la patria. Es que si comento algo acerca de un escritor cualquiera - ya es cualquiera, no sólo tirarse el pegote de que me estoy leyendo a Nische o a Rusó - se apagan las expresiones y se enciende el silencio. Y no digo ya nada de si comentas que dibujas, pintas o estás escribiendo alguna especie de relato, cuento o similar...¡es que se te ríen a la cara! Me refiero, siempre, a esas personas de a pie, a lo que injustamente - de todas formas - denomino "masa" para facilitar la redacción comprensible de mis ideas. Porque de aquí nos podemos ir fácilmente al polo opuesto: al círculo de los listos que creen que por haberse leído tres libros y medio, y aprenderse una docena de nombres para tener referencias, son intelectuales, lumbreras, mejores que los que pertenecen a lo que habitualmente denominan "masa borreguil" (esto de "masa borreguil" lo he escuchado varias veces). El que se siente diferente, porque hacen que se sienta diferente a base de hacerle el vacío y de echarle en cara que es un "pitagorín", abraza el Lado Oscuro y cae con rapidez en la trampa de imaginarse superior; se acomoda en una jaula de oro en la que sólo deja entrar a otros como él, y desprecia al anormal (¿anormal?) que hincha las venas del cuello gritando "Yurops livin a celebreison....! ". Ejemplos de estos también tenemos muchos. Y no es eso, no. Es un poco como caer en la misma trampa que los demás, pero encima, teniendo los datos en la mano; seguir el juego estúpido de una lucha infantil. Y eso tampoco tiene perdón.

   Creo que podría ocupar más espacio con reflexiones acerca del tema, pero sería redundar en lo mismo y darle vueltas a la misma idea. Esperabais, quizás, otra clase de artículo, algo sobre las actualidades ultimísimas del mercado editorial, o un ensayito sobre el tema de los formatos de nuestras novelas (que nos trae de cabeza eternamente); o la comparación de estilos y resultados literarios entre un escritor consagrado y sus imitadores, por ejemplo. Pero yo quería plasmar de alguna manera estas ideas que tengo formadas sobre una situación que me parece tan corriente y tan terriblemente familiar en nuestra vida diaria. Como si ya la asumiéramos de antemano, igual que tantas otras cosas que nos parecen "el mal menor" y toleramos por cansancio o por evitarnos discusiones estériles. Corriente y un tanto preocupante, sin llegar a mesarse los cabellos. Si el editor - para mí es, prácticamente, un editor, porque edita textos... - da luz verde a éste y lo publica en su web, estaré satisfecho. No voy a arreglar nada; no tengo soluciones para un tema tan complicado, tan humano en definitiva, y tan hiriente, a veces. No puedo ocultar que son cosas como estas las que me hieren, a poco que reflexione en ellas, que es un poco cada día. El distanciamiento entre las personas, la estigmatización, la división en clanes; el aborregamiento progresivo de un grupo o el endiosamiento inútil del grupo contrario (porque hay contrarios en donde sólo debería haber personas pensantes); en una palabra, la incomunicación.

Iván Olmedo tiene casi 30 años, mejor o peor aprovechados, según se mire. Lee todo lo que puede y, de hecho, conoce a un par de personas que envidian secretamente su biblioteca. Según la definición de su escritor favorito, es un atón. Nació y vive en Asturias.