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Cuando es de Noche

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por Andrés Navas Medina

   

   ¿Puede un muerto ser feliz? Me pregunté con la cuchilla de afeitar apoyada en la muñeca. No supe contestar a eso, así que me dormí.

   Mi nuevo barrio era uno de esos residenciales con chalets, jardines y florecillas fragantes. Un cementerio para vivos. Hasta las casas parecían ataúdes. Llegué a vivir allí de la manera más absurda. Con quince años solía salir con una chica preciosa. Cuando paseaba con ella, todos los demás parecían zombis sin rumbo. Terminó por irse con otro, y luego con otro y luego con otro y después desapareció del mapa y nunca más se supo. Yo la recordaba siempre cuando por alguna razón me tropezaba con su barrio. Incluso a veces me paseaba por él voluntariamente, buscando con tristeza masoquista los rincones que frecuentábamos. Aunque no muy a menudo, uno a veces necesita ciertas dosis de melancolía. El caso es que nueve o diez años después de verla por última vez, llegó a mi casa un señor de negro que me dijo que la chica había muerto; que su única herencia era una casa y que, por alguna extraña razón, me la dejaba a mí. Me hizo firmar unos papelotes y cosas del banco que no me interesan en absoluto y salió corriendo tan rápidamente que no me dio tiempo a preguntar nada. Como siempre tuve algo de alma perdida, mi situación era permanentemente crítica, es decir, con un pie en las nubes y el otro al borde de la indigencia. Así que me trasladé inmediatamente. La casa estaba vacía, no había muebles ni vasos ni nada parecido. Puertas, ventanas, paredes, suelo y techo. Pero una buena casa, en comparación con las ratoneras en que me había movido últimamente. De todos modos, cambiar de casa no es cambiar de vida, así que la primera noche en mi nuevo hogar la pasé borracho, tirado en el jardín. Trataba de contar las estrellas, pero las lágrimas me hacían perder la cuenta.

   Creo que lo más irritante de estos barrios residenciales es lo fácil que resulta acostumbrarse a su forma de vida. Me pasaba las horas vagando por las calles, rodeado de árboles y setos y niños en bicicleta y un coche de la madera cada diez minutos. O en el jardín, aprovechando las últimas pinceladas del atardecer veraniego entre porros y cerveza. Observaba al vecino de al lado, que era un viejecito muy pulcro y algo siniestro. Su perro venía a mi jardín por la noche, en busca de un poco de cerveza. Luego se iba y se metía por la portezuela del sótano de la casa de su dueño, a escasos metros de la mía y sin más separación que un seto que por el lado de ellos estaba impecable pero que por el mío parecía el pelo de Eduardo Manostijeras.

   A los quince días de llegar, empecé a dar paseos con el coche, buscando bares en los que emborracharme hasta la extenuación. No tenía mucho dinero, pero los derechos de mis novelas me daban lo justo para no morirme de hambre ni de sed. A veces no podía dormir y con mi viejo coche buscaba lugares solitarios en los que oía música y bebía hasta el alba. Si una de esas noches me hubiera matado bebiendo, nadie me hubiera echado en falta. En cierto modo, eso es estar muerto.  

   Una noche volvía en coche a casa muy borracho y el perro del vecino vino a recibirme y tal vez a tomarse una cerveza conmigo. No le vi y le pasé por encima. Sonó como cuando muerdes el cartílago de una pata de pollo. Y como no soy de esos que van por ahí escondiendo los perros que atropellan decidí que era la noche perfecta para presentarme al viejo. Creo que ya he dicho que estaba borracho. Agarré el cadáver por el rabo y llamé al timbre. Debían de ser las dos o las tres de la madrugada. No acudió nadie. Cuando estaba a punto de dejar el perro en el felpudo y largarme a terminar la noche, el anciano abrió la puerta. Se detuvo sorprendido y me miró con una interrogación en sus ojos.

   -No sé cómo ha podido ocurrir- Dije con voz definitivamente etílica.
   -Ya. A ver, traiga...- Le di el cadáver, contento por fin de deshacerme de él. La perspectiva de enterrar al animal en mi jardín, bebiendo sin parar para coger fuerzas y verle desaparecer bajo cada palada era bastante más de lo que hubiera podido soportar mi cordura. De tan salvajemente triste, la idea era morbosamente tentadora. Tocar fondo es una manía que tenemos los que buscamos castigo por delitos que no recordamos o de los que nunca nos arrepentimos.
   -Creo que no está muerto del todo...Veré si puedo hacer algo...sí, sí...- Dijo, y desapareció por una puerta que cerró tras de sí. Me volví a quedar allí solo sintiéndome estúpido. Al final cerré la puerta y me fui a casa. Entré y sólo me detuve para coger cerveza fría. Salí al jardín. Miré a las estrellas, pero el alumbrado público y las luces de otros jardines tapaban demasiado el cielo. Ese es uno de los peores negocios de la civilización. Ahora pisamos menos cacas de perro por la noche, y podemos ver Tómbola antes de dormir, pero a cambio entregamos las estrellas. A todas luces, un precio demasiado alto. Pero pensando en esto, hubo un apagón en todo el barrio, y entonces me di cuenta del tiempo que hacía que no se hacía la noche completa, la que te deja de cara a las estrellas con mucha cerveza, más melancolía y todo el tiempo del mundo para llorar las cosas buenas que se fueron y que no volverán hasta que estemos muertos.

   Recuerdo que desperté tumbado en una hamaca mientras los primeros rayos del sol rozaban los tejados. Olía bien. Curiosamente, en las peores épocas suelen surgir pequeños momentos perfectos.

   Alivié la jaqueca con un puñado de aspirinas ayudadas con la última cerveza fría y salí a por más. Era ya entrada la tarde. La luz cercana al crepúsculo me pone siempre de buen humor. Conduje hasta el super y me aprovisioné. No volví directamente a casa sino que me di una vuelta por el campo. Dejé el coche en un camino polvoriento y llené la mochila con cervezas. Me hice un gran porro y me largué. Me hicieron falta unas pocas caladas y un poco de cerveza para que el dolor de cabeza desapareciera completamente y volviera el pedo de la noche anterior, como cuando retomas una lectura a la noche siguiente. Eso era lo que decía ella siempre, que un buen trozo es un libro que no se termina nunca. Siempre es bueno continuar las cosas buenas que uno deja inacabadas, y más cuando no son cosas que se puedan acabar. Anduve por entre unos cipreses, me tumbé entre ellos para verlos apuntar al cielo y se me hizo de noche allí. El cielo estaba todo lleno de estrellas que daban vueltas todas juntas sobre mi cabeza. Pensaba en ella. Siempre miraba al suelo, ese era su terreno, lo que podía tocar con los dedos. Las estrellas le pillaban muy lejos, así que no le interesaban. Desde que me dejó, no podía mirar el cielo nocturno sin pensar en ella. La recordaba, la veía incluso, pero no podía tocarla. A veces me preguntaba si había existido en realidad o si sólo era producto de una imaginación disparada, tal vez producto de una vida carente de otras emociones que las que uno mismo puede fabricarse. Un buen recuerdo es siempre un buen recuerdo, aunque haga daño y no haya existido nunca. Aquella noche pensé lo que ningún hombre debe pensar jamás. “Daría lo que fuera por volver a estar contigo”. Ya muy borracho me levanté, abrí otra cerveza y seguí paseando a ciegas para ver si me daba el aire. Veía luces muy lejanas, casas, coches, una carretera, pero no me molestaban. La noche me protegía del mundo, la noche te protege del mundo y te arropa en su seno, te hace invisible para los demás cuando lo necesitas. No hace falta esconderse de noche. No hay paredes cuando es de noche, y todo es mejor cuando es de noche. Los besos son mejores cuando es de noche, y los mejores momentos, los más íntimos momentos que hacen que todo cobre sentido se dan cuando es de noche y me viene a la mente el olor de su cuello mojado por el sudor y mi saliva etílica. Primero sentí el golpe y después me di cuenta de que había caído en algún agujero. Me acomodé en mi lecho de tierra. Era una zanja de dos metros de profundidad. Sólo veía una franja de cielo estrellado. Olía a tierra húmeda y se oían pequeños movimientos de bichitos aquí y allá. El silencio era absoluto y la oscuridad total. A veces la vida te da pequeños regalos. Me hice un porro a ciegas, y me salió bien. Para celebrarlo, abrí otra lata de cerveza. Con la caída debió de agitarse demasiado y la espuma me empapó el cuerpo. Y allí estaba yo, disfrutando de la vida y de mis amargos pensamientos a dos metros de profundidad, bañado en cerveza por dentro y por fuera y escupiendo el alma con cada bocanada de humo que soltaba, cubierto de barro pegajoso, pensando que si alguna vez moría querría ser enterrado en aquella zanja, y que si alguna vez lograba ser feliz volvería allí y me fumaría un gran porro mirando al cielo. A veces, la vida es extraña. En algún momento, me quedé dormido.

   Me desperté entrada la mañana, con un gusano rascándome el cuello. Había más bichos. Me los sacudí todos y empecé a trepar para salir de la zanja. Primero saqué una mano polvorienta lentamente, luego la otra, y por fin asomé la cabeza con el pelo todo sucio y revuelto. Oí un grito desgarrador y vi una familia corriendo aterrorizada hacia su coche. Se largaron derrapando y dejaron tras de sí una densa nube de polvo, una mesa llena de cosas ricas, una sombrilla y un radiocassette que sintonizaba radiolé. Me estuve riendo un rato mientras desayunaba una cervecita fría de la nevera portátil que aquellos gilipollas se habían dejado. Solucioné lo de radiolé de una patada. La resaca era sólo suave, y se hizo casi agradable con aquella primera cerveza. Con la segunda volvió la borrachera, y con la tercera me dormí otro rato a la sombra. Hacía tanto calor que los cipreses crepitaban, como si fueran a arder en cualquier momento. Desperté y comí un poco de paella fría. Bebí más y cayendo la tarde decidí que era momento de volver, no sé por qué. Supongo que tuvo algo que ver que ya no quedaba nada para beber aparte de fantas y cocacolas. Tardé un poco en encontrar el coche y casi se había escondido el sol cuando llegué a mi casa. Antes, claro está, pasé a por más cerveza fría. Tenía puesto a Tom Waits a un volumen aceptable, y por su forma de cantar parecía casi tan borracho como yo. Por eso me sorprendió aquel ruido fuera del coche. Frené en seco, seguro de que todo era producto de mi imaginación alterada por el alcohol. Bajé el volumen y salí del coche. Miré aquí y allá y no había nada. Aparqué correctamente y me senté delante de la puerta de mi casa. Hurgué en mi mochila y saqué una cerveza. La abrí. Entonces el perro salió de detrás de un seto y saltó sobre mí, lamiendo la cerveza reseca de mi cara y tratando de meter la lengua en la lata que acababa de abrir. Fue la primera inyección de alegría en estado puro que recordaba en mucho, mucho tiempo. “No puede ser, amigo. Yo te maté, no puedes venir más a beber conmigo”, pensé. No podía ser, pero estaba siendo. Y si alguien me había hecho verdadera compañía, de esa que no molesta en los momentos duros, ese era él, así que antes de asustarme ni preguntarme qué coño pasaba, me metí en casa y saqué un cuenco para mi amigo. Estuvimos allí bebiendo un rato como si nunca le hubiera atropellado. Tras la segunda cerveza compartida, empezó a hacer cosas raras. Se apoyaba en mi pierna, entonces yo quitaba la pierna y él se caía al suelo y ahí se quedaba, sin intención de levantarse. Mirándome con esos ojos tristes y cariñosos que tienen los perros borrachos. De vez en cuando miraba cosas que no estaban ahí. Al rato le dio el pedo melancólico y se puso a aullar a la luna. Le dejé hacer un buen rato, porque no soy la persona más indicada para decirle a nadie que no llore, pero después de un rato me dio demasiada pena y le abracé, acariciándole todo el cuerpo. Le gustaba. Me gustan los perros a los que les gusto. Cuando le acaricié la tripa encontré una enorme cicatriz en el lugar por el que había reventado hacía un par de noches. Me pareció que había pasado una eternidad desde entonces, pero la cicatriz era muy reciente. Parecía molestarle un poco, pero no le dolía de verdad. Y fue en ese momento cuando cobré conciencia, abriéndome paso por entre las cervezas que llevaba encima, de que mi amigo había estado muerto antes de pasarse a verme. No sé, no es algo que ocurra todos los días, y menos en estos barrios aburridos en los que nunca pasa nada. Tal vez al caer a la zanja me partí el cuello, y por eso podía tomarme unas cervezas con aquel perro muerto. Como no tengo tanta suerte, supe que algo anormal estaba pasando, y si bien me ha tocado convivir con vecinos bastante más molestos (este al fin y al cabo solamente parecía devolver la vida a los muertos, lo cual está bastante bien) decidí averiguar más. Me había convertido en un cotilla de barrio bien, cosa que no me gustaba un pelo, pero al menos estaba borracho y cubierto de barro y cerveza. Aún no estaba todo perdido.

   Atravesé el seto por el hueco que utilizaba el perro para pasar a mi jardín. Luego abrí la puerta del sótano, muy socorrida para estos casos de espionaje vecinal, si nos guiamos por lo que nos enseñan las películas, si bien era otro dato a considerar el hecho de que en esas mismas películas, una visita furtiva al sótano nos lleva matemáticamente al hallazgo de un cadáver. Pero tenía curiosidad y alcohol en la sangre, así que entré. Como estaba oscuro encendí esa linterna que todos guardamos en el maletero y que nunca sirve para nada. Aquello estaba lleno de aparatos raros, conmutadores y generadores, electrodos y ordenadores. No faltaban cápsulas criogénicas. Algunas cosas tenían diseño futurista, otras parecían del siglo pasado, y las telarañas del techo hacían del lugar un decorado tan conseguido que casi tuve el impulso de buscar las cámaras, los focos y los técnicos fumándose un porro. Cuál no fue mi sorpresa al encontrar una cámara mirándome directamente a los ojos. Era una de esas domésticas y estaba montada en un trípode. Donde hay una cámara tiene que haber cintas, así que me concentré en las estanterías, que cubrían por completo las paredes. El lugar era grande, creo que cubría bajo tierra toda la planta de la casa, pero al estar hasta arriba de aparatos incomprensibles la sensación era de ahogo. Supongo que el hecho de que una linterna más que iluminar, enseña, no ayudaba demasiado a que me hiciera una composición de lugar, pero me daba miedo encender la luz. Dios, cómo necesitaba una cerveza. Las estanterías de las paredes eran un muestrario de horrores variados, unos fetos aquí, unos brazos allá, todos perfectamente etiquetados por fechas y otros datos que no entendí. Instrumentos de cirugía, neveras con indicadores térmicos que preferí no abrir por si los cambios de temperatura hacían saltar algún tipo de alarma, revistas guarras y comida para perros. Y por fin, una estantería llena de cintas etiquetadas por fechas y otros códigos. Observé un rato las etiquetas a ver si encontraba una pauta que me permitiera sustraer las cintas más jugosas, pero unos pasos próximos me alertaron y acabé por escoger solamente la que estaba marcada con la fecha del día anterior. Salí por donde había entrado y dos minutos después ya estaba en casa. Me tomé una cerveza bien fría y luego otra, y después me duché concienzudamente. Ojalá fuera tan fácil sacudirse la mierda que se queda pegada al alma como la que hay detrás de las orejas. Sin embargo, la pequeña aventura me había distraído por un momento, y cuando me quedé a solas con mis cervezas (los porros los había perdido en algún punto de la narración) ya no estaba tan triste. Es curioso lo culpable que se puede llegar a sentir uno cuando tiene razones para lamentarse y no lo hace. Cuando la vida de uno es el vacío total, hasta los sentimientos más dañinos son recibidos como un tesoro, como la última oportunidad de sentir algo. En esos momentos, sentir una sobredosis de amargura es huir de la muerte, o tal vez zambullirte en ella, sin tener idea de cuál de las dos opciones es la mejor, y sin saber tampoco si lo que uno busca es escoger la mejor opción o la peor. Al final va a ser cierto que el mundo está lleno de almas perdidas. Sólo hay que buscar bien, o sea, por encima del suelo, porque los que están enterrados han encontrado ya su lugar.

   Venciendo mi culpa y mi adicción a los estados más bajos del ánimo, agarré mi cinta y una cerveza y salí en coche a la gran fosa común que es Madrid, todo nichos altos en los que los muertos se amontonan encajonados entre ruidos de ultratumba y gases de descomposición. Fui a casa de un amigo que tenía vídeo. Llamé al portero automático y no contestó nadie. Insistí un rato y me di por vencido cuando vi en la acera de enfrente un cartel de Mahou bajo el cual había un bar. Entré y decidí esperarle tomando todas las cervezas que hicieran falta, y que al final resultaron ser muchas. La primera de ellas era necesaria porque el calor que hacía era insoportable, y la tomé observando el lugar y a su dueño. Era el típico bar que alguien pone para no tener que proyectar nada más en su vida, un bar de barrio que siempre se mantendrá pero que te atará siempre a esa existencia doméstica y vecinal, el partido, la porra, el desayuno para el currante y el coñac gratis para el madero, el ludópata que se bebe lo que no pierde en la máquina y todo lo demás. El dueño era simpático. Después del tercer o cuarto tercio, cayendo ya la tarde, mi amigo apareció. Salí a la puerta y le llamé. Me miró y al principio no me reconoció. Sólo entonces caí en la cuenta de que me había dejado barba. Luego miró mejor y sonrió acercándose a mí. Me dio un abrazo y dijo:

   -Coño, creí que estabas muerto. 

   Nos tomamos un par más en el bar mientras nos contábamos cosas. Aunque hacía un mes más o menos que me había mudado, llevaba bastante más tiempo sin verle debido al encierro al que, sin proponérmelo demasiado, me había sometido. Y lo cierto es que me sentí vivo a la manera convencional, o sea, presente en el mundo, ocupando un espacio específicamente mío y de nadie más. Tal vez por eso me notaba un poco fuera de lugar. En aquel rato tuve que volver a aprender a sonreír.

   Luego subimos a su casa y nos fumamos todos los canutos del mundo con más cerveza. Terminamos a las tantas de la madrugada, absolutamente inútiles incluso para hacernos otro porro. Cuando se acabó la cerveza seguimos con whisky y cuando llegamos hasta el fondo de la botella me dijo que me quedara a dormir. Entonces caí en la cuenta de que estaba allí para ver una cinta de video que me había dejado olvidada en el coche. Absolutamente incapaz de bajar escaleras o manejar el panel de un ascensor, acepté la invitación de mi amigo y me quedé a dormir en el sofá. Él se fue a su habitación después de decirme que se alegraba de verme de nuevo, y me sentí feliz por ello. Había sido un buen día, el día de los vivos.

   No lograba dormirme y estaba empapando de sudor el sofá, así que me escapé en cuanto pude mantenerme de pie. Salí todo lo silenciosamente que pude, o sea, que me llevé por delante cuantos muebles pudieron encontrar mis rodillas, caderas u hombros. Estoy seguro de que desperté a mi amigo, pero aún así me largué sin despedirme. Cogí el coche y logré conducir. Al llegar a la primera gasolinera compré más cerveza fría para poder seguir conduciendo. Y entonces me topé con su barrio. Otra vez. Hacía tiempo. Aparqué el coche sobre la acera, bajé y me di un paseo. Todo el dolor del mundo se volvió a amontonar sobre mí como una montaña de estiércol. Aquel barrio era ella. Cada edificio, cada bar y cada parque eran una historia que recordar y la misma chica que olvidar, y cuando un rompecabezas está a medio hacer, pues está a medio hacer pero cuando sólo le falta una pieza, todo lo demás pierde el sentido y es mejor destrozarlo todo, así que me puse a beber como no lo hacía en años. Vomité todas las vísceras y las sustituí por más cerveza, que funciona mejor y no huele tan mal, y recorrí dando tumbos cada rincón que pude recordar. Me caí varias veces, pero siempre he tenido la manía de levantarme después de morir. No bebía para borrar los recuerdos, sino para que me dolieran más, porque la cerveza hace que de puertas afuera todo esté fuera de foco, pero a cambio lo de dentro sustituye a la realidad y se vuelve más fuerte y más capaz de arrancarte la piel a tiras, de masticarte y escupirte hecho un amasijo de sentimientos desordenados, y cuando no hay escapatoria y estás al borde del delirio ya no puedes elegir otro camino que esa espiral de podredumbre y ya te puedes dejar llevar. Cuando el dolor es el único camino, no es un sentimiento peor que cualquier otro.

   Aquella noche duró toda la vida, y cuando amaneció la sensación era la de que la vida se acababa. Me topé con mi coche, o literalmente caí sobre él. Me metí dentro y conduje relajado, con el recuerdo de ella a flor de piel pero sin dolor. Aquella noche había matado el dolor a fuerza de usarlo, como una droga que ya no te hace efecto, de tanto usarla. O te mata o la matas. Y aquella noche vencí al dolor. Estaba preparado para lo que viniera después. Me relajé y las lágrimas brotaron sin control mientras el sol nacía y me deslumbraba. Todo iba bien. Es hermoso el recuerdo de sus ojos. Es hermoso sentir otra vez sus manos sobre mi cuerpo. Es hermoso soltar el volante y descubrir que no hay miedo. Es hermoso atravesar el cristal que separa la vida de la muerte sin sentir dolor. Es hermoso ver cristal hecho añicos volar hacia el sol, y también lo es volar tras ellos y dejar atrás cualquier cosa que puedas tocar. Toda una experiencia, morir feliz.

   FIN

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@ 2002 Andrés Navas Medina
Prohibida la reproducción sin permiso expreso del autor

 

2004-02-19 22:37   elele
Muy bien, excelente.Me gusta mucho como te dedicas a transmitir ese sentimiento de angustia y tristeza que a veces a uno le puede invadir si saber porque.
Realmente el protagonista del relato esta muy angustiado y intenta evadirse de esa angustia con porros y alcohol nose en mi opinion eso no creo q te pueda ayudar mucho ,no ceeis?., por que en ese momento aunq te haga olvidar la angustia cndo se te pasen los efectos volveras a tener esa misma angustia.
2003-07-01 16:07   Nasi2
No está nada mal, aunque a veces puede hacerse un poco repetititvo. Aún así, escribes de maravilla y los sentimientos del protagonista están descritos magistralmente. Lo mejor de todo el epílogo, aunque me he kedado con las ganas de saber qué aparece en la cinta :-P

Muy bueno

Un abrazo
2003-06-27 13:20   Magnus
Me ha encantado. Esta tan bien escrito que parece que estuvieras acompañando al personaje durante todo el relato. es maravilloso, sigue asi.
2003-05-04 18:53   Video girl Sadako
El relato tiene un aspecto contínuo de podredumbre. Sientes que estás enfermo mientras lo lees, aunque en el próximo podrias incluir algunas sorpresas. Me ha parecido algo aburrido, pero en general está bien.

2003-05-01 01:25   Ader
Es un relato precioso, muy melancólico pero a la vez muy bonito. Da que pensar, pero sobre todo, ayuda a abrazar más cariñosamente la vida a la gente que tiene vida para apoyarse, y ante todo, dentro de toda esa melancolía, encierra un sentimiento tan profundo de amarga felicidad como es el de la muerte feliz.
Fantástico.
2003-04-22 21:40   in_abstracto
Es un relato exelente.
Tiene una narración muy buena, muy fluida....
Me encanto el final, aunque durante la narración te esperas que pase algo asi, la manera en que lo expresas es genial....

2003-04-01 12:28   Lord Byron
Me quedo con la comparación que hiciste: "la gran fosa común que es Madrid"

Alla donde se cruzan los caminos
donde el mar no se puede concebir
donde regresa siempre el fugitivo
..pongamos que hablo de Madrid

Donde el deseo viaja en ascensores
un agujero queda para mi
que me dejo la vida en sus rincones
..pongamos que hablo de Madrid

Las ninas ya no quieren ser princesas
y a los ninos les da por perseguir
el mar dentro de un vaso de ginebra
..pongamos que hablo de Madrid

Los pajaros visitan al psiquiatra
las estrellas se olvidan de salir
la muerte viaja en ambulancias blancas
..pongamos que hablo de Madrid

El sol es una estufa de butano
la vida un metro a punto de partir
hay un jeringuilla en el lavabo
..pongamos que hablo de Madrid

Cuando la muerte venga a visitarme
no me despiertes dejame dormir
aqui he vivido, aqui quiero quedarme
..pongamos que hablo de Madrid

Una canción grande para una ciudad grande
2003-03-25 03:29   poiesis
Muy bien amigo, un relato realmente horrendo. Horrendo en su plenitud. Una monstruosidad hecha belleza. La muerte, la vida despues de la muerte, peor aún, la vida eterna, son temas verdaderamente escalofriantes.Te felicito juegas con esa sensación desde el principio. Nos haces decender hasta a los abismos de las emociones humanas. Tocamos fondo e, inexplicablemente, una fuerza de oposición nos catapulta renovados y limpísimos a la estratósfersa de felicidad. El final no pudo ser otro. Hay muchas cosas que corregir. Yo puliría algunas cosas, como para que quede perfecto. La Frase final podrías cambiarla. "Y sí, un muerto puede ser feliz." podría ser otra más dramática como "Ciertamente, la muerte podría reivindicaros cuando es de noche" o algo por el estilo.
2003-02-26 05:13   Psycho Mantis
me parecio exelente ...felicidades...
2003-02-24 22:07   lixzy
Simplemente Sensacional. Te felicito, eres muy bueno en la narración y sólo por comentártelo, la parte donde el accidente y la muerte, está de lujo.
Pero lo que más me latió fué la respuesta a la pregunta inicial: "Y sí, finalmente un muerto puede ser feliz"

Felicidades nuevamente
2003-02-22 00:27   Chikilin
Me gusto mucho tu relato Andrés. Espero que hagas mas historias como esta
2003-01-29 18:21   Flor Tun
Me gusto, pero hubo un momento,como que me parecio un poquito flojo pues el chavo solo habla de sus pensamientos,
2003-01-20 18:50   alada
Me ha gustado, pero creo que el final nos lo veiamos venir todos. Me gusta ña manera de escribir, las descripciones del dolor y la pena, es fantastico, ese dolor, esa pena que se siente cuando has perdido algo que querias, el sentirse vacio, sin ganas de nada, muriendote del asco. Si es bueno, me ha gustado. Yo pase una epoca parecida y se lo que es eso (no lo de ser un zombi, claro).
Un saludo
2003-01-16 01:23   Eonia
Joe... muy bueno tio... muy muy bueno (aunuqe lo haya leido tarde... sorry) :)
2003-01-06 20:26   Merifilia
No suelo leer relatos en red, pero me alegro de haber hecho una excepción.
No cansa la mente del borracho, así como no hay descripciones que le quiten protagonismo.
Hay la cerveza..... son tantas cosas ciertas.
En tres palabras, me ha encantado.
2002-12-29 16:42   idrhin
:_ genial plas plas plas ^_^
2002-12-27 11:15   Tyla
Muy estimulante.
Se agradece en estos tiempos la "sangre fresca" en el género. Influencias variadas pero que unidas forman un buen conjunto.
El estilo también me ha gustado.
En definitiva, altamente recomendable.
2002-12-17 17:29   Borraska
Buenísimo. Realmente buenísimo.
Éstá tan bien escrito que en un momento incluso tuve ganas de gritarle al tío: ¡¡Imbécil, que te dejó hace diez años!! ¡¡No seas patético y vive tu vida!!
2002-12-09 18:58   Silvana
Atrayente por completo. Tentador por el contenido. Sinceramente me ha gustado mucho.
2002-11-30 16:47   Carlo Paul
Genial, mi amigo, verdaderamente un aplauso. No soy un gran critico, pero a mi me gusto. Excelete.... en todo la forma de escribir y expresarte... En pocas palabras, Bacan...
2002-11-25 16:16   carlosomega
Me gusto mucho, tiene un estupendo inicio, lo que me dio ganas para seguir leyendo
2002-11-13 20:57   Ansset
No sé de qué estás hablando, Log. En serio, no le hagáis caso, no le conozco de nada...

Muuushas gracias a todos por vuestras críticas. By the way, lo de Jochmann es cierto. Se me debió de pasar. Tendré que hablar con mi negro...
2002-11-12 20:13   Log
Vaya vaya...Ender, mamoncete. No está mal, a ver si resulta ahora que escribes mejor que cantas. Y, francamente, no sé si es un cumplido. Jo Jo Jo. Veo que tanto exceso no resta vigor a tu pluma.
2002-11-11 10:17   Nekro
Navegando por la región de las Palabras Perdidas topéme con ésta gema, brillante entre las múltiples estrellas de la red.
Dado que yo mismo espero publicar mis propios relatos en ésta web, no puedo sino maravillarme ante la calidad de éste. Buena composición, geniales guiños al lector, suspense de principio a fin, y un trasfondo filosófico muy de agradecer en éstos días inciertos en que vivir es un arte :).
En fin, que enhorabuena y que no permitas que tu gusto por la cerveza se interponga entre tú y una página en blanco, porque lo que tu cabeza esconde necesita salir por algún sitio, y los viajeros errantes de éste y otros mundos Perdidos necesitamos libar las fuentes de inspiración que tú y otros como tú destilan en éstas páginas.
Una última consideración: Ya sé que nadie es perfecto, y que la urgencia de todo escritor le hace cometer algunas imperfecciones estilísticas, pero, como ya lo he visto en otros relatos aquí publicados, me permito hacer por un momento de corrector para establecer la diferencia entre "porque" = (se utiliza a modo de explicación de algo) y "por qué" = (utilizado únicamente en la interrogativa ¿Por qué...? o en "el por qué de las cosas") y no indistintamente, como parece creer el 90% de los autores.
2002-11-09 23:52   506utyutyuty
Pues a mi también me ha gustado, sobre todo en el fondo de la idea. Ahora preferiría que a todos los q le entre una depresión no se pongan a beber cervezas como locos.
2002-11-07 22:22   Heretica
Pues yo también me uno a la tanda de felicitaciones... un relato muy sobrecogedor, una pasada!

Me ha encantado, en especial una frase:
"Al final va a ser cierto que el mundo está lleno de almas perdidas. Sólo hay que buscar bien, o sea, por encima del suelo, porque los que están enterrados han encontrado ya su lugar."
2002-11-06 15:55   noshtaru
Mis más sinceras felicitaciones. La historia es buena, pero es que me encanta tu manera de narrar, me parece que podrías dedicar cincuenta páginas a cualquier chorrada y me engancharía igual. Felicidades, en serio.
2002-11-05 16:13   Trinity
Impresionante. Espeluznante. El parrafo en el que cuentas el suicidio con el coche me ha sobrecogido como hacia tiempo nada lo hacia. Y el epilogo... uf!
Impresionante.
2002-11-04 23:14   ruby_platino
me ha gustado mucho, la verdad. el personaje, con su depresión, el tener que superar el miedo...no sé todo, es genial.
2002-11-04 22:08   mariojin
Me encanto tu relato, me gusto mucho que el personaje estaba tan ensimismado en sus pensamientos y en su depresión que solo habla de si mismo, no le importa meterse en los detalles de lo que pasa alrededor, solo sus pensamientos y auto lastima.
2002-11-04 20:00   whydah
Estupendo relato Andrés. Y divertido, espero que publiques más. Lo único que no me cuadró fue que no se dice nada del acento del vecino cuando le lleva el chucho atropellado ¿o me he despistado y no es ese el Dr Jochmann?