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             BUSCANDO SU PROPIO CAMINO 
              (II), 
              POR CEBRA, JAVIER, NACHO Y LOBOKELL 
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               Cualquier tecnología 
              lo suficientemente avanzada... 
               ...es indistinguible de 
              la magia. Así reza la tercera ley de Clarke, y varios han sido los 
              autores que han jugado abiertamente con él para ofrecernos historias 
              que se desarrollaban miles de años en el futuro, donde el recuerdo 
              del pasado tal y como lo conocemos se ha perdido completamente, 
              reapareciendo gran parte de los estereotipos más cautivadores de 
              la fantasía heroica. 
               El mejor libro de este 
              estilo es “El libro del sol nuevo”, de Gene Wolfe. 
              Quiénes han leído exclusivamente su primera parte, “La sombra 
              del torturador”, lo tildan acertadamente como una novela de 
              fantasía, con su reconocible entorno medieval/feudal, una sociedad 
              dividida en gremios y la aparición de armas tan innovadoras como 
              las espadas y las hachas de acero. Sin embargo a medida que Wolfe, 
              en el resto de los libros, nos sumerge en el mundo que describe 
              y va dosificando la información descubrimos que no todo es lo que 
              parece y que hay una explicación cabal detrás de cada uno de los 
              elementos que hasta el momento nos parecían mágicos. 
               Entonces, ¿por qué aparece 
              en un artículo sobre fantasía? Porque a pesar de ello llega a funcionar 
              como una de las mejores novelas de este tipo escritas nunca, a lo 
              que contribuye sin duda una lectura reconfortantemente azarosa, 
              con una prosa densa y muy elaborada, en la que siempre está presente 
              una riqueza de vocabulario inhabitual, llena de simbolismos y neologismos 
              sacados del latín y del griego. Sin olvidar el puzzle en que se 
              transforma la trama, cuyas piezas se van proporcionando lentamente 
              y no siempre de manera cierta, siendo el lector el que debe no sólo 
              reordenar los hechos sino que también necesita discernir lo verdadero 
              de los falso.  
               
             
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                Bastante 
              menos racional y sorprendente, jugando en un registro absolutamente 
              diferente, es la saga de “La Tierra moribunda” de Jack 
              Vance, un conjunto de historias de ambiente decadente que se 
              desarrollan en un planeta Tierra a millones de años en el futuro. 
              En los cuatro libros que componen la saga hallamos la habitual ensalada 
              de héroes, magos, ladrones, monstruos... a los que se añade un elemento 
              muy representativo que se aleja por completo de los personajes más 
              clásicos de Vance, Cugel el ladrón. Inteligente y audaz, pero también 
              cínico y muy hábil a la hora de liar cualquier situación, logra 
              con su mera presencia redimir el perfil decididamente bajo del resto 
              de los relatos. 
               Finalmente, 
              no podemos olvidar los libros de Majipur de Robert Silverberg, 
              enclavados en un planeta colonizado por los humanos al que han llevado 
              gran número de especies, mimetizando bastante bien el estilo Vance 
              a la hora tanto de crear un mundo como todos sus habitantes. Allí 
              despierta un desmemoriado Valentine, protagonista absoluto, que 
              recorrerá gran parte de su superficie en una perpetua búsqueda de 
              su perdido pasado, siguiendo un esquema argumental que, a pesar 
              de parecer ciencia ficción por su escenario, es fantasía heroica 
              pura y dura. Libros de lectura fácil y amena pero de olvido todavía 
              más rápido. 
               Poco después de que 
              los océanos se tragaron Atlantis 
                Volviendo 
              de nuevo nuestra vista hacia el suelo, nos retrotraemos a un pasado 
              donde el éxito o el fracaso de una empresa se dilucidaban en función 
              de la habilidad que uno tuviese con el acero o en el manejo de las 
              artes arcanas, la espada y la brujería. Las historias de esta rama 
              basan sus argumentos en las continuas luchas de los humanos, unas 
              veces entre ellos y otras contra las fuerzas nigrománticas empeñadas 
              en dominar el mundo. Su génesis se puede situar a caballo entre 
              los años veinte y los treinta del siglo pasado, en la obra de Robert 
              Erwin Howard, que creó dos personajes tan conocidos por todos 
              como King Kull, y Conan el Bárbaro. 
               Un breve inciso: Sí, ya 
              sé que la producción de Howard es anterior a la obra de Tolkien, 
              pero no se podía hacer un apartado sobre la espada y brujería sin 
              mencionar al que es considerado como su padre. Sigamos. 
               Los héroes que nos presentaba 
              Howard (y, por extensión, todos los surgidos posteriormente) están 
              creados de tal manera que muchos hemos deseado ser como ellos; rebeldes, 
              creándose su propio destino a base de sobrevivir en las condiciones 
              más difíciles, los más duros del lugar... Y a pesar de ello con 
              un código de honor que hacen que los pueblos llamados "civilizados" 
              parezcan ser los verdaderos bárbaros. 
               Son personajes que surgiendo 
              de sus poblados se han abierto paso en las más refinadas cortes, 
              en las más duras estepas, en los más furiosos mares con la fuerza 
              de su espada y su inquebrantable código de honor. Luchando tanto 
              contra el pasado (la brujería, reliquias de un mundo donde los nigromantes 
              reinaban en el mundo) como contra el presente (la civilización, 
              tanto más corrupta cuanto más refinada). Y recorren su propio viaje 
              iniciático para acabar transformándose ellos una pieza más de la 
              civilización, pero manteniéndose a salvo de la corrupción y llevando 
              sus reinos con mano firme. 
                El 
              manto dejado por Howard después de su muerte fue tomado por Fritz 
              Leiber y sus historias de Fafhrd y el Ratonero Gris, 
              en las que superó con mucho a su maestro. Cierto es que parte la 
              estructura episódica de aventuras cortas condensadas en unas cuantas 
              decenas de páginas entre las que sólo existe una débil “continuidad” 
              (salvo excepciones gloriosas como “Las espadas de Lankhmar”), 
              pero sus personajes son mucho más humanos, entrañables, y su prosa 
              más rica y llena de matices. Además introdujo el concepto de la 
              “Buddie movie” en la fantasía, las vivencias de dos amigos antagónicos 
              que recorren el mundo enfrentándose a mil y un peligros. El alto, 
              rubio, fornido y de limitada inteligencia Fafhrd, y el ágil, bajito 
              y astuto Ratonero Gris. 
               A esto hay que sumarle 
              su fértil imaginación a la hora describir ambientes y horrores sin 
              fin, su sentido del humor, su facilidad para describir y hacer atrayente 
              un mundo decadente donde los haya, la concepción de la magia como 
              algo enfermizo y siniestro, la leve y desenfadada sexualidad (para 
              la época),... Una delicia. 
               Y por fin llegamos a la 
              obra del escritor más prolífico y veloz de todos los que aquí se 
              citan, y que, guste o no, se ha labrado con su trabajo un merecido 
              nombre en la literatura fantástica, Michael Moorcok. Siempre 
              ha sorprendido un poco ver cómo alguien que viene de la ciencia 
              ficción y que fue pieza clave de uno de sus movimientos más rupturistas, 
              la new wave, haya ganado toda su fama en un campo tan rutinario 
              y poco dado a los experimentalismos como el que ahora comentamos. 
                Su 
              aportación más reconocida es la creación del Multiverso, 
              un conjunto de realidades paralelas que se disputan en cruenta guerra 
              los Señores del Orden y del Caos mientras una tercera fuerza que 
              representa el equilibrio les hace frente. Su delegado más evidente 
              es la figura del Campeón Eterno, un grupo de héroes que a 
              razón de uno por mundo serán movidos como meros peones en este enfrentamiento 
              y que padecerán un sufrimiento perpetuo mientras intentan liberarse 
              de los seres que intentan controlar su destino. 
               El esquema de estas historias 
              es por todos conocido, aunque viene bien recordar una de sus variantes. 
              Al comienzo, el héroe moraba tranquilo en su hogar rodeado de sus 
              familiares, retozando con las más bellas damas y enfrascado en mil 
              y un disquisiciones intelectuales. De pronto el destino llama a 
              su puerta, le insinúa que está destinado a misiones más elevadas 
              y todo empieza a ir mal. Sus más allegados son masacrados por un 
              ejército que pasaba por allí con un oscuro propósito y él es capturado, 
              torturado, casi aniquilado y abandonado para ser rescatado al borde 
              la muerte. Una vez recuperado, una entidad le asigna una misión 
              que deberá cumplir, guste o no.  
               No se puede decir que Moorcock 
              en sí sea aburrido. No obstante, una vez que se han leído unos cuantos 
              de estos libros hace que el resto sean completamente prescindibles, 
              al limitarse a cambiar el nombre del protagonista y el escenario 
              donde se sitúan. Puestos a recomendar las mejores historias, estas 
              pueden ser las que forman “El Bastón Rúnico”, con una soberbia 
              ambientación muy alejada del resto de la saga, o “El Perro de 
              la Guerra y el dolor del mundo”, escrita según las malas lenguas 
              en apenas un fin de semana y que a pesar de lo absurdo de su argumento 
              se lee con suma facilidad. 
               El claro encanto de 
              Sapkowski 
               Por último, se hacía necesario 
              escribir unas líneas sobre el libro que ha motivado esta extensa 
              digresión, que ya se encarga Javier en otro sitio de diseccionarlo 
              con más profundidad. Y si no fuese por la reciente edición de “Juego 
              de tronos”, no sería muy injusto realizar una aseveración tan contundente 
              como que hacía más de diez años que no llegaba a nuestras manos 
              un libro de fantasía épica tan bien acabado, interesante y que estimule 
              tanto a seguir indagando en el resto de sus historias que faltan 
              por publicar. 
               Cierto es que, “estructuralmente” 
              hablando, nos encontramos ante un “fix-up” a la manera de Howard 
              o Moorcock, pero ya los pasajes que utiliza para unir cada pieza 
              son una clara muestra de que aquí estamos ante algo diferente. Esto 
              es más que una simple unión de andanzas casuales escritas con el 
              mero fin de divertir a la audiencia. Cada situación y cada personaje 
              sirven como vehículo para mostrar retazos de diversos aspectos de 
              la condición humana. Codicia, avaricia, venganza, amor, envidia,... 
              son sentimientos que se esconden detrás de ellos y que son retratados 
              muchas veces de forma grotesca, sin tapujos, a flor de piel, siendo 
              muchas veces juzgados bajo la lupa de un delicioso sentido del humor, 
              burlón y despiadado. 
               Para ello, Spakowski opta 
              por un estilo narrativo rico y variado, manejando con soltura un 
              más que amplio vocabulario con una precisión digna de un Leiber 
              en sus mejores horas, alternando diferentes tonos y registros según 
              tenga que contar conversaciones en las que estén implicados un simple 
              campesino o alguien con una formación mucho más culta. Y es en estos 
              diálogos donde reside gran parte del encanto de sus historias, plenos 
              de vigor, inteligencia y sarcasmo. Además puebla las tramas con 
              guiños al lector, muchas veces escondidos en la reescritura del 
              cuento centroeuropeo de turno (genial su doble versión del cuento 
              de Blancanieves), en el uso de elementos procedentes de las tradiciones 
              eslavas, o, incluso, de la Tierra Media (¡esos elfos!) 
               ¿Y qué nos depara el 
              futuro? 
               En los próximos meses esta 
              larga lista se verá aumentada con dos títulos que a priori parecen 
              lo suficientemente interesantes para ser añadidos. El primero en 
              aparecer será “Waylander” de David Gemmel, que supone 
              el desembarco en nuestro país del ciclo de Drenai, que ha 
              causado bastante revuelo después de su publicación tanto en el Reino 
              Unido como en EE.UU. ¿Y qué ofrece? Quizás nada nuevo bajo el sol, 
              ya que recupera el esquema de tipo duro se ve obligado a enfrentarse 
              a un enemigo aparentemente invencible para lo cual ha de buscar 
              un objeto mítico de desconocidos poderes. Pero aparentemente está 
              contado con el suficiente garbo como para suponer una entretenida 
              lectura, que es lo que muchos buscamos en este tipo de libros. 
               Y para Marzo, Bibliópolis 
              pondrá en el mercado un libro sobre el que muchos tenemos puestas 
              grandes esperanzas, al suponer la primera incursión (eso sí, de 
              mediados de los ochenta) de Ian Watson, uno de los escritores 
              de ciencia ficción más imaginativos, ocurrentes y manipuladores, 
              en la fantasía épica. La novela lleva por título “Magia de Reina, 
              magia de Rey” y, como ya hizo John Brunner en “Las casillas 
              de la ciudad” (salvando las distancias), promete convertir la lucha 
              entre dos reinos en una inmensa partida de ajedrez mientras tratan 
              de acabar con el Rey del contrario.  
               Si a esto le sumamos la 
              edición de las siguientes novelas de “Canción de Hielo y Fuego”, 
              “La cicatriz” de Miéville, u otras que todavía desconocemos, seguro 
              que los amantes de este subgénero vamos a tener un 2003 lo suficientemente 
              estimulante como para seguir convencidos de que después de Tolkien 
              sigue habiendo vida. Y, lo que es mejor, algunas sorpresas. 
              
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