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            Los Mosaicos de Sarantium, de Guy Gabriel Kay 
            Editorial Plaza y Janés, colección Éxitos, 
              2001 
              
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             por Ignacio Illarregui Gárate, Octubre de 2002 
                A grosso modo, existen dos caminos a la hora 
              de introducir al lector en un mundo y una sociedad completamente 
              novedosas, con nombres y costumbres extraños que escapan 
              a su entorno cotidiano: iniciar una aproximación envolvente, 
              utilizando algún recurso narrativo para explicar cómo 
              es el sitio donde tiene lugar la trama y allanar en lo posible su 
              introducción, o zambullirle directamente en ella y forzar 
              a que sea él mismo el que descubra las cosas desde dentro. 
              La primera manera siempre es más asequible y cómoda, 
              ya que casi no exige esfuerzo alguno. Mientras, la segunda vía 
              es más azarosa y obliga a estar con todos los sentidos en 
              la lectura, porque al más mínimo descuido se pierde 
              en la ingente cantidad de información que hay que asimilar 
              para poder construir el puzzle en que se transforma esa iniciación. 
                Los mosaicos de Sarantium es un libro engañoso 
              ya que la propia portada, cuando dice que está ambientada 
              en el imperio de Bizancio, puede hacernos caer en el error de clasificarla 
              dentro del primer grupo. Vale. No es el Imperio Romano más 
              conocido entre nosotros (occidentales profundos) pero al menos tenemos 
              suficientes referentes (los geográficos no nos los puede 
              quitar nadie) como para tener al menos un abrelatas con el que enfrentarnos 
              a cualquier obstáculo que aparezca. Sin embargo, para regocijo 
              de los que gustamos de las novedades y los contratiempos, tiene 
              mucho más de la segunda familia. Guy Gavriel Kay, autor canadiense 
              con un cierto renombre entre los lectores de fantasía heroica, 
              nos hurta los referentes nominales tanto de emperadores, ciudades, 
              regiones o acontecimientos y nos sitúa de lleno en la ciudad 
              de Sarantium, nuestra Constantinopla a caballo entre los siglos 
              V y VI, aderezándola con unos toques fantásticos basados 
              en la idolatría pagana y la magia cotidiana. 
               Esto la relaciona, aunque salvando las distancias, 
              con dos piedras angulares de la buena fantasía: Soldado de 
              la niebla de Gene Wolfe y El tapiz de Malacia de Brian Aldiss, que 
              jugaban a lo mismo con sendos escenarios (la Grecia de las Guerras 
              Médicas y la Florencia del Renacimiento, respectivamente) 
              lo suficientemente cambiados como para sorprendernos con asiduidad. 
              La verdad es que a Kay le falta un hervor para llegar al empaque 
              de ambos, auténticos pesos pesados de la literatura fantástica, 
              pero hay que decir que produce muy buenas sensaciones y que, con 
              un estilo más depurado, no estaría demasiado lejos 
              de ellos. 
               La novela arranca con un extenso prólogo 
              situado en Sarantium una decena de años antes de los hechos 
              que va a desarrollar, en plena crisis tras la muerte de un emperador 
              que no ha tenido descendencia. A través de un pequeño 
              reparto coral de los que sólo unos pocos reaparecerán, 
              y que comprende desde los más cercanos a los que detentan 
              el poder hasta los más mundanos, únicamente preocupados 
              porque su idolatrado auriga gane alguna de las carreras del día, 
              observamos cómo es la vida en esa ciudad, seguramente la 
              más esplendorosa de esa época. 
               Una vez metidos en vereda, se salta a la acción 
              principal unos cuantos años después, a la ciudad de 
              Varena (la Rávena de los ostrogodos), donde Caius Crispus, 
              también conocido como Crispin, trabaja como mosaiquista a 
              cargo de su maestro Martinian, que es llamado por el emperador para 
              que acuda a Sarantium con el fin de elaborar los mosaicos de la 
              Bóveda del Gran Santuario (Santa Sofía) recién 
              construida. Como Martinian ya es demasiado mayor para ese desplazamiento, 
              convence a Crispin para que ocupe su lugar y parta rumbo a la gran 
              ciudad a realizar el trabajo.  
               Kay reconstruye con viveza un Imperio Romano 
              de Oriente en pleno Siglo VI ansioso por mantener y recuperar la 
              gloria que tuvo cuatro siglos antes, y fabula abiertamente con la 
              historia conocida, alterando multitud de elementos reales hasta 
              proporcionarles una dimensión más "irreal". 
              Así, coge el incipiente y convulso cristianismo de aquellos 
              tiempos y además de darle un curioso baño de arrianismo 
              populista potencia al máximo las connotaciones del culto 
              a Mitra de las que se había apropiado, transformando al Señor 
              en Jad, el Dios del sol que viaja con su carro día tras día 
              para llevar la luz a sus fieles. 
               Los personajes reproducen perfectamente su papel 
              y aunque ninguno sea excepcionalmente novedoso (el protagonista 
              es el conocido arquetipo de sagaz artesano de rápida mente 
              y afilado verbo; su fiel servidor es fuerte, un poco corto y le 
              admira en silencio; el tribuno es un tío duro amante de las 
              juergas, amigo de sus amigos e implacable con sus enemigos,...) 
              resultan agradables y están bien definidos. Y las intrigas 
              políticas y vitales en las que se ven inmersos son interesantes 
              e incitan a proseguir su lectura. 
               ¿Qué le falta entonces para pasar 
              de ser la buena novela que es a la categoría de imprescindible? 
              Únicamente un estilo narrativo más depurado. Kay tiende 
              a ser un tanto caótico y necesita de demasiadas páginas 
              para contar las cosas. En 463 sólo nos presenta el mundo, 
              a los personajes y les pone a todos en Sarantium, planteando levemente 
              qué va a desarrollar en el siguiente libro, Reino de luz 
              y tinieblas, donde concluye todo lo que aquí se inicia. Y 
              ése es muy poco bagaje para tal extensión. Por ejemplo, 
              el prólogo inicial carece de sentido ya que cuando cambia 
              al "presente" vuelve a introducirnos en la época, 
              además de repetir el mismo recorrido cuando Crispin llega 
              a Sarantium. Y, aparentemente, nada de lo que en él se cuenta 
              tiene relevancia para lo que sucede después. 
               Esta tendencia a llenar páginas sin ton 
              ni son parece inherente a su forma de narrar ya que continuamente 
              se va por las ramas con reiterativos pensamientos internos de los 
              protagonistas o contándonos alguna menudencia sobre la vida 
              de un personaje "terciario" del que nunca más se 
              vuelve a saber. Cierto es que así aumenta todavía 
              más la verosimilitud del entorno, ahondando en que no estamos 
              en un mundo de cartón piedra donde los cocineros de la posada 
              son meros figurantes. Pero la longitud del libro aumenta sin parar 
              y acaba teniendo dos donde seguramente, con una mínima concisión, 
              debiera haber salido uno. 
               A pesar de esto, que no deja de ser una puntualización 
              quizás un poco sobredimensionada surgida de mi predilección 
              por los argumentos contenidos, Los Mosaicos de Sarantium es un título 
              suculento que lejos de caer en lo rutinario ofrece una lectura vívida, 
              creíble y repleta de pequeños detalles que encantarán 
              a los amantes de las intrigas históricas que no le hagan 
              ascos a la fantasía. 
              
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