Para algunos críticos, como es el caso de John 
              Clute, no fue un auténtico movimiento literario. Según Clute,  
              la New Wave nace de la necesidad generada por una actitud mental 
              inmersa en la contracultura, careciendo de homogeneidad.  Sin 
              embargo presenta las suficientes características comunes para que 
              si pueda ser considerado como tal. En las novelas que citaré en 
              este artículo, se puede encontrar:
            
              -  Una base ideológica dispar pero un mismo trasfondo,   centrado 
                en el rechazo al "establishment" cultural y político. 
 
              -  El análisis de la sociedad de los sesenta y setenta con extrapolaciones 
                en futuros muy cercanos. 
 
              -  Se destaca el tratamiento de lo incomprensible por vía de la 
                metafísica. La naturaleza humana se disecciona mediante la introspección, 
                lo onírico y el surrealismo.
 
              -  Entre los temas más recurrentes estuvieron la superpoblación 
                y el medio ambiente. Los tabúes del sexo, religión o rol son demolidos 
                o tomados a chufla.
 
              -  Una estética ecléctica, pero similar en cuanto al uso de innovaciones 
                formales poéticas, que supuso un rechazo a la estética anterior 
                que consideraban agotada. 
 
              -  Fue la vanguardia del género y en algunos casos de rara avis 
                en el fantástico en cuanto a experimentación literaria.
 
            
            
   Este 
              movimiento del fantástico se puede establecer que surgió de las 
              nuevas tendencias que Michael Moorcock quiso dar, como editor, a 
              la revista inglesa  New Worlds allá por 1964.  Frente a las 
              predecibles y escapistas historias de la Ciencia Ficción más tradicional 
              en las que predominaba el componente hard, arriesgó su puesto y 
              la revista con relatos de jóvenes autores. Relatos donde la forma 
              era tan importante como la historia que se contaba. Serializó novelas 
              como  Mundo de cristal de J. G. Ballard,  Campo de concentración 
              de Thomas M. Disch,  A cabeza descalza de Brian Aldiss e 
               Incordie a Jack Barron de Norman Spinrad. El éxito del fandom 
              no le fue esquivo, editó relatos que ganaron los premios Hugo o 
              Nébula, entre otros, el brutal  Un chico y su perro de Harlan 
              Ellison (1969) o  El tiempo considerado como una hélice de piedras 
              semi-preciosas  de Samuel R. Delany (1968) que junto a otros 
              de Sladek o Zelazny fueron la escuadra de la Nueva Cosa.
               La versión americana de esta innovación literaria 
              fue la revista Galaxy, dirigida por Frederik Pohl, que sumó fuerzas 
              al nuevo resurgimiento del género. En pocos años, los antologístas 
              tuvieron la cantidad suficiente de relatos, para llevarles la innovación 
              en marcha a los lectores que prefieren libros a revistas. Como las 
              de Judith Merril y posteriormente las de Robert Silverberg;  pero 
              sin duda, las que tuvieron una mayor influencia en el género fueron 
              las de Harlan Ellison, en cuyo empeño personal puso su tiempo y 
              dinero.
             
                Visiones Peligrosas 
                Visones Peligrosas (1967) son treinta 
              y dos relatos que Harlan Ellison encargó y adquirió directamente 
              a sus autores. Buscó nuevas ideas, situaciones arriesgadas, conflictos 
              sociales o demoler tabúes. Ni más ni menos que un disparo a quemarropa 
              contra nuestras conciencias. 
               Ellison, de forma intencional y reiterada, empleó 
              el término Ficción Especulativa con el ánimo de superar la aversión 
              que causaba el de Ciencia Ficción en muchos lectores y críticos, 
              asiduos o no, del fantástico. Para bien o para mal, esta tesis por 
              el cambio de nominación del género no cuajó.
            
   Los 
              relatos escogidos, como cabría esperar, no presentan la misma calidad 
              literaria, pero la diversidad de temas tratados junto a la innovación 
              estilística y el buen oficio de los autores dio lugar a una de las 
              mejores antologías de todo el fantástico. Pienso que Ellison no 
              pretendió enseñar por dónde deberían ir las cosas, ni tampoco iniciar 
              un escuela. Fue más bien mostrar lo que se podría hacer y en parte 
              lo que ya estaba hecho; prueba de esto es que no todos los autores 
              eran jóvenes intrusos que descollaban en el género, algunos ya eran 
              por esas fechas auténticos clásicos como Lester del Rey, Frederik 
              Pohl, Damon Knight o Fritz Leiber.
               Si bien es cierto que Ellison habla de la New 
              Thing considero que hay relatos en esta antología que parecen escaparse 
              de la intención original; así,  Prueba para la destrucción 
              de Keith Laumer o  Judas de John Brunner cargan demasiado 
              lastre cincuentañero en sus argumentos y formas. Y alguno de los 
              autores difícilmente podría ser considerado dentro de esta corriente, 
              tal es el caso de Larry Niven o Philip K. Dick.
               El lector que asume el reto de leer esta antología 
              descubrirá, entre otros, un Space Opera demoledor en  El canto 
              del crepúsculo de Lester del Rey. Revelaciones desoladoras como 
              en  ¿Cantará el polvo tus alabanzas? de Damon Knight y  
              La fe de nuestros padres de Philip K. Dick. No son cuentos escapistas, 
              algunos relatos plantean dilemas morales con trasfondo social, desde 
              el racismo en  Al día siguiente de la llegada de los Marcianos 
              de Frederik Pohl o la visión reaccionaria de  El rompecabezas 
              humano de Larry Niven. Despertarán sensaciones de horror como 
               Incidente en Moderán  de David R. Bunch, y decrepitud 
              o vaciedad en  Moscas de Robert Silverberg y en  El reconocimiento 
              de J. G. Ballard.
               El sueño americano hasta sus últimas consecuencias 
              en  Ángeles del carcinoma de Norman Spinrad y el esplendor 
              y la gloria hasta el final en  Auto-da-fe de Roger Zelazny. 
              Entre juegos de dolor y muerte puede surgir lo inesperado como en 
               Un juguete para Juliette de Robert Bloch y su continuación 
              en  El merodeador en la ciudad al borde del mundo del mismo 
              Ellison.
               Me dejo bastantes en el tintero, pero los comentados 
              son una buena muestra de lo que Ellison quiso ofrecer del emergente 
              modo de creación en el fantástico de los sesenta.
                Los excesos 
               En el número 61 de la revista  Nueva Dimensión 
              (1974) con el encabezamiento de La Nueva Cosa escriben los editores 
              que les gustaría publicar más relatos de esta corriente pero que 
              no pueden por:
              
             
               Obviando, si esto es posible, los estragos de 
              la censura franquista, las otras dos barreras aludían a un problema 
              concreto de la corriente literaria que nos ocupa. Mientras que unos 
              veían frescor y literatura enriquecida, para otros era un exceso 
              de "arte y ensayo", de lo absurdo, que aburría soberanamente salvo 
              que apareciesen las entrepiernas. 
               Hubo excesos, léase como ejemplo y con un par 
              de aspirinas preparadas  A Cabeza Descalza (1969) de Aldiss, 
              que llega a aturdir hasta al lector más entregado. Este desmadre 
              fue incentivado por los propios editores. Se tomaban los relatos 
              más estrambóticos como ejemplo de las nuevas tendencias, así pues, 
              el proceso selectivo estaba en cierto modo sesgado al escoger los 
              relatos que podían impresionar al lector por cuanto a lo innovador 
              respecto al "mainstream" del género. Como ejemplo, en el citado 
              ND ponen dos relatos que sí superaron las tres barreras, son:  
              El último hurra de la Horda Dorada de Norman Spinrad y  Postatómico 
              de Michael Butterworth. Precisamente considero que el relato de 
              Butterworth cae en un exceso de estilo siendo más apariencia que 
              otra cosa. 
               A treinta años vista, los excesos me parecen 
              como un juego de experimentación literaria necesario para buscar 
              posibles caminos, caminos que se encontraron y dieron grandes novelas.
             
                Novelas de la New Wave 
                Las de catástrofes 
               En 1962 Rachel Carson publicó su estudio  
              Primavera silenciosa  ,  que en poco tiempo se convirtió 
              en la Biblia de los ecologistas más integristas. El uso indiscriminado 
              de plaguicidas sumado a la deforestación de zonas tropicales, estaba 
              provocando la destrucción del medio natural. Carson daba datos concretos, 
              la pérdida del equilibrio ecológico era un hecho contrastado, nos 
              estábamos cargando el planeta. La voz de alarma se extendió y la 
              conciencia planetaria por un mundo sano comenzó a forjarse. 
               Los escritores, no siempre ajenos a lo que pasa 
              en el mundo, tomaron como suya esta bandera y así surgieron algunas 
              "novelas de desastres" que no eran una novedad en el género. Desde 
              la Segunda Guerra Mundial la Ciencia Ficción advirtió sobre la amenaza 
              de la "Era Atómica", pero ahora era diferente, no había héroes que 
              salvaran la Tierra del holocausto nuclear; la nueva generación culpó 
              al Hombre.
               Novelas que sin ser consideradas Nueva Ola por 
              no entrar dentro de su estética literaria, aunque con una potente 
              carga ideológica en la línea de este movimiento, fueron fundamentalmente 
               La tierra permanece de George R. Stewart (1949) y posteriormente 
               Cántico por Leibowitz de Walter M. Miller (1960), en ellas 
              se encuentra el germen de lo que se verá en los años siguientes. 
            
               En los inicios de la Nueva Ola, Brian Aldiss 
              en  Barba Gris (1964) da rienda suelta a la auténtica era 
              atómica donde las fuerzas teratógenas queman infancias y con ellas 
              las esperanzas, lo que queda es una deriva por los recuerdos de 
              un pasado que ahora ya siempre será mejor. Aunque la experimentación 
              literaria en Aldiss vendrá a partir de  Informe sobre la probabilidad 
              A (1968), sí se aprecia en Barba Gris la espoleta creativa que 
              dirige sus fuerzas hacia un planteamiento político y de preocupación 
              social basado en el humanismo.
            
   J. 
              G. Ballard es de los primeros en abrir las puertas con  Huracán 
              Cósmico (1962) sólo son atisbos de sus auténticas catástrofes 
              versión Nueva Ola. Con  El Mundo sumergido (1962),  La 
              Sequía (1963) y  Mundo de Cristal (1966), nos presenta 
              el hombre y su culpa, castigo y redención. La penitencia se cobra 
              su precio con el descarnamiento de la conciencia de los protagonistas. 
              Ballard guía en un viaje interior que se refleja en mundos sombríos, 
              surrealistas y con frecuencia esquizoides que no dejarán indemne 
              al lector.
               Pesimista y dramática es  Los genocidas 
              de Thomas M. Disch (1965), el hombre no es más que una plaga y como 
              tal se muestra en la barbarie del fanatismo religioso, así como 
              en las pulsiones vitales que animalizan dando rienda suelta al odio 
              y acentuando la locura.
               En lo que pudiera ser un arrebato de la ecología, 
              como conciencia más radicalizada en los años setenta, nos encontramos 
              con  El rebaño ciego de John Brunner (1972). Llega al paroxismo 
              de la contaminación, a la estupidez más absoluta de los políticos 
              y a la rabia más desaforada de los ecologistas; hoy día ya no nos 
              parece tan extremista, pues en parte ya está aquí.
             
                Las distopías 
               La prospección, que los jóvenes autores hacían, 
              no escapaba mucho más del límite de sus vidas, el mañana nunca estuvo 
              tan cerca. Oscuro, sucio y corrupto, donde los sistemas de poder 
              imponen su tiranía y poco se puede hacer para mejorarlo, dibujaron 
              con demasiado atino un futuro-presente negro.
                Hagan sitio! ¡Hagan sitio! de Harry Harrison  
              (1966).La historia aparente es la de una investigación policial 
              y una relación amorosa decadente. La ambientación, la da un sistema 
              policial opresivo que trata de controlar la inestabilidad social, 
              generada por la escasez casi total de agua, alimentos y espacio; 
              en el climax estallan las revueltas callejeras. 
            
    
              Todos sobre Zanzibar de Brunner (1968), un futuro donde la manipulación 
              de masas por los medios de comunicación, las multinacionales y la 
              genética llevan al mundo al borde del precipicio. Todo un alarde 
              de Brunner en cuanto a investigación sociológica con base en la 
              superpoblación, en una novela de estructura compleja sin perder 
              el equilibrio estético.
            
    
              Incordie a Jack Barron de Norman Spinrad (1969), dibuja un mañana 
              sucio por la corrupción del poder, que conlleva la pérdida de los 
              ideales que se asumieron en la juventud. En una obra de estética 
              provocativa y de estilo arriesgado, véase el exceso en unir-palabras-mediante-guiones-para-llamar-la-atención-del-lector 
              o los chorros de pensamientos con una gramática desestructurada. 
            
                334 de Thomas M. Disch  (1972), un mundo 
              aparentemente perfecto sin cabida para los fracasados que no tuvieron 
              ni la oportunidad de adaptarse. En la escasez de espacio, trabajo 
              y en la impuesta planificación familiar está el origen de los marginados 
              sociales, los derrotados por el sistema que ha creado un mundo lleno 
              de personas infelices. 
               También de Disch es  Campo de concentración 
               (1968),  no es una auténtica distopía pero como profunda 
              reflexión antimilitarista y alegato a favor de la libertad de expresión, 
              escrita en el momento histórico de la guerra de Vietnam sí tiene 
              su relación con este subgénero, siendo una de las novelas de Ciencia 
              Ficción con mayor bagaje cultural.
             
                Las espirituales 
               Otras veces, las respuestas se encuentran en 
              el pasado histórico-mitológico que conforman los arquetipos de la 
              naturaleza humana. El bucear en el subconsciente, donde la solución 
              no es precisamente lo más llamativo, puede hacer surgir novelas 
              en las que realidad y sueño no se diferencian.
               Los mitos clásicos en  Tú el inmortal 
              (1966), de Roger Zelazny se manifiestan bajo formas monstruosas 
              debido a malformaciones congénitas. La Tierra en venta y la desolación 
              salvaje de lo inesperado serán el reto para un inmortal, que deberá 
              luchar para evitar la perdida de la identidad humana.
            
            
   En  La intersección de Einstein (1967) 
              de Samuel R. Delany asistimos a una búsqueda, a un viaje de iniciación 
              por un mundo carcomido por el tiempo pasado; lo único que perdura 
              es la urdimbre existencial de nuestra conciencia colectiva.
               Esta búsqueda puede conducir a la gnosis, en 
               Regreso a Belzagor (1969) Robert Silverberg nos lleva por 
              un mundo selvático que va despojando al peregrino de las trabas 
              autoimpuestas, liberándose al fin el conocimiento, hacia el Ananke 
              primordial.
             
                Los herederos 
               Algunos de los autores citados siguen publicando 
              nuevas obras y en muchas ocasiones las novelas nombradas son reeditadas, 
              lo que demuestra que la Nueva Ola tuvo éxito literario; pero, ¿en 
              qué medida supuso el numen de otros escritores? la respuesta se 
              pueden ver en las obras de James Tiptree Jr. seudónimo de la escritora 
              Alice Sheldon, que da lo mejor en sus relatos. Estos son brillantes 
              tanto por las ideas como por su estilo enriquecido, sus recopilaciones 
              en  Mundos cálidos y otros (1975) así como en  Cantos 
              estelares de un viejo primate (1978) son una poética de sicología 
              y exobiología que imanan humanismo.
            
   O 
              en las de Gene Wolfe, como en  La quinta cabeza de Cerbero 
              (1972) de difícil lectura pero muy gratificante por las sensaciones 
              que se perciben; con los clones, Wolfe escribe una poesía sin métrica 
              sobre la sustancia del Yo y la búsqueda de la identidad como principio 
              y destino.
               En las novelas de Ian Watson, como  Empotrados 
              (1972), con formas poco destiladas pero desbordante en conceptos, 
              Watson narra una posibilidad. Un cambio en la evolución humana, 
              por medio del lenguaje al ser este un organizador de la arquitectura 
              mental.
               Para terminar, dos novelas de autores que se 
              mueven por terrenos dispares    pero que transmiten las vibraciones 
              hippies de los sesenta.  Software de Rudy Rucker (1982), 
              con una prosa entre lírica y ácida los robots de Rucker dejan de 
              ser asimovnianos para ser "más humanos que los humanos" y  Camino 
              desolación de Ian McDonald (1988), si puede escribirse una epopeya 
              divertida-dramática-científico-fantástica, ésta es esa novela donde 
              McDonald reinventa la Nueva Cosa.