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              Guardianes del Tiempo, 
              de Poul Anderson 
            Título original: 
              Guardians of Time  
              (1960) 
            Traducción: 
              M. Blanco 
            Portada: 
              Pilar Fernandez Moreno 
            Pulp Ediciones, 2003 
              
            El autor en cyberdark.net 
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             por Iván Olmedo, 
              agosto 2003 
                Entre los años 1955 y 1988, el eficaz 
              cuentacuentos de origen escandinavo Poul Anderson escribió 
              varios relatos protagonizados por los patrulleros del tiempo, un 
              vasto grupo de hombres y mujeres de diferentes épocas y culturas 
              terrestres reclutados por una raza indescriptiblemente avanzada, 
              los Danelianos, que no son más que nuestra propia Humanidad 
              proyectada en un Futuro evolucionado hasta el Infinito (no estropeo 
              nada, esto se comenta en las primeras páginas de la obra). 
              La misión perpetua de los patrulleros (o guardianes, según 
              esta versión) es vigilar las corrientes temporales e impedir 
              que – por descuido o mala intención de individuos que puedan 
              acceder a un transporte temporal – nuestra Historia sea cambiada 
              en alguno de sus detalles, propiciando una divergencia radical y 
              traumática en su curso conocido. 
               El protagonismo personal recae habitualmente 
              en Manse Everard, (norteamericano, evidentemente, y ex militar, 
              por más señas) que comparte aventuras y desface 
              entuertos en cada historia autoconclusiva con diversos compañeros 
              de fatigas; no en vano la Patrulla está formada por miles 
              de miembros dedicados en cuerpo y alma a tales misiones. 
               En este Guardianes del Tiempo de PulpEdiciones 
              se presentan cuatro de esas historias, todas ellas de gran interés: 
               Guardianes del Tiempo, narración 
              seminal donde se nos ilustra el reclutamiento de Everard y toda 
              una promoción de patrulleros, es quizás el cuento 
              más flojo, comenzando un tanto entrecortadamente a introducirnos 
              en los vericuetos argumentales básicos de la serie. Su asunto 
              principal, de menor interés que los restantes, queda un tanto 
              difuminado; pero tiene el valor de ser el inicio de una pequeña 
              colección de relatos a los que progresivamente iremos tomando 
              aprecio y afición. 
               Y es que con Valiente para ser rey, el 
              segundo relato, ya entramos de lleno en las pautas habituales de 
              la serie: un bache temporal intuido u observado, una misión 
              casi de urgencia, una acción rápida que salvaguarde 
              los mecanismos históricos... esta vez, la desaparición 
              de un patrullero y amigo de Everard, Keith Denison, es el detonante 
              de una fabulosa aventura que lo lleva al año 542 antes de 
              Cristo, a los desiertos de la ardiente Persia. Narración 
              magníficamente trenzada, seguramente la mejor del libro. 
               El único juego entre los hombres, 
              continúa deparando sorpresas: acompañado esta vez 
              por un circunstancial John Sandoval, Everard viaja al 1280, ni más 
              ni menos que a Norteamérica, que está siendo descubierta 
              y explorada ni más ni menos que por una avanzadilla de mongoles 
              enviados por Kublai Khan. Tamaña aberración en el 
              discurrir establecido de la Historia debe ser corregida por los 
              dos patrulleros, a poder ser, de forma pacífica y discreta. 
               Por último, en Delenda est..., 
              otro mundo alternativo se despliega ante los ojos de Everard. Manhattan, 
              1960; toda Norteamérica es conocida como Ynys yr Afallon. 
              Por una suerte de veleidades históricas que no comentaré 
              – es mejor leérselo, de verdad que merece la pena – en este 
              mundo los celtas prosperaron y se erigieron en imperio dominante. 
              Estupendo relato; el acompañante de nuestro protagonista 
              se llama esta vez Piet Van Sarawak. 
               Las armas que Anderson esgrime en la redacción 
              de estos cuentos son su gusto por la aventura fantástica, 
              un buen dominio de los conocimientos históricos y el acierto 
              de crear un personaje protagonista que sirva de nexo de unión 
              entre todas ellas. Manse Everard no es realmente un personaje de 
              los que hacen Historia (¡ups, un chiste malo!), pero sí posee 
              un carisma suficientemente sólido, en la onda de los héroes 
              abnegados y perseverantes, conscientes de su tarea, aunque no exentos 
              de cierto cinismo un poco infantil, que multitud de novelas estadounidenses 
              han explotado hasta la saciedad. Por lo que le toca, el retrato 
              de personajes es eficaz en Anderson, un escritor por otra parte 
              con mucho oficio y tablas (y eso se nota al leer), pero no es su 
              punto fuerte en estas narraciones. Si distinguimos entre forma y 
              fondo, entre los argumentos que se urden y los escenarios que se 
              disponen para su representación, evidentemente, estos últimos 
              salen ganando. Y es que estas aventuras de la Patrulla del Tiempo 
              no son otra cosa que excelentes ejemplos de ese arte fantasioso 
              que entre los angloparlantes recibe el nombre de what if... 
              Es decir, ¿qué hubiera pasado si...?  
               Premisa básica de grandes ideas soñadoras, 
              el intentar imaginar historias o momentos que jamás ocurrieron 
              en nuestro mundo real, es uno de los pasatiempos creativos que gozan 
              de más aceptación entre el público lector. 
              Debemos agradecer a Anderson que en estas historias no se limite 
              comodonamente a rascar la superficie de tan gran terreno por explorar. 
              Que no se encierre, en fin, en las típicas ideas sobadas 
              (¿y si... los nazis hubiesen ganado la 2ª Guerra Mundial?, vamos, 
              cosas de ese jaez...), si no en dibujar unos mapas y unos puntos 
              de enganche realmente intrigantes. ¿Los chinos descubriendo América?, 
              ¿el mundo mundial hablando gaélico?... Anderson se puede 
              lucir, además, con sus conocimientos históricos, y 
              a la vez que nos deja un estupendo sabor de boca con los dilemas 
              morales y las acciones patrulleras de Everard, hacernos soñar 
              un poco más allá del término del relato, pensando 
              en las implicaciones que tales cambios tendrían. 
               Si bien la cuestión de los viajes en el 
              tiempo no dejará de resultar sumamente peliaguda y terreno 
              resbaladizo donde los haya, el autor sale bastante bien librado 
              con cuatro explicaciones sembradas aquí y allá, que 
              se destinan a ayudar al lector a convencerse. Tampoco quiero entrar 
              a saco en un tema tan discutible, sobre todo porque soy un auténtico 
              ignorante en estas materias, pero más que nada porque queda 
              claro que lo de viajar en el tiempo, y a, hacia, sobre, o en mundos 
              alternativos es sólo una excusa de Anderson para narrar sus 
              eficaces aventuras en escenarios de maravillosas posibilidades. 
               Hay detalles inteligentes, muchos... como que 
              existan ciertos patrulleros destinados a estudiar in situ la Historia 
              de los pueblos que nunca la escribieron, para saber exactamente 
              qué sucesos son los correctos. O hacer aparecer en su primer 
              relato a cierto detective inglés enjuto y ensimismado, sin 
              referir su nombre ni usarlo más que como un espectador cualificado 
              de las investigaciones de Everard. Detalles nada banales que dicen 
              mucho tanto de la calidad del autor como de sus conocimientos en 
              diferentes áreas, así como de su predisposición 
              para hacer cómplice al lector. 
               Los relatos contenidos en este libro, gustarán 
              tanto a los habituales devoradores de ciencia ficción, como 
              a los apasionados de la Historia, o al buscador de simple diversión 
              literaria. Sin tratarse de obras deslumbrantes sí son muy 
              buenos relatos que estoy seguro dejarán con un excelente 
              sabor de boca a todos. 
               Por último, un detalle que tiene su importancia, 
              además de estar condenado a verse continuamente en el punto 
              de mira: la traducción. La de PulpEdiciones no es como para 
              tirar cohetes, sinceramente. Se le aprecia un tono entre diluidamente 
              extraño y no del todo profesional (¿de verdad menciona Anderson 
              la cuesta de Moyano entre los recuerdos de Everard...? no sé, 
              no sé...) Comparándola con la anterior de Ediciones 
              B – y lo siento, porque las comparaciones son odiosas, sobre todo 
              para el que sale peor librado – mucho más fluida y sin 
              ruidos , queda claro que no se ha puesto en ésta todo 
              el pundonor necesario. Es uno de esos flecos que una editorial pequeña 
              y pujante como PulpEdiciones debería ir arreglando con el 
              tiempo, aunque sin tenerlo aparcado como tarea secundaria. 
               Confiemos en ver pronto editado otro libro de 
              los Guardianes del Tiempo, ya que se les ha quedado en el 
              taller otra tanda con aproximadamente el mismo número de 
              magníficos relatos que nos han ofertado en esta. ¿Se tratará 
              de una maniobra pérfidamente orquestada para obligarnos a 
              pedir más..? 
               No sé, no sé... podría ser... 
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