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              Marcianos Go Home!, 
              de Fredric Brown  
            Título original: 
              Martians, Go Home  (1955) 
            Portada: 
              Diseño de Roberto Uriel / DPI Comunicación y Alberto Cairo; Ilustración de Frank Kelly Freas 
            Traducción: 
              Luis G. Prado 
            Bibliópolis Fantástica, 2003 
	    El autor en cyberdark.net
              
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             por Santiago Díez, septiembre 2003 
	    En 1898 los marcianos ya nos habían visitado algunas veces, 
	pero no fue hasta ese año cuando H. G. Wells hizo que se tomaron en serio lo de 
	invadirnos. Los supuestos canales de Schiaparelli empezaron a ser reivindicados y el flujo 
	se hizo frenético en ambas direcciones: Edgar Rice Burroughs teletransportaba 
	humanos a Marte y nos desvelaba el color de nuestros vecinos del sistema solar –el verde–, 
	mientras que los escritores a sueldo del pulp los traían de vuelta bastante 
	enojados. Ya fuera porque su planeta es pequeñito, porque envidian nuestras playas 
	o porque son obra del diablo (nunca se les dio la posibilidad de ser una creación 
	divina), nunca venían de vacaciones o tenían el más mínimo 
	interés por nuestras plantitas como el ingenuo de E.T. 
	   Para 1955 las visitas de otros seres ya se habían vuelto 
	más refinadas; nuestra galaxia se había quedado pequeña, se 
	sabía de infinidad de dimensiones y universos paralelos, incluso dentro de nuestros 
	propios átomos, traían armas de una tecnología extremadamente avanzada 
	y formas de lucha incomprensibles que incluían al tiempo como un factor más. 
	Sin embargo ese año alguien pensó que los marcianos no habían dicho su 
	última palabra, que todavía les podía quedar un as en la manga. 
	Marcianos, go Home! hace su aparición y no sólo no traen el menor 
	atisbo de tecnología sino que el autor se permite el lujo de darles el aspecto que 
	la fantasía popular les otorgó años antes y por el que serán 
	siempre ridiculizados los amantes de los ovnis o los aficionados a la ciencia ficción: 
	los famosos hombrecillos verdes. A Fredric Brown no le hizo falta ningún tipo de 
	sofisticación ni la más burda nave espacial. La amenaza era real a pesar de 
	que los nuevos visitantes no estaban especialmente interesados en nuestro planeta. 
	Quizá tan solo en nuestras costumbres... 
	   Sean cuales sean sus intenciones, a la Tierra han llegado millones 
	de marcianos y su único objetivo aparente es ridiculizarnos, molestar, entorpecer, 
	reírse de nuestras costumbres y, en general, hacer todo el mal posible. Son 
	intangibles, pueden teletransportarse a voluntad y no se sabe cuales son sus aspiraciones 
	respecto al planeta ni cuánto tiempo se quedarán, pero la situación 
	es desesperada para los humanos. El futuro es dudoso y el presente una lucha diaria a todos 
	los niveles. Los gobiernos no saben qué hacer, las empresas quiebran, la gente 
	está desesperada, cada día es una prueba para no perder los nervios y ser 
	víctima de la locura. Y entre los visitantes ni siquiera hay bajas. Todo esto lo 
	han logrado con un arma devastadora, muy del estilo de su autor: la palabra y un 
	indefectible conocimiento de la verdad. Nadie puede ocultar nada. Los ladrones son 
	pillados in fraganti, la policía a su vez no puede atraparlos porque los marcianos 
	les avisan por dónde escapar, el sexo les interesa sobre manera y se reúnen 
	en grupos para contemplar tan curiosa actividad, nadie puede mentir, ni siquiera a 
	sí mismo. Sólo quizá las personas sordas tienen algo de ventaja. 
	   Entre todas las formas de afrontar el problema nos encontramos con la 
	del protagonista, un escritor de ciencia ficción fracasado que sostiene que los 
	invasores son producto de su imaginación. Aunque nadie le toma en serio, de alguna 
	manera es un caso único pues no se conocen más personas que, como él, 
	sean capaces de ignorar por completo a los marcianos. 
	   Brown, fiel a su estilo, construye una novela rapidísima de 
	leer donde humor e intriga se reparten por todo el libro sin dar un respiro. Los 
	coprotagonistas provocan unos diálogos hilarantes que dan cuenta de la 
	hipocresía que anida en la política, el sexo, la religión o el 
	mundo de la ciencia ficción. Y para ello no escatima ni una sola palabra. Su 
	manera de escribir es sencilla y clara, y los diálogos que pone en boca de los 
	visitantes son contundentes incluso hoy en día; cuesta imaginar lo que supondría 
	que en 1955 un hombrecillo descarado dijera al protagonista ¡que te follen!  
	   Si echamos un vistazo a lo publicado por las editoriales de ciencia 
	ficción actuales veremos en seguida que tanto dentro de los nuevos lanzamientos como 
	de las reediciones no hay mucho hueco para la agudeza de Sheckley, Lafferty, Harry Harrison, 
	o el mismo Douglas Adams, al que, ya directamente, nunca se le ha visto en una 
	colección exclusivamente dedicada al género. Ya se sabe que el humor nunca ha 
	tenido un interés espacial para los aficionados (incluido los del mercado 
	anglosajón). No obstante, que Bibliópolis la haya reeditado dice mucho de la 
	importancia de esta novela. 
	   Y mucho de la editorial, porque, además de rescatar una obra 
	fundamental dentro del género, han preparado una nueva traducción diferente de 
	las dos ya existentes, que da a los marcianos el carácter original con que les 
	dotó de vida su autor. A parte de terminar frases que en su día se quedaron 
	en simples puntos suspensivos, otras que en su momento fueron suavizadas han recuperado su 
	temperamento inicial y así encontramos que, por ejemplo, "vaya sitio 
	destartalado" ahora es "vaya tugurio de mierda". Conociendo la obra de 
	Brown no cabe duda sobre qué frase es la apropiada. 
	   El libro trae, además, un estudio de Lorenzo Luengo dividido 
	en varias partes donde nos cuenta aspectos tan interesantes como los métodos tan 
	particulares que utilizaba Brown para luchar contra la hoja en blanco, una comparación 
	con otras novelas de temática parecida publicadas en la misma época o una 
	semblanza de la sociedad de aquellos años. La portada, por último, merece 
	atención especial ya que se ha elegido la emblemática ilustración que 
	Frank Kelly Freas dibujó para la ocasión. Si la literatura de ciencia 
	ficción posee un icono es esta portada al que hay que dar la bienvenida al mercado 
	español. El que disponga de sitio no puede dejar de permitirse el lujazo de ponerla 
	de frente. Es el símbolo perfecto para anunciar la colección de libros que 
	se encuentra en esa estantería. 
	  
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