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               por Santiago Díez (Santiago) 
	
               Fredric Brown empezó escribiendo relatos policíacos en la
	década de los 40 para los pulps, aquellas revistas baratas que recogían novelas
	del oeste, de detectives y, por supuesto, ciencia ficción, y que recibían ese pintoresco
	nombre debido a la mala calidad del papel, fabricado con pulpa. Su obra de ciencia
	ficción, que es la que aquí nos ocupa, no se puede entender sin tener en cuenta este
	hecho. Hay que decir, sin embargo, que aunque era un autor que cultivaba con bastante
	acierto ambos géneros, fue en la novela negra donde encontró mayor reconocimiento,
	especialmente por parte de la crítica. Para comprobarlo he aquí un dato clarificador.
	Mientras que en 1948 ganó el prestigioso premio Edgar con su novela preferida,
	La trampa fabulosa (The Faboluos Clipjoint),
	la Enciclopedia Ilustrada de la Ciencia Ficción, de John Clute, una de las más
	importantes en su género, lo ignora por completo. 
               Los escasos ensayos que tratan su obra están centrados más en
	el género negro que en la ciencia ficción. Además, de la veintena de novelas que
	escribió, sólo cinco se encuadran dentro de esta última. Así, aunque la obra de Brown
	no es todo lo extensa que a muchos aficionados nos gustaría, no es, ni mucho menos,
	lamentable. Más bien al contrario. Hizo posible que los lectores pudieran disfrutar de
	un estilo y una manera de pensar a caballo entre los dos géneros, algo único dentro de
	la ciencia ficción. 
            BEMs Attack!! 
	
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               En 1941 Brown escribe su primer relato de ciencia ficción,
	Aún no es el fin (Not yet the end), en la revista especializada en
	space opera Captain Future. En él encontramos su tema favorito por
	antonomasia. Si Ballard es el escritor que más veces ha destruido el mundo, Fredric
	Brown es el que más invasiones extraterrestres ha enviado sobre la Tierra. Bien para
	surtirse de esclavos, bien por un simple odio visceral, la Tierra ha tenido una y otra
	vez que defenderse de las criaturas de Brown: los famosos aliens de las revistas
	pulps conocidos como BEMs (Bug-Eyed Monsters, monstruos de ojos saltones).
	Para protegerse de ellos los humanos nunca recurren a descomunales flotas espaciales
	ni a poderosas armas de aniquilación, salvo de manera circunstancial. Fiel a su estilo
	policíaco, la mejor arma con la que cuente la humanidad siempre será la inteligencia y
	la empatía, una cualidad de la que suelen carecer todas las bestias con las que se
	tendrá que enfrentar el héroe. (La constitución física de su autor y un asma crónico
	fueron quizá lo que le inclinaba a esta solución bastante inusual dentro del
	pulp). 
               Su relato más conocido, Arena (Arena, 1944),
	seleccionado por la Science Fiction Writers of America en el puesto 15 de los
	mejores relatos de siempre, e incluido más tarde en un capítulo de Star Trek con
	guión del propio Brown, enfrentará, por imperativo de una raza superior, a un hombre
	con un BEM, cada uno en calidad de representante de su especie con el fin de
	acabar con una guerra que llevaría a la extinción a ambas civilizaciones. Dispuesto a
	salvar a uno de los contendientes, el ser superior dispondrá un escenario en igualdad
	de condiciones para ambos, consistente en un domo separado por un cristal que sólo
	puede ser atravesado por objetos inanimados. El protagonista (en la versión de
	Star Trek, el Capitán Kirk) será quien, gracias a la observación y a la
	tenacidad, consiga traspasar el cristal y con ello salvar a la humanidad con un
	recurso que mucho más tarde empleará en la novela El ser mente. El héroe,
	lejos de recibir algún tipo de recompensa -otra constante en Brown-, dudará seriamente
	de que semejante logro sea atribuible a sus acciones. 
               En otras ocasiones el auxilio no lo proporcionará el coraje
	del héroe de turno sino el más puro azar, demostrando la ironía y mordacidad por la
	que era tan bien conocido. No importa lo serio que sea una invasión ni las víctimas
	que provoque. Brown se ríe de todo y de todos, y la casualidad es el origen y el fin
	de todo. Así, en relatos como el mencionado anteriormente, Aún no es el fin,
	o Un hombre distinguido (Man of distinction, 1951), será la providencia
	la que nos salve. En el primero un test de inteligencia hecho a una pareja de supuestos
	habitantes de la Tierra desechará cualquier intento de ser explotados. Más tarde nos
	enteramos de que dos gorilas han desaparecido del zoológico... En el segundo la
	elección por parte de los invasores no es menos afortunada. El destino deparará que el
	elegido sea un alcohólico permanentemente al borde del coma etílico (raro es el
	personaje de Brown que no bebe, ¡sólo él podía convertir el alcoholismo en una virtud!).
	Tras analizar la composición de su sangre y los restos de su estómago, será alimentado
	en consecuencia mientras duren las pruebas para decidir si es apto o no. Ni que decir
	tiene que semejante régimen hará que los humanos parezcamos completamente improductivos
	para todo fin. 
	
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               En este sentido, la casualidad no sólo se alía siempre de
	parte de la humanidad. También suele hacerlo de parte de la justicia. Si bien esto no
	suele ocurrir dentro de su producción policíaca, en los relatos cortos de ciencia
	ficción el asesino, ladrón y, muy comúnmente, el marido o la mujer infiel -a menudo
	con escabrosas escenas de sexo sin muchas restricciones (Brown escribió algunos relatos
	para Playboy)- son descubiertos de forma rocambolesca por el hecho más insospechado. 
               Otro de sus grandes temas es la percepción de la realidad y
	la subjetividad del punto de vista. A menudo provoca que el lector simpatice con la
	parte equivocada de la confrontación. En el relato El centinela
	(Sentry, 1958) estimula nuestro odio y repulsión hacia una criatura perteneciente
	a uno de los bandos de una guerra que, inteligentemente, ha sido descrita sólo en el
	plano intelectual; no se nos dice nada acerca de su aspecto físico hasta el final,
	donde descubrimos con estupor que se trata de una criatura... humana. El horror que
	hemos sentido ha sido transmitido a través de quien menos esperábamos. En sus novelas
	de detectives es capaz de hacer que la víctima o, incluso, el asesino, sea el lector.
	En La bestia dormida (The Lenient beast, 1956), por ejemplo, despliega
	hasta cinco puntos de vista en primera persona. 
               Por otra parte, la incertidumbre de la realidad que percibimos,
	tema tan de moda hoy en el cine, ya era un asunto común en sus relatos, al punto que el
	propio Philip K. Dick, el maestro por antonomasia en este tipo de historias, juzgó su
	relato The Waveries como imprescindible a la hora de conocer el universo que nos
	rodea. El cuento más característico de este tipo es Solipsista (Solipsist, 1954), donde el
	protagonista cree ser el único ente consciente y que toda la realidad está creada por su
	mente. 
            ¡Oh! ¡Es él! 
	
               Su originalidad no sólo reside en la capacidad para crear
	complicadas tramas. Sabía cómo manejar las palabras para crear el efecto apropiado.
	Más que relatar historias, Brown construía mecanismos de precisión donde no sobra ni
	una coma. Cada palabra tiene su sitio exacto y ningún dato se nos da a conocer al azar.
	Todo encaja a la perfección. A menudo es la última palabra, la situada justo antes del
	punto final, la que nos da el sentido al relato, la que nos produce el cosquilleo en la
	nuca. Si un relato sólo requiere 20 palabras para contar lo estrictamente necesario
	será esa cantidad la que emplee. (Lo cual no deja de tener un gran mérito en una época
	en que los autores cobraban por palabra escrita y donde la cantidad primaba sobre la
	calidad). Especialista en relatos cortos y ultracortos, rizó el rizo con este famoso
	relato: 
               "El último hombre sobre la tierra estaba sentado sólo en
	su cuarto cuando alguien llamó a la puerta..." 
               Pero su estilo no era sólo una herramienta supeditada a la
	trama donde ninguna palabra superflua debía distraer de la impresión buscada. Brown
	era también un virtuoso del lenguaje, no siempre traducido en condiciones, que buscaba
	engañar despiadadamente al lector, que muy a menudo buscaba dobles sentidos que nunca
	eran descubiertos hasta que se había caído de lleno en ellos. Siempre queriendo ir más
	allá, en 1961 escribió Fin (The End), un relato con la estructura de un
	palíndromo. 
               Un punto donde no pudo nunca substraerse a su época es en la
	caracterización de los personajes femeninos. Aunque no cargaban con tantos estereotipos
	como sus coetáneos del pulp, las mujeres que describía eran siempre la misma
	persona. Cuando leemos cualquiera de sus historias podemos imaginarnos ya de antemano
	a una mujer prototipo del cine de los años cuarenta; una Verónica Lake o Lauren Bacall
	enfundada en un traje de chaqueta con hombreras y la onda de pelo cayendo sobre la
	cara; moda muy apropiada, además, para llevar uniforme, uno de tantos fetichismos
	oculto en los pulps. Lo más curioso de todo es que, al igual que muchos otros
	colegas, Brown nunca abandonó este cliché como se puede apreciar en El ser mente,
	escrito en 1961. 
            Las novelas de Fredric Brown 
            Universo de Locos 
               En 1949, tras haber escrito 5 novelas de detectives, llega
	su debut en ciencia ficción en formato largo. 
               En la mansión del propietario de una editorial se está
	celebrando una fiesta que será interrumpida por la caída dentro del jardín del primer
	cohete dirigido a la Luna. De las doce personas que se encontraban en el lugar sólo se
	ha podido hallar los cadáveres de 11. El que falta pertenece a Keith Winton, director
	de la división de ciencia ficción. Al principio tanto el protagonista como el lector
	no lo advierten, pero la explosión le ha transportado a un mundo paralelo donde los
	BEMs pasean por la calle como si tal cosa. En el momento en que el protagonista va a
	pagar se da cuenta de que, aunque en apariencia las cosas no son muy distintas,
	cualquier error puede costarle la vida. La tierra se haya involucrada en una lucha sin
	cuartel con la raza extraterreste de los arturianos. Tal es el pavor que producen estos
	seres, capaces de adoptar el aspecto humano, que ante la duda cualquier persona puede
	ser disparada sin previo aviso. La muerte de un inocente está justificada ante la
	mínima sospecha de que se trate de un espía arturiano. 
	
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               Cuando llega a Manhattan, Winton descubre un Nueva York de
	pesadilla. Para evitar bombardeos como los que acabaron con Roma o Chicago, cientos
	de factorías expulsan al anochecer un espeso humo negro que cubre las ciudades a fin
	de que la iluminación artificial no descubra la ubicación de las poblaciones. En esta
	situación bandas de ladrones patrullan las calles cogidos entre sí de un lado a otro de
	la calle; el sonido de decenas de bastones golpeando rítmicamente el suelo en ambas
	direcciones causan el pánico entre los desdichados que, como el protagonista, se
	aventuran de noche en las calles. Sin duda una de las escenas más impactantes de
	toda la ciencia ficción. 
               A partir de aquí la trama se complica, el protagonista tiene
	que luchar constantemente por su supervivencia y la única solución pasa por conocer a su
	sosias, el Keith Winton de ese universo paralelo...Universo que más tarde descubrirá
	que está creado por la mente del mayor fan de su revista: Joe Doppelberg. Pero... dos
	universos no son lo suficientemente complicado para Brown, y contempla la posibilidad
	de un número infinito. 
               En la medida en que el propio pulp resulta aquí
	parodiado, queda claro que el autor ya empezaba a marcar distancias. Brown es capaz de
	combinar el sentido de la maravilla con el terror más agudo; alienígenas de aspecto
	grotesco con paradojas dickianas; máquinas de coser relativistas con entrañables
	historias de amor... Universo de locos es un espejo en frente de otro, una obra
	atemporal mucho más allá de cualquier encasillamiento de la época, un clásico con una
	voz propia inconfundible. 
            Por sendas estrelladas 
               La siguiente novela de ciencia ficción de Brown es bastante
	atípica tanto si la encuadramos con el resto de su obra como en el conjunto de los
	pulps. El protagonista es un hombre del espacio que, debido a la edad y a un
	accidente en el que perdió una pierna, se ha visto obligado a retirarse. Para seguir
	involucrado en lo que es la pasión de su vida trabaja como mecánico en un espaciopuerto
	de naves estratosféricas. Pasada la fiebre de la conquista del espacio los cohetes
	sólo se usan como cargueros intercontinentales. Ésta es prácticamente la única
	referencia a la ciencia ficción que se puede encontrar en la novela. 
               La obra se centra en su lucha por reimpulsar la carrera
	espacial, en un intento desesperado por encontrar otra oportunidad que le ponga a los
	mandos de una nave. El peregrinaje por despachos de políticos, técnicos e ingenieros
	lleva consigo una crítica al uso que se hace del programa espacial a lo largo de todo
	el libro. Utilizado como arma política, tanto como prueba del despilfarro del contrario
	como para la obtención de votos, el conocimiento científico y la aventura quedan
	relegados a las personas que se encuentran más abajo de la cadena de decisión. Cuando
	llegamos a las últimas páginas Brown nos sorprende con un final muy particular: de
	repente olvidamos la trama principal de la novela para prestar atención a una parte de
	la vida del personaje principal que habíamos pasado por alto. Con Brown nunca se puede
	bajar la guardia. 
               Quizá la carga negativa que lleva el libro sobre el programa
	espacial hiciera que no fuera bien aceptado por la crítica. Por otro lado, a pesar de
	que hasta la New Wave la mayoría de los lectores eran incondicionalmente
	tecnófilos, éstos supieron apreciarlo y el libro fue un éxito aceptable. 
            ¡Marciano, vete a casa! 
	
               En 1955 llega a la Tierra una de las invasiones más hilarantes
	y con más "mala leche" de toda la ciencia ficción. Brown escribe
	Marcianos Go Home! (Martians Go Home!) y en esta ocasión los invasores
	vienen de nuestro planeta hermano. Los marcianos tienen el aspecto de genuinos
	hombrecillos verdes y la única arma que traen consigo es un sentido del humor bastante
	peculiar. 
               La acción comienza en una cabaña perdida donde el escritor de
	ciencia ficción Luke Devereaux intenta encontrar la inspiración (los personajes de
	Brown suelen tener un fuerte componente autobiográfico, a menudo se trata de
	escritores, editores o periodistas, generalmente buenos bebedores). Puesto que está
	completamente borracho, al principio no da mucho crédito al duendecillo que no para de
	insultarlo y que insiste en llamarle Mack. Pero gracias a la capacidad de estos seres
	para "kwimmar" (el don de la teletransportación) tiene que empezar a creerlo; en apenas
	un momento el marciano ha ido y vuelto a la casa que Devereaux tiene en Los Ángeles en
	el preciso instante en que su mujer le era infiel; los datos que ahora está escuchando
	acerca del amante de su esposa son demasiado exactos como para ser producto de su
	imaginación. 
               Al día siguiente descubre que no ha sido el único. A la Tierra
	ha llegado un marciano por cada tres humanos, mil millones de seres repartidos por todo
	el planeta. Los gobiernos están desbordados, la economía se tambalea, no hay escape
	posible. La radio y la televisión son incapaces de emitir algo coherente. El sexo
	parece interesar especialmente a los nuevos visitantes. El "segundo deporte más
	importante de puertas adentro", el poker, es impracticable. Al ser intangibles
	han tomado la costumbre de ocupar el mismo sitio que cualquier objeto pesado con la
	esperanza (casi siempre lo consiguen) de que alguien los golpee. La tribu más perdida
	de África no es capaz de impedir que los "pigmeos verdes del cielo" espanten la caza.
	Y nadie sabe cuál es su propósito más allá de un insano gusto por molestar. Muchos
	creen que vienen realmente del mismísimo infierno... El protagonista tiene la teoría
	de que son un producto de su imaginación y que, ignorándolos, conseguirá que la
	amenaza desaparezca. 
               A parte del placer que parece encontrar Brown en satirizar
	a la ciencia ficción, habida cuenta de que el protagonista tiene que empezar a escribir
	novelas de oeste dado la obvia perdida de interés del público por la cf, y que son los
	que quieren ser más amables con los marcianos los que peor parte llevan, la novela es
	una crítica a la sociedad y la hipocresía que impera en todo su conjunto. Puesto que
	los invasores son incorpóreos en ningún momento pueden tocarnos, no pueden hacernos
	ningún tipo de daño físico directamente. Su arma son las palabras y un indefectible
	conocimiento de las verdad -con toda sus miserias-  de cada persona a la que
	atormentan. 
               Es sin duda la novela más redonda de Brown. 
            Vagabundo del espacio 
               Ésta es, probablemente, la obra menos relevante del autor.
	Bastante ligera -es una sencilla novela de "buenos y malos"-, algún pequeño atisbo
	de ciencia, naves espaciales y una trama desarrollada íntegramente en el siglo XXIII
	la convierten en la obra más pulp de cuantas escribiera. 
	
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               El protagonista, al igual que el que encontramos en
	Por sendas estrelladas, es un hombre del espacio retirado a causa de un
	accidente que le amputó una mano. Con una prótesis de Duraloy que convierte su brazo
	en un arma letal, se dedica a sacar dinero allí donde puede para malgastarlo más
	adelante con la bebida. (Sin duda es el personaje más alcoholizado de todos los que
	hemos visto hasta ahora).Cuando parece que todo está saliendo bien la novela da un
	giro inesperado en el ecuador y hace su aparición un ser extraño cuyo organismo está
	basado en el silicio y es capaz de crear un planeta con las rocas del cinturón de
	asteroides, que se encuentra entre Marte y Júpiter. (Sin grandes descripciones ni
	teorías, es una de las escasísimas concesiones que Fredric Brown hace a la ciencia).
	De aquí en adelante la formación del nuevo planeta se mezcla con las aventuras de los
	nuevos protagonistas hasta que todo se funde en un interesante, aunque no demasiado
	sorprendente, final. 
               Si bien Brown se muestra tosco en la descripción de una
	sociedad futura -algo que hasta entonces nunca había afrontado, al menos en una obra
	de tal extensión-, la novela cuenta con uno de los inconfundibles plots marca
	de la casa aderezado con todos los otros grandes temas de un escritor menos inspirado
	que otras veces. 
            El ser mente 
               A veces puede dar la sensación de que no hubo una gran
	evolución en su producción. Por lo general los escritores de pulps eran más
	artesanos que escritores vocacionales. Sin ser el caso de Brown, cuyo impulso creador
	era bien conocido, su evolución se puede apreciar, fundamentalmente, en un aumento de
	la complejidad de las tramas. Cada vez era más ambicioso y exigente con los mecanismos
	que era capaz de crear. El ser mente (The Mind Thing, 1961), es ejemplo
	claro de esa evolución. 
               A caballo entre los dos géneros, -la ciencia ficción y la
	novela de detectives-, Brown escoge al personaje que le acompañó durante toda su
	producción de relatos cortos: el emblemático ser mente. Como todos los alienígenas del
	autor su aspecto físico no es relevante. Las confrontaciones siempre son a escala
	intelectual, de tal modo que el extraterrestre que da nombre al título
	(La amenaza de Andrómeda, en la edición de Nebula 1ª época) tiene la apariencia
	de una simple piedra, pero con la capacidad de adueñarse de la mente de cualquier ser
	vivo en el momento en que éste se encuentra durmiendo. 
	
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               La novela transcurre en un pequeño pueblo donde, procedente
	del espacio, ha caído el ser mente. Su objetivo no es otro que apoderarse del mundo.
	Tras probar la mente de varios animales pronto descubre que el hombre es la especie
	inteligente del planeta. El único problema que tiene el invasor es que para abandonar
	al huésped debe inducirle al suicidio, lo que empieza a levantar las sospechas del
	protagonista del libro. 
               Esta historia, tan cercana a la novela negra, no cuenta con la
	ironía habitual del autor que, en más de un relato, ha negado este título al ser
	humano; mismamente, en Flapjack, los marcianos y yo
	(Me and Flapjack and the Martians, 1952), los marcianos de turno se dirigen
	directamente a hablar con un burro sin preocuparse del humano que lo acompaña. 
               También es el libro donde más borrosa está la frontera entre
	los dos géneros que cultivó su autor. Es paradójico que tan genial y maravilloso
	híbrido (si algún día sale una estúpida lista con las mejores novelas a caballo entre
	dos géneros, mi voto es incondicionalmente para ésta) simbolice el relativo poco éxito
	y reconocimiento literario de Fredric Brown. Uno de los mejores conocedores de su obra,
	Jack Searbrook, opina que fue éste el problema: ningún aficionado de por entonces le
	consideraba como suyo. (A pesar de que, precisamente en ese año, 1961, Robert A.
	Heinlien le dedicase -entre a otros- su libro más controvertido:
	Forastero en tierra extraña) Para mí, como dije al principio, ese nadar entre
	dos aguas es, en buena parte, el origen del éxito que ahora se le reconoce. 
            Bibliografía disponible 
            En catálogo 
               Actualmente
	Marcianos Go Home! es
	la única obra que, por el momento, no se encuentra descatalogada. Tras varias
	publicaciones en Edhasa, más otra a cargo de Martínez Roca reeditada, a su vez, en
	Orbis (en total dos traductores distintos), Bibliópolis la ha recuperado en una nueva
	y mejorada traducción de Luis G. Prado, mucho más cercana al carácter que el autor
	quiso dar a sus protagonistas marcianos. 
	
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               Gigamesh, por su parte, tiene anunciada la publicación de
	Desde las cenizas, colección de relatos que promete recoger de forma íntegra su
	producción corta de ciencia ficción. Si bien a fecha de hoy se desconoce los relatos
	que la componen, de contener las 118 historias íntegras de la versión original
	(From these ashes, 2000), englobaría hasta cinco libros anteriores:
	Amo del espacio,
	Paradoja perdida (salvo
	el relato largo que da título al libro),
	Luna de miel en el infierno,
	Pesadillas y Geezenstacks
	(todavía fácil de conseguir de saldo en Miraguano), y
	Lo mejor de Fredric Brown
	(que contiene, a su vez, a
	Ven y enloquece y
	El ratón estelar) 
	      
            Descatalogados 
               Entre los descatalogados, el más importante es
	Universo de locos, que
	cuenta con 4 ediciones: 3 de Edhasa (Nebulae 1ª época y 2ª época más otra
	en Selecciones) y una de Orbis, todas complicadas de encontrar y
	difícilmente en buen estado, dada la edad que a estas alturas tendrán. Una novela más
	que añadir a ese selecto club de libros de los que se hace necesaria una reedición
	inmediata. 
               El ser mente,
	dentro de lo errático que se han vuelto desde hace unos años los fondos de la editorial
	Acervo, es relativamente fácil de encontrar debido, supongo, al escaso éxito que tuvo.
	Su edición anterior en Edhasa con el título de La amenaza de Andrómeda es
	cuestión de suerte, al igual que el resto de la obra de su autor que, con tan buen
	criterio, fue acogida en la colección Nebulae 1ª época. 
               Bruguera, por su parte, también ha publicado algunos de sus
	relatos recopilados de distintas maneras, en general utilizando como base
	The best of Fredric Brown, por supuesto también descatalogado desde hace
	algunos años. 
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