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               por Enric Quílez 
            UTOPÍAS Y DISTOPÍAS. 
               Ciencia ficción en donde se describe y especula acerca de sociedades que
	podrían haber sido o que podrían llegar a ser si las cosas hubiesen sido diferentes,
	explorando los elementos más deseables (utopías) o indeseables (distopías) que ello
	conllevaría. 
               Como hemos dicho antes, son un caso muy particular de
	cf soft, de carácter marcadamente filosófico y, en la mayoría de los casos,
	con una cierta intención moralizante, consistente en advertirnos del riesgo que
	corremos como sociedad si vamos en una determinada dirección o bien, al contrario,
	sobre las ventajas que ello reportaría. Es cierto que una utopía es lo contrario a
	una distopía, a pesar de que a veces se pasa de la una a la otra con gran rapidez.
	Es más: lo que para uno puede parecer un paraíso otros lo verán como un infierno. 
               Utopía, del griego, no-lugar (o tal vez buen-lugar) es una
	especie de país imaginario e irreal, inventado. Una de las más conocidas es la descrita
	por Tomás Moro (Utopía). En el siglo XIX encontramos, entre otras,
	Erewhon, de Samuel Butler, o El año 2000. Una mirada retrospectiva,
	de Edward Bellamy. Posiblemente, los ejemplos más paradigmáticos de utopías en la cf
	los encontremos en Olaf Stapledon. Concretamente en
	La primera y la última Humanidad y, sobre todo, en Hacedor de estrellas,
	una completa, detallada y fascinante cosmogonía con los grandes temas que la cf
	posterior explotaría hasta la saciedad. 
               En parte continuador de la filosofía y temática de Stapledon,
	aunque en un tono más optimista y más cercano al estilo de la cf moderna, tenemos al
	también inglés Arthur C. Clarke con su bellísima La ciudad y las estrellas, en
	que la Humanidad ha llegado a su culminación como especie y cultura y se encuentra
	ahora recluida en la ciudad de Diaspar. También en El fin de la infancia la
	Humanidad se encamina hacia un mundo ideal, guiada de la mano de unos muy peculiares
	extraterrestres. 
	
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	Portada de 1984  | 
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               Abundan más las distopías. Posiblemente porque son más las
	cosas que pueden ir mal que las que pueden ir bien. En 1984, de George Orwell,
	se nos describe un mundo desgarrador con telepantallas, pensamiento único y un
	omnipresente "Gran Hermano" que todo lo ve. Se trata de una clara distopía
	anti-comunista que si bien no se publicó con el sello de ciencia ficción ha acabado
	siendo considerado un clásico dentro y fuera del mundillo. 
               Otra distopía clásica es Un mundo feliz, de Aldous
	Huxley, donde se nos describe un mundo de castas en función de su dotación genética,
	tema tratado con posterioridad en otras obras, como La torre de cristal de
	Robert Silverberg, aunque con un enfoque diferente. Menos pesimista es el tratamiento
	dado por Ira Levin a Este día perfecto, que deja una puerta abierta a la
	esperanza. 
               Sorprende la cantidad de distopías que se han escrito. Incluso
	autores aparentemente alejados de este subgénero como Ray Bradbury nos han ofrecido
	algunas obras tan impactantes como Fahrenheit 451, aunque con el habitual toque
	poético que caracteriza al autor. Pesimista es también la trilogía de John Brunner
	formada por Todos sobre Zanzíbar, El rebaño ciego y
	Órbita inestable, que nos advierten de los peligros de la superpoblación, la
	contaminación y el armamentismo exacerbado, todo ello de rabiosa actualidad. Un caso
	algo diferente se da en Los desposeídos, de Ursula K. Le Guin, que describe
	un "paraíso" anarquista (no tan paradisíaco como parece a primera vista) en
	comparación con un mundo salvajemente capitalista (Anarres versus Urras). 
	
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	En alas de la canción  | 
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               Algunos autores como Thomas M. Disch han producido unas
	cuantas distopías de renombre: 334, Campo de concentración o,
	parcialmente, En alas de la canción. También J. G. Ballard nos ofrece una
	distopía urbana en Rascacielos. Otros, como Philip K. Dick, suelen mostrar un
	cierto pesimismo existencial, cosa que podemos ver claramente en la popular
	¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?. 
               También hay distopías con un fuerte contenido humorístico,
	como Mercaderes del espacio (Frederik Pohl y Cyril Kornbluth) y su continuación
	La guerra de los mercaderes, que nos describen un mundo absurdo y delirante
	dominado por las corporaciones comerciales y la publicidad. En otras, como en
	Limbo, de Bernard Wolfe, el humor es casi negro. 
               Jack Williamson nos presenta una bastante angustiante en
	Los humanoides, en que unos robotitos aparentemente maravillosos y serviles
	tienen como único objetivo proteger al hombre de sí mismo, cosa que los acaba
	convirtiendo en una pesadilla espantosa. 
               En clave muy negativa encontramos algunas muestras de
	feminismo en la ciencia ficción, mundos en que la mujer ha sido poco menos que
	esclavizada, como en El cuento de la doncella, de Margaret Atwood, o la serie
	de Lengua materna y La rosa de Judas de Suzette Haden Elgin, con la
	lingüística como elemento dominador y liberador a la vez. 
               La distopía es un subgénero tan amplio que contiene subgéneros
	en su seno. Hay una enorme cantidad de novelas "del fin del mundo" o post-holocausto.
	En ellas se describe un mundo que ha sufrido una catástrofe cósmica (el impacto de un
	meteorito o cometa) o, mucho más frecuente, un mundo que la Humanidad se ha "cargado",
	ya sea mediante una guerra nuclear, una plaga, una combinación de problemas (crisis
	económicas, superpoblación) o alguna tecnología descontrolada. 
	
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	El día de los trífidos  | 
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               Lo ingleses son especialmente aficionados a escribir sobre
	catástrofes. Así, encontramos El día de los trífidos, de John Wyndham, donde una
	combinación de catástrofe "cósmica" y de plantas tenebrosas fuera de control (los
	trífidos) dejan a la Humanidad en un estado lamentable; o Barbagrís y
	A cabeza descalza de Brian W. Aldiss: la primera describe un mundo en el que
	ya no nacen niños y la segunda nos muestra una Europa víctima de una guerra con drogas
	alucinógenas. 
               Algunos holocaustos son tristes, como La tierra permanece,
	de George Stewart. Otros entroncan más bien con el género de terror, como
	Soy leyenda, de Richard Matheson, que no puede considerarse exactamente como una
	novela de fin-del-mundo aunque tiene un color parecido. Otros, en cambio, son más
	optimistas, como Ay, Babilonia, de Pat Frank o el más conocido El cartero
	(o El mensajero del futuro) de David Brin. 
               Las catástrofes ecológicas también abundan, ya sea incorporadas
	en la trama (Cronopaisaje de Benford o El árbol familiar de Sheri S.
	Tepper), ya sea como elemento central de la trama: Más verde de lo que pensáis,
	de Ward Moore, o La muerte de la hierba, de John Christopher. Aunque el más
	clásico de este tema tal vez sea Donde solían cantar los dulces pájaros de Kate
	Wilhelm, con un cierto aire a lo Primavera silenciosa, origen del movimiento
	ecologista contemporáneo. 
            UCRONÍAS. 
               Tal vez el más simple de definir de todos los subgéneros:
	"Historia alternativa. Aquello que pudo ser y no fue. O aquello de: ¿qué hubiese
	pasado si...?" 
               ¿Quién no se ha preguntado jamás qué hubiera sucedido si la
	armada invencible hubiese sido realmente invencible? (Pavana, de Keith Roberts);
	¿O si el sur hubiese ganado al norte en la guerra de secesión americana?
	(Lo que el tiempo se llevó, de Ward Moore); ¿O si Hitler hubiese ganado la
	Segunda Guerra Mundial? (El hombre en el castillo, de Philip K. Dick) 
               Este subgénero, puramente especulativo, claramente soft
	aunque a veces con algunos elementos hard (cuando aparecen máquinas del tiempo
	y paradojas temporales), está teniendo en nuestros días un verdadero renacimiento, como
	lo demuestra el importante número de relatos y de libros que se han publicado en los
	últimos años. Un reciente ejemplo de ello es Tiempos de arroz y sal, de Kim
	Stanley Robinson, que nos describe un mundo en que la peste negra ha asolado Europa y
	occidente no existe. O La separación, de Christopher Priest, que nos pone en un
	mundo donde la Segunda Guerra Mundial finaliza en 1941 cuando Rudolf Hess entrega su
	supuesto mensaje de paz. 
	
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	Lo que el tiempo se llevó  | 
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               Algunas ucronías son claramente distópicas; nos muestran mundos
	mucho peores que el nuestro. Tal es el caso de la angustiante y bastante depresiva
	Pavana, en que la Iglesia Católica ha destruido todo progreso y libertad de
	pensamiento; o Lo que el tiempo se llevó, en que los Estados Unidos son poco
	menos que un país tercermundista (el sur, no obstante, es floreciente y próspero, pero
	el mundo en general es peor que el actual). 
               Tal vez una de la ucronías más famosas (y curiosas) sea la
	magistral El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, con cierto pesimismo y
	algunos deliciosos toques surrealistas tan propios de Dick. En este mundo, las potencias
	del Eje (Alemania y Japón) han ganado la II Guerra Mundial y se han repartido la Tierra.
	Vemos una Europa y una África totalmente nazis y la costa oeste de los Estados Unidos
	gobernada por japoneses, por lo que no es nada infrecuente consultar el I Ching antes
	de tomar cualquier decisión importante... 
               Un tema bastante recurrente es: ¿qué hubiese sucedido si Roma
	no hubiese caído? ¿Sería el mundo un lugar mejor al habernos ahorrado la Edad Media o
	por el contrario este "oscuro" período fue necesario para forjar la moderna cultura
	occidental? En Que no desciendan las tinieblas, de Lyon Sprague de Camp, un
	arqueólogo del siglo XX se ve trasladado a la Roma bajoimperial donde utiliza sus
	conocimientos de hombre moderno para evitar la caída del Imperio. También Robert
	Silverberg ha iniciado recientemente una nueva serie de historias con Roma eterna,
	un mundo en el que el imperio romano no ha caído porque el cristianismo nunca existió,
	dado que los judíos jamás dejaron Egipto... Opuesto a la temática de la Roma invicta
	podemos encontrar alguna en la que su mortal enemigo, Cartago, pudo no haber
	desaparecido. Un mundo tal nos lo describen José Miguel Pallarés y León Arsenal en
	Bula Matari, que es pura fantasía heroica pulp. 
               En nuestro idioma encontramos ucronías que nos pueden resultar
	más cercanas como Fuego sobre San Juan, de Javier Fernández Sánchez-Reyes y
	Pedro A. García Bilbao, donde los españoles ganaron a los americanos en la guerra de
	1898; El coleccionista de sellos, de César Mallorquí, que en apenas 150 páginas
	nos ofrece tres visiones distintas del Madrid de la Guerra Civil; o
	El enfrentamiento, de Juan Carlos Planells. 
               Hasta podemos enredar un poco más las cosas si incluimos
	novelas como la divertida y con ciertos toques de humor corrosivo
	La llegada de los gatos cuánticos de Frederik Pohl, en la que una serie de
	universos paralelos entran en contacto, pudiéndose comparar los diferentes mundos
	posibles: Estados Unidos convertidos en una República islámica, un mundo en que Stalin
	no ha sido dictador e incluso uno en que un tal Itzhak Azimof es un conocido médico
	ruso que tanto hace operaciones de corazón como de almorranas... 
               Los universos alternativos están muy relacionados con las
	ucronías, género que ha trascendido claramente las fronteras de la ciencia ficción.
	De hecho, ¿es una ucronía ciencia ficción? Pero esto ya es otro tema... 
            SPACE OPERA. 
               Es este un subgénero bastante antiguo y el que predominaba en
	la norteamérica de los pulps. El nombre se lo puso Wilson Tucker, escritor y por
	aquel entonces gran aficionado a la ciencia ficción, por analogía a los conocidos
	soap opera de la radio, seriales patrocinados por marcas de jabón (soap).
	Si bien el nombre tenía inicialmente un cierto tono despectivo, ha hecho fortuna y es
	el que se utiliza desde entonces. No hay ninguna traducción adecuada y comúnmente
	aceptada en castellano, así que lo llamaremos así. 
               Space opera es el género de aventuras con fondo de ciencia
	ficción, habitualmente ambientado en el espacio, aunque no siempre. La acción prima
	sobre la forma y el fondo, siendo la aventura el centro de todo. Suele ser colorista y
	detallada, con grandes gestas, batallas, villanos y una trama más cercana al thriller
	que a la reflexión. También puede haber confrontaciones entre dos bandos y los
	personajes generalmente se decantan hacia uno u otro lado. 
               No es una gran definición pero resulta extraordinariamente
	difícil capturar el subgénero en unas pocas palabras. Su origen parece ser la novela
	del oeste, muy popular en la época de entreguerras en Estados Unidos. Se han cambiado
	los indios por aliens, las pistolas de balas por las de rayos y la llanura del
	oeste americano por la inmensidad del espacio. Eso sí: las chicas siguen siendo las
	chicas. 
	
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	Triplanetaria  | 
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               Bueno. Tal vez al principio fuese así. Entre los primeros
	cultivadores del género estaban E. E. "Doc" Smith y autores que han llegado hasta
	nuestros días, como Jack Williamson. Esta cf tan colorista influyó mucho en los otros
	subgéneros que aprendieron que, además de ser reflexivo,  se podía entretener, cosa que
	el lector medio siempre agradece. 
               En los años 40, la space opera gana en profundidad y
	calidad gracias a autores como A. E. van Vogt y su serie sobre
	El mundo de los No-A. Es posible que si la primitiva space opera bebía de
	fuentes un tanto limitadas, la nueva se inspire más en clásicos y recupere en parte el
	estilo de autores como Verne o de novelistas ajenos al género fantástico. 
               Será a partir de finales de los 50 cuando dé obras de mayor
	calidad y aumente espectacularmente su producción: Las estrellas, mi destino,
	de Alfred Bester (con fuerte componente soft), Tropas del espacio
	(¿panegírico? ¿crítica? del militarismo), de Robert Heinlein,
	Bill, héroe galáctico de Harry Harrison, en clave de humor... 
               Ciertos autores, como C. J. Cherryh tienen varias series
	ambientadas en el mismo universo. Tal es el caso de la muy conocida serie de Chanur
	(que comienza en El orgullo de Chanur) o de otros libros como
	La estación Downbelow o la monumental Cyteen, con importantes reflexiones
	sobre la personalidad, la educación y la clonación. 
	
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	Hyperion  | 
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               Algunas de las mejores producciones de cf según los aficionados
	al género fantástico se encuentran parcial o totalmente dentro de la space opera.
	Me refiero a los cantos de Hyperion (Hyperion y La caída de Hyperion y
	sus continuaciones Endymion y El ascenso de Endymion) de Dan Simmons.
	O la prolongada serie de las Fundaciones de Asimov y sus posteriormente
	enlazadas novelas de robots en clave de novela policíaca (Bóvedas de acero,
	El sol desnudo, Los robots del amanecer y Robots e Imperio).
	O la archiconocida serie de Frank Herbert que comienza con Dune. 
               Tampoco podemos dejar fuera la serie de los Heechees de
	Frederik Pohl, iniciada con gran éxito en Pórtico y continuada con
	Tras el incierto horizonte, El encuentro y
	Los anales de los Heechees. Ni la del exilio en el Plioceno de Julian May
	(La tierra multicolor, El torque de oro, El rey nonato,
	El adversario) o más recientemente la de La Intervención. 
               Tal preponderancia de sagas tiene fácil explicación. Por su
	naturaleza aventurera y por su asequible nivel intelectual, la space opera es
	muy propensa a producir varios libros sobre el mismo argumento, a veces exigidos por
	los fans, siempre por las editorales, ávidas por recibir los buenos resultados
	económicos que brindan. 
	
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	Marea Estelar  | 
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               Uno de los más recientes escritores de space opera
	(y que tiene cuerda para rato visto su éxito) es David Brin, con su serie de
	La Elevación, formada actualmente por 6 novelas divididas en dos series: la
	primera y más conocida (El navegante solar, Marea estelar y
	La rebelión de los pupilos) y una mucho más reciente y de momento menos
	apreciada (Arrecife brillante, La costa del infinito y
	Los límites del cielo) en la que se describen unos extraterrestres muy variados
	que interactúan con los humanos y entre ellos mismos. Claro que Brin tiene muy claro
	que los Humanos son los mejores, en la línea de Campbell. 
               Otra gran escritora de space opera reciente es Lois
	McMaster Bujold y su dilatada serie sobre Miles Vorkosigan y familia que no para de
	ganar premios y de vender en grandes tiradas. No menos vendedor ni conocido es Orson
	Scott Card y su serie de Ender (niño, adolescente y vejete) y sus familiares
	(hermanos y padres) y amigotes (Bean, por ejemplo) que ya llevan la friolera de 7
	libros y no parece que vayan a quedarse en ese bíblico número. No es ésta su única
	saga pues también inició la Saga del Retorno con desigual éxito en sus
	diferentes libros. Otra serie que podríamos catalogar de space opera y que ha
	creado verdaderos devotos es la de La Cultura de Iain Banks, de la que se han traducido
	Pensad en Flebas, El jugador y El uso de las armas). 
               Algunos autores tienen casi toda su producción en este género.
	Mención especial para Jack Vance, que nos descubre mundos extraordinarios, algunos de
	gran colorido y detalle, ya sea en libros independientes (los tres volúmenes reunidos
	en Alastor), ya sea en forma de series (como por ejemplo la del Planeta de la
	aventura, formada por Los Chasch, Los Wankh, Los Dirdir y
	Los Pnume). 
	
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	Mundos en el abismo  | 
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               Los autores que escriben en castellano también han producido
	space opera, algunas de ellas magistrales como la serie de Akasa-Puspa, ya
	mencionada en el apartado correspondiente al hard, de Juan Miguel Aguilera y
	Javier Redal (Mundos en el abismo, Hijos de la eternidad,
	Ari el tonto y En un vacío insondable); la serie de las Islas de Ángel
	Torres Quesada (Islas del Infierno, Islas del Paraíso,
	Islas de la Guerra y Wyharga) o la serie, actualmente en reedición,
	del Orden Estelar. Ya puestos en sagas no podemos olvidarnos de la fecunda
	Saga de los Aznar, de George H. White (Pascual Enguídanos). 
               En fin: es imposible resumir aquí todas las space opera
	existentes. Ni siquiera las más relevantes o conocidas. El motivo de que este subgénero
	sea tan propenso a las sagas no acaba ni en la cf (baste ver que en fantasía el número
	de sagas es igual de imponente), ni en la literatura: en el cine, la space opera
	-con o sin sagas- lo domina casi todo y es raro encontrar cf cinematográfica ajena a
	este subgénero. Ahí tenemos Star Wars (que lleva 5 películas y va camino de
	las 6) y Star Trek, con un predominio mayor de componentes hard y
	soft y que lleva 10 películas y 5 series de TV. Y ambas con multitud de libros
	franquicia. 
               Por supuesto, no es necesario dedicarse a escribir sagas
	inacabables para obtener un buen space opera. Antes citábamos
	Las estrellas, mi destino, pero más recientes y de gran renombre son también
	Un abismo en el cielo y Un fuego sobre el abismo de Vernor Vinge, y
	Neverness de David Zindell, de gran éxito. 
	      (Véase también el artículo sobre Space Opera)
             SURREALISMO. 
               Sí, ya sé que en la mayoría de clasificaciones de cf ahora
	iría el cyberpunk, pero creo que eso sería dejar fuera producciones y autores
	de gran relevancia. Me refiero a Philip K. Dick, por ejemplo. 
               El surrealismo es una corriente universal que se cuestiona
	el sentido de la realidad. 
               Lo encontramos en pintura, en la literatura mainstream y
	en el cine. Así que creo que se merece un apartado propio en la ciencia ficción,
	máxime cuando su principal artífice en el género fue Philip K. Dick y ha sido cultivado
	por muchos otros escritores de renombre. Sus temáticas más habituales son: ¿es esto
	todo lo que hay? ¿la realidad es real? ¿no podría ser que lo que vemos fuese un
	sueño, una alucinación? 
               Esta temática viene muy influida por la gran reforma que supuso
	la New Wave y hace que nos lo cuestionemos todo, incluso el tejido mismo de la
	realidad. Tengo el profundo convencimiento que el surrealismo y el cyberpunk
	más reciente están estrechamente emparentados. Y si alguien lo duda, basta con que vea
	Matrix y entenderá lo que quiero decir. 
               Se dice que algunos escritores habían incluso llegado a
	escribir bajo los efectos de las drogas, como fuente de inspiración o como modo de
	acceder a niveles diferentes de la conciencia. No sé si lo lograron, pero vistos los
	resultados, algo debieron tomar. 
	
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	Ubik  | 
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               Cuestionarse el sentido de la realidad y preguntarse por la
	realidad última de las cosas (si es que eso existe) fue una constante de Philip K. Dick
	y algunas de sus más famosas creaciones exploran el tema en todos los ángulos
	imaginables: Ubik, Ojo en el cielo, El doctor moneda sangrienta,
	Tiempo desarticulado, Los tres estigmas del Palmer Eldritch,
	Valis (también traducido como Sivainvi), La invasión divina,
	Radio libre Albemuth, La transmigración de Timothy Archer o
	Fluyan mi lágrimas, dijo el policía. En ellas personas normales y corrientes
	tienen que enfrentarse al desmoronamiento de lo que convencionalmente entienden por
	realidad, producido por todo tipo de experiencias que abarcan el misticismo, las
	enfermedades mentales, las realidades virtuales o el uso desaforado de drogas. 
               De hecho, algunos ven en Dick más que a un surrealista, a un
	filósofo metafísico, dado que su producción literaria puede contemplarse también desde
	ese enfoque. 
               Dentro de la línea de Dick encontramos algunas obras
	interesantes de otros autores, como Mundo simulado de Daniel F. Galouye o una
	parte de la producción de Frank Herbert (calificada por algunos como menor). Me refiero
	a La barrera Santaroga y su jaspers o los últimos libros de la serie de Dune,
	por ejemplo. 
               También hay un cierto efecto de ruptura o cuestionamiento de
	la realidad en algunas obras de Ian Watson, como en Empotrados,
	El experimento Jonás o, incluso, en Visitantes milagrosos, que da una
	interpretación bastante original aunque difícil de aprehender al fenómeno OVNI.
	Mucho más actual, con una prosa refrescante y de gran originalidad, es Vurt,
	de Jeff Noon, una locura extraña que no deja indiferente a nadie. 
               Por último, un autor que puede introducirse dentro de este
	apartado (aunque en sí es inclasificable) es Christopher Priest, que suele jugar
	continuamente en sus historias con la percepción de la realidad. Su novela más conocida,
	El mundo invertido, es un desconcertante viaje iniciático en el que el
	protagonista debe descubrir las reglas de un mundo que percibe de forma diferente a
	los lugareños con los que se encuentra. Su más reciente novela en castellano,
	Experiencias extremas S.A., acerca de la realidad virtual, cuestiona la
	veracidad de nuestras percepciones y la dificultad de distinguir realidad y ficción. 
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