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               Por Luis G. Prado 
	
	 
	[ Canción de Hielo y Fuego ]	[ Adelanto
	de Choque de Reyes ] 
[ Maestro de los sentimientos ]	[ El
triunfo de la variedad ] 
[ Reseña: Juego de Tronos ]	[ Reseña:
Muerte de la Luz ]
 
	
               A pesar del prometedor comienzo de George R. R. Martin en el
	género fantástico con novelas como Muerte de la luz o Sueño del Fevre,
	su carrera literaria conoció un eclipse tras el fracaso (comercial, que no artístico)
	de Armageddon Rag, un ajuste de cuentas con los años sesenta (vistos desde los
	ochenta) a ritmo de rock 'n' roll. Reciclado en guionista de cine y series de televisión
	y en coordinador de las antologías colectivas Wild Cards (un universo compartido
	de superhéroes con tratamiento de ciencia-ficción), Martin parecía perdido para la
	literatura fantástica, demasiado ocupado con los buenos negocios como para molestarse
	en intentar seducir de nuevo a un mercado que había rechazado sus obras más refinadas.
	Pero los primeros volúmenes de la Canción de Hielo y Fuego cambiaron todo eso. 
               En 1996 apareció el monumental Juego de tronos;
              en 1999,	el aún más grueso Choque de reyes; en 2000, Tormenta
              de espadas, tan largo
	que en la edición de bolsillo fue dividido en dos tomos. El primer título fue
	publicado	hace un año por Gigamesh, que anuncia el segundo
	para próximas
	fechas	y que tiene toda	la intención de publicar el resto de la serie según
	vaya apareciendo	(aún deben añadirse
	tres libros más). En ella, Martin vuelve al género fantástico para vengarse:
	por un	lado, supone la cima creativa de un autor cuya valía nunca fue puesta
	en duda; por otro,	ha atraído por fin a ese público masivo que hasta ahora se
	mostraba esquivo a concederle	sus favores. Libro a libro, la Canción de Hielo
	y Fuego ha ido reuniendo en torno a sí
	una enorme cantidad de seguidores que se beben, literalmente, cada nueva
	entrega, y que amenizan la espera de las siguientes releyendo las anteriores,
	debatiendo en foros de
	Internet los más oscuros acontecimientos de la serie e interpretando las pistas
	más
	vagas con las que Martin ha ido sembrando sus tramas. La Canción de Hielo y
	Fuego	amenaza incluso, a decir de sus más fervientes admiradores, con desbancar
	al
	Señor de los Anillos de su puesto consolidado de mejor obra fantástica
	de todos	los tiempos (lo que constituye una evidente exageración, pero indica
	los extremos de	entusiasmo a los que lleva esta obra). Todo un éxito, pues,
	de crítica y ventas,
	conseguido tras décadas en el oficio. 
               Y, sin embargo, aparentemente la Canción de Hielo y Fuego no
	se diferencia demasiado de otras sagas dragoneras interminables: con el mismo escenario
	pseudomedieval y mágico, la misma trama enrevesada con personajes que acampan y
	desacampan, y el mismo conflicto cosmológico de fondo maniqueo entre la luz y las
	tinieblas. Todo esto es cierto, y sin embargo, quien lo afirme evidentemente no ha
	leído la serie. 
	
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               La trama se inicia en tierras de los Stark, antiguos reyes
	sometidos pacíficamente desde hace siglos a los monarcas que han unificado los siete
	reinos que ocupan la isla de Westeros. Tras ejecutar personalmente a un criminal,
	Eddard Stark, un hombre de honor, encuentra unos cachorros de una especie gigante de
	lobo y entrega uno a cada uno de sus hijos, incluyendo al bastardo John Nieve. La
	tierra vive en paz bajo el rey Robert Baratheon, conocido como el Usurpador, que dos
	décadas antes lideró una exitosa coalición para destronar al último de los Targayrens
	en la que Eddard participó (dos hijos del rey derrocado sobreviven en el exilio).
	Ahora Robert desea que Eddard se convierta en la nueva Mano del Rey, su lugarteniente,
	y que abandone sus territorios en el norte por las intrigas de la corte en Desembarco
	del Rey, la capital. Pero demasiadas cosas separan a los Stark y su sentido de la vida
	del de las otras casas poderosas, empezando por la religión: los Stark aún adoran a los
	árboles dejados por un pueblo anterior, en lugar de postrarse ante los Siete que
	constituyen las deidades oficiales. Específicamente, son el contrapunto de los
	Lannister, rubios y ricos terratenientes que cuentan entre sus filas con Jaime el
	Matarreyes, ejecutor del último Targayren, y con Cersei, la actual esposa de Robert.
	La muerte en extrañas circunstancias de la anterior Mano del Rey, casado con la hermana
	de la esposa de Eddard, pone a éste tras la pista de una amplia conspiración. Antes
	de que el primer volumen termine, la paz que reinaba sobre Westeros ha concluido, y una
	nueva guerra civil, más larga, más cruel y de final más incierto que la anterior,
	estalla entre las casas que aspiran al poder. En su curso, mucho de lo que creíamos
	saber sobre el pasado de los personajes, sobre las luchas dinásticas y sobre la
	auténtica historia del derrocamiento de la vieja dinastía resulta ser falso, y según
	se suceden las alianzas, las victorias y las derrotas, el punto de equilibrio que
	pondría fin al conflicto parace estar cada vez más lejos de ser alcanzado. Pero no
	sería prudente contar más y estropear las sorpresas... 
               El mundo que Martin despliega ante nuestros ojos hunde sus
	raíces en referencias históricas: esa gran isla, Westeros, que no es sino una imagen
	especular de Gran Bretaña, y cuyas principales familias, los Stark y los Lannister,
	remedan a los York y los Lancaster de la Guerra de las Rosas; el pasado hundido de
	Valyria, medio Roma, medio Atlántida; los antepasados que hacen las veces de celtas y
	sajones; las ciudades-estado del continente, los jinetes de las estepas, los guerreros
	del mar de las Islas de Hierro... El primer gran valor de la saga de Martin es el placer
	de reconocer las referencias, pero éstas son sólo el punto de partida. Pronto
	descubrimos otra interesante diferencia: que, al contrario que en las series que siguen
	la estela de la obra de Tolkien, en la Canción de Hielo y Fuego la magia, lo
	sobrenatural y lo monstruoso no están desapareciendo, sino que están regresando,
	tras un largo hiato llamado verano y acompañando a la llegada del temido invierno que
	resuena en el lema de los Stark. 
               Por otra parte, Martin introduce una agradable ambigüedad
	moral. Sí, es cierto que al comienzo de la partida hay personajes más y menos
	agradables, y motivos más y menos nobles para actuar. Pero a lo largo de la serie
	veremos que rara vez los mejores personajes llegan a convertirse en héroes, que los más
	perversos pueden causarnos tanta o más simpatía, y que ni la astucia, ni la nobleza, ni
	los ejércitos, ni la magia son suficientes para asegurar que un jugador del juego de
	tronos no será barrido del tablero a las primeras de cambio. 
	
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               La gran herramienta con la que Martin opera estos cambios de
	rumbo, y la base de la capacidad de entretenimiento y sorpresa de la Canción de Hielo y
	Fuego, es la elección de unos puntos de vista concretos para cada personaje. Así, en
	cada volumen tenemos un grupo de personajes cuyas peripecias seguiremos a través de un
	narrador en tercera persona pero como colocado sobre el hombro de cada uno, sin atisbos
	de omnisciencia. Cada capítulo, presidido por el nombre del personaje al que sigue, nos
	da y nos quita al mismo tiempo: tenemos más información sobre lo que va pasando, pero
	quedamos ciegos temporalmente ante las otras tramas (aunque nunca se sabe lo que un
	personaje puede aprender que sería útil a otro). Al contrario que en los
	best sellers al uso, este cambio constante de punto de vista, que siempre hace
	que lamentemos cuando acaba uno, para vernos absorbidos rápidamente por el siguiente, no
	provoca una multiplicación de las páginas al reiterar acontecimientos, sino que progresa
	a lo largo del tiempo, de forma que algunos de los grandes sucesos de la serie se
	presencian de refilón (como la ejecución de cierto protagonista al final de
	Juego de tronos), o directamente se refieren de forma elíptica (como algunas de
	los combates en Choque de reyes, aunque no la espléndida batalla final). Los
	puntos de vista, pues, dan muchísimo juego: los seguidores de la serie ya se relamen de
	gusto ante la confirmación, por parte de Martin, de que uno de los nuevos personajes con
	narrador propio del cuarto volumen, Festín de cuervos, será Cersei, una de los
	principales villanos de la historia. 
               Amplia, ambiciosa, bien narrada y absolutamente adictiva, el
	único pero que se le puede poner a la Canción de Hilo y Fuego a día de hoy es su
	condición de obra sin terminar. Comenzada hace seis años, no está previsto que Martin
	la termine hasta dentro de otros cuatro o cinco. El autor, además, se enfrenta al
	desafío de competir no sólo consigo mismo, haciendo la trama cada vez más interesante,
	sino con las expectativas de los lectores, que habiendo leído las tres primeras
	entregas de una serie en curso han previsto, o eso parece, cada posible desarrollo y
	cada desenlace de cada trama en los tres volúmenes siguientes (existe en Internet un
	abundante corpus de interpretaciones y conclusiones apócrifas, y alguna debe de haber
	dado en el clavo: no es nada recomendable, pues, que lo lean quienes deseen mantener
	intacta la capacidad de asombro). 
               No obstante, a los que estamos rendidos ante la pericia de
	Martin esto no nos importa demasiado. Sólo deseamos una cosa: que salga pronto el
	siguiente volumen. 
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