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              Los Marcianos, 
              de Kim Stanley Robinson 
            Título original: 
              The Martians (1999) 
            Traducción: 
              Ana Quijada 
            Minotauro, 2003 
            El autor en
            cyberdark.net
              
              
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             por Javier Vidiella Eguiluz, octubre 2003
                Entre los años 1993 y 1996, Kim Stanley Robinson
              publicó una de las sagas de ciencia-ficción más famosas de los últimos
              tiempos: La Trilogía de Marte. Acaparadora de premios (entre otros,
              Nébula para "Marte Rojo", sendos Hugo para "Marte Verde" y "Marte
              Azul"), la obra cumbre de su autor cuenta con tantos admiradores
              como detractores. 
               La tarea que se impuso Robinson era inmensa:
              narrar la terraformación de Marte desde sus inicios hasta su final
              (o casi). Nos embarcó en una epopeya en la que acompañábamos a
              los Primeros Cien en su viaje al planeta rojo y en su lucha por
              crear un entorno habitable para la humanidad. Sin perder en ningún
              momento la verosimilitud científica que caracteriza a la buena
              ci-fi dura, asistimos a un curso intensivo de biología, antropología,
              sociología y todas las otras "gías" que se nos ocurran. De hecho, éste
              su mayor acierto es también su mayor lastre: durante cientos de
              páginas de cada  libro, Robinson nos hace bajar y subir, cual nuevos
              sísifos, a todos y cada uno de los montes de Marte, fatigamos los
              valles, buscamos vida microscópica en casi cada trozo de hielo
              o piedra, construimos un ascensor espacial y nos metemos en medio
              de mítines políticos de las mil y una facciones que surgen entre
              los "marcianos". 
               Era tan hard, tan hard (pero tan hard) que tenía
              la consistencia del ladrillo. Y, sin embargo, Robinson consiguió salir
              con bien de todo ello. Tras casi dos mil páginas de seguir a un
              reparto coral y casi inmortal, el lector acababa enganchado y,
              años después, recuerda el libro con agrado.  
               Pero resulta que a Mr. Robinson esas dos mil
              páginas le supieron a poco. Así que, con los menudillos que le
              sobraron del guiso, ha confeccionado el volumen que nos ocupa: "Los
              Marcianos", que publica ahora Minotauro, casi cuatro años después
              de su salida en Estados Unidos. 
               Y, parece mentira, pero en trescientas y pico
              de páginas consigue aburrir al respetable diez veces más de lo
              que nos aburrió con dos mil.  
               El libro es un batiburrillo donde tienen cabida
              capítulos de muy variada índole y extensión. Unos treinta en total,
              que oscilan entre las casi cien páginas del titulado "Marte Verde" hasta
              el par de páginas de "Coyote recuerda". 
               A grandes rasgos, se podría hacer una clasificación
              del siguiente tenor, atendiendo a los temas tratados: 
                - Los capítulos de "historias jamás contadas".
              Son, sin duda, los  más interesantes. En esta categoría, entrarían
              el dedicado al entrenamiento de los candidatos a la expedición
              a Marte en una base antártica narrado desde el punto de vista de
              Michel, el futuro psicólogo de la misión; el centrado en la relación
              entre el mítico Coyote (el centésimo primero pasajero) y Maya,
              una de las más carismáticas líderes de los Primeros Cien (por cierto,
              los personajes femeninos de Robinson son siempre mucho más interesante
              que los masculinos); o el titulado "Momentos de Sax". 
               - Los capítulos "ecológicos". Una vez más, vamos
              todos juntos a recorrer Marte. 
               Excursiones interminables viendo amaneceres,
              atardeceres y anocheceres marcianos en capítulos como "Explorando
              el Cañón Fósil", "Cómo nos habla el paisaje", "Cuatro senderos
              teleológicos" y el que se lleva la palma: "Marte verde", que se
              extiende nada menos que durante cien larguísimas páginas de escalada
              al Monte Olimpo.  Eso sí, para librarse de que le hagan la eterna
              acusación que se le hace a la ciencia-ficción "hard" (literatura
              de ideas vs. literatura de personajes o sentimientos), mientras
              escalan, los personajes tienen tiempo de angustiarse, interrogarse
              sobre el sentido del mundo y soltar perlas como (y cito literalmente
              de la página 142): "tal vez necesitaba una inmensidad cuya extensión
              pudiera imaginar su extensión, para percibirla con éxtasis en lugar
              de con terror". ¿Mande lo qué? 
               - Los capítulos "me se cierran los párpados",
              también llamados científico-políticos. A los títulos me remito,
              porque hablan por sí solos: "La Constitución de Marte", "Algunas
              notas de trabajo y comentarios sobre la Constitución", "Un  argumento
              a favor del despliegue de todas las tecnologías de terraformación
              seguras" y, mi favorito, "Selección de extractos de la Revista
              de Estudios Areológicos". 
               - Los capítulos "¿pero esto qué es?".  En realidad,
              es un único capítulo, pero se merece tener clasificación propia.
              Es el dedicado, nada menos, que a la introducción en el béisbol
              marciano de la pelota con efecto. Sobran las palabras... 
               - Los capítulos "¿qué más pongo?". Son todos
              los demás, con los que Robinson rellena páginas hasta completar
              lo necesario para formar un libro con la extensión mínima para
              su publicación como tal. Por ejemplo, están los dedicados a la
              banda sonora de la obra, el estado de ánimo del autor el día que
              concluyó la trilogía y un poemario sin mayor interés. 
                  Todo ello dentro de los límites del más estricto
              aburrimiento. Uno está deseando llegar al final del libro y se
              pregunta, alarmado, si le queda todavía alguna escalada de última
              hora a otro montecillo marciano de doce mil metros. Pero no. Gracias
              a Dios, todo tiene un final y este libro también. Pero es un final
              poco digno para la saga. Un añadido sin valor y, sobre todo, innecesario. 
              
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