| Por Iñaki Bahón | 
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	[ Crítica del retorno del Rey ]
	[ Peter Jackson: traidor e inconfeso... ] 
	[ Las dos Torres - vesión extendida ]
	 
	
	Lo que cuenta es el final 
	   Tras la decepción que para muchos supuso el 
	estreno de Matrix Revolutions, el colofón de esa otra gran saga 
	contemporánea que es El Señor de los Anillos se presentaba lleno de 
	incertidumbres. Quien más quien menos se preparaba para el estreno de El 
	retorno del Rey apretando dientes y puños, como quien espera la embestida de 
	una ola cuya potencia desconoce. Afortunadamente estos temores pronto se revelaron 
	infundados: la película es una obra excelente que remata de forma brillante la 
	trilogía y subsana (o al menos hace olvidar) la mayoría de los defectos 
	de las anteriores. Se suele decir que lo que cuenta es el final, y en el cine es cierto 
	en gran medida: un buen desenlace permanece en la memoria del espectador, y puede salvar 
	una película mediocre. 
	   Evidentemente El retorno del Rey no es una obra 
	perfecta (¿lo es alguna?). También tiene algunos defectos. Y a pesar de mi entusiasmo 
	por ella, no sería justo si no los mencionase; así que, siguiendo con la idea 
	de que el final se recuerda más, los señalaré al principio de mi 
	comentario para que se olviden rápidamente. 
	   Es cierto que en esta ocasión no nos encontramos 
	con los graves desequilibrios de estructura que presentaban las anteriores entregas (sobre todo 
	la segunda), y que la película resulta mucho más redonda y coherente. Pero 
	también se le pueden reprochar ciertos errores que, tienen que ver, de una u 
	otra forma, con el tiempo. 
	 
	   En primer lugar tenemos la duración del filme. 
	Creo que una película de más de 200 minutos debería intentarse acortar 
	todo lo posible, y, para mí, sobra parte del principio y del final. En el principio 
	tenemos cinco minutos para repetir lo que ya conocemos acerca de Gollum (ya sabíamos 
	que el anillo le había destruido, y que es capaz de cualquier cosa, hasta de matar, 
	para poseerlo), en lugar de contarnos algo que queremos saber: por qué desea tanto 
	poseerlo teniendo en cuenta el sufrimiento que le produce (no digo que no exista la 
	razón, sólo que en la película no creo que se explique). La secuencia 
	tampoco puede tomarse como un resumen de anteriores episodios, y es que la saga no ha tenido 
	contemplaciones con aquellos espectadores que no hubieran visto las entregas precedentes 
	(suponiendo que hubiera alguno).  
	   También falla el final; tras el clímax 
	las películas deben acabar cuanto antes, de modo que no se puede alargar su 
	conclusión 20 minutos ya que el público se incomoda. Terminar tras la escena 
	de la coronación de Aragorn hubiera sido perfecto (sé que en el libro pasan 
	muchas cosas tras este momento, pero aquí estamos hablando de las necesidades de un 
	guión cinematográfico, no de una novela).  
	   Por otro lado, el intervalo de tiempo que transcurre 
	desde el principio de la saga hasta el final no queda claramente reflejado. Es cierto que se 
	nos dice en esta tercera entrega que han pasado trece meses, pero este tiempo no está 
	demasiado bien reflejado. Tal vez el hecho de que el pan élfico dé mucho de 
	sí nos pueda despistar y hacernos creer que ha pasado mucho menos tiempo. 
	 
	   Existen algunas otras pegas menores, como el hecho de 
	que se resuelva tan a la ligera la trama de Saruman, un personaje cuyo peso parecía 
	hacerle merecedor de algo más de atención (habrá que esperar al DVD, 
	aunque resulta un alivio saber que según Peter Jackson la versión 
	definitiva es la estrenada en el cine); que resulte tan incomprensible que los tres 
	héroes protagonistas se adentren en las montañas dejando plantadas 
	a sus tropas (coño, qué les costaba dar una pequeña explicación, 
	¿no?); que Sam, tras encontrar bien agrupaditos al pie de las escaleras que conducen a 
	la guarida de la araña los trozos de pan élfico que hemos visto desperdigarse 
	al ser tirados por Gollum, suba en lo que parece un breve espacio de tiempo los peldaños 
	que antes les habían costado horas recorrer; que resulte tan prescindible el personaje 
	del padre de Faramir... todo ello menudencias que no disminuyen lo más mínimo 
	el disfrute de esta película. 
	Un espectáculo extraordinario 
	   Estamos, desde mi punto de vista, ante la mejor de las 
	tres películas, aunque es cierto que partía con ciertas ventajas a la hora de 
	conquistar este puesto: su condición de "tercera parte" hacía 
	prever que se fuera a convertir en la favorita del público por razones que 
	tienen mucho que ver con la estructura dramática. Por una parte concluye la saga, 
	y eso resulta de agradecer: uno va a al cine para que le cuenten una historia, con su 
	principio y final, y por muy brillante que sea una obra siempre resulta insatisfactorio 
	que no concluya. Es por eso que las dos obras anteriores contaban con un serio handicap 
	imposible de solventar, y con esta el espectador se siente más satisfecho al salir del 
	cine sabiendo que no tiene que esperar otro año para saber qué más 
	sucede. 
	   Por otro lado, si aceptamos esa teoría 
	(francamente discutible) de que es habitual que las sagas se estructuren en trilogías 
	por paralelismo a la clásica organización dramática en tres actos, nos 
	encontramos con que El retorno del Rey es el tercer acto, el del desenlace; y es en 
	esta parte donde las historias resultan más emocionantes, más intensas, ya 
	que es aquí donde los protagonistas se enfrentan a los retos más 
	difíciles, donde los héroes son puestos definitivamente a prueba, donde se 
	escenifica el clímax que, en cierta forma, es la razón de ser de las obras 
	dramáticas.  
	 
	   En tercer lugar tenemos la ventaja de que los personajes 
	y las situaciones son ya de sobra conocidos para el espectador. Si todas las películas 
	necesitan un tiempo para "arrancar", hasta que el público conoce la 
	situación de la que se parte, las películas de la saga de los Anillos, con 
	sus numerosos protagonistas y diversas tramas, son como enormes motores que requieren mucho 
	tiempo para acelerar. Pero El retorno del Rey ya tenía gran parte de este 
	trabajo adelantado, y es por esta razón que la historia entre en harina antes 
	de lo que sucedía en las dos películas anteriores (recordemos, como ejemplo 
	más claro, lo mucho que tardaba Las dos torres en empezar a contar algo 
	realmente emocionante). Con ocasión del estreno de aquella segunda parte 
	comenté que El Señor de los Anillos se estaba revelando como una obra 
	más descriptiva que narrativa, pero en esta ocasión la historia es mucho 
	más intensa, sucediéndose una secuencia emocionante tras otra, con un ritmo 
	envidiable. 
	   Se dice a menudo que para conquistar al 
	público basta con ofrecerle unos cuantos momentos inolvidables, y El retorno del 
	Rey tiene algunos de los más espectaculares de la historia. Inacabables 
	ejércitos, paisajes maravillosos, ciudades asombrosas, distintas razas, criaturas 
	aterradoras... gracias a la mayoría de edad de los efectos especiales digitales, 
	todo esto se presenta ante nuestros ojos en un desfile arrollador, convirtiendo a esta 
	película (y a toda la saga), en un estandarte del cine-espectáculo. 
	 
	   Resulta muy fácil caer en el error de pensar 
	que cualquiera puede hacer una película así si cuenta con un presupuesto 
	holgado. Está claro que no ¿Cuántas películas horrorosas y 
	carísimas hemos visto en los últimos años? No basta con el dinero. 
	Y tampoco las virtudes de esta tercera entrega son originadas de cuestiones ordinales; es 
	decir, que su eficiencia no es debida únicamente a su posición 
	cronológica dentro de la saga, a su condición de tercer acto. Hay que 
	descubrirse ante el talento y la capacidad de Peter Jackson, quien ha entrado en 
	la historia no sólo por su valor (rayando en locura) y capacidad logística 
	demostrada para embarcarse en una colosal empresa de siete años, y llevarla a buen 
	puerto, sino también por su talento como cineasta. No hay duda de que estamos ante un 
	director que sabe rodar, y las mejores muestras de este talento pueden verse en El 
	Retorno del Rey. 
	   Por ejemplo, las batallas, parte importante de esta 
	película, resultan absolutamente fantásticas, y son un buen ejemplo de su 
	saber hacer. Es evidente que se apoyan en un soberbio diseño de producción, 
	además de los ya mencionados, e increíbles, efectos especiales. Pero esto no 
	es lo único que las hace funcionar, ni siquiera lo más importante. Están 
	muy bien preparadas, haciéndonos sentir la amenaza que suponen los ejércitos 
	enemigos, el miedo que producen, la magnitud de la lucha que se avecina. La medida del 
	héroe viene dada por la grandeza del enemigo: a mayor amenaza, mayor será 
	la gloria del protagonista en caso de superarla, y Jackson conoce perfectamente 
	esta regla. 
	 
	   El problema es que se construye tan bien 
	esta sensación de amenaza que no parece existir escapatoria; se crea tan bien la 
	sensación de enemigo imbatible, que luego resulta un poco increíble 
	cuando es derrotado. Sucedió en el abismo de Helm, vuelve a pasar en Minas Tirith... 
	De hecho resulta algo extraño, aunque de agradecer, que, teniendo en cuenta por todo 
	lo que pasa la comunidad del Anillo, sólo uno de sus integrantes, Boromir, resulte 
	muerto. Los héroes aparecen como superhéroes invencibles, nunca se teme por 
	su vida, y eso no es beneficioso. Aragorn, Legolas, Gimli... Con tanta muerte a su 
	alrededor ni siquiera resultan heridos. 
	   Luego, una vez metidos en acción, los 
	movimientos de cámara (virtual, pero cámara al fin y al cabo) sobre el 
	campo de batalla, así como los combates cuerpo a cuerpo, contribuyen a remarcar 
	el salvajismo, consiguiendo unos momentos realmente magistrales. Pero también resultan 
	eficaces los momentos más intimistas. Escenas como aquella en la que Aragorn recibe 
	su espada recién forjada, Arwen regresa junto a su padre, o Gandalf infunde valor a 
	Pippin contándole que tras la muerte (aparentemente inminente) le espera un mundo 
	maravilloso, demuestran la sensibilidad de Jackson, su intuición para emocionar, 
	su talento para la épica. 
	 
	   Es evidente que no todo lo que vemos es mérito 
	del director. Durante los siete años que ha durado la producción de la 
	película un ejército de profesionales de todas las disciplinas han realizado 
	un trabajo soberbio. También, al frente de todo esto, ha contado con un grupo de 
	actores realmente buenos, sobre todo si tenemos en cuenta que los intérpretes de 
	calidad no suelen prodigarse dentro el género de ficción. Ian McKellen, 
	un excelente actor que con esta saga y la de X-Men ha conseguido el reconocimiento 
	público que le ha faltado a lo largo de su larga carrera, resulta un Gandalf 
	perfecto; Viggo Mortensen, el más beneficiado de todos, resulta arrebatador 
	(preguntad a vuestras novias) como Aragorn; Elijah Wood, el niño prodigio que 
	supo crecer, hace un buen trabajo interpretando a Frodo, un personaje que, a mi entender, no 
	es tan interesante para un actor como pudiera parecer en un principio; Sean Astin, 
	el auténtico héroe en esta entrega, consigue tal vez su mejor 
	interpretación... Y así una larga lista de secundarios que realizan un 
	excelente trabajo. 
	   Peter Jackson no ha estado sólo, 
	por supuesto, sino muy bien respaldado. Pero me resulta escalofriante imaginar lo que 
	ha debido de suponer estar al frente de semejante proyecto. 
	
	El Oscar 
	   ¿Se merece Peter Jackson un Oscar?  
	 
	   Vayamos por partes ¿Para qué lo quiere? 
	Normalmente un premio significa prestigio y dinero, pero lo cierto es que un Oscar no 
	significa ya demasiado de lo primero (lo ganó Gladiator, lo ganó Una 
	mente maravillosa), y en poco mejoraría los espectaculares beneficios de la 
	trilogía.  
	   Cuando se nominaron las anteriores entregas para el 
	Oscar a la mejor película no me mostré muy de acuerdo. Una película 
	cuenta una historia, y si, por los motivos que sean, la divides en tres (aunque Jackson 
	quería rodar dos, pero el director de New Line exigió una más), no me 
	parece muy justo que puedas optar a un premio por una obra inacabada. En cuanto a 
	El retorno del Rey, dado que la historia ya está contada, creo que el 
	director neozelandés sí se merece ahora un premio (aunque él no 
	esté totalmente satisfecho de los resultados), un reconocimiento por su trabajo 
	(aparte de la pasta que va a levantarse por dirigir la nueva versión de King 
	Kong). Y, querámoslo o no, el máximo exponente de este tipo de 
	reconocimientos, al menos para Hollywood, es el Premio de la Academia estadounidense. 
	   En cualquier caso no tendremos que esperar mucho 
	para saber si consigue o no ganar por haber hecho esta película, que me hubiera 
	vuelto absolutamente loco si la hubiera visto con trece años. 
	  
           Crítica de 
	Las dos Torres 
              
            © 2004 Iñaki Bahón para cYbErDaRk.NeT 
              Prohibida su reproducción sin permiso expreso del autor 
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