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		Darwinia, 
		de Robert C. Wilson
	     
            
		Título original: Darwinia
		 (1.998)
	     
            
		Portada: Frederik Edwin Church
	     
            
		Traducción: Domingo Santos
	     
            
		Editorial: La Factoría de Ideas 
		(2.000)
	     
	      
	    
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		 Rodolfo Martínez, Marzo 2.004 
	    Aunque el primer relato publicado de Wilson data ya de 
	1974 no sería hasta mediados de los ochenta que captaría la 
	atención de crítica y público con una serie de novelas 
	en las que la aventura más tradicional se daría la mano con 
	las especulaciones científicas más actuales. Aunque desde 
	entonces ha venido oscilando entre distintos subgéneros (el ciberpunk, 
	la distopía, la fantasía clásica) en todas sus obras se 
	percibe una obsesión común por el "otro lugar", que podría 
	ser considerada su marca de fábrica. 
	   Darwinia, su novela más famosa y su primera 
	obra publicada en castellano, se enmarca perfectamente dentro de esa línea. 
	En 1912, Europa desaparece a los ojos del mundo y en su lugar, compartiendo 
	el mismo espacio geográfico y geológico, hay un nuevo continente 
	cuya flora y fauna son tan alienígenas y exóticas como el Marte de 
	Edgard Rice Burroughs. En el consiguiente caos, una expedición 
	científica trata de cartografiar esta terra incognita 
	(bautizada irónicamente como Darwinia por los periódicos), 
	inconscientes de las intrigas políticas que se producen por la conquista 
	del Nuevo Mundo. Y cuando descubren éstas no tardan en darse cuenta de 
	que son parte de una intriga más basta que quizá afecte a todo el 
	universo... al menos el que ellos conocen. 
	   La primera parte del libro es, hasta cierto punto, una 
	novela de descubrimiento: descubrimiento y exploración de esta nueva 
	tierra surgida de repente y descubrimiento de que las cosas no son lo que parecen, 
	que quizá el mundo entero no sea para nada lo que uno cree. A medida que 
	avanzamos en la lectura tenemos la impresión de que estamos ante la 
	clásica historia con trama oculta que sólo se nos desvelará 
	en la sorpresa final de las últimas páginas mientras el lector 
	avanza, entre intrigado y desconcertado, acompañando al protagonista 
	de la historia. Un protagonista que comparte más de un rasgo con los 
	superhéroes del cómic, con capacidades por encima de las de un 
	humano normal y fingiendo ser uno más; en realidad deseando 
	serlo. 
	   Pero Wilson renuncia voluntariamente a la sorpresa poco 
	antes del alcanzar el ecuador de la novela y, en un interludio de unas pocas 
	páginas, resuelve el misterio en torno a la aparición de Darwinia. 
	A partir de ahí la historia decae considerablemente, convirtiéndose 
	en una narración sin apenas sobresaltos y donde todo se encamina hacia 
	un final coherente pero claramente previsible. Pese a todo, Wilson consigue 
	mantener el interés: ha sabido crear un mundo lo suficientemente atractivo, 
	lo ha poblado de personajes consistentes y sabe contar su historia con fluidez y 
	elegancia. Así que uno sigue leyendo hasta el final, sin sentirse ya 
	maravillado, pero también sin decepcionarse por lo que ocurre, lo que no 
	es poco cuando estamos más que acostumbrados a tramas con un arranque 
	brillante que terminan desembocando en un pandemónium del que el autor 
	no sabe cómo salir. 
	   Lo mejor del libro es sin duda la primera parte, con 
	la exploración de ese extraño continente de fauna hostil y 
	desagradable que, en ocasiones, recuerda a ambientes creados por H. P. Lovecraft 
	o William Hope Hodgson; citar ciertos momentos de En las montañas de 
	la locura o Los náufragos de las tinieblas como referentes 
	para esa parte de la historia no es en absoluto descabellado. La novela alcanza 
	su punto fuerte en el primer interludio, donde se nos explica qué 
	está pasando, y a partir de ahí la narración es un largo 
	anticlímax que pese a todo no resulta aburrida gracias a la habilidad 
	narrativa del autor. 
	   Muchas son las cosas interesantes que se esbozan en 
	Darwinia y que Wilson renuncia voluntariamente a explorar en detalle: 
	la nueva ciencia (anclada en la Biblia y en las revelaciones divinas) que 
	surge a raíz de la sustitución de Europa por Darwinia; el mundo 
	físico como una simulación, como un programa informático 
	ejecutado en una máquina de dimensiones galácticas; el libre 
	albedrío humano como consecuencia inesperada de una invasión 
	parasitaria en el simulador; la envidia de la mortalidad por criaturas que, 
	desde cualquier punto de vista, serían consideradas dioses. El acierto 
	de Wilson está en que todas esas especulaciones están al servicio 
	de la historia que nos cuenta y en ningún momento ralentizan el ritmo de 
	la novela. Su mayor fallo (aparte del de desvelar el misterio demasiado pronto) 
	en no haberse lanzado sobre esas ideas con un poco más de 
	decisión. 
	   Lo peor de la novela, sin embargo, no es achacable a 
	su autor, sino a la edición española, plagada (especialmente 
	en la primera parte) de errores de composición que hacen molesta la 
	lectura en más de una ocasión. Especialmente desorientadores 
	resultan los párrafos extraídos del diario del personaje 
	principal, que tan pronto van en cursiva y con unos márgenes 
	distintos al resto de la narración, como en letra normal y compartiendo 
	los márgenes de la página. Como colección primeriza que 
	es, podemos ser indulgentes con Solaris Ficción, y desear que, en 
	próximos volúmenes, estos errores sean corregidos. 
	   Entretanto Darwinia es una lectura más 
	que recomendable, y Wilson un autor a tener en cuenta en el futuro. 
	 
	Esta reseña fue publicada originalmente en Drímar, la 
	página de Rodolfo Martínez 
	http://www.drimar.com/rudy/ 
	  
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