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		Erewhon, 
		de Samuel Butler
	     
            
		Título original: Erewhon, or, Over the Range
		 (1.872)
	     
            
		Portada: OPALWORKS
	     
            
		Traducción: Ogier Preteceille
	     
            
		Editorial: Minotauro 
		(2.003)
	     
	      
	    
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		 Samuel Butler
		
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		 Raúl Ruiz (Nemes), Marzo 2.004 
	
	     
	Las máquinas, siendo por sí incapaces de luchar, 
	han logrado que el hombre luche por ellas. 
	Samuel Butler 
	   1872. Una época en la que ser británico 
	significaba ser ciudadano del más importante imperio que el mundo 
	había visto, en la que los orgullosos súbditos de su majestad 
	la Reina Victoria podían considerarse, y con motivos más que 
	suficientes, los hombres más poderosos del planeta. Un siglo, cien 
	años, un instante de fe en la ciencia y en las máquinas, en que 
	éstas nos traerían la felicidad a todos. Un periodo en el que la 
	humanidad, a falta de una Gran Guerra que la despertara, aún 
	se permitía soñar con los milagros del progreso. En un 
	tiempo en el que lo mejor que te podía pasar en la vida era ser 
	inglés, irrumpe con fuerza y con una poderosa voz crítica un 
	extraño libro, Erewhon, firmado por un autor desconocido. 
	¿Por qué un libro que arremete contra lo más profundo del 
	ombliguismo británico? ¿Por qué una defensa del Darwinismo? 
	¿Por qué una crítica despiadada y furibunda del avance 
	científico y el maquinismo en plena época de las maravillas?  
	   Para intentar responder estas preguntas es imprescindible 
	conocer al autor de la obra porque, si de algo podemos estar seguros, es de 
	que hablar de Erewhon es lo mismo que hablar de Samuel Butler. 
	   Samuel Butler nació un 4 de Diciembre de 1835 en 
	Bingham (Nottingham), en el seno de una familia muy religiosa. Su padre es 
	pastor de la Iglesia Protestante, lo que, a priori, parece marcar el destino 
	del joven Samuel; seguiría los pasos de su padre. Pero no tardarían 
	en aparecer otro tipo de aspiraciones. Terminada la universidad, en lugar de 
	tomar su relevo y contraviniendo sus deseos, deja Inglaterra, pero no el 
	Imperio. Se va a Nueva Zelanda para dedicarse a la muy respetable pero poco 
	espectacular tarea de cuidar ovejas durante cuatro años, desde 1860 a 
	1864, momento en el que volvería a Londres. Una vez allí escribe 
	Erewhon, obra cuya edición corrió por cuenta y riesgo del 
	propio Butler y en la cual, a través de un viaje imaginario a una muy 
	discutible distopía, el autor se sirve del protagonista principal para 
	ridiculizar sutilmente a la sociedad victoriana. 
	   Erewhon (juego de palabras con las sílabas de 
	"nowhere"; es decir, ningún lugar) es un extraño país 
	escondido tras unas montañas y tras unas estatuas monstruosas de piedra 
	que hacen que todo aquel despistado extranjero que llegue a sus tierras dé 
	media vuelta presa del espanto. 
	   Higgs, nuestro joven y aventurero protagonista, huyendo 
	de su agobiada vida (claro paralelismo con la vida del propio Butler) no se 
	amilana al llegar a Erewhon y decide adentrarse en sus tierras, a la aventura. 
	Se encontrará con un país donde la maquinaria es anatema, donde 
	enfermar antes de los 70 años o estar triste es delito, ya que es 
	considerado responsabilidad de uno mismo. Este hecho chocante para el lector 
	no es más que una dura crítica contra las Actas de Enfermedades 
	Contagiosas promulgadas a finales del S. XIX en Inglaterra donde, tras un previo 
	examen médico, a cualquier enfermo de alguna dolencia contagiosa (esta ley, 
	evidentemente, se aplicaba solamente a personas con enfermedades venéreas) 
	podía ser desahuciado y alojado en Casas de Piedad o cárceles, 
	en el mejor de los casos, y Sanatorios mentales en el peor. A los degenerados 
	y pervertidos se los trata como desdichados enfermos que necesitan una cura y 
	terapia. En este hecho es fácil ver una crítica a la recta moral 
	victoriana donde todo aquello que no pertenecía a la ortodoxia más 
	estricta era considerado rechazable, enfermizo e insano. 
	   A partir de este punto el libro se convierte en una 
	sucesión de escenas de lo más variopinto que tienen por objetivo 
	explicarnos como es la vida en Erewhon. 
	   Butler filosofa sobre el progreso y su sentido, hace 
	comparaciones entre la evolución de las máquinas y la técnica 
	con la evolución de las especies propuesta por Darwin, sobre la línea 
	que separa lo orgánico y lo artificial, la progresiva y ciega 
	tecnocratización de la sociedad donde vive. Hay un capítulo 
	entero dedicado a un debate sobre el futuro de las máquinas, sobre si 
	conviene destruirlas para impedir la esclavización irreversible del ser 
	humano (y a partir de este punto me pregunto si este libro sirvió de 
	inspiración a los fallidos y muy ruidosos ludistas); o si, entendiendo a 
	las máquinas como animales mecánicos, habría que dejarlos 
	evolucionar. 
	   Erewhon es, ante todo, una curiosidad histórica. 
	Aunque no me ha parecido un mal libro en absoluto, tampoco acabo de estar de 
	acuerdo con los que lo consideran un referente ineludible e imprescindible para 
	entender los orígenes de la ciencia ficción. Más cercano a un 
	Swift que a un Wells, el libro transcurre con un estilo duro y a ratos plomizo, 
	tremendamente decimonónico, prácticamente sin diálogos y con 
	una prosa repetitiva y anacrónica que puede llegar a desesperar al lector 
	actual.	Es de esas obras que, por sus características y por la 
	intención del autor, se acaba encontrando con un obstáculo que 
	termina resultando insalvable: las propias limitaciones intrínsecas a 
	la novela como género literario. Erewhon hubiera sido un 
	magnífico ensayo y, sin embargo, se queda en una irregular y poco 
	más que aceptable novela, en la cual el hilo de los sucesos se pierde 
	con facilidad y los personajes no evolucionan ni adquieren personalidades 
	diferenciadoras. Simplemente se limitan a ser personificaciones de los conceptos, 
	ideas, actitudes o hechos que en cada momento el autor tiene a bien retratar. 
	Y se salva gracias a que Butler era en realidad un escritor con un buen estilo 
	y porque a ratos consigue perfilar una sociedad que, de tan delirante y absurda, 
	se hace interesante de leer. 
	   Es un libro que hace reflexionar sobre el futuro del 
	género y de las novelas utópicas en concreto. Bien es sabido que 
	en ciencia ficción, cuando se escribe una utopía, ya sea 
	ambientada en un futuro lejano a de aquí a dos días, ya suceda 
	en nuestro barrio o en una galaxia muy lejana, el punto de mira y el referente 
	directo está puesto en el presente. ¿Qué otro motivo puede llevar 
	a un novelista a escribir una utopía si no es el desengaño con el 
	presente y su denuncia y crítica? 
	   Por eso, y más después de leer esta novela, 
	me asalta una duda: ¿Es la novela utópica un género con rápida 
	fecha de caducidad? ¿Es la utopía un tipo de novela válida solamente 
	para sus contemporáneos y poco más? Me explico; 1984
	es una novela impactante y sobrecogedora, interesante y muy didáctica. 
	Leerla hoy en día es, a poco sensible que se sea, un impacto. Pero no tanto 
	como debió serlo para quién la leyó en 1948 y durante la 
	Guerra Fría. Hoy en día su impacto se ve notablemente reducido por 
	el hecho de que el tipo específico de gobierno que denuncia Orwell, el 
	stalinista, ya no existe. ¿Existe otro tipo de opresión y de totalitarismo? 
	Sin duda, pero no el que Orwell denunció concretamente. Y por ello 
	1984 pierde fuerza de una manera notable (aunque sigue siendo una 
	lectura absolutamente prodigiosa, se entiende)  
	   Erewhon es una crítica al Imperio 
	Británico y al progreso técnico desmedido del siglo XIX. 
	Es decir, denuncia por una parte un imperio que ya no existe más 
	allá de los libros de historia, y por otra parte, denuncia una 
	manera de entender la ciencia y el progreso pueril y extremadamente 
	optimista,  ya superada. Erewhon es, por tanto, un ataque contra 
	instituciones e ideas que ya no existen. Ideas e instituciones que la 
	Historia ya se ha encargado de poner en su sitio. Entonces, ¿qué 
	interés puede tener para el lector de principios del siglo XXI 
	(e hispanohablante para más señas) más allá 
	del estrictamente literario? Como utopía está superada, 
	como clásico precursor de la ciencia ficción tiene un 
	interés puramente anecdótico (viene ligeramente antes de 
	Wells y tampoco se aprecia una influencia muy remarcable); como fantasía 
	resulta una interesante replica al Gulliver de Swift, pero en 
	ningún momento lo trasciende (ni tales eran las pretensiones 
	de Butler).  
	  
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