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	Por Enric Quílez (Yarhel) 	
	
	Iniciamos con este artículo una nueva sección periódica 
	llamada Correlaciones. Su finalidad es la de ir comentando 
	temas de actualidad que hayan sido tratados con anterioridad 
	desde la óptica de la ciencia ficción, preferentemente en 
	formato relato o novela corta, aunque ello no excluye totalmente 
	las novelas. 
	La intención de esta sección, en formato de columna o artículo 
	corto, es la de promocionar la narrativa breve. En especial, 
	procuraremos ir alternando entre relatos y autores clásicos, no 
	siempre fáciles de conseguir, y narraciones recientes menos famosas 
	que las primeras. 
	Una advertencia antes de empezar: si bien en una novela es 
	relativamente sencillo no contar el final o aspectos esenciales de 
	la trama, en los relatos esto no es siempre posible. Cuando así suceda, 
	en la cabecera del artículo figurará un pequeño 
	icono de alerta de spoiler: un triángulo amarillo con un signo de
	 admiración en su interior, como es en este primer artículo. 
	Enric Quílez (Yarhel) 	
	   En mayo de 1941, la revista norteamericana de ciencia ficción 
	Astounding, publicó un número más que memorable. En él figuraban dos relatos 
	de Robert A. Heinlein de los que harían escuela y marcarían un antes y un después 
	en la ciencia ficción. Estos fueron "Universo" y "Solución insatisfactoria", 
	recogidos posteriormente en múltiples antologías, entre las que destaca en 
	castellano: 
	La edad de oro. 1941 
	   El primer relato, "Universo", fue importante por ser una de 
	las primeras especulaciones modernas sobre arcologías, esto es, grandes naves 
	espaciales con un ecosistema cerrado. Desde luego que es mucho más que eso, como 
	solían ser los buenos relatos de Heinlein. Pero el relato que comentaré es el 
	segundo, "Solución insatisfactoria", remarcable por muchos motivos, pero sobre 
	todo porque fue premonitorio de muchos fenómenos y sucesos que acontecieron poco 
	después y cuyos ecos aún resuenan hoy día, siendo de rabiosa actualidad. 
	   "Solución insatisfactoria" (Solution Unsatisfactory, 
	1941) es un relato singular. Describe unos Estados Unidos inmersos en la II 
	Guerra Mundial (cuando se publicó faltaban todavía siete meses para el ataque 
	japonés a Pearl Harbor) y que están desarrollando un programa nuclear que recuerda 
	bastante a lo que poco tiempo después sería el Proyecto Manhattan. Dicho programa 
	es una colaboración entre científicos, políticos y militares, dirigido más bien 
	por los últimos. A diferencia de lo que la historia escribiría, el gran 
	descubrimiento no será un arma de fisión sino un polvo radiactivo altamente 
	mortífero, derivado del proceso de purificación del uranio. 
	   Políticos y militares se dan cuenta rápidamente de que ha 
	caído en sus manos un arma de potencia devastadora: el arma final. Una guerra 
	mundial con ese tipo de armamento supondría el fin de la civilización. Los 
	Estados Unidos de entonces están regidos por un presidente bastante ecuánime 
	y honesto que tratará de dirigir el curso de los acontecimientos con sabiduría 
	y prudencia, aunque será el militar Manning, responsable del proyecto, quien 
	acabará dándose cuenta de todas las repercusiones que el Polvo mortífero 
	plantea. 
	   Los americanos ponen fin a la guerra en Europa 
	bombardeando Berlín con el Polvo, tal y como después sucederá en la realidad 
	con Hiroshima y Nagasaki. Aunque Heinlein es más "humanitario" y deja claro 
	que los alemanes son avisados varias veces de lo que les va a suceder, a 
	pesar de que no les crean. 
	   Si el relato sólo fuese esto, podríamos hablar de eso 
	que a algunos les gusta tanto halagar de la ciencia ficción: la capacidad 
	predictiva del género o de un escritor en particular, en este caso del 
	genial Heinlein. Pero eso sería caer en una de las trampas típicas que tiende 
	el género a los incautos, porque tan increíbles son las predicciones acertadas 
	de la cf, como descomunales son las pifias de lo contrario. El mismo Heinlein 
	en el relato acaba poniendo a los japoneses como aliados de los americanos. 
	Si bien es cierto que lo serán a partir de 1945, no lo fueron precisamente 
	durante la II Guerra Mundial... 
	   El relato es mucho más que profético: especula 
	brillantemente sobre lo que representaría para la Humanidad un arma de esas 
	características: el Arma de destrucción masiva definitiva. 
	   Las posiciones de los responsables del proyecto son 
	dispares. Así, los científicos creen que se trata de una abominación. La 
	científica responsable del descubrimiento acaba suicidándose cuando se entera 
	de que sus investigaciones han servido para perpetrar la masacre de Berlín. En 
	cualquier caso, el sentimiento de culpa es generalizado, si bien todos consideran 
	que han obrado para evitar males mayores. Es interesante ver que Heinlein 
	no utiliza el típico cliché de científico loco tan usual en su época ni 
	el del científico que cree que sólo está haciendo ciencia y no es responsable 
	del uso que otros hagan de sus descubrimientos. 
	   Los políticos y los militares parecen comportarse también 
	con honestidad, ya que se ven desbordados por una responsabilidad que ninguno 
	ha buscado. Podemos ver en ellos las diferentes sensibilidades que después 
	aparecieron en el mundo real sobre el uso que darle a la bomba atómica. Unos 
	creen que debe procederse al ataque preventivo (¿a alguien le suena eso?) y que 
	debe impedirse a toda costa que nadie más que los americanos tenga el Polvo 
	mortal. Para ello, se debe lanzar un ultimátum mundial en el que se prohiba 
	el uso de aviones que puedan dispersar el arma sobre grandes áreas y se conmina a 
	todos los estados a que entreguen sus aeronaves, so pena de ser atacados con el 
	Polvo. De esta manera, la guerra quedará desterrada y el mundo estará vigilado 
	por los gendarmes americanos que impondrán por la fuerza, si es necesario, 
	una Pax americana. 
	   Otros creen que debe constituirse una entidad supranacional 
	al estilo de la Sociedad de Naciones que ejerza dicho control, cuyos representantes 
	sean elegidos democráticamente y que sería quien controlaría el Polvo. Vaya, lo 
	que después fue la ONU, pero sin democracia y sin armas nucleares... 
	   El debate es bastante interesante y no vemos el clásico duelo 
	entre halcones y palomas. Ni si quiera es un debate entre ideologías. Es más bien 
	el triunfo del pragmatismo, de los hechos consumados. 
	   No sin renuencia, se adopta la primera solución: la Pax 
	americana (¿alguien dudaba que ésa sería la solución favorita de Heinlein?). Los 
	argumentos para ello no son del todo políticos. Se razona que una democracia es 
	aplicable a Norteamérica, Europa y tal vez a Sudamérica, pero improbable en Rusia 
	(entonces la URSS), África, la India o China. Está claro que en lo de la India 
	se equivocó, pero es evidente que, medio siglo después, no se puede hablar 
	todavía de democracia en China o en la mayor parte de África. 
	   Pero Heinlein incide más en lo práctico que en lo 
	correcto y tampoco se trata de un relato en el que se quiera justificar 
	demasiado la situación. 
	   También aquí Heinlein acertó bastante. No sólo estoy hablando 
	de Iraq y la famosa guerra preventiva. Cuando en 1945 Estados Unidos obtuvo 
	y utilizó la bomba atómica, hubo políticos y militares notables -como McArthur- 
	que sostuvieron que había que acabar con la Unión Soviética antes de que ésta 
	lograse acceder a la bomba y no fueron pocas las voces que apoyaron esta línea 
	de actuación. 
	   Lo verdaderamente sorprendente de este relato no es que 
	Heinlein previera en cierta manera el Proyecto Manhattan y algunas de sus consecuencias 
	más evidentes, sino la enorme cantidad de consecuencias en las que dio en el blanco 
	de manera fulminante: los efectos de la radiación, el remordimiento por el uso 
	del arma, el miedo a una guerra final, el pánico a que una tecnología de estas 
	características pudiese estar al alcance de casi cualquier estado, la guerra 
	preventiva... Y la guerra fría posterior con los soviéticos, porque hasta en esto 
	acertó. En el relato, los soviéticos hacen ver que aceptan la Pax americana, para 
	bombardear a traición a los americanos con el Polvo radiactivo que ellos 
	también han obtenido. 
	   Heinlein defiende la guerra preventiva, no como algo deseable, 
	sino como la única solución -y aun así insatisfactoria- para evitar una guerra 
	nuclear que exterminaría toda forma de vida sobre la Tierra. 
	   Hasta los detalles son fascinantes. El fin de la aviación 
	comercial para evitar que pueda diseminarse el Polvo sobre las ciudades nos recuerda 
	tristemente al 11 de septiembre y al posterior cierre del espacio aéreo americano, 
	medida realmente excepcional que en el relato se convierte en perpetua. 
	   Todavía hay otro aspecto remarcable. El presidente y el 
	militar que dirigen todo el cotarro son personas justas y honorables, aunque 
	no por ello se arredran a la hora de tomar decisiones difíciles. Pero Heinlein 
	ya nos advierte que este tipo de personas no abundan. Así, cuando el Presidente 
	sufre un accidente de avión y le sucede un vicepresidente menos honorable y 
	más corrupto, Manning toma una decisión de gran calado: ni más ni menos que 
	proclamar una dictadura militar mundial. Manning, el militar, ha acabado 
	creando una entidad supranacional que controla el Polvo. Podría parecer que 
	ha migrado hacia la idea de una ONU, pero no es así: dicha organización no 
	es democrática, está controlada personalmente por él. 
	   Así, siguiendo aquello de que Roma conquistó el mundo, 
	pero Grecia conquistó el corazón del bárbaro conquistador, Estados Unidos 
	impone una Pax americana y Manning se apodera de los Estados Unidos, 
	convirtiéndose en un dictador por necesidad, en una especie de 
	Cincinnato moderno. No es la figura conquistadora de Julio César o de 
	Napoléon, sino más bien la de Oliver Cromwell. En cualquier caso, dictador. 
	Podríamos resumir su postura en algo así como: a grandes males, grandes 
	remedios. 
	   Uno de los motivos que obligan a Manning a 
	adoptar esa decisión es que el nuevo Presidente tiene claro que va a emplear 
	el poder coercitivo que le ofrece el Polvo para favorecer los intereses 
	comerciales de Estados Unidos. Bueno, recientemente se supo por informes 
	de la Comisión Europea que una serie de países liderados por Estados Unidos, 
	entre los que se encontraban también Canadá y el Reino Unido, utilizaron 
	una red de espionaje electrónico sofisticadísima -la famosa Echelon- para 
	espiar a sus aliados europeos con finalidades comerciales. También 
	ahí dio en el clavo. 
	   Aun siendo un relato del año 1941, ¿no sigue estando 
	de rabiosa actualidad? ¿No nos hace pensar en que las cosas tal vez no hayan 
	cambiado tanto desde entonces? No tenemos un Manning, pero, ¿acaso no 
	vivimos bajo una especie de Pax americana? ¿No se ha utilizado el miedo 
	a una guerra nuclear, química o bacteriológica para presionar a muchos 
	estados a fin de que renuncien a dichos armamentos? Y no sólo pienso en 
	eso que han bautizado como Eje del Mal... 
	   Resumiendo: Heinlein fue profético, la realidad, 
	por una vez, no superó a la ficción y, si de alguna manera tuviese que 
	resumir la ideología que destila el relato, tal vez sería algo así como: 
	"el pragmatismo como doctrina". 
	   Es un gran relato y merece la pena leerlo, incluso 
	sabiendo de qué va. No perdamos de vista que Heinlein escribía muy bien 
	y que ha conseguido cosas tan notables como hacernos disfrutar de 
	narraciones que, si sólo por ideología las tuviésemos que juzgar, tal vez 
	estarían en las antípodas de nuestras más profundas creencias. 
	   Como apunte final, quisiera recomendar no sólo la 
	lectura de este relato sino, también, la del delicioso "Mairzy Doats", 
	incluido en el recién publicado Páginas perdidas de Paul di Filippo 
	(Grupo editorial AJEC), en que se describe una peculiar ucronía en la 
	que Robert Heinlein ha sido elegido presidente de los Estados Unidos 
	y ha puesto en práctica algunas de las ideas de este relato. Verderamente, 
	vale la pena leerlo... 
	 
	
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