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		La penúltima verdad, 
		de Philip K. Dick
	     
            
		Título original: The Penultimate Truth
		 (1964)
	     
            
		Portada: OPALWORKS
	     
            
		Traducción: Antonio Ribera
	     
            
		Editorial: Minotauro - Biblioteca Philip K. Dick 
		(2004)
	     
	      
	    
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		 Rafael Martín (Guly Foyle), Julio 2004 
	
	    En enero de 1953, por treinta y cinco centavos de dólar, 
	hubiera podido comprar en los Estados Unidos la revista Galaxy, que 
	estaba dirigida en aquel entonces por Horace L. Gold. En ese número la portada 
	era de Ed Emshwiller; no era una portada muy agraciada artísticamente, pero, 
	como todas las de Emsh, sí era una acertada visión de una de las historias que 
	se narraban en la revista. Y, para ese mes, el editor eligió el relato "The 
	defenders" de Philip K. Dick. Era la primera vez que una de las obras de Dick 
	ocupaba la portada de una de las revistas más prestigiosas. Diez años después 
	retomó la idea central del relato y escribió La penúltima verdad. Éste 
	modus operandi se convertirá en marca del autor. La gran producción de 
	relatos cortos de Dick, durante los años cincuenta, fue el banco de pruebas 
	donde experimentó con las ideas centrales de su gnosis personal sobre la 
	existencia, que posteriormente fueron desarrollándose en novelas como 
	Tiempo de Marte, Simulacra o Ubik. Por otra parte, 
	es bien sabido que la mayoría de sus obras no se publicaron en el orden en el 
	que fueron escritas. Entre 1963 y 1965 surgen novelas como Simulacra, 
	Los clanes de la luna alfana, Los tres estigmas 
	de Palmer Eldricht o La penúltima verdad. 
	   Para millones de personas, la Tercera Guerra Mundial 
	continúa asolando la superficie de la Tierra. En los campos de batalla sólo 
	pueden luchar robots, fabricados por los refugiados que viven bajo tierra con 
	la esperanza del fin de la contienda. Pero la realidad es bien diferente: sólo 
	unos cuantos privilegiados, que viven en grandes mansiones, saben que la 
	guerra terminó hace años. La Gran Mentira debe seguir para que puedan mantener 
	su estatus, y no hay manera mejor que controlando los medios de comunicación. 
	El cruce de destinos hará que refugiados como Nicholas Saint-James, comisarios 
	políticos como Stanton Brose, así como operarios que mantienen el sistema como 
	Joseph Adams, confluyan en un juego policial en el que la vida de unos pocos 
	pende de un hilo y la vida de muchos comenzará a resquebrajar la olla a presión 
	en la que se ha convertido la situación mundial. 
	
	   No busquemos en La penúltima verdad arte 
	literario, en Dick no lo hay. El estilo es tosco y sin concesiones a la lírica. 
	Como siempre, Dick nos cuenta una historia con los adornos imprescindibles para 
	que su editor viera en ella una novela de ciencia ficción. En esta ocasión fue 
	entretejida en una trama con tintes policíacos y de denuncia sociopolítica; de 
	esta manera, ese pensamiento, sensación o vivencia, que le acuciaba como una 
	crisis existencial, será escrita como catarsis y terapia auto impuesta y, así, 
	dada a los lectores del género, como otras tantas veces, por necesidad económica, 
	que difícilmente cubría, y psicológica, que sólo él sabría hasta dónde le 
	ayudaba. 
	
	   Utilizando los refugios antinucleares "muy al gusto del 
	momento", Dick usa el mito de la caverna de Platón para hablar de apariencia y 
	realidad, así como de la dificultad de llegar a la gnosis. Como es habitual, 
	el autor escribe con cierta confusión, seguramente anfetamínica, que genera 
	una velocidad de vértigo y en ella encuentra una posible respuesta en la lucha 
	de fuerzas contrapuestas, las que destruyen y las que crean. Es el Mal, 
	encarnado en Stanton Brose, el que construye "La Gran Mentira", que es 
	la auténtica caverna y, así mismo, es el que pone todos los impedimentos en el 
	camino de la ascensión hacia la libertad que da el conocimiento. Mediante la 
	manipulación de los medios de información no sólo transforma la realidad, sino 
	que además cambia el pasado histórico. La opción preferencial de Nicholas 
	Saint-James será la entrega de sí mismo, esto es, el humanismo cristiano, y así
	 será cuando alcance la libertad de espíritu. No veamos en Dick una religiosidad 
	oficial y establecida, sino más bien una espiritualidad en proceso de 
	autodescubrimiento, que se verá realizada, entre locura y genialidad, en la 
	siguiente década del autor. 
	
	   La edición que Minotauro está llevando a cabo con la obra 
	de Philip K. Dick es digna de elogio. Ya no es necesario ir de caza por las 
	librerías de viejo para encontrar uno de esos incunables que nos faltaba y que 
	nos saciaba hasta el siguiente encuentro; con esperar hasta la próxima edición 
	es suficiente.  
	
	   Lector, si buscas rebeldía, puedes leer los relatos de 
	Harlan Ellison; si quieres una incisa mirada al hombre, lee los de James 
	Tiptree Jr.; sí deseas que la narrativa sea del mejor estilo, escoge sin 
	dudarlo a Bernard Wolfe; que quieres interiorizar en ti mismo, casi cualquiera de 
	Ballard puede ser lo mejor; pero si quieres ver lo que ninguno vio, lee a 
	Dick. Tanto en sus grandes obras como en las de segunda fila, seguro que 
	encontrarás momentos que intuirás de verdadera trascendencia, como si por 
	medio de él tocáramos, aunque solo sea por unos instantes, la auténtica 
	esencia de la vida. 
	  
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