|  
	 Esta crítica ha sido leída 
              34095              veces 
         Por Miguel Valle (Zeke)
	
	 Unas palabritas de novato 
	
	   Fiuuuu, ¿quién me lo iba a decir? Hace algo más de dos 
	meses me llegó un mensaje privado de Nacho, al que todos conocéis. Con la paranoia 
	habitual del forero común me dije: "Ostras, ya la has cagado. ¿A ver qué demonios 
	he hecho?". Pero no. Era una invitación de lo más cortés a sumarme al señor Iñaki 
	Bahón para comentar algunas películas. Sorpresa, emoción y sentido de 
	responsabilidad aparecieron de pronto en el horizonte, acompañados de, cómo no, 
	cierta duda respecto a estar a la altura de las circunstancias. Si estáis leyendo 
	esto es que he pasado el filtro, así que ya puedo respirar de nuevo. 
	
	   Sólo me resta pediros paciencia a los amables (y sufridos) 
	lectores que vais a leer estás líneas. 
	
	Troya 
	   La película se nos presenta como una reinterpretación 
	realista de La Ilíada y de todos los textos que componen el ciclo troyano, 
	incluyendo La Eneida de Virgilio, con una de las referencias más 
	sonrojantes que recuerdo; ¿en qué estarían pensando los guionistas?. Pero vayamos 
	por partes. 
	
	   Desprovista de cualquier justificación mitológica y alejada 
	de cualquier veleidad fantástica, esta Troya plantea la guerra como 
	consecuencia de las ansias expansionistas de Agamenón (Brian Cox, que parece 
	adscrito a ser el malo de la función), que toma como pretexto para iniciar las 
	hostilidades la consabida infidelidad de la esposa de su hermano, Helena. A este 
	respecto se ha cuestionado la poca importancia dada al romance entre Paris y 
	Helena, e incluso la elección de una muy discreta Diane Kruger, hermosa 
	pero no arrebatadora, para darle vida (del blandito Orlando Bloom prefiero 
	no hablar). Personalmente, y dado el planteamiento "realista" del filme, quién 
	sabe si no lo podemos considerar como un acierto de casting; sabemos que 
	Helena no es más que una excusa, con lo que casa muy bien con lo que nos están 
	vendiendo en esta versión.  
	
	   En La Ilíada se mezclan alegremente la sociedad del 
	siglo VIII A.C. (momento en el que fue recopilada, más o menos) con apuntes 
	coloristas de épocas anteriores que den la adecuada patena de antigüedad al 
	relato satisfaciendo al auditorio. Así tenemos la panoplia arcaica de Ayax, el 
	casco de dientes de jabalí de Ulises, etc. 
	
	
	
	  |  
	| Héctor y Paris |  
	 
	   La película de Petersen sigue el mismo modelo mezclando 
	distintas épocas buscando el mismo objetivo: contentar al espectador. Toda la 
	iconografía, la decoración, el vestuario y el armamento pertenecen a épocas 
	históricas muy alejadas del momento en que se sitúa la verdadera guerra de 
	Troya (siglo XIII - XII A.C.). Los aqueos parecen más bien sacados de las falanges 
	griegas del siglo V A.C.; las pentécoras, que probablemente se usaron, se transforman 
	en enormes y poderosas trirremes; e, incluso, si la memoria no me falla, hasta 
	podemos ver algún casco ático. Los troyanos tienen un adecuado aspecto oriental, 
	más basado en los persas que en otra cosa, y lo mismo ocurre con la reconstrucción 
	de su ciudad, donde se mezclan estilos sin ningún tipo de orden y coherencia. Aunque 
	podemos destacar algún apunte colorista que me hizo bastante gracia, como el escudo 
	de bronce de Ayax o los leones de Micenas presidiendo el salón del trono de 
	Agamenon. 
	
	   De este modo, Troya no deja de ser un popurrí diseñado 
	para que el espectador actual no perciba elementos disonantes o extraños en la 
	reconstrucción, y que ésta se asemeje a la visión que todos tenemos, aunque sea 
	inconscientemente, de lo que pudo ser la guerra. Con todo, a nivel estético, la 
	película cumple: resulta bastante interesante y atractiva para el espectador no 
	interesado en una reconstrucción fidedigna (es decir, la gran mayoría). Por otro 
	lado, es de agradecer que la visión de Petersen esté siempre en el lado 
	humano sin regodearse en la pasta invertida en los espectaculares decorados. 
	Simplemente están ahí para cumplir su función y crear una imagen adecuada 
	de la época. 
	
	La Historia 
	   Troya comienza prácticamente in media res, 
	resolviendo en pocos minutos algunas historias importantes para la progresión 
	de la película: la seducción de Helena, el resentimiento de Aquiles hacia 
	Agamenon (aunque desde el principio el director se empeña en ir humanizando 
	a la máquina insensible de Aquiles para hacerle más simpático de cara al espectador) 
	y la presentación de algunos secundarios ciertamente desaprovechados como Ulises. 
	
	
	  |  
	| Aquiles |  
	 
	   La parte central se ajusta bastante bien a los hechos narrados 
	en La Ilíada: la cólera del Pélida Aquiles ante el ultraje de Agamenon al 
	arrebatarle a Briseida, y su enfrentamiento con Héctor. Durante este tramo, con 
	mucho el más interesante y el mejor realizado, Héctor y Aquiles se erigen en los 
	protagonistas, consiguiendo el señor Petersen, que de dirigir sabe algo, 
	un adecuado equilibrio entre ambos, aunque las simpatías personales del que
	suscribe están con Héctor. 
	
	   Aquiles (Brad Pitt) se presenta como una máquina de 
	matar, un ser que sólo encuentra su sentido en el caos y el fragor de la batalla. 
	"Sólo tienes un don", le dicen, "y es matar". Sólo busca la gloria, 
	que su nombre resuene a través del tiempo hasta el fin del mundo. Incluso se las 
	arreglan para introducir la profecía de Tetis
	(1)
	, su madre, anunciándole que puede 
	vivir feliz, tener hijos y perderse en el olvido o luchar bajo las murallas de 
	Troya y morir consiguiendo la fama eterna. La elección de Aquiles sólo puede ser 
	una. 
	
	   Con este bagaje, el personaje no puede ser más que un ser 
	desagradable, un monolito viviente, un arquetipo que sólo sirve para engrandecer 
	la humanidad de Héctor. Pero este punto no es comprendido por los guionistas de 
	Troya, que necesitan humanizar a Aquiles y, por supuesto, descartar 
	cualquier tipo de ambigüedad que pueda arrojar alguna mancha al rostro bien 
	alimentado de Brad Pitt. Así desaparece la homosexualidad imperante en 
	la época (en otros tiempos la hubieran insinuado, snif, snif). De hecho su 
	primera aparición es en su tienda con un par de mujeres dormidas, para que no 
	tengamos dudas, y su amante Patroclo se convierte en un inofensivo primo. 
	
	   Como decía, en su concepción, Aquiles debería ser un 
	antihéroe y, de paso, una oportunidad única para que el Hollywood actual (y 
	me refiero al de grandes películas de género) demostrara algo de madurez y 
	nos ofreciera un protagonista de estas características. Durante bastantes 
	minutos, a pesar de haberle quitado mucho hierro, se apunta en esta dirección, 
	haciéndonos confiar en que Aquiles no se comportará como un sano muchachote 
	yankee. Y claro, nos la dan con queso. En el último tercio del filme 
	deciden remozarlo del todo, como en toda superproducción que se precie, y no 
	dudan sacrificar la lógica del personaje para conseguir una conclusión 
	adecuada a las mentes hollywoodienses. 
	
	
	  |  
	| Héctor |  
	 
	   Mientras la esencia de Aquiles es traicionada por un 
	final digno de traca (o de escarnio público), Héctor (Eric Bana) está 
	estupendamente retratado. Se trata del personaje más humano de La Ilíada 
	y ha conservado esa condición en el filme. Le vemos como un adalid, un director 
	de hombres, un guerrero que lucha porque debe luchar pero que siente, que 
	padece y sufre con cada victoria. Un hombre que piensa en su familia, en su 
	patria y que tiene algo por lo que luchar. No es el más fuerte ni el más 
	diestro ni invulnerable, es un mortal como cualquier otro. Por eso hay más 
	épica en sus victorias que en las limpias carnicerías de Aquiles. Por eso es 
	más grande y no cesa de crecer en cada momento, hasta el inevitable 
	enfrentamiento con Aquiles. 
	
	   Durante esta parte, el ritmo es correcto, intercalando 
	la historia de los dos personajes principales con las tramas secundarias; 
	la cobardía de Paris, las dudas de Helena, el desprecio de Agamenon hacia 
	Aquiles o los ardides de Ulises mediando entre ambos. 
	
	   Este tramo central se inicia con un más que correcto 
	desembarco de Aquiles, resuelto en unas escenas muy bien realizadas que 
	dibujan su ansia bélica y anticipan su enfrentamiento con Héctor. Asimismo 
	lo vemos por primera vez ensangrentado hasta los codos, mostrando un estilo 
	de lucha muy bien pensado y coreografiado, que 
	le describe mejor que cualquier parlamento. No sólo combate rápida y 
	certeramente (Aquiles el de los pies ligeros) sino que muestra una ausencia 
	de pasión, una precisión casi mecánica que casa muy bien con la imagen de 
	este peculiar héroe. 
	
	   Como decía, tras el desembarco y el primer encuentro 
	entre los dos personajes antagónicos, hace su aparición Briseida, el 
	detonante de su enfrentamiento con Agamenon y que significará la retirada de 
	Aquiles del campo de batalla. Este personaje, interpretado por Rose 
	Byrne, adquiere una importancia cada vez mayor porque es la encargada 
	de dotar de humanidad al personaje de Brad Pitt y conseguir una 
	adecuada transformación en el mismo. 
	
	  |  
	| Desembarco |  
	 
	   Durante gran parte del metraje la relación está bien 
	descrita. Briseida se convierte un elemento atípico en la vida de Aquiles, 
	un contrapunto para la vida brutal que lleva y la búsqueda de gloria a la 
	que está predestinado. No obstante, da la sensación de que carece del peso 
	específico para conseguir la transformación de éste, resultando el 
	enamoramiento entre ambos como algo un poco impostado, como si al decidir 
	prescindir de la historia de Helena y Paris fuera necesaria otra historia de 
	amor para redondear el filme. 
	
	Batallas, clímax y duelos personales 
	   Las escenas de batalla están rodadas con cierta pericia, 
	bajando la cámara desde planos generales hacia el interior de los combates, 
	consiguiendo una adecuada mezcla entre los efectos generados por ordenador 
	y el trabajo de los extras. No obstante, como viene siendo habitual en las 
	últimas superproducciones de este tipo, y a pesar de que en ésta se ha 
	intentado dotar de una mayor lógica a la lucha, como la batalla bajo los 
	muros de Troya
	(2)
	, todavía existe cierta confusión entre planos subjetivos y 
	objetivos. Priman demasiado los primeros, dejando de lado la claridad 
	narrativa a favor de transmitir el caos y confusión en un combate y dar 
	sensación de rapidez y premura, moviendo, a veces, sin mucho sentido la 
	cámara. Aspecto hasta cierto punto cuestionable ya que no sólo aparecen 
	ejércitos con un fondo de hombres completamente irracional (ningún ejército 
	lleva un fondo de más de ocho hombres), sino que enseguida la contienda se 
	convierte en un caos absoluto, como si sólo mantuvieran la formación para 
	hacer bonito en el plano general al principio de la secuencia y luego nos 
	olvidáramos de ello. Así todos los combates masivos parecen iguales, un 
	montón de tipos zurrándose, independientemente de que unos sean lanceros, 
	otros infantes con armadura o combatan en formación cerrada. Todo sea por el 
	espectáculo. 
	
	
	  |  
	| Una "linda" formación |  
	 
	   Dos ejemplos pueden ilustrar esto. En el avance 
	troyano aplastando a los griegos, se echa de menos una imagen mostrando 
	el rodillo troyano, la formación cerrada que desbanda a los griegos. El 
	desarrollo es confuso y no se percibe el caos en las líneas aqueas. O el 
	ataque nocturno de los troyanos, aquél en el que incendian los negros 
	bajeles y que obliga a Patroclo a armarse con los pertrechos de Aquiles 
	e insuflar un poco de valor a las tropas aqueas. Se trata de una situación 
	que requiere tempo, que la realización permita al espectador percibir 
	adecuadamente el descalabro de los aqueos y lo que supone la reincorporación 
	de Aquiles al combate. Pero todo es resuelto con premura, confundiendo la 
	acumulación de situaciones y el rodaje frenético con la tensión y el 
	ritmo. Sucede tan aprisa que el drama (la muerte de Patroclo) no alcanza
	su clímax, desperdiciando, así, uno de los grandes momentos de la 
	historia.  
	
	   No obstante, Petersen vuelve a pausar el filme, a 
	conceder metraje para crear la necesaria predisposición en los espectadores 
	con el enfrentamiento entre Aquiles y Héctor. Se detiene en el amanecer, 
	en la despedida de Héctor (aunque me sigue resultando más emotiva la 
	descrita en La Ilíada), en la marcha de Aquiles ignorando el 
	llanto de Briseida (que continúa realizando su papel de conciencia), etc. 
	
	   El duelo, bien resuelto, está impregnado en el 
	fatalismo de quien sabe que Héctor está sentenciado, y la virtud de la 
	dirección es que permite alentar una esperanza para el personaje de Eric 
	Bana, aun sabiendo que es imposible. Petersen logra mantener con 
	nervio la incertidumbre y con ese momento consigue, sin duda, el clímax del 
	filme. 
	
	El Final 
	   Muerto Héctor, el realizador o el productor, o quién sea, 
	pierde el interés por la historia, y si, hasta entonces, había mantenido una 
	coherencia y un dibujo claro de personajes, toda lógica se desvanece, tanto en 
	el guión como en la realización. 
	
	   El apresuramiento que se había percibido en determinadas 
	secuencias vuelve a aparecer en una escala creciente, como si al agotarse el 
	material de La Ilíada y tener que recurrir a otros textos, la base, el 
	sustento del filme, desapareciera. Perdemos la noción del transcurso del tiempo 
	(que tampoco había sido muy clara hasta el momento) y aunque nadie esperaba que 
	narraran los diez años de la guerra de Troya, sí se debiera haber transmitido 
	la sensación de un asedio prolongado. Pero no. Desde la muerte de Héctor todo 
	se sucede sin solución de continuidad, y la calidad y el respeto mantenidos 
	hasta ese momento se diluyen en un final digno de serie B. 
	
	
	  |  
	| El caballo de Troya |  
	 
	   Al ducho en ingenios, Ulises, lo vemos idear el caballo 
	de Troya en un plis plas, y la justificación para la retirada de los aqueos de 
	la playa es de risa: la peste. Algo que nadie ha visto, que nadie espera y 
	que nadie se puede creer. Te lo cuentan y tú dices, pues vale. Aquiles 
	completa su humanización fuera de la pantalla. Ni siquiera asistimos 
	a alguna secuencia que muestre la lucha interior entre sus deseos de gloria y 
	la atracción (o compasión) que siente por Briseida. El héroe no puede dejar 
	marchar a la chica (¿por qué no?, me pregunto yo). Así, la primera noticia de 
	esto es un plano de Aquiles escalando los muros de la ciudadela interna con 
	un sólo objetivo: rescatarla y largarse juntos a las islas felices. 
	
	   Es evidente que en el último momento se exige esta 
	transformación, esta bondad en el héroe; por eso no puede morir antes del saco 
	de Troya. Hubiera sido la excusa perfecta para la retirada de los aqueos; muerto 
	su campeón, con la moral por los suelos, podríamos entender perfectamente 
	su huida. Claro, que esto supondría prescindir de la estrella en el último 
	tercio del filme y eso no queda tan bonito, ¿verdad? 
	
	   Así pues, mientras los aqueos toman Troya gracias al 
	ardid de Ulises, en unas secuencias totalmente descafeinadas, todo sea dicho, 
	Aquiles pasea el palmito a la búsqueda de su Briseida, y cuando están a 
	punto de encontrarse un pánfilo llamado Paris (Orlando Bloom, más 
	blandito que nunca) se lo cepilla (con flechazo en el talón y todo) casi 
	por casualidad y cuando el héroe ya era bueno. Vamos, de juzgado de guardia. 
	Y eso que prefiero omitir algunas secuencias que rozan casi la estupidez. 
	En Resumen 
	   ¿Qué podíamos esperar de Troya?
	(3)
	. Resulta claro 
	que el modelo seguido es Gladiator y no las sagas recientes del 
	fantástico. Se ha tratado de ofrecer un espectáculo más adulto, más 
	complejo, entendiendo que es irreconciliable la parte más mitológica,
	más fantástica de la historia. Aunque ello haya llevado al director y a los 
	productores a una versión historicista tan falsa como el más rancio peplum, 
	pero más acorde a la mentalidad actual. Dentro de este planteamiento, y 
	sin juzgar el acierto o no del mismo, es comprensible que la idea de Afrodita 
	escondiendo a Paris en su combate con Menelao o a Aquiles luchando contra 
	el Escamandro, ya no funcionen en el público actual. 
	
	
	  |  
	| Aquiles meditando |  
	 
	   Asumiendo esta concepción de Troya, una Troya 
	humana, creo que el filme acierta en muchos aspectos, principalmente en el 
	tramo central, donde quedan perfectamente retratados Aquiles y Héctor, ofreciendo 
	no sólo el consabido espectáculo de batallas, sangre y sudor, sino algo más de 
	profundidad, algo de interés. 
	
	   Si bien es cierto que gran parte de la ambigüedad de 
	los personajes y la cuestionable moral del héroe homérico están difuminadas. 
	Se exige una polarización de los personajes (el caso de Agamenon) y se 
	inclinan hacia el lado correcto a unos héroes que, cuando menos, 
	se muestran con un elevado grado de ambigüedad en la obra original, siendo 
	Aquiles el paradigma (que por cierto, tal y como está planteado el filme, 
	podría haberle dado título sin problema). 
	
	   Por otro lado, algunas otras caracterizaciones muy 
	interesantes quedan desdibujadas por el poco metraje que se las dedica, como 
	el cinismo de Ulises (interpretado por Sean Bean), cuando convence a Aquiles 
	para combatir o cuando le reprocha su completa libertad para actuar según 
	sus propios deseos, no como él, que debe gobernar un reino. 
	   Tampoco conviene olvidar que en pro de una mayor claridad 
	muchos elementos han desaparecido o personajes interesantes son liquidados con 
	excesiva facilidad (desde Ayax a Menelao, pasando por esa breve mención a Eneas 
	al final del filme), y la pacata mentalidad actual exige escarmientos 
	ejemplarizantes para los malos de la función (la muerte de Agamenon a manos de 
	Briseida) 
	
	   Pero también es cierto que la mayoría de estos despropósitos 
	se acumulan en el último tercio del filme, que destroza gran parte de los aciertos 
	de la película. Probablemente, si me hubiera levantado de mi butaca tras el 
	apasionante duelo entre Héctor y Aquiles hubiera llegado muy feliz a mi casa. 
	Pero las últimas producciones de este tipo (e incluyo a Gladiator con un 
	final casi más inverosímil que éste, pero que cuenta con una realización mejor, 
	al menos no tan apresurada) ya nos han acostumbrado a esta sensación agridulce. 
	 
	(1)
	Esta secuencia, rodada en la orilla contiene cierto guiño mitológico. No 
	olvidemos que Tetis es una diosa marina, y es, por tanto, muy apropiado que en 
	esta versión "historicista" de Troya el encuentro se produzca en el agua 
	(2)
	Batalla por otro lado totalmente fiel a la versión homérica, con los 
	troyanos esperando a pie firme, fuera de las murallas, el avance aqueo. 
	Recordemos que los hombres no se ocultan tras los muros como los afeminados 
	arqueros.  
	(3)
	A la hora de escribir esta crítica decidí no revisar La Ilíada, cosa que 
	tampoco hice antes de ver el filme. En cierta manera quería llegar lo más "virgen" 
	posible a la sala y juzgar sin tener muy presente el texto de Homero. Por ello, 
	todos los fallos y omisiones son achacables a mi mala memoria. 
	 
             
            @2004 Miguel Valle (Zeke) para cYbErDaRk.NeT 
              Prohibida su reproducción sin permiso expreso del autor 
             |