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		Celtika, 
		de Robert Holdstock
	     
            
		Título original: Celtika
		 (2001)
	     
            
		Portada: Larry Rostant
	     
            
		Traducción: Mª José Vázquez
	     
            
		Editorial: Timun Mas El códice de Merlín [1] 
		(2003)
	     
	      
	    
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		El grial de hierro, 
		de Robert Holdstock
	     
            
		Título original: The Iron Grail
		 (2002)
	     
            
		Portada: Larry Rostant
	     
            
		Traducción: Mª José Vázquez
	     
            
		Editorial: Timun Mas El códice de Merlín [2] 
		(2004)
	     
	      
	    
		El libro en cyberdark.net
	     
	    
		 
		Libro disponible en la tienda de cyberdark.net
	     
	     
		
		 
		 Robert Holdstock
		 
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		 Ignacio Illarregui Gárate (Nacho), Julio 2004 
	
	    Como ya demostró en los hoy en día inencontrables Bosque 
	mitago y Lavondyss, Robert Holdstock siente una especial predilección 
	por el funcionamiento de los mitos. En ambas, y supongo que en el resto de novelas 
	de la serie no traducidas a nuestro idioma, exploró y jugó tanto con sus raíces 
	como la forma en que ciertos arquetipos interactuaban con el individuo actual. 
	Ahora, años después, Timun Mas lo ha devuelto a nuestras librerías con un curioso 
	ciclo de tres libros que no se aleja en demasía de este planteamiento. En unos 
	tiempos donde la termomix funciona a todo trapo, El códice de Merlín 
	da una vuelta de tuerca más a la antigua costumbre de que, cuando todo parece ya 
	contado y no hay ideas originales en el horizonte, antes de una nueva refundación, 
	lo que se hace es juntar elementos de muchas fuentes anteriores para construir un 
	objeto "nuevo" en el que el mestizaje lo es todo.  
	   Digo antigua costumbre porque la tradición viene de viejo. 
	Tal y como se puede leer a Lin Carter en El origen de ESDLA, las últimas 
	eddas nórdicas llegaron a incluir temas relacionados con La Ilíada u otras 
	epopeyas clásicas; y los postreros libros de caballerías escritos en el siglo XVII 
	mezclaron todo tipo de héroes y diseños extraídos desde las leyendas artúricas a 
	la canción de Roland. Esta razón histórica ayuda a entender cómo, una vez que de 
	nuevo todo parece inventado, cuando la ausencia de originalidad entra por la puerta 
	la "vergüenza" salta por la ventana, sin que la calidad tenga que resentirse. Así 
	no extraña que Neil Gaiman haya forjado su exitosa carrera a base de arrasar con 
	todo tipo de cosmogonías; 
	China Miéville
	haya deslumbrado con su mezcolanza de literatura victoriana, gótica, horror 
	existencial, steampunk y ciencia ficción atmósferica; o el genial
	Sapkowski
	haya saqueado sin pudor en su saga de Geralt de Rivia las ricas costumbres 
	centroeuropeas, bastante desconocidas por el lector hispano. 
	   Situado en este contexto, aunque en un primer momento produzca 
	esa impresión, la mera posibilidad de que se pueda juntar en una misma historia la 
	Argonáutica, el Kalevala y el ciclo artúrico no suena descabellado. Es una 
	consecuencia "lógica" de los tiempos que vivimos. La clave está en cómo se haga esa 
	amalgama (¡viva perogrullo!). Gracias sean dadas al Hacedor, como demostró hace dos 
	décadas con el bosque de los mitos, Holdstock conoce a fondo la tradición y construye 
	una narración coherente consigo misma, respetuosa con cada una de sus fuentes y 
	consistente. Puede que, como diré más adelante, fracase en determinados puntos, pero 
	el recorrido por el que nos lleva es valiente y está bien trazado. 
	Celtika 
	   Setecientos años después del viaje original del Argos en busca 
	del vellocino de oro, pocos después del colapso del fugaz imperio de Alejandro Magno 
	y antes de la irrupción de Roma, el único tripulante que queda con vida, Merlín, llega 
	a las heladas tierras del norte de Europa en busca de la embarcación y de su patrón. 
	Ambos se encuentran sumergidos en lo profundo de un lago helado, protegidos por gélidas 
	temperaturas, un grupo de criaturas acuáticas, un puñado de espíritus y una ominosa 
	presencia que tiene allí su morada... que no suponen demasiadas complicaciones. Una 
	vez reflotada y remozada la nave, reclutan una nueva tripulación para realizar una 
	misión no tan señera como la búsqueda del vellocino pero igual de fundamental para su 
	patrón: encontrar a los hijos de Jasón, perdidos hace siglos a manos de su esposa 
	Medea.  
	   Esa misión, que al principio no está muy clara, es la que 
	Holdsotck va a relatar a lo largo de toda la novela, manteniendo una "bruma" misteriosa 
	que los propios acontecimientos irán levantando hasta llegar al final, cuando el juego 
	y la trama del próximo libro quedan planteados. En medio está lo que lleva de A, el 
	lago encantado, a B, el desenlace del primer acto. Aunque no se puede decir que el 
	autor sea excesivamente ortodoxo, se le perdonan algunos de los vaivenes que pega; 
	el viaje físico del Argos es el lógico y normal, y las peripecias que atraviesan 
	sumamente coherentes. 
	   Ahí destaca la atmósfera con la que impregna a su Europa de 
	las tribus extraídas del final de la edad de los metales, con un medido aire histórico 
	donde todos los componentes coexisten de forma natural sin que haya tirones 
	anacrónicos. Esto propicia un juego tan divertido, sobre todo para los lectores 
	que estamos poco avezados en estas lides, como el de tratar de situar el lugar 
	donde sucede cada acción, establecer qué relación tiene cada elemento con las 
	leyendas que podamos conocer e indagar dónde están las raíces de lo que vendría 
	a ser después la historia del unificador de Britania. Eso convierte el periplo 
	en una experiencia enriquecedora. 
	   Lamentablemente no todo pueden ser alabanzas. Aunque los 
	personajes principales son ricos y tienen matices atrayentes (un Jasón obsesionado 
	por su cruzada y hasta el gorro de ser un peón de dioses; un inmortal Merlín, joven 
	por fuera, anciano por dentro y temeroso de utilizar su poder por si envejece 
	"prematuramente") acaban resultando un poco cargantes. Especialmente el protagonista, 
	un agonías de cuidado al que se las dan con queso cada dos por tres y que duda más 
	que Hamlet cuando se mira a sí mismo. Algo en franca contradicción con la epopeya 
	que parece ser Celtika, que requería un narrador un poco más decidido o, 
	al menos, no tan veleta. Este defecto en la caracterización también se observa en 
	los secundarios que participan en la expedición, presentados como en los cantos 
	clásicos, citándose su nombre y las propiedades heroicas que los hacen dignos de 
	figurar en la tripulación. Pero, salvo en un par de casos muy determinados como 
	el hercúleo Rubobostes o el honorable Urtha, no se desarrollan y les falta el 
	carisma necesario para llamarlos Héroes. Unos argonautas con a minúscula. 
	   Esta ausencia de hálito épico se aprecia igualmente en la 
	trama que, salvo algún bajón en el pulso narrativo, está bien llevada. Pero es 
	triste que después de 341 páginas apenas haya una sola acción que puedas decir: 
	está a la altura de las que se hicieron en el primer viaje de la nave. Salvo 
	un violento combate singular situado en las proximidades del desenlace, y las 
	burradas que hace cierto caballo (el medio de transporte ideal por los agrestes 
	paisajes centroeuropeos; ríete tú de los 4x4) poco más se encuentra digno de
	mención. Supongo que es el sino de los tiempos, que una cosa era escribir una 
	historia cuando no había ninguna escrita y había cosas que te podían sonar a 
	nuevo, y otra hacerlo hoy, cuando más que la sencillez de las grandes gestas 
	los lectores buscan sofisticación, drama desaforado y complicaciones. Tres 
	aspectos que Holdstock imprime a Celtika y que redundan en una lectura 
	interesada... pero bastante desapasionada. 
	El grial de hierro 
	   Tras la "presentación de mundo" Holdstock no nos ofrece 
	otro viaje para ver escenario, sino que sitúa la novela en la isla del Alba, 
	la antigua Britania del siglo III a. de C., para cerrar el hilo concerniente 
	a la desolada fortaleza de Taurovinda y los desaparecidos hijos del rey Urtha, 
	que quedó colgado en Celtika. Y lo enlaza con la búsqueda del segundo 
	hijo de Jasón, que se encuentra en las proximidades. El planteamiento sigue 
	siendo similar, otra búsqueda, pero opta por centrarse en el drama que asola a 
	los personajes y hacerlos evolucionar en consonancia. No hay muchos cambios y
	Merlín sigue careciendo de firmeza, pero entre la locura obsesiva de Jasón, 
	las manipulaciones de Niiv y Medea, los arranques de Kymon, el amor de Urtha 
	por su familia, su relación con el clan y sus tradiciones o el sino de los viejos 
	argonautas, el compendio resulta solvente. 
	   La trama vuelve a ser compleja, que no complicada. Hay 
	un diálogo perfectamente establecido entre los diferentes temas que van 
	apareciendo, volatilizándose o reverberando a lo largo del argumento, los 
	cuales trazan una composición rica y variada. A esta complejidad contribuyen 
	los ecos implícitos en cada pasaje, que responden a las leyendas y tradiciones 
	de los pueblos que se citan y que interaccionan con lo que nosotros podemos 
	llegar a conocer, consciente o subconscientemente, proporcionando a esa Europa 
	de hace dos mil trescientos años una tremenda y cercana verosimilitud. Un 
	continente bañado por un aire onírico donde, más allá de la superstición, lo 
	mágico envuelve lo cotidiano. A destacar también el uso que hace Holdstock de 
	un mundo etéreo situado en contacto con el nuestro en una zona geográfica muy 
	determinada (¿a nadie le suena esta idea?): La Tierra de los Muertos; un cúmulo
	 de espíritus, sueños, potencialidades y pasado por el que terminará llevándonos 
	en un periplo al borde del surrealismo y que conduce hasta la ciudad más conocida 
	de toda la literatura antigua. 
	   Pero si pasamos de la ambientación, que es el punto fuerte 
	de éste Códice de Merlín, y nos centramos en la narración, se nota a 
	Holdstock titubeante. Ya el comienzo de El grial de hierro es 
	una viva demostración de esto. Con oficio, en apenas seis páginas, engancha 
	con lo ocurrido en Celtika y hace un pequeño avance de todo lo que va a 
	acontecer en el futuro, utilizando para ello a las tres Parcas, que gozan de 
	una atmosférica aparición estelar. Sin embargo en las ocho páginas siguientes 
	echa por tierra lo apropiado de esta aproximación al narrarnos otra vez la 
	tropelía cometida por Medea con sus hijos en Yolco, de forma casi mimética a 
	la ya leída en el primer  libro,... algo que volverá a repetir más adelante. 
	También se contradice en la secuenciación de acciones. Frente a páginas y 
	páginas que desarrollan un compás parsimonioso, con un apropiado ritmo interno, 
	llegamos a un nudo y allí, en un capítulo, se solucionan a la vez tres o cuatro 
	eventos capitales que bien podrían haberse resuelto menos condensadamente.  
	   No conviene obviar tampoco las excesivas coincidencias en 
	las que se refugia a la mínima ocasión. Las historias clásicas que son su punto 
	de partida, y que se quiere imitar, bien que usaban este ardid para juntar de 
	nuevo a los héroes y darle una alegría al lector. Pero aquí se acude a ellas 
	de forma abusiva y el mundo acaba pareciendo un poblado de medio pelo en vez 
	de un terreno grandilocuente e inhóspito de dimensiones reales. 
	   Curiosamente intenta paliar la falta de aliento épico de
	 Celtika introduciendo una serie de acciones bélicas en las que pone 
	a sus personajes a realizar todo tipo de alardes físicos y mentales denominados 
	"hazañas"; coger lanzas en vuelo para devolverlas al que las envía, utilizar 
	el escudo como arma ofensiva, exhibiciones gimnásticas extremas... Un concepto 
	que podría haber sido interesante si se hubiese utilizado con un poco de 
	sentido y que sólo crea imágenes grotescas, como ocurre en uno de los clímax 
	donde Kymon, el hijo de Urtha, se pone a esquivar a sus enemigos en plan
	 saltimbanqui, en un homenaje a los momentos más cool de Matrix 
	sin tiempo bala (no debía tener el copyright). Pura partida de rol. 
	   Esta chocante falta de tacto a la hora de describir 
	ciertos aspectos no es único de la acción sino que también se observa, por 
	ejemplo, a la hora de poner al Argo a navegar no ya río arriba, sino por 
	estrechos riachuelos, penetrar en el interior de colinas, llegar hasta el 
	mar interior... Descripciones mal resueltas que chocan constantemente con 
	la capacidad de asumir lo extraordinario. No es una simple cuestión de que 
	resulte increíble; en un libro de estas características se espera que ocurran 
	acciones de este estilo. Es que Holdstock no muestra ningún interés por forzar 
	nuestra incredulidad, algo en franca contradicción con lo cuidadoso que se
	 muestra en la recreación del ambiente. 
	Conclusión 
	   Llegado a este punto se puede pensar que la valoración 
	es negativa, y no es el caso. Tal y como he intentado explicar los dos libros 
	de El ciclo de Merlín publicados hasta el momento (el tercero está 
	inédito todavía en inglés) ofrecen suficientes elementos positivos como para 
	que su lectura sea satisfactoria. Pero eso no es óbice para reconocer que 
	está muy lejos de lo que podría haber sido si su autor hubiese atado desde 
	un principio muchos detalles, mezclando más sabiamente el homenaje a los 
	clásicos de la literatura épica con la literatura fantástica que se escribe 
	hoy en día. Había mimbres para hacer un cesto mejor y Holdstock nos los pone 
	a la vista. Pero la duda, la indefinición y la falta de rumbo terminan 
	repercutiendo en el resultado.  
	  
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