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		La máquina blanda, 
		de William Burroughs
	     
            
		Título original: The Soft Machine
		 (1961)
	     
            
		Traducción: Marcelo Cohen
	     
            
		Editorial: Minotauro Colección: Kronos Nº 22 
		(2004)
	     
	      
	    
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		William Burroughs 
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		 Iván Fernández Balbuena (Cebra), Julio 2004 
	
	    William Burroughs (1914-1997) es una de los mayores mitos de 
	la literatura del siglo XX. Uno de los grandes de la contracultura norteamericana 
	de los 60 (sí, ésa, la generación beatnik de Kerouac y Ginsberg); homosexual 
	confeso; heroinómano ferviente (suya es la popularización del termino yonqui); 
	viajero impenitente, especialmente por los países más pobres del norte de África y 
	Sudamérica, amigo de Bowles y el círculo de Tánger;… Su influencia en la cultura de 
	la segunda mitad del siglo XX, especialmente entre la vanguardia, es abrumadora y 
	puede rastrearse en múltiples campos, incluido el arte (Andy Warhol), el cine 
	(David Lynch) o la música (Velvet Underground), por poner sólo tres ejemplos. 
	   La máquina blanda es una de sus obras capitales del 
	periodo más fecundo de su producción (la primera mitad de los 60) y aunque no 
	tiene el carácter novedoso de El almuerzo desnudo ni posee la maestría de 
	Nova Express, no es menos cierto que sigue siendo una de sus grandes novelas. 
	   Visto todo esto conviene ir dando algunos avisos sobre lo que 
	nos podemos encontrar en este libro. Primero y más importante: no es una lectura 
	fácil; todo lo contrario, es ardua y compleja. Burroughs posee un espíritu críptico 
	y elitista y en ningún caso tiene el menor interés en convertirse en un autor al 
	alcance de las masas. Lo suyo es la vanguardia literaria, la elite intelectual y 
	los demás que me sigan si pueden. Su estilo ha sido definido como surrealista, 
	lo que no deja de ser un error. Burroughs no utiliza la técnica de la escritura 
	automática que preconizaban Breton y sus seguidores. A pesar del galimatías en 
	que se convierten sus textos es posible siempre entender algunos temas de fondo, 
	algunas tendencias. Yo más bien diría que Burroughs pretende realizar algo parecido 
	a la pintura abstracta: sus libros, a pesar de la confusión, están llenos de imágenes 
	de una sobrecogedora belleza, de frases de las que se te quedan grabadas a fuego en 
	la mente aunque sea prácticamente imposible descubrir un protagonista claro o, 
	siquiera, un atisbo de trama. 
	   Quizás algunos ejemplos ayuden a entender todo esto que estoy 
	contando. Éste de aquí es un párrafo sacado al azar del libro (página 49): 
	El portal en llamas blancas - Respuesta inmediata al muchacho se despierta 
	desnudo - ¿Está boca abajo? - Ah eso y una frescura de hierro en la boca - Ven a 
	verme esta noche en espasmos dislocadores - (...)  
	Realmente raro ¿verdad? Muchos han atribuido este tipo de escritura al continuo 
	abuso de las drogas y, desde luego, leer páginas y páginas así acaba teniendo un 
	efecto muy parecido al de un viaje de LSD. Ahora bien, personalmente no creo que 
	ésta sea la única respuesta. Hay otras obras de Burroughs con un estilo más clásico 
	e incluso en este libro hay un capitulo entero ("La Treta Maya") totalmente normal. 
	Queda claro que nuestro autor hace todo esto de una forma intencionada, quizás por 
	una cuestión estética o quizás por afán de oscuridad pero, en cualquier caso, y como 
	ya he comentado, siempre logra, gracias a esta técnica, frases tan brillantes como: 
	Asaltar los Estudios de la Realidad y volver a filmar el universo. O imágenes
	tan poderosas como esa raza de escorpiones genéticamente alterados para que en vez 
	de veneno inyecten directamente heroína a las venas de los adictos. 
	   Segundo aviso: a Burroughs le encanta lo sórdido, lo sucio, 
	lo prohibido, lo pornográfico. En este sentido el libro no es apto para paladares 
	delicados, máxime si tenemos en cuenta la condición de homosexual y adicto de su 
	autor. Las escenas más explícitas (rozando muy a menudo lo desagradable) de 
	sexo homosexual, prostitución masculina (con un ambiguo aire de pederastia) y 
	yonquis en medio de la calle pasando el mono, salpican las páginas del libro, 
	llegando a veces a convertirse en una presencia abrumadora (como muestra el 
	capitulo "Películas de 1920"). 
	   Y, en resumen, ¿de qué va todo esto? Pues es complicado de 
	decir. La falta de trama sólo permite hablar de grandes temas que surgen y se 
	desvanecen a lo largo de la obra. En cierta forma, toda la novela puede verse como
	una gigantesca metáfora. La máquina blanda que da título al libro sería nuestro 
	cuerpo incapaz de alcanzar la trascendencia debido a sus necesidades o, más bien, 
	sus excesos, fundamentalmente drogas y sexo extremo. Claro que Burroughs considera 
	que esta situación no es algo inherente a la condición humana sino que es 
	potenciada y manipulada por los gobiernos y las multinacionales para conseguir un 
	mayor control de la sociedad. Frente a esta situación, él parece abogar por un 
	ejercicio de lucha activa contra el sistema ya sea mediante la violencia o el 
	arte. Su obra, por tanto, no es un simple entretenimiento sino un ejemplo claro 
	de dicho combate. 
	   ¿Y la ciencia ficción qué tiene que ver con todo este jaleo? 
	Bueno, hay extraterrestres (o por lo menos seres que no son del todo humanos) y 
	viajes en el tiempo (cómo no, con una técnica harto desagradable). De hecho 
	varios capítulos giran alrededor de viajes a la antigua cultura maya, que es 
	vista como otro ejemplo de manipulación social por parte de la clase dominante 
	(un inciso, gran parte del libro está ambientado en Hispanoamérica). Pero, me 
	temo, esto es más una cuestión de forma que de fondo. 
	   En cualquier caso, la influencia de Burroughs caló bastante 
	entre los escritores de la new wave, que unos años más tarde iban a 
	revolucionar el género. Ballard, Aldiss y Moorcock son algunos de sus defensores 
	más fieles. Su influencia puede incluso rastrearse hasta los 70 en la obra de 
	Delany. 
	   En conclusión, sólo apta para valientes y "raritos". 
	  
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