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		Cielo de Singularidad, 
		de Charles Stross
	     
            
		Título original: Singularity Sky
		 (2003)
	     
            
		Portada: Geest/Hoverstad
	     
            
		Traducción: Manuel Mata Álvarez-Santullano
	     
            
		Editorial: La Factoría de Ideas Solaris ficción  nº 43 
		(2003)
	     
	      
	    
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		Charles Stross
		 
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		 Pau Martinez Medrano (Blackonion), Agosto 2004 
	
	    Charles Stross ha escrito una novela, cuanto menos, sorprendente. 
	En ésta, su primera obra traducida al castellano, nos presenta una narración extremadamente 
	compleja que podría clasificarse como hard space opera, pues combina los principales 
	elementos de ambos subgéneros. 
	   La premisa básica de la historia es simple: en el siglo XXI la Tierra 
	ha recibido la visita de una civilización súper tecnificada y casi divina autodenominada 
	El Escatón, que con tal de asegurarse de la perpetuación de su existencia ha prohibido 
	cualquier tipo de tecnología que pudiera afectar la corriente temporal y la causalidad, 
	reforzando su postura con el expeditivo método de exterminar a las culturas que intenten 
	vulnerar esa prohibición. La llegada del Escatón para la humanidad representó una 
	Singularidad, un cambio social tan completo e imprevisible que sus consecuencias no podían 
	ser imaginadas antes de producirse. Siglos después de la llegada de El Escatón, en pleno siglo 
	XXV, el planeta de Rochard, una colonia periférica de la Nueva República, un organismo 
	político anacrónico y antitecnológico de corte imperial, recibirá la visita de El Festival, 
	una misteriosa inteligencia inhumana que comercia con tecnología prohibida en la Nueva 
	República. Las autoridades de la Nueva República enviarán su flota con la intención de 
	acabar con El Festival, intentando una arriesgada maniobra a través del tiempo para cogerle 
	por sorpresa mientras, en la superficie del planeta de Rochard, los cambios se suceden sin 
	cesar y se produce una nueva Singularidad.
	    La narración está plagada de centenares de personajes, algunos 
	principales, como el mecánico Marting Springfield, la agente de la ONU Rachel Mansour o 
	el revolucionario Burya Rubinstein. Otros son menores, como los altos cargos de la flota 
	de la Nueva República o una plétora inacabable de personajes de atrezzo que, simplemente, 
	añaden riqueza a la novela. Pero Stross logra algo muy importante y es darle una voz a 
	cada uno de ellos, incluso a los más insignificantes. Todos ellos quedan cincelados con 
	un par de palabras o frases, o en el caso de los protagonistas, a través de ágiles diálogos 
	y acciones que poco a poco van revelando su auténtica personalidad. Son caracteres que 
	evolucionan y que, en más de una ocasión, tienen propósitos o intereses ocultos que 
	permanecen incógnitos hasta el momento clave.
	    Este cuidado es todavía más visible en las acciones que llevan a 
	cabo. Son seres que viven, que tienen sueños y aspiraciones, miedos y debilidades, 
	virtudes y taras, que comen, que beben, que sienten el acicate del deseo, que hacen de 
	vientre y se tiran pedos como cualquiera, pero sin aparecer nunca estas actitudes de 
	forma grosera.
	    Nos hallamos, como decía al principio, con una obra sorprendente, 
	pues aparte de esto combina el sentido de la aventura y de la emoción de la mejor space 
	opera -presentación de razas alienígenas sorprendentes y coherentes incluida- con 
	lo mejor de la ciencia ficción hard especulativa, pues varias de las civilizaciones 
	alienígenas son fruto de una evolución tecnológica, y las nuevas tecnologías están muy 
	presentes, en especial la nanotecnologia y las máquinas autoreplicantes.  
	   Sorprendente también, porque en esta novela hay humor, un humor 
	que funciona y que hace aflorar la risa floja en determinados momentos.  
	   Por si fuera poco, Stross se las apaña para hacer de la novela una 
	obra política y reivindicativa. En su faceta profesional, Stross es uno de los defensores 
	del software en "código abierto", tipo Linux, y de la libertad en el intercambio de 
	información. Éste es otro de los núcleos de la novela, al ser la sociedad de la Nueva 
	República una sociedad antitecnológica, con rígidos controles sobre la información, y al 
	ser su atacante, El Festival, una entidad absolutamente antagónica en su concepción, en 
	que la información no sólo es libre sino que está viva. 
	   En demérito de Cielo de Singularidad sólo 
	puedo sacar a colación algunos errores de imprenta, que sin ser numerosos, de vez en 
	cuando aparecen y hacen bastante daño a la vista; y que hacia el final la narración 
	pierde algo de fuerza. A su favor: aventura, acción, romance, diversión y especulación 
	científica en un cóctel en apariencia difícil de combinar, pero muy exitoso. 
	   Stross ha escrito una continuación, Festival of Fools, 
	ambientada en el mismo universo; esperemos que no pase mucho tiempo antes de que podamos 
	verla publicada. 
	  
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