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		El último escalón, 
		de Richard Matheson
	     
            
		Título original: A Stir of Echoes
		 (1958)
	     
            
		Portada: Dinamic Duo
	     
            
		Traducción: Manuel Mata
	     
            
		Editorial: La Factoría de Ideas 
		(2004)
	     
            
		Solaris terror nº 11
	     
	      
	    
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		 Iván Fernández Balbuena (cebra), Septiembre 2004 
	
	 El último escalón o los 50 como pesadilla 
	   Richard Matheson es un autor poco prolífico y, sin embargo, muy apreciado y respetado 
	por la mayoría de los aficionados a la ciencia ficción. Tanto Soy leyenda como El hombre 
	menguante son dos de esos libros que pueden colocarse en la lista de imprescindibles. Y entre los 
	muchos relatos que escribió en los 50 se encuentran algunas de las más pulidas joyas del género. 
	   Y, con todo, Matheson no es solamente un buen escritor de ciencia ficción (o, ya 
	puestos, un magnífico guionista, otra de sus facetas), sino que también es un reconocido autor de terror. 
	Eso es algo que cualquiera puede apreciar, no sólo por las loas que le han lanzado los actuales reyes del 
	cuento de miedo, como Stephen King o Dean R. Koontz, sino porque su ciencia ficción tiene una clara base 
	terrorífica. A fin de cuentas Soy leyenda es una historia de vampiros y la escena de la araña en 
	El hombre menguante da auténtico pavor. 
	   No es raro, por tanto, que Matheson tuviera alguna buena novela de terror esperando 
	que alguien se decidiese a traducirla a nuestra lengua. Ese alguien fue La Factoría de Ideas que primero 
	se lanzó con la más famosa La casa infernal y que ahora nos regala El último escalón. Una 
	aventura que merece todas las alabanzas por parte de los aficionados, máxime si tenemos en cuenta que las 
	críticas lanzadas contra esta editorial respecto al pobre acabado de sus libros pueden darse por olvidadas. 
	Tanto la traducción como la maquetación y edición son de similar calidad a la de otras colecciones. Otra 
	cosa es el precio, pero ahí ya andamos en un terreno más delicado que merecería un artículo por sí solo. 
	   Pero vayamos a El último escalón, una novela de terror "moderna". ¿Qué significa 
	eso? Pues que Matheson, junto con Fritz Leiber, que en 1947 había sacado Esposa hechicera, fue uno de 
	los primeros que decidió ambientar sus historias de miedo no en un pasado lejano (generalmente decimonónico), 
	ni en un país exótico, sino en el presente y en un entorno urbano reconocible (en este caso la California de 
	los 50). Una idea de gran éxito y que se ha convertido en ley no escrita hasta hoy. 
	   Así pues, nos encontramos ante una barriada californiana de clase media habitada por 
	matrimonios jóvenes. Aunque los personajes no son precisamente originales, Matheson es tremendamente hábil 
	a la hora de crear una serie de figuras plenamente reconocibles por cualquiera y elaborar con acertado 
	costumbrismo su modo de vida típico. Y vaya barrio… Excepto el matrimonio protagonista, los Wallace, todos 
	los demás personajes son realmente negativos: dos parejas jóvenes claramente contrapuestas; una formada por 
	una mujer anodina y asustadiza, dominada y apabullada por un marido machista, en estado de celo permanente, 
	que ejerce sin pudor el maltrato psicológico; y la otra justo lo contrario: marido calzonazos y mujer 
	"comehombres". 
	   Frente al fracaso a la hora de crear elementos sobrenaturales que den miedo de verdad, 
	como ya comentaremos más adelante, Matheson es increíblemente eficaz cuando decide describir la vida 
	cotidiana en una sociedad tan injusta y reprimida como los E.E.U.U. de finales de los 50 y demostrar que 
	puede ser más terrorífica que cualquier fantasma o monstruo fruto de la imaginación. Por azar o 
	intencionadamente, crea una cruel radiografía de un ambiente pacato y castrante, donde los hombres se 
	ven abocados a trabajos agotadores mal pagados y las mujeres se encuentran alienadas en su papel de amas 
	de casa. El aburrimiento hace estragos los fines de semana, las parejas viven al borde del divorcio (pero 
	sin dar nunca el paso) y la represión sexual roza la locura. Leyendo esta novela y otras similares de 
	la época (como la ya mencionada Esposa hechicera) nos queda bien claro que el horror vive en la 
	puerta de al lado.   
	   En este ambiente y en el transcurso de una fiesta, Tom Wallace es hipnotizado por 
	diversión. La cosa hubiera quedado en una pequeña broma si no fuera porque a partir de ese momento Tom 
	empieza a experimentar todo tipo de fenómenos paranormales: telepatía (que le permite descubrir hasta 
	qué punto son desagradables su vecinos), premoniciones y, quizás, la posibilidad de ver fantasmas y 
	recibir mensajes del más allá. Mensajes, por otro lado, bastante inquietantes… 
	   Con estas mimbres, Matheson teje una historia más que notable. Breve, cierto es, 
	pero de una brevedad refrescante dada la invasión de novelones interminables, y tremendamente eficaz de 
	cara a la historia que cuenta (Stephen King la hubiese convertido en un libro de 800 paginas infinitamente 
	peor). Pero, a la vez, es capaz de crear un tensión inigualable y que va in crescendo a lo largo 
	del libro, además de ser claramente consecuente con su registro realista y presentarnos a unos personajes 
	(Tom y su mujer) angustiados por lo que les está pasando. Si a eso unimos que quizás todo lo que esta 
	viviendo Tom tenga una explicación científica y que, para rematar, la historia tiene también visos de 
	novela policíaca (con final sorpresa incluido), nos encontramos ante un guiso más que apetecible y que 
	hará las delicias de cualquier buen lector tanto de ciencia ficción como de terror. 
	   El único aspecto negativo es que, probablemente, los hechos sobrenaturales que 
	narra bien poco asustarán a los encallecidos lectores del siglo XXI, pero dudo que esto sea un fallo de 
	Matheson. Él estaba escribiendo para un público más inocente, cosa que, a estas alturas, puede resultar 
	hasta envidiable. 
	   Por último, el único punto realmente oscuro de todo el libro: la traducción del 
	título. En inglés la obra se titula A Stir of Echoes que podría traducirse por Una jaula de 
	ecos, en clara alusión a la angustia que sufre Tom Wallace cuando ve su cerebro inundado por los 
	pensamientos de la gente que le rodea. En el contexto de la historia original, El último escalón 
	no tiene ningún sentido y su inclusión sólo se debe a que fue el título que recibió una reciente 
	película basada en este libro, película que no he visto pero en la que me imagino que dicha alusión 
	tendrá su lógica. Lógica que falta totalmente en la versión escrita y que convierte al título en un 
	ejercicio de absurdo más que habitual en el mercado editorial español. 
	  
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