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		Los gigantes de caliza, 
		de Keith Roberts
	     
            
		Título original: The Chalk Giants
		 (1974)
	     
            
		Portada: Gallego Bros
	     
            
		Traducción: Luis G. Prado
	     
            
		Editorial: Bibliópolis 
		Bibliópolis fantástica nº 10 
		(2004)
	     
	      
	    
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		 Santiago Díez San José (Santiago), Octubre 2004 
	
	    En un principio, la publicación de un libro de Keith Roberts me pareció algo 
	arriesgada. Su predecesor más visible en el mercado español, Pavana, nunca ha gozado de mucha 
	estima aunque, como tantos otros libros fruto de la new wave, siempre ha sido muy discutido. En 
	esta ocasión el autor vuelve a los mismos parajes de Dorset, en el sur de su Inglaterra natal, para 
	ambientar la novela y, como ya ocurrió entonces, me temo, lo hará para formar nuevos adeptos y 
	detractores sin más lectores en el punto intermedio. 
	   Otra cosa que parece clara es que sólo Bibliópolis podía dar cobijo a un libro así. 
	Como todo aficionado que ha sufrido algún que otro período de vacas flacas en el género, esto haría que 
	me preocupara por la salud de la editorial. Pero da la sensación de que títulos como éste o Luz 
	(otra novela denostada y alabada a partes iguales) tienen salida y que existe un lugar en el mercado para 
	autores de este tipo y libros que no parecen del género durante decenas de páginas. 
	   Los gigantes de caliza se compone de cinco historias independientes vividas 
	en una Inglaterra posterior a un holocausto nuclear. Entre cada cuento se alternan retazos del presente 
	(la Europa de la guerra fría) con uno de los pocos rasgos comunes que tiene la narración con la 
	tradición de las novelas catastrofistas: un protagonista cuyos defectos dentro de una sociedad moderna se 
	transforman en ventajas a la hora de sobrevivir en medio de un mundo caótico. En este caso es su 
	insociabilidad e inadaptación lo que lo convierten en superviviente. De todas maneras, y por lo que a mi 
	respecta, no sabemos qué pasa con este sujeto hasta que leemos los cuentos que componen el grueso de la 
	novela.  
	   El primero, "Mono y Pru y Sal", es el más impactante. Seres deformes y desquiciados 
	sin ningún tipo de perspectiva de cuanto les rodea avanzan en medio de la desolación del paisaje tratando 
	de comprender y sobrevivir en un mundo del que no tienen referencias ni ningún tipo de memoria colectiva 
	que les aporte algún tipo de experiencia. Son las primeras piedras de una nueva civilización. Carne de 
	cañón que sin más método que el prueba–error aprenderán a distinguir los peligros y a superar las dificultades 
	hasta el escollo siguiente; son el punto de unión entre los últimos supervivientes y las nuevas generaciones 
	que empezarán a surgir después de ellos. 
	   "La Casa de Dios", la segunda historia, fue finalista del Nebula en 1971 en la 
	categoría de novela corta, lo cual no deja de sorprender. Cualquier referencia a un mundo civilizado que 
	pereció bruscamente u otro atisbo de que estamos leyendo algo relativo al género –y no sólo en este relato– 
	se pueden contar con los dedos de una mano, limitándose a escuetas descripciones como "depresiones en el 
	terreno donde el pelo se cae si se permanece más de una noche". Aquí el tiempo ha avanzado y ya se 
	están formando los primeros grupos humanos. Una tribu como cualquier otra de las regiones de clima templado, 
	dominada por miedos y supersticiones. Es esta la parte que presenta con más detalle el único punto en común 
	de las historias del cual depende el título del libro: una llanura sembrada de brezales sobre la que se alza 
	una colina formada por acantilados calizos.  
	   El relato es un compendio de relaciones humanas que, al fin y al cabo, es lo que 
	verdaderamente le interesa al autor. Pero, al contrario que en la novela catastrófica al estilo americano, 
	se centra en las relaciones de las personas normales, no las de individuos singulares que cargan con la 
	responsabilidad sobre sus hombros; así como tampoco cree en la posibilidad de que una acción aislada pueda 
	cambiar algo por sí sola. De lo que habla Los gigantes de caliza es de héroes cotidianos, aquellos 
	que son los que construyen la civilización y traen los cambios sociales con la suma de sus tragedias 
	personales; si bien, irremediablemente, ellos no verán los resultados ni, mucho menos, los disfrutarán. 
	Para algunos está claro que una sociedad edificada sobre tanto dolor no compensa y además es algo que
	tampoco buscan, pero, en definitiva, es lo que hace que el conjunto avance. De hecho ningún capítulo deja 
	lugar a la esperanza, pero el siguiente siempre se sitúa en un punto donde lo que parecían dificultades 
	imposibles de superar están ya rebasadas y olvidadas. 
	   Así, el resto de las historias continúan a lo largo de siglos en un remedo exacto de 
	nuestro propio proceso de evolución. "El Hermoso", "Rand, Rata y el Danzarín" y "Usk el bufón" caminan en 
	ese nuevo proceso a pesar de que para todos ellos son pasos atrás en su propia existencia. Es difícil 
	identificarse con un personaje de Roberts o sentir algo por ellos, pero la angustia de sus historias 
	particulares se transmite muy bien al lector. Y no sólo progresa la acción. La forma de narrar se va 
	desarrollando desde la profusión de frases cortas del comienzo a la perfecta adaptación de una saga en 
	"Rand, Rata y el Danzarín", para mi la más lograda de las cinco y donde más he disfrutado de la historia y, 
	sobre todo, de cómo la cuenta. Aunque aquí entran en juego gustos más personales. Lo que sí está claro 
	es que Roberts lo hace muchísimo mejor que Poul Anderson, muy aficionado a intercalar sagas y escaldas 
	escandinavas a la que se le presenta una oportunidad en alguna de sus novelas. 
	   En definitiva Los gigantes de caliza afianza la marca de la casa (y con esto 
	me refiero tanto al autor como a la editorial) difícil de calificar y, como muchos sospecharan, difícil 
	de leer. Roberts tiene algo que a mí, en las ocasiones que he leído algo de él, me recuerda mucho a los 
	autores naturalistas. La ambición por describir cada detalle por sórdido que resulte, el contar la 
	realidad de la forma más objetiva –ninguna situación tiene porqué ser desechable–, definir a cada personaje 
	por sus defectos, sus instintos primarios, sus atavismos y emociones, son características que dan mucha 
	expresividad y que cuaja mucho con la idea de ir más allá del realismo que caracterizaba a los naturalistas, 
	pero a veces se hace pesado y, como decía al principio, ¿habrá campo para una novela así aquí y ahora?  
	   El año original de publicación es 1974. No es una fecha demasiado temprana como para 
	escandalizar a los lectores ingleses de ciencia ficción, pero, aunque no hay verdaderamente afán por provocar 
	sino de ser verídico, tampoco creo que los dejara indiferente. Lo bueno del estilo de este autor es que 
	se queda en una especie de limbo donde no sabemos si siempre fue anticuado o si, por el contrario, nunca 
	envejece. De lo que estoy seguro es de que ahora, 30 años después, tampoco dejará indiferente a quien lo lea. 
	  
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