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		Las sirenas de Titán, 
		de Kurt Vonnegut
	     
            
		Título original: The Sirens of Titan
		 (1959)
	     
            
		Portada: Opalworks
	     
            
		Traducción: Aurora Bernárdez
	     
            
		Editorial: Minotauro 
		Kronos nº 28 
		(2004)
	     
	      
	    
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		 Iván Olmedo (Odemlo), Noviembre 2004 
	
	    Kurt Vonnegut Jr. (Indianápolis, U.S.A, 1922) es un autor cuya obra rompe los esquemas 
	de quienes pretendan clasificarla de manera sencilla o fulminante, buscando baratas filiaciones genéricas a 
	las que aferrarse. Si, de hecho, el norteamericano tiene en su haber algunas notables novelas de ciencia 
	ficción, como ésta que nos ocupa, hay que reconocerle los méritos del esfuerzo por una carrera literaria 
	temáticamente amplia, iconoclasta y de lo más variada, sólo encorsetada –si así puede decirse– por la 
	personalísima manera de ver la vida del propio autor, que queda evidenciada en toda su obra. Títulos 
	alejados por completo de lo que un aficionado al género buscaría, como las muy ácidas Dios le bendiga, 
	Mr. Rosewater o Cuna de gato, o la tremebunda Madre noche, (sin olvidar su famosa 
	Matadero Cinco) son las vigas que sostienen el entramado creativo de un lúcido y corrosivo 
	(adjetivos a menudo utilizados para referirse a Vonnegut, y aquí, me temo, no seré nada original) ser humano 
	que, como deja entrever con frecuencia, se ha servido de la literatura para exorcizar sus demonios personales 
	y, de paso, mofarse a conciencia de las contradicciones de nuestra especie, cuando no, directamente, de la 
	propia especie. 
	   Centrándonos en Las sirenas de Titán, título que, lo siento, no nos dará ninguna 
	clase de pista clara acerca del rico argumento de la novela, la cosa está como sigue: el señor Winston Niles 
	Rumfoord y su perro Kazak, viajando en la nave espacial privada del primero, han penetrado en el corazón de 
	un infundibulum crono-sinclástico, más allá de Marte. Debido a las extrañas características del mismo, 
	amo y perro se han convertido en un fenómeno ondulatorio tiempo-espacial, una singularidad que, ineptamente, 
	excusaré explicar aquí y dejo a la interpretación de los lectores de la novela. Por ello, Rumfoord y Kazak 
	existen a todo lo largo y ancho (¿y alto? ¿profundo?) del Universo, tan solo materializándose en determinados 
	lugares durante algunos minutos. Rumfoord puede así conocer tanto el pasado como el presente y el futuro de 
	toda la existencia. Sus apariciones repentinas dentro del recinto de su mansión son esperadas por multitudes 
	que lo tienen por el fenómeno más increíble que se ha producido en la Historia de la humanidad. Su mujer, 
	Beatrice, harta de todo y de todos, amargada, se encierra en la mansión evitando todo contacto con sus 
	semejantes. Hasta que la irrupción en escena de Malachi Constant, un ricacho despreocupado y vividor tocado 
	por la mano de la fortuna, echa a rodar los engranajes de una aventura ciertamente atípica. 
	   Las sirenas de Titán narra también una invasión marciana de la Tierra, la invasión 
	marciana más desgraciada que puedo recordar, por cierto. Podremos contemplar las danzas de algunas fantásticas 
	naves estelares, descubrir extravagantes especimenes alienígenas que habitan las cuevas de Mercurio, llegar 
	mucho más allá, hacia Titán y sus sirenas... Pero, es importante reseñarlo, en ningún modo nos encontramos una 
	novela de sencillas aventuras espaciales, ni con meras directrices de pulp en estado puro que nos hagan 
	atisbar explosiones, escaramuzas o saltarinas peripecias de una estrella a otra sin más justificación que la 
	de la acción desnuda. La novela de Vonnegut puede calificarse de muchas formas, pero de ningún modo achacársele 
	desnudez creativa. Como en la mayor parte de su producción, la esencia de todo lo narrado se apoya principalmente 
	en los personajes. En gran manera en sus desventuras, sí, pero con mucho mayor calado en unas personalidades 
	fuertemente dibujadas, complejas, con una pizca de excentricidad añadida, a través de las cuales el autor 
	descarga su riqueza de pensamiento. Unos personajes, en suma, perfectamente reconocibles como hijos de su padre 
	literario. 
	   Así, el protagonismo recae casi exclusivamente sobre dos caracteres: un Winston Niles 
	Rumfoord manipulador y escéptico que es capaz de contemplar todos los instantes y realidades, actuando entre 
	las capas de ese tiempo que es él mismo (el fundibulum crono-sinclástico, una especie de aleph 
	vonnegutiano, no es más que un recurso para poner en marcha las acciones del personaje); y Malachi Constant, 
	un ser humano básico, elemental, favorecido en la Tierra por la posesión de una fortuna que ha ganado sin 
	ningún esfuerzo, y convertido por Rumfoord en una marioneta de sus caprichos. Rumfoord es de hecho, y fríamente, 
	el hombre más poderoso sobre la faz del planeta, casi ese Dios que se niega insistentemente a autoproclamarse, 
	convirtiéndose en el portavoz de una religión unificadora que realmente ha creado, pero donde prefiere ser 
	mensajero antes que profeta. Rumfoord y Constant, agua y aceite, mesías y mártir (no voluntario, eso está 
	claro) del más sopesado entramado religioso de la Historia. El resto de personajes se arremolinan alrededor de 
	los dos hombres: Beatrice, la esposa de Rumfoord, tiene un papel fundamental aunque pasivo en la trama; sus 
	acciones no son determinantes. Otros personajes secundarios dan, simplemente, el contrapunto adecuado a los 
	protagonistas. 
	    Las sirenas de Titán es una novela de alto octanaje que 
	requiere una lectura atenta por su riqueza de matices y giros inesperados. Como es habitual en Vonnegut, se 
	fundamenta en tres grandes temas que impregnan todo el conjunto: religión, política y ejército. El autor, 
	presente activamente en primera fila de la Segunda Guerra Mundial, utiliza constantemente la imagen de la 
	institución militar en su obra, de manera mordaz y sin concesiones, y no es muy difícil ver en esos negros y 
	lustrosos uniformes del ejército marciano que se apresta a invadir la Tierra una equivalencia con los uniformes 
	de las SS; si bien el escepticismo y la mala leche diluyen toda sensación de recuerdos sombríos. Por otra 
	parte, política y religión parecen ir de la mano en el pensamiento del autor, y seguramente con razón. Vonnegut  
	pone al descubierto la sinrazón de las pautas establecidas por la sociedad y, a la vez que a través de sus 
	personajes desnuda los sentidos y sentimientos más patéticos del ser humano, deja demostrado de una manera 
	fabulosa que la Religión es la gran broma pesada que la Humanidad se gasta a sí misma desde el principio de los 
	tiempos.  
	   Todo ello presentado y envuelto en su inigualable estilo, cuya marca de fábrica es la 
	ironía soterrada que restalla en ocasiones puntuales con latigazos de sarcasmo dirigidos de manera inteligente 
	y directa a estimular el lado más irreverente del cerebro de todo lector.  
	   Como toda la obra de Vonnegut, Las sirenas de Titán es un recordatorio constante 
	de lo complicada que el ser humano ha hecho la vida en este planeta, o cualquier otro que pueda estar a su 
	alcance; de la poca gloria y el escaso oropel que poseen las acciones humanas, aún cuando éstas vengan 
	pretendidamente envueltas en la gloria y el oropel. Vonnegut no es un misántropo. Y mucho menos un malhumorado 
	y prejuiciado misántropo. Si acaso, su sutil misantropía está teñida de amargura feliz al contemplar los 
	esfuerzos de sus semejantes por arreglar lo que ya funcionaba estupendamente; por emperrarse en tocar aquello 
	que estaría mucho mejor como ya estaba... sin tocar. Y qué duda cabe que el de Indianápolis ha sabido sacarle 
	todo el jugo posible. 
	   Una última y breve consideración acerca de esta edición en particular: no hubiera estado 
	de más que sus responsables hubieran encargado una buena revisión del texto antes de sacarla a la calle. Se 
	nota en demasía que la traducción es antigua, y aunque no desarma el disfrute de la obra, algunos términos 
	poco afortunados hacen rechinar los dientes irremediablemente. 
	  
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