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		En las montañas de la locura, 
		de H.P. Lovecraft
	     
            
		Título original: At the Mountains of Madness
		 (1936)
	     
            
		Portada: Óscar Sacristán, "De Profundis"
	     
            
		Traducción: Francisco Torres Oliver
	     
            
		Editorial: Valdemar 
		El club Diógenes nº 216 
		(2004)
	     
	      
	    
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		 H.P. Lovecraft
		 
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		 Iván Olmedo (Odemlo), Diciembre 2004 
	
	    Escribir, a estas alturas, una crítica de la novela del ermitaño de Providence viene 
	a ser algo así como si en una de esas revistas de cine, tipo fotomanía o cinegramas, nos 
	reseñasen algún clásico añejo como el Doctor Frankenstein de Whale o el Drácula de Browning; 
	evidentemente, poco tienen que ver con la obra lovecraftiana, pero, al igual que a ésta, ya se les ha dado 
	mil vueltas y revueltas con el correr del tiempo. Aquí nos encontramos en esta tesitura, gracias a la 
	reedición por parte de Valdemar de este título en su fundamental y siempre muy apetecible colección El 
	Club Diógenes.  
	   En las montañas de la locura data ni más ni menos que de 1931 (curiosamente, 
	la misma fecha de creación de los ejemplos antes expuestos) y es, sin duda, uno de los relatos más 
	característicos del hacer de Lovecraft, en donde los aficionados al escritor pueden encontrar referencias 
	claves con que completar su universo particular; así como un perfecto muestrario de todas sus virtudes y 
	defectos habituales. Es, en suma, una obra profundamente lovecraftiana, absolutamente representativa y, 
	aunque no es la más adecuada para que un profano se aproxime con cautela por vez primera al universo del 
	autor, sí se trata de una pieza indispensable para comprender mejor los mecanismos literarios y la 
	magnificencia de una de las mitologías más exuberantes, horrendas, fascinantes, retorcidas y absorbentes 
	que una imaginación humana haya sido capaz de crear. Si le parece al lector que me he excedido con los 
	adjetivos, no estaría de más que adaptase sus coordenadas al lugar donde nos encontramos: el abis(m)al 
	mundo de H. P. Lovecraft, donde toda descripción del horror se queda escasa. 
	   La horrible pesadilla comienza cuando un grupo de investigadores en diferentes áreas 
	científicas pertenecientes a la Universidad de Miskatonic parte en expedición hacia la Antártida con el 
	objetivo de obtener muestras de rocas y tierra de determinadas capas geológicas y experimentar con varios 
	recientes inventos de su departamento de ingeniería. Lo que iba a ser una misión no exenta de riesgos –sin 
	duda– pero con pretensiones modestas, toma un giro impensado cuando el descubrimiento de raros indicios
	conduce a sus miembros a avanzar en el interior del continente, donde la realidad palpable de los hallazgos 
	biológicos y arqueológicos hace tambalear las ideas que tenían acerca de la historia de la Tierra y la 
	civilización humana. En un crescendo de horribles descubrimientos e inmersión en demenciales 
	escenarios, los supervivientes de la expedición deben enfrentarse a aquello que se esconde en el interior 
	de unas montañas de auténtica pesadilla. 
	   Este críptico resumen del argumento casa perfectamente con el espíritu del título. No 
	considero necesario extender más unas explicaciones que no aportarán ningún otro dato significativo para 
	informar de lo que encontramos en el texto. La verdadera esencia de la obra debe ser absorbida con su lectura. 
	¿Por qué...? 
	   ...Lovecraft inicia el relato utilizando uno de sus recursos más característicos: por 
	boca del atribulado protagonista nos hace llegar la narración extraordinaria de unos sucesos que mejor 
	estarían ocultos al conocimiento humano pero que, ineludiblemente, es necesario sacar a la luz, aunque con 
	todas las reticencias posibles. Esta inclinación del narrador a temer sus propias palabras –y sobre todo 
	sus propios recuerdos– predispone al lector a fijar su atención en algo que ya se imagina espantoso. Ningún 
	método mejor que el lovecraftiano para llamar nuestra atención. A partir de aquí, la narración asciende 
	por una escalera de horrores en la que cada peldaño nos conduce al siguiente descubrimiento ominoso. Hay que 
	hacer notar, principalmente, un hecho: Lovecraft no es un escritor maravilloso pero es, si se me permite la 
	expresión, un escritor maravillante. La fluidez de su construcción narrativa a todo lo largo de En 
	las montañas de la locura es prácticamente nula. Con frecuencia repite, por boca siempre del único 
	narrador (no hay, debo advertir, ni una sola línea de diálogo en todo el relato) argumentos ya expuestos 
	unas páginas más atrás y frases que se reiteran en demasía. También se le puede achacar un ritmo excesivamente 
	lento, que en ocasiones puede llegar a atascarnos en la lectura pero que, a la vista del extravagante 
	resultado final del relato, en otras ocasiones puede parecer incluso adecuado al ambiente enfermizo y 
	obsesivo de la historia. Es un escritor maravillante porque Lovecraft, como muy pocos, consigue 
	hacernos "ver" plenamente horrores sin cuento mediante insinuaciones y asociaciones de ideas que deja 
	semiocultas tras las cortinas de espanto; es nuestra mente la que fabrica esas imágenes de pesadilla y 
	las hace concretas de alguna forma. Curiosamente en esta obra existe una gran aportación de datos a la hora 
	de describir los extraños seres que los miembros de la expedición encuentran, así como sus antiguos hogares 
	o las mismas montañas que sirven de inmejorable escenario. Todo un despliegue de medidas: longitudes, 
	latitudes, diámetros, y hasta la mínima pulgada son ofrecidas como parte de la oposición de la cordura 
	humana (expresada por la obsesiva actitud de anotarlo todo) ante la evidencia de tantos descubrimientos 
	impensables. La obra es, en la forma, una inmensa y prolija descripción de arquitecturas, fisonomías, 
	geografías, etc... que sirve como catalizador y contraste ante lo que verdaderamente importa: la esencia 
	de casi toda la producción lovecraftiana, la intuición de la existencia de algo superior y desconocido, 
	la comprensión repentina de la pequeñez del ser humano (y sus hombres de ciencia, como representantes 
	cualificados, se supone) ante las realidades que nunca llegaremos a comprender. En las montañas de 
	la locura es, en este sentido, el punto álgido en la carrera del autor.  
	   Considerada habitualmente como una extensión de la obra La narración de Arthur 
	Gordon Pym, de Edgar A. Poe, es también interesante reseñar aquí que tanto Verne con La esfinge de 
	los hielos como Lovecraft con este horror cósmico quisieron continuar el relato de Poe (o, mejor dicho, 
	de Pym) allí donde éste lo había cortado abruptamente, a las puertas del misterio antártico. Es curioso 
	cómo dos escritores de tan diferentes trayectorias y motivaciones hallaron algo sugerente en la 
	fantasmagórica narración poesca, al punto de dedicar sus esfuerzos a la consecución de sendas novelas. 
	En el caso de Lovecraft, sin demasiado esfuerzo supo integrar perfectamente los escenarios heredados con 
	una profundización mayor en sus Mitos de Cthulhu. Efectivamente, se muestran aquí partes esenciales 
	de lo acontecido en la Tierra mucho antes de la aparición del ser humano, y se cuentan detalles de obligado 
	interés para los seguidores de los Mitos. No deja de ser curioso cómo, al producirse los primeros 
	descubrimientos, los hombres de ciencia relacionan inmediatamente éstos con el infame Necronomicón, antes 
	aún de rebuscar soluciones materialistas, y adoptando posturas de convicción creciente acerca de lo abominable 
	de las evidencias. Algo muy conveniente a las intenciones de Lovecraft y que forma parte de su "receta 
	secreta" para conducirnos por sus obsesivos caminos del miedo. Desde el punto de vista de los mitómanos, 
	por tanto, la obra es imprescindible. Para un lector primerizo que desee conocer la obra de H. P. Lovecraft, 
	recomiendo empezar por sus cuentos; degustar el germen de los Mitos desde sus planteamientos iniciales, 
	y saborear las primigenias sensaciones de horror antes de sumergirse en esta obra, donde hallará, además de 
	respuestas, una consecución de nuevas preguntas difíciles de asimilar. Algo que forma parte de la grandeza 
	de los Mitos.  
	   En las montañas de la locura es, además, un título perfecto para esta obra de  
	pesadilla. Un título que se amolda sugerentemente a sus intenciones tanto como a sus resultados. Estamos 
	ante una obra que difícilmente caerá en el saco roto de algún lector, y que no puede, no debería, sembrar 
	indiferencia. 
	   ¿Preparados para forzar los límites de vuestra credulidad cuando conozcáis la horrible 
	verdad acerca de la Otra Historia de la Tierra? 
	  
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